CONDADO DE FOIX. |
Territorio histórico de Francia meridional, en el actual departamento de Ariège. Dependiente antes del condado de Carcasona, bajo Roger I (ca 1038-1064) se configuró como condado propio. El conde Roger Bernart II (1223-1240) adquirió por su matrimonio el vizcondado de Castellbó* y los correspondientes derechos feudales sobre los valles de Andorra*. Con Margarita de Moncada, madre del conde Gastón I (1302-1315), se incrementó el patrimonio familiar con el vizcondado de Bearne y sus dependencias. Extinguida con la muerte de Gastón III Febo (1391) la rama directa del linaje condal, sus señoríos pasaron a Archimbaldo de Grailly, capital del Buch; y su esposa Isabel de Foix, biznieta de Gastón I. Del matrimonio de su hijo Juan I (muerto en 1436), casado con la infanta Juana, hija a su vez de Carlos III de Navarra, nació el conde Gastón IV (fallecido en 1472); con su esposa Leonor de Navarra y sus nietos Francisco Febo y Catalina quedaron asociados a la corona navarra los dominios franceses de la casa de Foix-Bearne, incorporados ulteriormente al trono de Francia por Enrique IV (III de Navarra). |
La Casa de Cominges es una de las familias nobles más antiguas de Francia, la cual ya gobernaba a comienzos del siglo X, como príncipes soberanos e independientes, los países de Cominges, de Couserans, de Carcasona, de Razés y de Foix, que equivalen a tres de los veintisiete grandes principados en los que se dividía Francia en la Alta Edad Media. Los orígenes de la Casa de Cominges se encuentran dentro de la casa ducal de Gascuña, emparentados con la casa ducal de Aquitania, con los duques de Normandía y las casas condales de Tolosa, Rouergue y Astarac. Todo ello hace de la Casa de Cominges una de las familias más antiguas e históricamente más importantes de la Nobleza Inmemorial Francesa. |
GENEALOGÍA. |
Bellón, o Belló, es el nombre del hipotético primer conde de Carcasona, que sería ancestro genealógico del conde de Barcelona Wifredo el Velloso. Algunos autores atribuyen a Bellón la fundación del linaje denominado de los "bellónidas", cuya existencia es objeto de especulaciones y controversia. Algunos historiadores, como Alberto Montaner Frutos, han cuestionado su existencia al no encontrar pruebas contemporáneas documentales en las que fundamentar su biografía. Datos biográficos Bellón de Carcasona (?-812) habría sido un magnate de origen godo, miembro de una familia noble de segundo rango, originario de la región del Conflent. Carlomagno lo habría designado conde de Carcasona como parte de su política de confiar los nuevos condados fronterizos del sur de su Imperio a nobles godos locales (en la Marca Hispánica fueron nombrados condes varios nobles de origen godo, como Borrell de Osona al frente de los condados de Urgel y Cerdaña, y Bera en Barcelona). Esa preferencia por la nobleza goda local se debía a que este territorio había pertenecido a la Septimania, que formó parte del antiguo reino visigodo de Toledo. A diferencia de los nobles francos, que estaban más dispuestos a rebelarse, esta aristocracia local de origen visigodo se caracterizaba por su fidelidad al rey. Según el historiador francés Pierre Bonnassie, la mayor parte de los alodios de Bellón se encontraba en el Conflent, mientras que otra parte de su patrimonio estaba en el Capcir, en las proximidades de Formiguères. Debate historiográfico. La existencia de Bellón (o también "Dellon") como primer conde de Carcasona aparece atribuida por diversos cronistas del siglo XVIII de la historia de Occitania, particularmente la Histoire Générale de Languedoc de los monjes benedictinos Claude Devic (o de Vic) y Jean-Joseph Vaissette. En el siglo XIX, apoyándose en la obra anterior, así como en unos diplomas de fecha posterior a 778, también es mencionado en la Histoire du comté et de la vicomté de Carcassonne de Jean Pierre Cros-Mayrevieille (1846). Según este autor, el recién creado condado de Carcasona estaba bajo la autoridad inmediata del rey de Aquitania. En sus investigaciones, Ramón de Abadal identificó a Bellón como el padre de Oliba I de Carcasona y de Sunifredo I de Barcelona, el padre de Wifredo el Velloso, primer conde hereditario de Barcelona, por lo que una parte de la historiografía moderna denomina a sus descendientes "bellónidas". Según de Abadal: El montpellerino Tastu [...] se lanzó a publicar unas notas que tenía redactadas desde tiempo atrás basándose "en los documentos de nuestras colecciones impresas". Se trata de un folleto de 35 páginas en el que [...] llamaba la atención por vez primera sobre un documento publicado en la Marca Hispanica, en el cual, haciendo inventario de documentos, en el año 879 se consignaba uno en estos términos: "otra escritura de reconocimiento, que hizo Sesendoara y sus herederos a petición de Sesenando, mandatario del conde Miró, de como la iglesia y sus dependencias de San Vicente forman parte del patrimonio del conde por sucesión de su abuelo Bellón". Este conde Miró era Miró el Viejo de Conflent, hermano de Wifredo el Velloso, hijo de Sunifredo de Urgel...Otros historiadores como Alberto Montaner Frutos cuestionan esta versión. [...] se deduce que ni «els comtes de Barcelona esdevingueren reis d'Aragó» ni ha reinado ninguna «dinastia bel.lònida [...] coneguda com "Casal de Barcelona"», como quiere Fluvià (1994: 129 y 131).13 Al menos, no en el derecho ni en la documentación medievales. Recientemente, Fluvià14 insiste en hablar de «los monarcas catalanes de la dinastía bellónida (1148-1410)», lo que desarrolla en los siguientes términos: «La primera dinastía de los Condes de Barcelona —conocida por la historiografía moderna como "Condes-Reyes" desde la adquisición del Reino de Aragón, a raíz del matrimonio (1134) [sic pro 1137] del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV con la Reina Petronila de Aragón—, que abarca del Conde Sunifredo I (834-848) a su decimosexto nieto, el Conde-Rey Martín I (1396-1410), es conocida con el nombre de "Bellónida" o de "los Bellónidas" por ser Bellón I, Conde de Carcasona († antes de 812), la estirpe o el genearca del linaje.» Finalmente, hay otros historiadores, como el propio Tastu, Pierre Ponsich y Archibald Lewis(e incluso de Abadal en sus primeros estudios sobre el tema), que optan por admitir la posible existencia de Bellón de Carcasona, pero hacen descender a Wifredo el Velloso por línea materna. En este caso, el conde Sunifredo I de Urgel y Barcelona sería probablemente hijo del conde Borrell de Osona, lo que limitaría la descendencia por línea paterna de Bellón a los condes de Carcasona y Rasez, mientras que los condes Wifredo el Velloso y Miró de Cerdaña lo serían por línea materna. Según esta última hipótesis, la descendencia de Bellón ha sido identificada como:
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Oliba I de Carcasona (nac. c. 800-?), conde de Carcasona. Era hijo de Bellón de Carcasona
Oliba II de Carcasona ( ? - 879), conde de Carcasona i Razès (865-872) y (872-877).
Acfredo I de Carcasona ( ? - 906 ), conde de Carcasona y Razès (877-906).Según una hipótesis genealógica, se casó con una mujer llamada Arsinde, con quien habría tenido a Arsinde de Carcasona , que se casó con Arnaud I de Carcasona .. Los vínculos entre Acfred de Carcassonne y Arnaud y Arsinde de Carcassonne no están probados.
Arsenda de Carcassona, (también Arsinda o Arsinde) condesa de Carcasona y Rasez (934).
A la muerte sin hijos de su hermano, Acfredo II de Carcasona, Arsenda recibió el Condado de Carcasona, por ser nieta de Acfredo I de Carcasona. Aquel año renunciará al título en favor de su marido, Arnau I de Cominges, que reunirá así los condados de Cominges, Carcasona y Rasez, inaugurando la nueva dinastía de Cominges y terminando con los bellónidas descendientes de Bellón Conde de Carcasona en 790.
Roger I de Carcasona o Roger II de Cominges el Viejo (fallecido en 1012), fue conde de Carcasona, Couserans y Cominges en parte.
Bernardo Roger de Cominges (979/981-1034), fue hijo de Roger I de Carcasona y de Adelaida de Rouergue. Sucedió a su padre al frente del condado de Conserans y del señorío y después el condado de Foix. Casado en primeras nupcias con Beatriz, de la que tuvo dos hijos, Roger y Pedro, se casó en segundas nupcias con la condesa Garsenda de Bigorra, que le aportó el Condado de Bigorra como dote, con la que tuvo por lo menos tres hijos: Ermesinda (esposa del rey de Aragón Ramiro I), Heraclio de Foix (obispo de Foix) y Bernardo II, que heredó Bigorra.
La herencia de Bernardo Roger pasó a su hijo mayor Roger I, que recibió la parte que ya poseía del padre del condado de Carcasona, y el señorío de Foix con el título de conde. El segundo hijo, Pedro, acabó siendo también conde de Foix al fallecer su hermano sin hijos (1064).
Condes de Foix.
Pedro Bernardo de Couserans, conde de Couserans y Foix que sucedió a su hermano Roger I de Foix y II de Carcasona cuando éste falleció sin hijos en 1064.
Roger II de Foix (? - 1124), fue un noble francés de la Edad Media.
Roger III de Foix (¿?-1148), conde de Foix desde 1124, año en que sucedió a su padre Roger II de Foix hasta su muerte.
Roger Bernardo I el Gordo (¿?-1188), Conde de Foix que sucedió a su padre Roger III de Foix a su fallecimiento en 1148.
Raimundo Roger I fue conde de Foix. Sucedió a su padre Roger Bernardo I el Gordo a su fallecimiento en 1188.
Roger Bernardo II el Grande (? - 1241), conde de Foix que sucedió a su padre Raimundo Roger I a su fallecimiento en 1223.
Roger Bernardo III (? - Tarascon-sur-Ariège, 3 de marzo de 1302) fue conde de Foix y vizconde de Castellbó y de Cerdañá (Roger Bernardo II) donde sucedió a su padre Roger IV de Foix a su fallecimiento en 1265.
Gastón I de Foix (m. 1315) fue conde de Foix, vizconde de Castellbó y de Cerdaña y señor de Andorra y, bajo el nombre de Gastón VIII, vizconde de Bearne, de Marsan y de Gabarda o Gabarret, y señor de Montcada.
Roger Bernardo III fue vizconde de Castellbó y señor de Montcada, estados que recibió de su padre Gastón I de Foix, mientras su hermano mayor Gastón II el Paladino recibía Foix y Bearn con sus anexos, incluyendo las señorías de Andorra y Donasà.
Roger Bernardo IV de Castellbó fue vizconde de Castellbó y señor de Montcada, que sucedió en 1350 a su padre Roger Bernardo III.
Mateo I fue vizconde de Castellbó y señor de Montcada. Sucedió a su padre Roger Bernardo IV tras el fallecimiento de este en 1381.
Isabel de Castellbó fue condesa de Foix, vizcondesa de Castellbó, y vizcondesa de Bearne, entre otros títulos . Sucedió a su hermano Mateo I, fallecido en agosto de 1398 sin sucesión.
Juan I fue conde de Foix, vizconde de Castellbó y de Bearne y dependencias.
Sucedió a su padre Arquimbaldo I de Grailly en 1413 adquiriendo plenos derechos con la muerte de su madre la condesa Isabel de Castellbó. |
Gastón IV de Foix (1423-1472) fue conde de Foix y Bigorra y vizconde de Castellbó y Béarn, entre otros títulos que heredó a la muerte de su padre. |
Gastón, Príncipe de Viana, también llamado Gastón de Foix (1444 - 23 de noviembre de 1470), era el hijo de Gastón IV de Foix y Leonor I de Navarra, y era el heredero de ambos. Era vizconde de Castelbon desde 1458 y lugarteniente del reino de Navarra desde 1469 hasta su muerte. Como heredero del trono navarro, llevó el título de Príncipe de Viana desde 1464
Catalina de Foix, también conocida como Catalina de Navarra (1468 - Mont-de-Marsan, 12 de febrero de 1517), fue reina de Navarra, duquesa de Gandía, condesa de Foix, Bigorra y de Ribagorza, duquesa de Montblanc, de Peñafiel, vizcondesa de Béarn.
Enrique II de Navarra (Sangüesa, en la casa de los Sebastianes, 25 de abril de 1503 - Hagetmau, 25 de mayo de 1555) fue rey de Navarra en la Baja Navarraa desde 1530 hasta su muerte, copríncipe de Andorra, conde de Foix, de Périgord, de Bigorra, señor de Albret y vizconde de Bearn, Tursan, Gabardan, Tartas y Limoges. La casa natal de Enrique II de Albret es el Palacio de los Sebastianes. Edificio tardogótico, del s. XV en el n.º 56 de la calle Mayor.
Jeanne d'Albret, llamada en lengua española Juana de Albret, que reinó con el nombre de Juana III de Navarra (Saint-Germain-en-Laye, 7 de enero de 1528- París, 9 de junio de 1572) fue pretendiente al Reino de Navarra y se autodenominó reina de Navarra en Baja Navarra1 con el nombre de Juana III de Navarra, condesa de Foix y Bigorra, vizcondesa de Bearne, Marsan, Tartás, y duquesa de Albret. Su hijo fue el famoso rey Enrique IV el Grande, el primer rey Borbón de Francia.
(Pau, 13 de diciembre de 1553-París, 14 de mayo de 1610) fue rey de Navarra con el nombre de Enrique III entre 1572 y 1610, y rey de Francia como Enrique IV entre 1589 y 1610, primero de la casa de Borbón en este país, conocido como Enrique el Grande (Henri le Grand) o el Buen Rey (Le bon roi Henri) y copríncipe de Andorra (1572-1610) |
Chateau de Foix. El castillo de Foix está situado en la ciudad francesa de Foix, localidad a la que domina desde una altura de unos 60 metros en la cima de una peña calcárea. Es un importante centro de atracción turística del departamento del Ariège; la fortaleza también es conocida por ser uno de los principales lugares asociados al catarismo y sede del condado de Foix.
La roca calcárea sobre la que se asienta el castillo está trufada por diversas grutas, que ya fueron habitadas por el hombre en los tiempos prehistóricos, y que han sido objeto de diversas campañas de investigación, tanto de tipo espeleológico como arqueológico. En época celta prerromana, el lugar siguió ocupado, hecho que atestigua la siguiente cita de Julio César, en el año 58 a. C.: El legado Craso combatió contra los sitiates, que se resguardaban en un oppidum fortificado. Sobre la misma roca estuvo antaño emplazado un santuario pagano, consagrado al dios Abelio, dios del sol celta, que fue reemplazado por una construcción fortificada (castrum) de los siglos VII y VIII (aunque con el antecedente de una pequeña fortificación romana). En el año 507 se cita la existencia de una fortificación en la ciudad de Foxum (la actual Foix). En el siglo IX se construye a los pies de lo que actualmente es el castillo una abadía de estilo carolingio, posiblemente fortificada, que en el siglo X fue consagrada a san Volusiano, santo por el que los condes de Foix sintieron gran devoción a lo largo del tiempo. Dicha abadía resultó destruida durante las Guerras de religión de Francia. Igualmente se conoce que Carlomagno, posiblemente dentro de una política de reforzamiento de las defensas pirenaicas ante los musulmanes que habían ocupado la península ibérica, reforzó y modernizó el conjunto defensivo. Según la documentación conservada, la existencia del castillo como tal se atestigua ya el año 987. El año 1012, figura en el testamento otorgado por Roger II de Cominges, el Viejo, conde de Carcasona, conde de Couserans y conde de Razés, que legó la fortaleza a su hijo menor Bernardo I Roger, el cual heredaba el condado de Couserans y parte del condado de Razés. Se conocen pocos datos sobre este primitivo castillo. En efecto, la familia señorial propietaria de la zona se había instalado en este lugar que permitía el control de las vías de acceso a la cuenca alta del valle del Ariège, al vigilar desde este punto estratégico el país llano a la vez que se protegía tras una murallas inconquistables. De hecho, el castillo está construido en el punto de confluencia de los ríos Arget y Ariège. En 1034, el castillo se convierte en sede del condado de Foix, jugando un importante papel en la historia militar medieval. Durante los dos siglos siguientes, el castillo protege no sólo a los condes sino también a las personalidades inspiradoras de la resistencia occitana durante la Cruzada contra los cátaros, y el condado se convierte en refugio privilegiado de los cátaros perseguidos. En el año 1116, Ramón Berenguer III, el Grande, conde de Barcelona, intervino militarmente en la ciudad y su castillo para poner fin a una revuelta. El castillo, que sufre varios asedios en su historia, entre ellos los de Simón IV de Montfort (en 1211 y 1212), siempre resistió los asaltos bélicos, y únicamente fue conquistado en una ocasión, en 1486, debido a una traición acontecida con ocasión de combates entre dos ramas de la familia condal de Foix. Proeza de la época, los condes lograron preservar su territorio de la anexión a otros estados e incluso experimentaron un ascenso político. No obstante, hay que indicar que, en junio del año 1272, Roger Bernardo III de Foix, conde de Foix y vizconde de Castellbó se rindió al rey de Francia, tras que este sitiase el castillo, siendo encerrado en una mazmorra hasta que aceptó rendir homenaje al rey de Francia. En 1290, Roger Bernardo III de Foix se convirtió en vizconde de Béarn, al contraer matrimonio con la heredera del vizcondado de Béarn, Margarita (véase la relación de titulares del vizcondado). Desde el siglo XIV, los condes de Foix, entre ellos Gastón III Febus (1343-1391) fueron abandonando progresivamente el castillo, debido a su falta de confortabilidad, en provecho del Palacio de los gobernadores (el actual tribunal) de la ciudad de Pau, la capital del vizcondado de Bearn. A partir de 1479, el conde de Foix asumió la corona del reino de Navarra y el último de ellos, Enrique IV, rey de Francia en 1607, anexionó a Francia en 1620 sus territorios de la Baja Navarra, que España no había conseguido controlar tras la Conquista de Navarra. Sede del gobernador del País de Foix desde el siglo XV, el castillo siguió contribuyendo a la defensa del país, especialmente durante las guerras de religión. Se convirtió en el último de los castillos de la región tras la orden de Richelieu de que todos ellos fuesen arrasados (1632-1638). Hasta la Revolución francesa, la fortaleza mantuvo acantonada una guarnición. Su vida estuvo constelada de recepciones grandiosas cuando tenían lugar las llegadas de los nuevos gobernadores, entre los que se contaba al conde de Tréville, capitán de los mosqueteros de Luis XIII de Francia, y el mariscal de Ségur, ministro de Luis XVI de Francia. A mediados del siglo XIX, el castillo de Foix fue declarado Monumento histórico por el Gobierno francés. En ese mismo siglo, el castillo fue objeto de una intensa restauración, que pretendía recuperar su estilo medieval. Desde 1930, el castillo acoge las colecciones del Museo Departamental del Ariège. Prehistoria, arqueología galorromana y medieval, etc., atestiguan la historia del Ariège desde los tiempos más remotos. El Museo reorganiza sus colecciones sobre la historia del yacimiento del castillo intentando lograr conocer la vida en Foix en tiempos de los condes. Es igualmente interesante el espectáculo Érase una vez... Foix que cada verano organiza el Museo, durante el cual queda iluminado todo el castillo. Arquitectura Ambas torres cuadradas, la cubierta y la descubierta, son de las partes más antiguas del castillo, remontando su antigüedad a los siglos XIII a XIV (aunque actuando sobre elementos existentes con anterioridad), mientras que la redonda, la más moderna, data del siglo XVI. Las tres torres están rematadas por almenas, y tiene una altura de entre 25 y 30 metros. La torre cuadrada descubierta se conoce también como Tour d'Arget, puesto que su función es la vigilancia del valle del río Arget. Sirvió como prisión para presos políticos y civiles durante cuatro siglos, hasta 1862. La torre central del castillo contiene tres salas provistas de bóvedas de crucería.Los lienzos de unión entre las torres (es decir, la segunda muralla), igualmente almenados, y las barbacanas fueron construidos en el siglo XIII. |
Catalina de Navarra. |
Biografía Catalina de Navarra. ?, 1468 – Mont-de-Marsan (Francia), 12.II.1517. Reina de Navarra y señora de Foix y Bearn. Catalina y su esposo Juan de Labrit o Albret fueron los últimos reyes de Navarra y bajo su reinado (1483- 1512) se produce la incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla. Hija de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, príncipes de Viana, y nieta de Leonor, reina de Navarra, y de Gastón de Foix. Catalina pertenece a la dinastía de Foix, casa francesa extraña al reino de Navarra, cuyo origen se remonta al siglo xi y cuyos dominios se extendían por los condados de Bigorre y Foix, y vizcondados de Bearn, Marsan, Gavardan y Nébouzan, Couserans y una parte de Comminges, Tursan, Andorra y vizcondado de Castelbon. Por todos estos territorios, salvo por el de Bearn, los Foix estaban sometidos a la soberanía del rey de Francia quien ejercía una enorme influencia y presión sobre los reyes de Navarra como medio de mantener abierta esta puerta a España. A la muerte de Juan II, los reinos de Castilla y Aragón se unieron con el matrimonio de los Reyes Católicos y Navarra pasó a depender de la dinastía de Foix. El reino vino a recaer en Francisco Febo, hermano de Catalina, cuando contaba con tan sólo once años de edad. Francisco Febo fue coronado en la catedral de Pamplona el 9 de diciembre de 1481 y la regencia fue ejercida por su madre Magdalena de Francia, hermana de Luis XI, que entonces contaba treinta y seis años. Su principal consejero era su cuñado, Pedro de Foix, que había hecho la carrera eclesiástica al amparo de Luis XI, pero que estaba dispuesto a pasarse al servicio del rey Fernando si así convenía a sus intereses. Navarra se encontraba en este momento sumida en los enfrentamientos de las principales familias del reino, agramonteses y beaumonteses, manejados éstos por Fernando el Católico, y apoyando aquéllos al rey navarro. Pero la estancia y el reinado de Francisco Febo en Navarra fue muy breve, ya que regresó rápidamente a sus estados de Bearn a comienzos de 1482, donde prestó juramento cumplidos los quince años, y muy poco después, el 30 de enero de 1483 fallecía en el castillo de Pau. Aquí, en el señorío de los Foix es donde Catalina pasó sus primeros años de niña junto a su hermano el rey de Navarra, y la regente, su madre Magdalena. Sin embargo, la infancia de Catalina se truncó muy pronto, ya que sucedió a su hermano en el trono de Navarra y en los señoríos de Foix y Bearn con tan sólo trece años de edad. Coincidió el inició de la soberanía de la reina Catalina en Navarra con una nueva etapa de agitaciones que dio paso a que los reyes de Francia y de Castilla se entrometieran de nuevo en los estados de la Casa de Foix. La perspectiva de una larga minoría iba a poner en guardia a los dos monarcas vecinos, cada uno recelando del otro, y ambos prestos, al parecer, a una intervención armada si era preciso. Su reinado en Navarra se desarrolló entre los años 1483 a 1512 atravesando distintas etapas: la primera de ellas la que abarca desde su acceso al trono en el año 1483 en la que se ocupa de la regencia su madre Magdalena y en la que se entablan las negociaciones para la elección de esposo; la segunda etapa en la que Catalina contrae matrimonio con Juan III de Albret —o de Labrit, como le llaman los documentos navarros— en el año 1486 y reinan desde sus señoríos franceses encargándose del gobierno del reino su suegro Alain de Albret, hasta la llegada a sus dominios navarros y su coronación en Pamplona en el año 1494; y una tercera, y última etapa de reinado efectivo de Catalina y su consorte Juan de Albret, en la que desde el año 1494 y hasta el año 1512, se producen los acontecimientos más importantes de este problemático reinado entre los que cabe destacar una profunda transformación de la Administración del reino, la expulsión de los judíos en el año 1498, y muy especialmente el suceso más relevante del reinado consistente en la incorporación del reino de Navarra al reino de Castilla en el año 1512 y el consiguiente traslado de los últimos reyes de Navarra a sus dominios franceses desde donde su sucesor e hijo Enrique de Albret pretendió recobrar el trono de sus padres. El reinado de Catalina en Navarra y su dominio en el señorío de los Foix comenzó con la intervención de Magdalena, quien se apresuró a que su hija fuese reconocida en 1483 como heredera en estos territorios, primero por los estados de Bearn, que no se habían disuelto desde que prestaron juramento a Francisco Febo, y que lo renovaron en los mismos términos para su hermana; luego por los de Bigorra y Foix. En Navarra fue proclamada por las Cortes de 10 de febrero de este mismo año reconociéndola como su reina legítima y aceptando los poderes del cardenal de Foix como lugarteniente del reino. Su acceso al trono no estuvo exento de conflictos, al igual que su posterior matrimonio con Juan de Albret. Como señala José María Lacarra, nadie dudaba, ni en Castilla ni en Navarra, de los derechos que asistían a Catalina, pues había una larga tradición de gobierno por mujeres, y de la transmisión de derechos sucesorios por línea femenina. Sin embargo, aunque Fernando apoyó a Catalina, al igual que Luis XI de Francia, en la Corte castellana hubo gran alarma, pues se temía que el rey de Francia aprovechara la oportunidad para exigir a su hermana, la princesa de Viana, la entrega de alguna fortaleza, o tal vez de todo el reino. El asunto de Navarra era de tal gravedad, que requería la utilización de todos los resortes: de una parte se iniciaron las gestiones matrimoniales con Catalina, que se había convertido en una de las novias más ricas de Europa; de otra se aproximaron tropas a la frontera en previsión de acontecimientos, y sin duda para llamar la atención de la Regente. En cuanto a las negociaciones matrimoniales, tanto los grupos sociales navarros de agramonteses y beaumonteses, como los monarcas de Francia y Castilla intentaron intervenir en la elección de esposo para la joven reina. Así, los Reyes Católicos propusieron la candidatura de su hijo primogénito Juan y lograron el apoyo de los gobernadores del reino de Navarra y de las Cortes agramontesas y beaumontesas que exigieron la presencia de la Reina en las tierras navarras. El matrimonio de Catalina con el infante Juan era bien visto en Navarra, pues suponía la unión de ambos reinos y el final de la intervención castellana en las luchas civiles de los navarros que comenzaron negociaciones con Fernando el Católico. Pero si todos los navarros se mostraron unánimes en apoyar el matrimonio castellano, no era el mismo ambiente que dominaba en la Corte de Pau. Catalina y su madre temían enemistarse con Luis XI, quien autorizaba varios matrimonios para Catalina: Carlos, conde de Angulema (padre de Francisco I); el príncipe de Tarento, hijo de María de Foix, y primo de Catalina, como primogénita que era su madre de Gastón IV y Leonor; y Juan, vizconde de Tartas, e hijo de Alain, señor de Albret. La guerra por el candidato para casar a Catalina estaba en su apogeo y en estas circunstancias es cuando fallecía el 30 de agosto de 1483 Luis XI y la Regente y sus consejeros se apresuraron a acelerar el matrimonio de Catalina con Juan de Albret, cumpliendo sin duda indicaciones de Luis XI. El nuevo rey de Francia, Carlos VIII, propuso y ordenó a los estados de Bearne, Bigorra, Marsan, Gabardan y Foix como esposo de Catalina a Juan de Albret oponiéndose al candidato castellano y amenazando a Catalina de despojarle de sus tierras. Frente a esta presión, Magdalena tuvo que ceder y el 16 de febrero convocó en Pau a los tres estados de la Casa de Foix (Bearne, Bigorra, Foix, Gabardan, Marsan y Nébouzan), y el clero y la mayor parte de la nobleza se inclinó por Juan de Albret. Pero Magdalena no había dirigido consulta alguna a las Cortes de Navarra, que ya se habían adelantado a propugnar la candidatura castellana y se sintieron decepcionadas por la elección de un monarca francés para el gobierno de Navarra. Sin embargo, el matrimonio de Catalina y Juan estaba ya decidido y para Navarra se anunciaba una larga minoría.
Juan de Albret sólo tenía siete años, y Catalina le doblaba en edad. La unión de los Estados de Albret a los de Foix no sólo reforzaría el poder de sus reyes, sino que serviría para aumentar las diferencias ya existentes dentro de sus dominios, en cuyo conjunto la participación de Navarra quedaba reducida. Los contratos matrimoniales fueron formalizados el 14 de junio, y poco después el matrimonio era solemnizado en la catedral de Lescar. Carlos VIII comunicó a los estados de Navarra, Bigorra, Foix y Bearn su aprobación al matrimonio ya realizado. Fernando el Católico daba amplios poderes al conde de Cardona para negociar con el señor de Albret. Así pues, Catalina contrajo matrimonio en 1484 con el candidato Juan III de Albret, hijo de Alain de Albret. Fueron sus hijos: Juan, Andrés Febo, Martín Febo, Bonaventura, que murieron niños, y Enrique, nacido en Sangüesa el 26 de abril de 1503 y que tomó el nombre de rey de Navarra y casó con Margarita, hermana de Francisco I de Francia. Otros hijos fueron: Carlos, muerto en el sitio de Nápoles en el año 1528; Ana, casada con el conde de Cándala; Isabel, casada con Renato, vizconde de Rouen; Catalina, casada con el duque de Brunswick; Quiteria y Magdalena que fueron monjas. Juan III tuvo un hijo natural, llamado Pedro de Labrit, que fue obispo de Comminges (Francia). La unión del reino de Navarra con los estados de la Casa de Foix, y desde ahora con los de la Casa de Albret (Gascuña, Périgord y Limousin), más que de refuerzo sirvió para aumentar sus peligros. Se trataba de estados con instituciones muy diversas, celosos de sus usos y costumbres, que tendían a restringir la autoridad de sus príncipes. Los Reyes residían habitualmente en Bearn, donde se hallaban más en su ambiente, y se sentían soberanos frente al rey de Francia, pero la autoridad de los reyes de Navarra estaba mediatizada por la de sus poderosos vecinos, los reyes de Francia y Castilla a quienes quedaron sometidos tras un largo camino de intrigas y violencias que partían de ambas monarquías. Además, en Navarra las luchas internas comprometieron la paz general durante años y la encarnizada guerra de sucesión de las Casas de Foix y de Bretaña comprometió de tal manera a los intereses de los reyes de Navarra que éstos acabaron dominados por el rey de Francia. En el año 1491 Juan de Albret alcanzó la mayoría de edad, prestó juramento ante los Estados de Bearn y se consumó su matrimonio con Catalina, pero los Soberanos —pese a las insistentes peticiones de las Cortes para que conocieran a sus naturales y juraran los fueros— continuaron residiendo fuera del reino, hasta que una tregua de los beaumonteses, conseguida por mediación de Fernando el Católico, les permitió entrar en Pamplona y ser coronados en Pamplona enel año 1494. En efecto, el 15 de octubre de 1491, el estado de Bearn, juntamente con los representantes de Foix, Bigorra y Nébouzan, juró fidelidad a Catalina y Juan de Albret. Uno de los propósitos de su reinado fue la reforma y modernización de la administración para reforzar el poder monárquico, en sintonía con la actuación de los soberanos vecinos. Para ello comenzaron por elevar a los puestos de mayor responsabilidad a personas de su confianza tratando de poner fin al reparto entre los bandos y al monopolio que ejercían algunas familias. Introdujeron cambios en el Consejo Real (1494 y 1503), configurado como tribunal supremo, y en la Cort y Cámara de Comptos. Intentaron la reforma del real patrimonio (1494 y 1501) y de las formas de contribuir en las ayudas graciosas (1479-1511), para dotar a la Monarquía de recursos más estables, así como la reforma y unificación de fueros (1511) y la modificación del carácter de Hermandad. Sin embargo, la administración del reino adolecía de serias dificultades, ya que precisamente cuando a finales del siglo xv todas las monarquías fortificaban su autoridad frenando la actuación de los cuerpos deliberantes y aumentando la de los cuerpos consultivos, cada vez más especializados, acreciendo sus recursos financieros y el volumen de sus ejércitos permanentes, los monarcas navarros veían limitada su autoridad por el poder que iban adquiriendo las Cortes, sus recursos económicos eran muy reducidos e inseguros, y el ejército permanente de un valor puramente simbólico. El reparto de oficios se hacía más teniendo en cuenta la parcialidad del agraciado, en la que se fiaba la lealtad, que en la competencia y eficacia en la función. Por ello los proyectos de reforma administrativa no llegaron a formalizarse, aunque si bien es cierto que ello se debió en buena medida, a la oposición de la nobleza y de algunas buenas villas, particularmente del bando beaumontés, manifestada en las Cortes. La Liga de Cambray negociada en 1508 proporcionó a los navarros un año de relativa tranquilidad, rota por una nueva ofensiva del rey francés que, a través del Parlamento de Toulouse, decretó la confiscación de los bienes de la Casa de Foix. Por ello los Estados de Bearn —y las Cortes navarras en su apoyo— pusieron al país en pie de guerra, pero no se llegó al enfrentamiento armado, ya que los asuntos de Italia distrajeron la atención francesa hacia ese escenario. En los años siguientes y en este escenario internacional, los reyes de Navarra lograron salvar su independencia merced al antagonismo entre los reyes de Francia y de España. Pero esta independencia se truncó en el breve plazo de dos meses, de junio a julio de 1512. Fernando el Católico, que había celebrado un tratado de alianza con Catalina, aprovechó la primera coyuntura que se presentó para romperlo, y durante las diferentes guerras de partido que asolaron el territorio navarro guardó una actitud reservada, pero en 1510 sus propósitos ya no fueron un secreto para nadie y menos para los reyes de Navarra, que por tal motivo estrecharon cada vez más su amistad con Francia, a la sazón enemistada con el papa Julio II. En la Santa Liga que se había acordado el 4 de octubre de 1511 entre el Papa, el rey Católico, el dux de Venecia y Enrique VIII de Inglaterra, para arrojar a los franceses de Italia, los reyes navarros se esforzaron por mantenerse al margen, pero tampoco tomaron partido contra la Santa Liga a petición de Luis XII y el emperador Maximiliano, por lo que el rey francés arremetió con abierta hostilidad contra la Casa de Albret. En marzo de 1512 Fernando el Católico declaró la guerra a Francia y se apresuró a negociar con los reyes de Navarra, pero los reyes dilataron las negociaciones y Fernando volvió a sus habituales tácticas de intimidación. El 11 de abril murió en la batalla de Rávena Gastón de Foix y desde este momento Francia ya no tuvo ningún interés en defender los derechos de Gastón a la herencia de Foix que pasaron a su hermana Germana, esposa de Fernando el Católico. Ante esta nueva situación los reyes de Navarra negociaron simultáneamente con los dos con la esperanza de firmar con ambos países tratados simplemente defensivos que asegurasen su neutralidad. Fernando endureció su actitud contra Navarra insistiendo en el peligro de una alianza entre Francia y Navarra y presentándose como defensor de la Santa Sede. A este fin se había dirigido al Papa para que le enviara dos bulas: una de indulgencia plenaria para quienes tomaran parte en la guerra; otra para publicar en Bearn y en Navarra excomulgando a quienes ayudaran al rey de Francia. Fernando de momento no dio publicidad a las bulas pontificales, antes al contrario, procuró atraerse a los navarros y trató de convencerles de que su alianza les convenía más que la de los franceses, los que, por su parte, no descuidaban tampoco el cultivo de una amistad que tan útil les podía ser. El acercamiento entre Francia y Navarra parecía ahora la única salida posible para ambos reinos y quedó sellado por el tratado de Blois de 18 de julio de 1512, estipulándose, además, el matrimonio de su hijo Enrique, príncipe de Viana, con la hija menor de Luis XII de Francia. Enterado Fernando de semejante proyecto, reclamó la confirmación de la paz entre ambos estados y la entrega de algunas plazas fuertes navarras como garantía de que Juan de Albret y Catalina no permitirían el tránsito de tropas francesas contra el aragonés mientras durase el conflicto franco-castellano. Los monarcas navarros confirmaron los tratados de paz, pero se negaron a entregar las plazas solicitadas; Fernando el Católico dio publicidad a la bula pontificia y poco después ordenó al duque de Alba que entrase en Navarra. Pocos días después capitularon las principales ciudades y villas del reino. El día 31 de julio Fernando dio un “Manifiesto” en el que explicaba la ocupación de Navarra como medida necesaria para la empresa de Guyena, cumpliendo los acuerdos de la Santísima Liga. A finales de agosto decidió tomar el título de rey de Navarra por derecho de conquista. Los reyes de Navarra, Juan y Catalina, impotentes para defenderse, abandonaron Pamplona y se refugiaron en Lumbier para pasar después a Francia, a sus señoríos de Bearn primero, Marsán más tarde. Sus repetidos esfuerzos para recuperar el trono perdido fueron inútiles. El primero en octubre de 1512, por el rey don Juan en persona, o con tropas integradas por navarros y franceses, pero entre las que iban también alemanes y albaneses tomados a sueldo. En marzo de 1516 nueva tentativa de recuperación, acaudillada por el mariscal Pedro de Navarra, que fue vencido y hecho prisionero. Mientras tanto las fuerzas de Fernando el Católico se apoderaban de la capital del reino y de toda la Navarra española, que desde entonces pasó a aumentar sus dominios. El virrey castellano Diego Fernández de Córdova reunió las Cortes de Pamplona el 23 de marzo de 1513, donde juró los fueros en nombre de Fernando el Católico, que fue aclamado rey de Navarra. Poco más tarde, en julio de 1515, se hizo la incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla en Cortes reunidas en Burgos El 17 de junio murió Juan de Albret y el 12 de febrero de 1517 Catalina, que fue enterrada en la catedral de Lescar; el sucesor, su hijo Enrique de Albret, pretendió recobrar en alguna ocasión el trono de sus padres. Bibl.: m. sáez pomés, “Enrique de Labrit, último Príncipe de Viana”, en Revista Príncipe de Viana, 6, n.º 21 (1945), págs. 565-592; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, t. I, Madrid, Revista de Occidente, 1968, págs. 781- 782; J. M. Lacarra, Historia Política del Reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, vol. III, Pamplona, Aranzadi, 1973; J. Gallego Gallego, “Catalina”, en VV. AA., Gran Enciclopedia de Navarra, t. III, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, págs. 209-211; J. del Burgo, Historia General de Navarra. Desde los orígenes hasta nuestros días, t. II, Madrid, Rialp, 1992; Á. Adot Lerga, Juan de Albret y Catalina de Foix o La defensa del Estado navarro (1483-1517), Iruñea, Pamiela, 2005. |
Juan III de Albret Biografía Juan III de Albret. Vizconde de Tartas y señor de Albret. Labrit (Francia), m. s. XV – Pau (Francia), 17.VI.1516. Último rey de Navarra. Hijo primogénito del condestable de Francia e inseparable colaborador de Luis XI, Alain o Alano de Albret, y de Francisca de Blois, hija de Guillermo de Bretaña. El señorío de Albret tiene su origen en la Gascuña medieval francesa que hoy se localiza en el actual departamento de Las Landas, con centro en la localidad de Labrit. Sus titulares eran los Albret, que llegaron a ocupar el trono de Navarra con Juan III. Los primeros señores aparecen documentados en la Edad Media como Bernardel Amaneu de Albret, Amaneo de Labrit (1215) y su nieto Amaneo VIII (1312-1315), quien en el año 1319 prestó vasallaje al rey de Navarra, que luego renovaron sus sucesores por los dominios señoriales de las “tierras de Ultrapuertos” (la tierra de Mixa y sus dependencias), que han de conformar la merindad de su nombre en Navarra. Tartas, localidad del actual departamento francés de los Pirineos Atlánticos, es históricamente el centro del vizcondado de su nombre, vinculado siempre a la Monarquía francesa a través del ducado de Aquitania. El primer vizconde de Tartas fue Arnaldo Amaneu, señor de Albret, hijo de Bernardel Amaneu de Albret y casado con Margarita de Borbón. La fusión del señorío de Albret y del vizcondado de Tartas con el reino de Navarra se produjo en junio de 1484 con el matrimonio de Juan de Albret y Catalina de Foix, reina de Navarra, que tuvo lugar en la catedral de Lescar, en las proximidades de la ciudad de Pau, sede del vizcondado de Bearne, en el sur de Francia. La elección de Juan como esposo de Catalina y posterior rey de Navarra tuvo lugar en el contexto de una problemática situación en la que los monarcas españoles y franceses pugnaban por sus respectivos pretendientes para la consecución de sus intereses políticos. Con este matrimonio se unieron los estados de Albret, Foix y Navarra, dando lugar a una compleja estructura política en la que el reino navarro, a pesar de su pequeña extensión —doce mil kilómetros cuadrados y cien mil habitantes—, y de encontrarse en una difícil situación económica y política, constituía un importante núcleo político en el gran conjunto de las herencias respectivas de los monarcas. Según observa Boissonnade, Juan de Albret, con motivo de su matrimonio con Catalina de Foix, heredó todos los territorios y señoríos de la casa de Albret: Las Landas, Gaure, el Bordelesado, Perigord, el Limousin y otros señoríos menores, tierras muy superiores a los estados de los Foix y que explica el interés de los reyes de Francia por intervenir en su dominio, al menos de manera feudal. Alano de Albret asignó, asimismo, a su hijo una renta de 5.000 libras sobre otros territorios suyos. Por su parte, los dominios de Catalina se extendían por los condados de Foix y Bigorre, y vizcondados de Bearn, Marsan, Gavardan y Nébouzan, Couserans y una parte de Comminges, Tursan, Andorra y vizcondado de Castelbon. Los reyes Juan y Catalina se enfrentaron a esta nueva creación política sumida en una compleja situación que condicionaba el gobierno de los monarcas. Juan de Albret tan sólo tenía siete años y Catalina le doblaba en edad. Pero las principales dificultades no vinieron del reino navarro, donde se les instó con gusto y aprobación para su coronación, sino de sus propiedades ultrapirenaicas, donde la feudalidad debida al rey de Francia subyacía tras las decisiones políticas de los reyes. A ello se sumaban los pretendidos derechos sucesorios de Juan de Narbona, tío de Catalina, a los estados franceses e incluso a la Corona navarra. El comienzo del reinado se inició con la regencia de la princesa Magdalena, madre de la Reina, y el gobierno de la familia Albret en las principales instituciones navarras. El padre de Juan, Alain de Albret, desempeñó funciones de virrey y su hermano Amaneo fue designado para la administración de la diócesis de Pamplona. Juan y Catalina permanecieron mientras tanto en el Palacio Real de Pau sin ocupar el trono navarro por temor a la usurpación de su tío, apoyado por el rey de Francia, pero en ocasiones acudían al reino de Navarra como con motivo de las Cortes celebradas en San Juan de Pie del Puerto el 24 de septiembre de 1486, para corroborar el nombramiento de virrey de Alain de Albret. É ste, calificado por la historiografía como hombre estrafalario, vanidoso y codicioso, fue incapaz de llevar a buen término la empresa de dirigir los destinos de tan heterogéneos territorios y permaneció siempre vinculado a las alianzas de los señores feudales franceses, aventura en la que comprometió a la princesa Magdalena y que supuso que Navarra se convirtiera en un estado subordinado a los intereses franceses de una nueva dinastía extranjera, situación que contribuyó a debilitar y desacreditar a la vieja Monarquía. Juan y Catalina llegaron a Navarra para ser coronados en el año 1494, diez años después de acceder al trono, y se encontraron con un reino fragmentado por las largas luchas civiles, y carente de recursos económicos y militares permanentes. Pero este empobrecido territorio les proporcionaba mayor rango que los numerosos títulos nobiliarios franceses que poseían. La Corte oficial de los últimos reyes privativos de Navarra se encontraba en la ciudad de Pau, y desde su coronación en Pamplona la sede real solían instalarla en el palacio de la villa de Sangüesa. Allí vivieron la pérdida de su primogénito, Andrés Febo, que falleció el 17 de abril de 1503 con dos años de edad, y el nacimiento muy poco después, el día 25, en la casa de los Sebastián, de la Rúa Mayor, de Enrique, que sucederá a Juan de Albret y llevará el título de príncipe de Viana hasta la muerte de la reina Catalina en 1517. En Sangüesa los Reyes tomaron bajo su protección y convirtieron en real basílica el santuario de San Babil construido por el regimiento de la villa como recordatorio de la muerte y nacimiento de sus hijos Andrés y Enrique y celebraron, además, dos reuniones de Cortes en 1503 y 1507. Instalados en Navarra, el esfuerzo de los Monarcas se centró en el restablecimiento del ejercicio de la autoridad real en todo el reino, pero la debilidad económica y la crisis del poder real, frenado por el poder de las Cortes navarras, no permitieron terminar con la endémica guerra civil, que desembocó en el derrocamiento de la dinastía Foix-Albret y en el fin de la independencia del reino. En el año 1512 Juan de Albret luchó de forma incansable desde sus estados ultrapirenaicos por recuperar el reino de Navarra, empeño en el que fracasó de forma estrepitosa debido a sus alianzas francesas y agramontesas y al rechazo de los pamploneses. Tras la irreversible incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla, los últimos reyes de Navarra, regresaron a su residencia de Pau, que desde entonces se convirtió en sede de los reyes de Navarra, ya que así continuaron titulándose en virtud de los territorios de la Baja Navarra. Desde esta sede bearnesa, Juan y Catalina vieron poco después cómo Fernando el Católico castellanizaba las tierras de Ultrapuertos, cuando en el año 1514 organizó la administración del estado de la Baja Navarra y los bajonavarros se sometieron a Fernando en las Cortes de Huarte del 31 de octubre, jurándole fidelidad como rey de Aragón y de Navarra. Tras la muerte, el 23 de enero de 1516, de Fernando el Católico, Juan de Albret y Catalina solicitaron al Vaticano la anulación de la bula de excomunión que pesaba sobre ellos y que había servido a Fernando para anexionar Navarra a Castilla, pero este nuevo intento de restauración de la Monarquía navarra también fracasó. El 17 de junio de 1516 falleció en Pau Juan de Albret, tras treinta y dos años de reinado junto a su esposa Catalina. A pesar de que en su testamento disponía que su cuerpo fuera enterrado en la catedral de Pamplona, principal panteón regio desde el siglo xii, la Familia Real tuvo que usar el panteón de sus antepasados los vizcondes de Bearne, edificado en la catedral románica de Lescar de la ciudad de Pau. La historiografía dedicada a la dinastía Foix-Albret define el perfil humanístico y político de Juan de Albret. Por una parte, se destaca en él su faceta cultural y literaria a través de la creación de sus bibliotecas en Olite y en Orthez; su carácter afable, cortés y benigno con todos sus súbditos; su espíritu caritativo y su religiosidad, a pesar de que él y su familia fueron acusados por Castilla de heterodoxos. Sin embargo, no se elogia en él su actuación como Rey, pues, siguiendo a Alesón, la afabilidad del Monarca le hacía menospreciado de muchos y amado de pocos, por más que procuraba ganarse el respeto de todos con la representación de su majestad. Boissonnade subraya la falta en el Rey de la energía de carácter, la firmeza de ideas, la actividad política y la penetración de espíritu que, por encima de cualquier otra condición se necesita en un jefe de estado. En el mismo sentido, José María Lacarra afirma que, aunque Catalina se manifestaba con más energía y más talento, ninguno de los dos dio especiales muestras de energía ni de talante organizado, inspirando más afecto que respeto. Además, mostraban más interés por los estados de Bearne, donde se sentían más en su ambiente, nombrando con frecuencia servidores de confianza extranjeros, con protesta de las Cortes navarras. Bibl.: L. Cadier, Les états de Béarn depuis leur origines jusqu’au commencement du XVI siècle, Paris, Imprimerie Nationale, Picard, 1888; J. de Moret, Anales del Reino de Navarra, t. VII, Tolosa, Est. Tipográfico de E. López, 1891; A. Campión, “La excomunión de los últimos reyes legítimos de Navarra”, en Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, XII (1921), págs. 116-120, 181-184 y 249-255; R. Anthony y H. Courteault, Les testaments des derniers rois de Navarra, Toulouse-Paris, Edouard Privat, 1940; M. Sáez Pomés, “Enrique de Labrit, último Príncipe de Viana”, en Revista Príncipe de Viana, 6, n.º 21 (1945), págs. 565-592; P. Boissonnade, La conquista de Nabarra en el panorama Europeo, t. I, Buenos Aires, Editorial Vasca Ekin, 1956; La conquista de Nabarra, t. II, Buenos Aires, 1957; J. Laprade, Le Chateau de Pau, Pau, Marrimpouey, 1967; J. M. Lacarra, Historia Política del Reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, vol. III, Pamplona, Aranzadi, 1973; C. Samoyault-Verlet, La chateau de Pau, Paris, 1979-1980; P. T ucoo-Chala, Histoire de Béarn, Pau, 1980; La principauté de Béarn, Pau, Société Nouvelle d’Éditions Régionales et de Diffusion, 1980; J. Perot, Musée National du Chateu de Pau, Paris, Réunion des Musées Nationaux, 1984; L. J. Fortún (dir.), Sedes Reales de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991; J. del Burgo, Historia General de Navarra. Desde los orígenes hasta nuestros días, t. II, Madrid, Rialp, 1992; C. Juanto Jiménez, La Merindad de Sangüesa. Estudio histórico y jurídico, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1996; Á. Adot Lerga, Juan de Albret y Catalina de Foix o la defensa del Estado navarro (1483- 1517), Iruñea, Pamiela, 2005. |
LA BIBLIOTECA PERDIDA DE LOS REYES DE NAVARRA. Muchas veces me he imaginado como hubiera podido ser la biblioteca de los Reyes de Navarra, si se hubiese podido mantener integra y a salvo en un lugar único. Y más veces todavía me he imaginado paseando por ella y abriendo tomos al azar. Así que si os place, os invito a una visita guiada ahora mismo. Dejando de lado casi todos los libros de temática religiosa, que por la documentación conocemos que fueron de uso frecuente y estuvieron muchos de ellos también maravillosamente iluminados, aquellos que voy a citar son únicamente los que tenemos la seguridad que poseyeron los monarcas y sus familiares hasta la mitad del siglo XV, justo hasta que la guerra civil entre Juan II y su hijo Carlos de Viana provocó la decadencia del patrimonio regio Para ello voy a apoyarme en la obra del gran archivero don José Goñi Gaztambide titulada: "Libros, bibliotecas y escritores medievales", que recogió casi todas las menciones de libros que aparecen en los registros de comptos. Desafortunadamente dichas menciones no eran demasiado exhaustivas (al escribano no le importaban normalmente cómo se titulaban los libros de los que hablaba), pero a veces sí que daba el título o exponía el tema del volumen, y eso es lo que me permitirá ahora, como os digo, reconstruir la biblioteca que pudieron haber llegado a acumular los reyes de Navarra. Nos situaremos pues hacia 1440 en la corte del príncipe de Viana, el último de los soberanos navarros que vivió en la paz del palacio de Olite, la misma paz que permite dedicarse al cultivo de la lectura y la escritura. Era el heredero no sólo del reino de Navarra, sino también de todas las posesiones que sus antepasados le hubiesen legado, entre ellas los libros, entendidos en aquel entonces como otro tesoro más que añadir a las joyas, muebles u obras de arte que les rodeaban. Y realmente obras de arte de lo más suntuosas eran todos aquellos volúmenes. Como os digo, pasaré por alto las perdidas anteriores que evidentemente se dieron en el patrimonio bibliográfico de Navarra antes de esa fecha de 1440, e imaginaré que los reyes de las distintas dinastías que se sucedieron en el trono -especialmente a partir del siglo XII, época dorada, nunca mejor dicho, de la miniatura medieval- se preocuparon por mantener unida tan espectacular biblioteca. Así, el primer ejemplar destacado sería el conocido como Beato de Pamplona, un comentario del Apocalipsis de mediados del siglo XII, que probablemente perteneció a Sancho VI el Sabio, y que se guardó en la catedral de Pamplona hasta mediados del siglo XIX. Está encuadernado con un documento perteneciente a Carlos III el Noble, por eso podemos pensar que también le perteneció a él. Ahora se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia. Vendrían luego las dos Biblias encargadas por Sancho el Fuerte hacia 1198 a su canciller Ferrando Periz de Funes. Son tan impresionantes que su mayor estudioso -F. Bucher- dijo que sin duda representan el ciclo bíblico más valioso de toda la Edad Media. Ahora se conservan una en la Biblioteca Pública de Amiens, y otra en la del castillo alemán de Harburg. En 1234 sucedieron a la dinastía pirenáica originaria de los Sanchos y los Garcías unos nuevos soberanos procedentes del condado de Champaña. El primero de ellos fue Teobaldo el Trovador. Con ese nombre, es evidente que le gustaron mucho los libros, y pasando por alto los que suponemos que traería a Navarra desde su tierra natal, sí que podemos imaginar que el manuscrito original de sus canciones pudo llegar a guardarse, quizás, en Tiebas. En la actualidad no se conserva, y sólo se guardan en varias bibliotecas de todo el mundo copias preciosamente iluminadas ya desde el propio siglo XIII, pues no en vano fue tan buen poeta que hasta el mismo Dante Alighieri elogió su arte. Hacia 1278 escribió su libro sobre La Guerra de la Navarrería el soldado poeta Guillem de Anelier. El príncipe de Viana, en su Crónica de los Reyes de Navarra (año 1453), nos dice que utilizó una copia que pertenecía a la Cámara de Comptos, que es como decir que formaba parte del patrimonio regio. Ahora se conserva en la biblioteca de la Real Academia de la Historia. Pasando ya al siglo XIV, en 1350 alcanzó el trono Carlos II, segundo representante de la dinastía de Evreux, una dinastía tan emparentada con la monarquía francesa, que realmente debieron ser ellos quienes reinasen en el país vecino. A fe que Carlos II lo intentó, pero entre hazañas y desventuras variadas, también encontró tiempo para la lectura, pues no en vano los Evreux fueron educados en el ambiénte bibliófilo más suntuoso del momento, y poseyeron verdaderas joyas manuscritas. Por ejemplo, su poder y prestigio le hizo patrocinar a autores tan famosos como Guillem de Machaut, el mejor poeta y músico de su época. A Carlos dedicó, por esas mismas fechas de inicios de su reinado, una larga composición titulada "Le jugement du roi de Navarre" (El juicio del rey de Navarra). Y más tarde, cuando en 1356 el rey fue apresado por el rey de Francia, otro denominado "Le confort d'Ami" (Consuelo para el amigo), que sin duda debió aliviarle el aburrimiento de su prisión en las mazmorras del castillo de Harfleur. Evidentemente, a su protector regalaría Guillem los manuscritos originales, que desafortunadamente hoy no se conservan. Esos serían los que se guardasen hoy en día en Navarra, de haber tenido suerte. Sí que hay copias en muchas bibliotecas europeas y norteamericanas. Mientras Carlos II estaba en Francia, dejò como gobernador de Navarra a su hermano menor, el infante Luis de Beaumont, que acabaría conquistando Albania. Como a toda su familia, a él también le gustaban los libros, así que en agosto de 1361, al ordenar que se inventariasen los bienes del antiguo recibidor (recaudador) de Estella, Lucas Lefevre, que habían sido secuestrados, desdeñó todos los libros religiosos y se quedó para él con una "Historia de Alexandre", una saga de mucho éxito en la Edad Media que narraba de forma fantástica los supuestos hechos de Alejandro Magno en Asia. Hay centenares de copias diseminadas por todas las bibliotecas del mundo. Os pongo una página que muestra cómo Alejandro no fue concebido por el rey Filipo de Macedonia, sino por el rey hechicero Nectanebo de Egipto, que se disfrazó de dragón para acostarse con la reina Olimpia. ¿Cómo no iban a entretenerse con semejantes giros de guión?: A partir de su regreso definitivo a Navarra, Carlos II comenzó a preocuparse por la educación de su sucesor, así que sabemos que en 1365 adquirió el "De regimine principum" (Educación para Príncipes), compuesto por el monje agustino Egidio Romano. Fue el libro más empleado por los soberanos del siglo XIV para instruir a su descendencia, no en vano había sido compuesto originalmente para Felipe IV el Hermoso de Francia, casado con Juana I de Navarra. Os muestro la portada de una de las copias custodiadas en la Biblioteca Nacional de Francia. Siendo educado con tanto esmero, Carlos III el Noble mostró siempre un gusto excelente por los libros, sobre todo por los de tema caballeresco. Así, en enero de 1392 pagó al rabino de los judíos de Tudela para que le encuadernase el "Roman de Lancelot", que había prestado a su hermano de padre, el bastardo Leonel, "para que aprendiese a leer". Las aventuras del Rey Arturo y de sus caballeros fueron sin duda -incluso podría decirse que lo siguen siendo, en la medida que son las que mayor interés mantienen todavía incluso en nuestra época- las preferidas de todos los lectores (nobles sobre todo) de aquel tiempo, que a la medida de sus posibilidades y sobre todo de sus personalidades, intentaron replicarlas en la vida real. Desde luego Carlos III logró llevar su pasión literaria al extremo de diseñar sus residencias y palacios atendiendo a las referencias que aparecían en sus libros favoritos (por ejemplo la torre de la Joyosa Guarda de Olite, que es un homenaje nada encubierto al citado Roman de Lancelot). No se conserva ese libro en Navarra, pero dada la multitud de copias en otras bibliotecas, podemos pensar que la copia perteneciente a Carlos sería igual de lujosa e iluminada que aquellas. Tanto como para que un niño como Leonel se interesase por tan atractivas ilustraciones y aprendiese a leer. En 1397 murió la hermana de Carlos II, Agnes de Foix, de la que os hablé hace muy poco. Ella también fue poeta, y se guardan varias de sus composiciones, que hubieran formado parte sin duda de de esta Biblioteca Real de Navarra. En su testamento habla de varios libros que poseía, la mayoría religiosos -todos decorados con las armas de Navarra y Evreux- pero también cita un "Breviario de amores" (ella, que sufrió tanto en ese campo) y un "Roman de Merlín", otro de esos auténticos best sellers medievales, que además de entretener y hacer volar la imaginación, tenían en este caso concreto un componente "mágico", porque el libro contenía unas supuestas profecías hechas por el mago que permitían conocer el futuro ¡Ahí es nada! Como tampoco se conserva, os pongo una página escogida entre las muchísimas copias guardadas: justo aquella que muestra como Merlín fue concebido por un demonio. ¡Caramba! En 1398 murió otra de las hermanas de Carlos II: Blanca de Navarra, reina viuda de Francia durante casi 50 años. Famosa por su inteligencia, su testamento cita pormenorizadamente un buen número de libros. Los dos más importantes fueron legados a su sobrino Carlos III: El Breviario de San Luis (aquel que un angel le trajo del cielo cuando el rey estuvo preso en Egipto, asegura el testamento). Ese libro debió ser la joya de la Corona -nunca mejor dicho- de la Biblioteca Real, pues Blanca ordenaba a Carlos que "jamás saliera de la familia real de Navarra", cosa que se cumplió escrupulosamente hasta su nieto, el príncipe de Viana, que incluso se lo dejó olvidado en Sicilia, e hizo a un servidor volver exprofeso a por él desde Barcelona, y que sólo se perdió definitivamente tras la muerte de aquél en dicha ciudad en 1461, última mención conocida de tan preciado breviario. Como no se sabe cual es, y se conservan unos cuantos de San Luis, que luego fueron usados como reliquia (de ahí su tremendo valor) pongo la imagen de uno de los más bellos, que se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia. El otro libro que legó Blanca a su sobrino Carlos fue Las Grandes Crónicas de Francia. Teniendo en cuenta que ella había sido reina de aquel país, es de suponer que la copia de la que dispondría habría salido de los mejores talleres de iluminación de París, así que escojo una página de una de las más fabulosas copias de las Crónicas que se conservan en la ya muy citada Biblioteca Nacional de Francia, para que podáis haceros una idea. Hacia 1400 llegó también a Navarra el único libro de esta imaginaria pero real biblioteca que seguimos conservando entre nuestras mugas: "El ceremonial de la coronación, unción y exequias de los reyes de Inglaterra", que Carlos III adquiriría para replicar la etiqueta inglesa en la corte de Navarra. Por fortuna, como os digo, se guarda en el Archivo Real de Navarra. En una de las cuatro largas estancias que el rey hizo en París -la capital del lujo literario a principios del siglo XV- adquirió un Libro de Horas que hoy se conserva en el Cleveland Museum de Ohio (EEUU). Sus miniaturas son una maravilla, y cada página viene ornada por las armas de Navarra Evreux. No hay duda de que, dados sus gustos, que muchas veces no podían ser respaldados por las posibilidades económicas del reino, adquiriría muchos más libros, de los que no queda constancia documental, aunque yo tenga la sospecha de alguno de los títulos que seguro debió tener y que se perdieron más tarde. Y llegamos por fin al propio príncipe de Viana, que podemos estar seguros de que heredó al menos todos los libros que había ido reuniendo su abuelo Carlos III el Noble, y que por su acendrada bibliofilia, fue aumentando mientras las circunstancias se lo permitieron. Como decía antes, cuando murió en 1461 en el exilio barcelonés, se hizo un inventario de sus bienes con el fin de subastarlos y poder así enjugar sus cuantiosas deudas. Con su biblioteca hicieron lo mismo. Contaba con unos 120 ejemplares, lo que para su época no está nada mal, más aun teniendo en cuenta que al salir de Navarra no habría llevado consigo más que los más apreciados, a los que fue sumando muchos más durante su periplo mediterráneo por Napoles, Sicilia y Cataluña. No daré la lista de todos los ejemplares, porque ya ha sido suficientemente publicada, pero sí que mostraré los cuatro libros que aún se conservan y que sabemos -sin lugar a dudas- que le pertenecieron, porque llevan sus armas bien a la vista en sus portadas. En mi ensayo "Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar", ya me lamenté de qué nivel hubiese podido alcanzar la Biblioteca de los Reyes de Navarra si Carlos de Viana se hubiese tenido que preocupar sólamente por aumentar su colección. Basta con imaginar cómo hubieran podido ser todos los libros si sus portadas fueran iguales a estas cuatro que se conservan: con todas las divisas de los monarcas navarros punteando las preciosas decoraciones (el triple lazo, el lebrel blanco, las hojas de castaña, el lema Bonefoy...). El tercero, y más importante y lujoso, es la traducción que el propio Carlos de Viana hizo de las Éticas de Aristóteles, para intentar sorprender a su tío, Alfonso V el Magnánimo de Aragón, que fue el mayor bibliófilo de su tiempo, y desde luego que el libro es impresionantemente bello. Se guarda en la British Library de Londres: El cuarto y último (de más de 120, ¡ay!) de los identificados hasta ahora, se titula "Las cien Baladas" y también hace muy poco que os hablé de él en un artículo para Diario de Noticias: "El príncipe de Viana, bibliófilo" Se guarda en el Museo Condé de Chantilly (Francia)- Los cuatro fueron compuestos por varios artistas, siendo los principales el iluminador Guillem Hugoniet y el calígrafo Gabriel Altadell. Este último tiene también el honor de ser el primer bibliotecario de nombre conocido al servicio de un rey de Navarra o de cualquier otro navarro, aunque tuviera que servirle en el exilio, pues firma como "principis librario" (Bibliotecario del príncipe) en el colofón de las Éticas. Así que a él y a su memoria deberíamos encomendarnos todos los bibliotecarios y bibliotecarias de Navarra en tiempos de tribulación... Y envidio vivamente a Guillem y Gabriel que estuvieran rodeados de tantos volumenes y tomos maravillosos. Lo que ya no les envidio tanto es el escaso sueldo -si es que alguna vez llegaron a cobrarlo, claro- mientras estuvieron al servicio de Carlos, que siempre tuvo mejor gusto que cartera para llevar a cabo su propósito de crear a su alrededor una corte literaria. Si queréis saber cómo sería una biblioteca/estudio de su tiempo, no hace falta imaginarse gran cosa, en esta evocadora miniatura puede apreciarse casi hasta el silencio y la tranquilidad necesarias para cualquier actividad intelectual. Y en Navarra estoy seguro de que Carlos sí lo hubiese podido lograr, pero la guerra provocada por su padre, el usurpador Juan II, se llevó por delante todos los proyectos y al propio reino independiente, pocos años más tarde. Y de haber sido así -y pudo ser así perfectamente-, ahora conservaríamos en Navarra una de las Bibliotecas medievales más hermosas del mundo, porque aunque lo primero que arrasa la guerra es la vida de las personas, lo segundo es su Cultura, que es lo que al fin y al cabo nos permite distinguirnos de las piedras o de los alcornoques (aunque éstos por lo menos proporcionan corcho, y no ocurrencias, como suele acontecer con los de la especie humana). De todas maneras, y aunque reconozco que no es nada fácil competir con un libro que un ángel bajó del cielo para consolar a un rey santo en su prisión de Egipto, creo firmemente que el volumen más importante de los custodiados en la biblioteca de Carlos de Viana era sin duda alguna la Crónica de los Reyes de Navarra que el mismo escribió. No la mutilada, de sólo tres partes que aún conservamos, sino la que originalmente él dividió en cuatro apartados, siendo el último aquél en el que contaba de primera mano las discordias y guerras contra su padre. Un libro lo suficientemente peligroso como para morir por él (si los partidarios de su padre, vencedores al fin y al cabo de la guerra, te encontraban con él encima era garantía de muerte segura, motivo más probable de que esa cuarta parte haya "desaparecido" misteriosamente), y que yo he querido imaginarme que hubiera ido iluminado tan bellamente como estas otras Crónicas de Froissart conservadas en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero lo cierto es que tampoco acabó todo con el príncipe de Viana, porque siempre me gusta recordar el texto del cronista Ramirez De Avalos, que describió así al último de nuestros reyes, Juan III de Labrit: "Y fue hombre leído, e filósofo natural, e tuvo una muy singular biblioteca. Estimaba mucho a los hombres de linaje, tanto que procuró saber todos los blasones del reino". Así que el rey de Navarra seguía teniendo allá por 1500 una "muy singular biblioteca", que no hay forma de saber por cuantos ejemplares de los adquiridos por sus antecesores en el trono estaría formada. Dada la destrucción provocada por la guerra de 50 años entre agramonteses y beaumonteses, estimo que muy pocos, a pesar de esa mención a los gustos heráldicos navarros de Juan de Labrit (afición compartida por Carlos III y Carlos de Viana, cuyos heraldos disponían de muchos libros de este tipo), que le harían poseer también varios armoriales y recopilaciones de escudos. No es ocioso recordar que el Libro de Armería original del Reino, desapareció tras la conquista castellana. Desapareció quiere decir que fue robado por un jurista castellano, y nunca más se volvió a saber de él. Por eso el que ahora se conserva data del año 1571. Os pongo una página del Armorial Bergshamer, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Suecia, en la que Navarra aparece estupendamente acompañada por naciones tan acrisoladas como Escocia, Portugal o Aragón. Tampoco es cuestión de terminar de hablar de esta Biblioteca soñada -pero basada en hechos reales, como las películas de mayor éxito- sin recordar que la última reina propietaria, Catalina I de Foix, fue la que trajo a Navarra al primer impresor que hubo por estos pagos: Arnalt Guillen de Brocar, uno de los mejores y más hábiles en su oficio. Sin el terremoto que supuso el año 1512, quizás muchos de estos impresionantes manuscritos de los que os he hablado hubieran podido también convertirse en incunables famosos, que hoy atraerían a Navarra a estudiosos de todo el mundo, y la Biblioteca de los Reyes de Navarra no se hubiera perdido jamás De hecho, no se ha perdido: subsistirá mientras nos acordemos de ella, aunque no podamos ojear ya las páginas de sus libros, ni leerlos a la sombra de la morera del palacio de Olite, mientras resuena por sus doradas galerías un virolay de Guillem de Machaut... |
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