—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 1 de diciembre de 2012

166.-Tratado matrimonial entre el RU y España : Alfonso XIII y Victoria Eugenia.-a


The Treaty between Spain and the United Kingdom concerning the marriage of Alfonso XIII (1906)



Aldo  Ahumada Chu Han 

Source: for the English text, the Times of London, May 31, 1906, page 5F (citing the Foreign Office Treaty Series no. 6, Cd. 2923). For the Spanish text, the Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía (citing the Gaceta de Madrid, May 30, 1906, num. 150, tomo II p. 829). According to the latter source, the ratifications were exchanged on May 23 in London. Note that, following diplomatic usage, the king of Spain is named before the king of the United Kingdom (and his representative signs first) in the Spanish text, and conversely in the English text.

Fuente: para el texto en inglés, The Times of London, 31 de mayo de 1906, página 5F (citando el Foreign Office Treaty Series no. 6, Cd. 2923). Para el texto en español, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía (citando la Gaceta de Madrid, 30 de mayo de 1906, núm. 150, tomo II p. 829). Según la última fuente, las ratificaciones se intercambiaron el 23 de mayo en Londres. Tenga en cuenta que, después del uso diplomático, el rey de España se nombra antes que el rey del Reino Unido (y su representante firma primero) en el texto en español, y viceversa en el texto en inglés.

Escudo de armas de Reina Victoria Eugenia.

Be it known unto all men by these Presents that whereas His Catholic Majesty Alfonso XIII, King of Spain, has judged it proper to announce his intention of contracting a marriage with Her Royal Highness Princess Victoria Eugénie Julia Ena, niece of His Majesty Edward VII., King of the United Kingdom of Great Britain and Ireland and of the British Dominions beyond the Seas, Emperor of India, and daughter of Her Royal Highness the Princess Beatrice Mary Victoria Feodore (Princess Henry of Battenberg), in order, therefore, to treat upon, conclude, and confirm the Articles of the Treaty of the said marriage, His Britannic Majesty on the one part, and His Catholic Majesty on the other part, have named as their Plenipotentiaries, that is to say:Sepan todos por la presente que por cuanto Su Majestad Católica DON ALFONSO XIII, REY de España, ha juzgado conveniente anunciar su propósito de contraer matrimonio con Su Alteza Real la Princesa Victoria Eugenia Julia Ena, sobrina de Su Majestad Eduardo VII, Rey del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y de los Dominios Británicos de Ultramar, Emperador de la India, e hija de Su Alteza Real la Princesa Beatriz María Victoria Feodora (Princesa Enrique de Battenberg); por tanto, con objeto de negociar, aprobar y confirmar los Artículos del Tratado de dicho matrimonio, Su Majestad Católica, por una parte, y Su Majestad Británica, por la otra, han nombrado sus Plenipotenciarios, a saber:
His Majesty the King of the United Kingdom of Great Britain and Ireland and of the British Dominions beyond the Seas, Emperor of India, the Right Honourable Sir Edward Grey, a baronet of the United Kingdom, a Member of Parliament, His Majesty's Principal Secretary of State for Foreign Affairs;
And His Majesty the King of Spain, His Excellency Señor Don Luis Polo de Bernabe, His Ambassador Extraordinary and Plenipotentiary at the Court of His Britannic Majesty;
Su Majestad el REY de España, al Excmo. Sr. D. Luis Polo de Bernabé, Su Embajador Extraordinario y Plenipotenciario cerca de Su Majestad Británica;
Y Su Majestad el Rey del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y de los Dominios Británicos de Ultramar, Emperador de la India, al Muy Honorable Sir Eduardo Grey, Baronet del Reino Unido, Miembro del Parlamento, Primer Secretario de Estado de Su Majestad para los Negocios Extranjeros;
Who, after having communicated to each other their full powers, found in good and due form, have agreed upon and concluded the following Articles:

Los cuales, después de haberse comunicado mutuamente sus plenos poderes, que fueron hallados en buena y debida forma, han acordado y convenido los siguientes artículos:
ARTICLE I.
It is concluded and agreed that the marriage between His said Majesty King Alfonso XIII. And Her said Royal Highness the Princess Victoria Eugénie Julia Ena shall be solemnized in person at Madrid as soon as the same may conveniently be done.
ARTÍCULO PRIMERO
Se conviene y acuerda que el matrimonio entre Su Majestad el REY DON ALFONSO XIII y Su Alteza Real la Princesa Victoria Eugenia Julia Ena se celebrará en persona, en Madrid, tan pronto como sea posible.
ARTICLE II.
His said Majesty King Alfonso XIII. engages to secure to Her said Royal Highness the Princess Victoria Eugénie Julia Ena from the date of her marriage with His Majesty, and for the whole period of the marriage, an annual grant of 450,000 pesetas. His said Majesty King Alfonso XIII. also engages, if, by the will of Divine Providence, the said Princess Victoria Eugénie Julia Ena should become his widow, to secure to her, from the date of his death, an annual grant of 250,000 pesetas, unless and until she contracts a second marriage, both these grants having already been voted by the Cortes. The private settlements to be made on either side in regard to the said marriage will be agreed upon and expressed in a separate Contract, which shall, however, be deemed to form an integral part of the present Treaty, and the High Contracting Parties hereby mutually engage themselves to be bound by its terms.
ARTÍCULO II
Su referida Majestad el REY DON ALFONSO XIII se compromete a asegurar a Su referida Alteza Real la Princesa Victoria Eugenia Julia Ena desde la fecha de su matrimonio con Su Majestad y durante todo el período de dicho matrimonio una asignación anual de 450.000 pesetas. Su referida Majestad el REY DON ALFONSO XIII se compromete también si, por voluntad de la Divina Providencia, la referida Princesa Victoria Eugenia Julia Ena quedase viuda, a asegurarle desde la fecha de su muerte una asignación anual de 250.000 pesetas, a menos que y hasta que contraiga un segundo matrimonio, habiendo sido ya votadas por las Cortes ambas asignaciones. Las condiciones privadas o capitulaciones que se propongan por cada una de las Partes con respecto al referido matrimonio se convendrán y expresarán en un contrato separado que, sin embargo, se considerará como formando parte integrante del presente Tratado, y las Altas Partes Contratantes se comprometen mutuamente por la presente a someterse a sus términos.
ARTICLE III.
The High Contracting Parties take note of the fact that Her Royal Highness the Princess Victoria Eugénie Julia Ena, according to the due tenor of the law of England, forfeits for ever all hereditary rights of succession to the Crown and Government of Great Britain and Ireland and to the Dominions thereunto belonging or any part of the same.
ARTÍCULO III
Las Altas Partes Contratantes toman nota del hecho de que Su Alteza Real la Princesa Victoria Eugenia Julia Ena, conforme al tenor de la ley inglesa, pierde para siempre todos los derechos hereditarios de sucesión a la Corona y Gobierno de la Gran Bretaña e Irlanda y a los dominios de ella o a cualquier parte de los mismos.
ARTICLE IV.
The present Treaty shall be ratified, and the ratifications shall be exchanged at London as soon as possible.
ARTÍCULO IV El presente Tratado se ratificará, y las ratificaciones se canjearán en Londres tan pronto como sea posible.
In witness whereof, the respective Plenipotentiaries have signed the same, and have affixed thereto the seal of their arms.Done in duplicate at London, the 7th of May, in the Year of Our Lord 1906.

(L.S.) EDWARD GREY
(L.S.) LUIS POLO DE BERNABÉ
En testimonio de lo cual los Plenipotenciarios respectivo lo han firmado y puesto en él el sello de sus armas. Hecho por duplicado en Londres a 7 de Mayo del año de Nuestro Señor 1906.


Firmado.- L.S.- LUIS POLO DE BERNABÉ.
Firmado.- L. S.- EDWARD GREY.

 


 Edward Grey (25 de abril de 1862 – 7 de septiembre de 1933) fue un hombre de estado británico del Partido Liberal y adherente del «Nuevo Liberalismo». Sirvió como ministro de Asuntos Exteriores desde 1905 hasta 1916, la más larga antigüedad de cualquier persona en ese oficio. Probablemente es más conocido por su comentario el 3 de agosto de 1914 en referencia al estallido de la Primera Guerra Mundial que «Las lámparas se apagan por toda Europa, puede que no volvamos a verlas encendidas en nuestra vida»​ Firmó el Acuerdo Sykes-Picot el 16 de mayo de 1916.​ Ennoblecido en 1916,The Viscount Grey of Fallodon,  fue el embajador a los Estados Unidos entre 1919 y 1920 y líder de los liberales en la Cámara de los Lores entre 1923 y 1924. 


Coat of arms of Edward Grey, 1st Viscount Grey of Fallodon


Crest:A scaling ladder in bend sinister Or hooked and pointed Sable.


Escutcheon:Gules a lion rampant within a bordure engrailed Argent a mullet for difference.


Motto: De Bon Vouloir Servir Le Roy




Polo de Bernabé y Pilón, Luis. Londres (Reino Unido), 14.X.1854 – Madrid, 17.III.1929. Diplomático.

Nació en Londres en 1854. Su primer destino fue en Washington, como agregado a la embajada que dirigía su padre, el contralmirante José Polo de Bernabé. Allí (en octubre-noviembre de 1873), con veintiún años, empezó a formarse en situaciones prebélicas: el apresamiento (en aguas internacionales) del buque corsario Virginius (bajo bandera estadounidense) y el fusilamiento de la mitad de su tripulación en Santiago de Cuba, estuvo a punto de provocar la guerra entre los Estados Unidos del presidente Grant y la España de Castelar.

 Entre 1881 y 1890 prestó servicios en La Haya, París y Lisboa. Como ministro plenipotenciario marchó a Río de Janeiro y pasó luego a El Cairo (en 1891-1893). Volvió a Washington en momentos críticos, pues se hizo cargo de la embajada el 16 de febrero de 1898, a los tres días de la voladura del acorazado Maine en la rada de La Habana. Luis Polo nada pudo corregir de la (desafortunada) actuación de su antecesor, Enrique Dupuy de Lôme, y se vio obligado a soportar diversos ultrajes para, finalmente, recibir sus pasaportes, coincidente con la declaración de guerra del Gobierno MacKinley al español de Sagasta. Tras una misión en Lisboa (1899), quedó en situación de disponible, de la que fue rescatado por el Gobierno Maura, en 1904, al confiarle la embajada ante el Quirinal (palacio del Ejecutivo en Roma). En 1905 volvía a Lisboa como embajador y en 1906 desempeñaba en Londres sus funciones con idéntico rango. En 1907 fue designado para dirigir el puesto de mayor relieve para cualquier diplomático de su tiempo: embajador ante la Alemania de Guillermo II.

El 7 de septiembre de 1906 presentó Polo de Bernabé sus credenciales ante el emperador. Su dominio del alemán y el prestigio social de su esposa, Ana María Méndez de Vigo —hija de Felipe Méndez de Vigo, que fuera embajador en Alemania durante los últimos años del siglo XIX—, le abrieron las puertas del selectivo ámbito de las familias Hohenzollern. Su antiamericanismo y francofobia afloraron entonces como réplica inevitable a la creciente hostilidad que los gobiernos de Washington y Londres mostraban con respecto a la política expansiva del I Reich. De ahí su comprensión de los intereses estratégicos germanos y su progresivo ascendiente en la Corte imperial.


Al empezar la contienda europea, Polo de Bernabé se mostró prudente ante los primeros triunfos de Alemania, pero poco se conmovió ante el infortunio de los miles de cautivos aliados internados en suelo alemán, deriva inexorable de tales éxitos. Sin embargo, actuó con prontitud y eficacia —propias de su carácter—, al visitar (en noviembre de 1914) los campos de prisioneros en tierras de Brandenburgo y Sajonia. Y supo situarse en un plano de humanismo objetivo: sin dejarse llevar por la emoción, criticó con dureza las faltas asistenciales de las autoridades imperiales. 

Su amistad con el emperador Guillermo II, su conocido pangermanismo, fueron sus mejores valedores en Berlín, con lo que la mayoría de sus objeciones resultaron atendidas. De esa ausencia de conflictos con el Gobierno de Bethman-Hollweg y los de sus sucesores, Michaëllis y Hertling, al frente de la Cancillería, se beneficiaron los delegados españoles que recorrían los campos de prisioneros en Alemania y, como deriva de auxilio selectivo, las masas militares bajo su tutela, en especial las de los ejércitos occidentales cautivos: 550.000 franceses, 180.000 británicos y 45.000 belgas.

Éxito incuestionable de Polo de Bernabé fue el haber conseguido, de las autoridades carcelarias alemanas, que los prisioneros franceses, “gracias a las gestiones llevadas a cabo por el embajador de España en Berlín, pudieran escribir “dos cartas al mes, más tres tarjetas postales, por semana, a sus familias”, de donde “el Gobierno francés, al tener noticias de este régimen del trato a los prisioneros, ha implantado una reglamentación similar para los cautivos alemanes”. Este texto, publicado por la prensa francesa el 1 de abril de 1915, motivó un intercambio de entusiastas reconocimientos cruzados —desde Francia y Alemania— hacia la acción humanitaria sostenida por España.

El talante autoritario de Polo de Bernabé, reforzado por la estima que le dispensaban los ministros y generales alemanes, le hicieron diplomático temible para el Madrid político. No sólo discutió las órdenes de sucesivos ministros de Exteriores —el marqués de Lema, Miguel Villanueva, Amalio Jimeno, Juan Alvarado, Eduardo Dato, el conde de Romanones—, sino que llegó a cuestionar, incluso, los mandatos (nombramientos de nuevos delegados en Alemania) del mismo Alfonso XIII. Ningún jefe de Estado de aquella angustiada Europa se contuvo tanto ante las intransigencias de un embajador suyo. Pero ninguno ejercía mayor influencia que Polo de Bernabé en el foco de la conflagración, desde donde tutelaba las inspecciones de los campos de prisioneros a la par que se las ingeniaba para desviar maniobras hostiles hacia su patria.

Las derrotas de los ejércitos de Ludendorff, en agosto de 1918, convencieron a Polo de Bernabé de que su suerte diplomática, tan ligada a la Alemania imperial, llegaba a su fin. Y no le sorprendió la liquidación que, desde el propio sistema, ejecutó el último canciller, Maximilian von Bade, al forzar la abdicación de Guillermo II. Polo de Bernabé se mantuvo unos meses en Berlín mientras llegaba su sustituto, Pablo Soler y Guardiola, embajador en Buenos Aires. A su regreso, no volvió a ocupar cargo alguno. Falleció en Madrid, el 17 de marzo de 1929, de una hemorragia cerebral, a raíz de “un accidente”, el certificado de su defunción no especifica tal suceso, que algunos diarios madrileños sí aclararon: el ya anciano embajador —tenía setenta y cinco años— murió en su domicilio tras ser atropellado por un automóvil. Los restos mortales de Luis Polo de Bernabé fueron inhumados en una cripta de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción.



Bibl.: J. Quiñones de León (pról.), Rapports des Délegués du Gouvernement Espagnol sur leurs visites dans les camps des Prisonniers Français en Allemagne (1914-1917), Paris, Librairie Hachette, 1918; J. Pando Despierto, Un Rey para la esperanza. La España humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra, Madrid, Temas de Hoy, 2002, págs. 27, 39, 43-44, 87, 142-143, 147-150, 159-165, 326-330, 359-360, 365-369 y 458.



Escudo de Armas de  Victoria Eugenia.

Coat of Arms of Princess Victoria Eugenie of Battenberg (1906)

Coat of arms used as Highness (Before 1906)



Nombre: Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg y  Wettin.

Victoria Eugenia de Battenberg. Castillo de Balmoral (Reino Unido), 24.X.1887 – Lausana (Suiza), 15.IV.1969. Esposa de Alfonso XIII, Reina de España.

Era hija de la princesa Beatriz del Reino Unido —la hija menor de la reina Victoria— y de Enrique de Battenberg —cuyo padre era el príncipe Alejandro de Hesse—. Tuvo tres hermanos, Alejandro, el primogénito, y Leopoldo y Mauricio, que nacieron después que ella. Sus dos primeros nombres le fueron impuestos en honor a su abuela materna, que el año del nacimiento de la futura reina de España, cumplía el cincuenta aniversario de su acceso al trono británico, y a su madrina de bautismo, Eugenia de Montijo, viuda ya del emperador de Francia Napoleón III, a quien unía una estrecha amistad con la reina Victoria desde que comenzara su exilio en Inglaterra, en 1870. Entre los nombres que recibió Victoria Eugenia también estaban los de Julia, como homenaje a su abuela materna —la condesa polaca Julia von Hauke—, y el de Ena, de origen gaélico, para celebrar que fuera el primer miembro de la familia real, desde Carlos I, en 1600, que nacía en Escocia; este último fue el nombre utilizado familiarmente y por el que siempre se la conoció en Gran Bretaña, al contrario que en España. A través de su ascendencia materna —fueron treinta y nueve los nietos de la reina Victoria— estuvo emparentada próximamente con numerosos monarcas europeos, además del británico; por ejemplo, era prima hermana del kaiser Guillermo II de Alemania y de la zarina Alejandra, esposa de Nicolás II de Rusia.

Fue educada en la Corte británica —una corte itinerante por los palacios de Buckingham, Windsor, Sandringham, Balmoral y Osborne, en la isla de Wight— ya que su madre acompañó siempre a la reina Victoria.
Si ésta dio el consentimiento de la boda de su hija menor y preferida, en 1885, fue precisamente con la condición de que el matrimonio viviera con ella y no tuviera una residencia propia. La austeridad y el carácter estricto de la Reina y de la Corte influyeron en la futura reina de España. Ella misma destacó la disciplina y la puntualidad adquiridas entonces. Y, paradójicamente, también se inició entonces una de las grandes aficiones de su vida, el gusto por las joyas, al contemplar las alhajas de su abuela y asistir a los últimos preparativos de la presentación de ésta en público. En su educación intervino personalmente su padre, que apenas tenía otras obligaciones que las domésticas; por indicación de éste, durante la infancia y hasta la llegada de tutores varones para sus hermanos, recibió las mismas enseñanzas que éstos, adquiriendo el gusto por diversos deportes, especialmente la equitación. Desde los siete años, acompañó a su abuela en las estancias que en primavera hacía en el sur de Francia. En 1896, su padre murió a consecuencia de unas fiebres contraídas en el curso de una expedición militar al África Occidental.
Las cosas cambiaron completamente para Victoria Eugenia tras la muerte de la reina Victoria, en 1901, y el traslado de la familia al palacio de Kensington, en Londres. En la capital británica pudo llevar una vida mucho más libre. En los años siguientes, visitó a su madrina en Biarritz y realizó un largo viaje por Egipto.
Aunque con motivo de las fiestas de coronación de su tío, Eduardo VII, se le había permitido aparecer en público, su presentación en sociedad no tuvo lugar hasta 1905 mediante un espléndido baile que el Rey dio en el palacio de Buckhingham. Aquel mismo año había de producirse el acontecimiento fundamental de su vida: el encuentro con el rey Alfonso XIII de España.

Alfonso XIII era un joven de diecinueve años, que desde hacía tres reinaba efectivamente en España. El 27 de mayo de 1905 había emprendido su primer viaje al extranjero, a París y Londres, con objeto de refrendar la adhesión de España a la Entente suscrita por Francia y el Reino Unido en 1904. Esta adhesión venía a sacar a España del peligroso aislamiento internacional en que había quedado después de 1898, y suponía un cambio fundamental en la orientación de su política exterior: de la alianza con Alemania, mantenida en los últimos decenios del siglo XIX, a la amistad con Francia e Inglaterra. Pero el viaje a Inglaterra de un rey joven, soltero, de quien se esperaba que pronto contrajera matrimonio y diera herederos a la Corona, tenía también otra finalidad: que pudiera conocer a jóvenes de la familia real británica.
Concretamente, entre los gobiernos inglés y español, se había hablado de la posibilidad de un enlace con la princesa Patricia de Connaught, nieta de la reina Victoria. La reina madre, María Cristina de Austria —que seguía ejerciendo una gran influencia sobre su hijo— hubiera preferido que la elegida fuera católica y centroeuropea, con el fin de reforzar los lazos tradicionales de España con Alemania y Austria. El Rey, por su parte, había manifestado que sólo se casaría con una mujer de la que estuviera enamorado. Personalmente, Alfonso XIII sentía una gran atracción por Inglaterra, aunque no conociera bien su idioma.

Como ha escrito José María Jover, “en la persona de Alfonso XIII había muchos factores que convergían en favor de una britanización de España: desde el clima intelectual del momento [...], las lecciones del profesor Santamaría de Paredes, y la admiración del joven Rey por la Corte británica y por el rey Eduardo VII; desde su afición a formas de vida muy siglo XX —deporte, automovilismo— y esa preferencia como ‘hombre de negocios’ por el capital mobiliario que choca con la tradicional preferencia estamental por la propiedad territorial, hasta la racional convicción de que sólo contando con la marina británica sería posible dotar de seguridad a las costas y las islas españolas de la región del Estrecho”.

Tras su estancia en París, el Rey llegó a Londres el 5 de junio de 1905. La visita a la capital británica duró cinco días. La relación con Patricia de Connaught se mostró inviable por decisión de ésta, que ya estaba sentimentalmente comprometida, pero en el curso de las celebraciones y fiestas oficiales, Alfonso XIII conoció y se enamoró de otra de las nietas de la reina Victoria, la joven de diecisiete años Victoria Eugenia, de quien Azorín, corresponsal de ABC en la capital británica, escribió que era imposible “imaginar una muchacha más linda, más delicada y espiritual, que esta princesa rubia”.
Los jóvenes mantuvieron en los siguientes meses una relación epistolar, en la que se declararon su amor.
En noviembre de 1905, Alfonso XIII realizó un viaje a Berlín y a Viena, donde tuvo ocasión de conocer a otras jóvenes princesas, pero su elección ya estaba hecha.
Victoria Eugenia, después de obtener la aprobación de Eduardo VII y de su madre, se mostró encantada con la posibilidad de convertirse en reina de España. Después de un encuentro de los jóvenes, junto con sus respectivas madres, en la villa Mouriscot de Biarritz y en el palacio de Miramar de San Sebastián, en enero de 1906, se anunció oficialmente el compromiso. Antes del enlace, la novia tuvo que pasar por un duro trance: abjurar del protestantismo y recibir el bautismo católico, ceremonia celebrada en la intimidad del palacio de Miramar.
La boda real se celebró en el madrileño templo de San Jerónimo, el 31 de mayo de 1906. Alfonso XIII tenía veinte años y Victoria Eugenia, dieciocho. Al volver a palacio, en carroza descubierta, los Reyes fueron objeto de un atentado del que asombrosamente salieron ilesos pero en el que murieron unas veinticinco personas y otras cien resultaron heridas. El autor fue un anarquista, Mateo Morral, que arrojó sobre la comitiva una bomba envuelta en un ramo de flores desde un balcón de la casa número 88 de la calle Mayor, casi enfrente del palacio de Capitanía. La carroza real quedó destrozada; los reyes, manchados de sangre, tuvieron que seguir el trayecto en uno de los coches de respeto. El baile que había de celebrarse quedó cancelado, pero no así la cena con los invitados, aquella misma noche. También tuvo lugar la recepción oficial al día siguiente.
La llegada de Victoria Eugenia al Palacio Real de Madrid fue, de acuerdo con el testimonio de la tía del Rey, la infanta Eulalia de Borbón, “como un florecer de juventud, gracia y sonrisa en la adusta corte madrileña”.

La Reina suavizó las costumbres y el protocolo que durante la regencia de María Cristina de Habsburgo se habían hecho cada vez más severos y rígidos. La reina madre siguió viviendo en palacio pero supo colocarse en un discreto segundo plano, retirada en dependencias particulares. La tía mayor del Rey, la infanta Isabel, la Chata, sí se mudó a un palacete próximo, en la calle Quintana. Victoria Eugenia hizo instalar calefacción central en palacio y mandó montar un cinematógrafo en la llamada sala de columnas, donde por las noches se proyectaban películas para toda la familia. Instituyó la costumbre de tomar el té a las cinco, lo que hacía a solas con el Rey. A diferencia de la época anterior, la Corte madrileña se hizo “risueña y ligera, bailarina y frívola, moderna y lujosa”. La influencia de la Reina trascendió los límites de palacio. “Desde que Victoria llegó a España —continúa diciendo la infanta Eulalia— ella fue la guía de la moda madrileña [...]. Victoria Eugenia hizo en la moda y en la vida de la mujer española, lo que Ganivet pedía para nuestra política: la europeizó”.
Respecto a la política exterior, la boda del Rey vino a reforzar la orientación franco-británica adoptada en 1904, como pudo comprobarse en la Conferencia de Algeciras, en 1906, y en la firma de los Acuerdos de Cartagena de 1907. Sin embargo, España mantuvo su neutralidad en la Primera Guerra Mundial.
Alfonso XIII y Victoria Eugenia tuvieron seis hijos: Alfonso, príncipe de Asturias (1907), Jaime (1908), Beatriz (1910), Cristina (1911), Juan (1913) y Gonzalo (1914). El primogénito, Alfonso, y el último de los varones, Gonzalo, nacieron enfermos de hemofilia, una enfermedad transmitida por las mujeres y padecida por los hombres. El infante don Jaime, libre de la enfermedad, padeció, sin embargo, una sordomudez consecuencia de una mastoiditis mal operada que, a pesar de una esmerada educación, limitaba considerablemente sus actuaciones. Los infantes Alfonso y Jaime terminaron renunciando a sus derechos dinásticos en favor de don Juan de Borbón y Battenberg, que aseguró la continuidad sucesoria.
Aunque se ha escrito que Alfonso XIII fue claramente advertido, antes de la boda, de la existencia de la enfermedad hemofílica y de su posible transmisión, no parece que fuera así. Las relaciones entre los regios esposos se deterioraron gravemente al comprobarse que Victoria Eugenia era portadora de la hemofilia. El distanciamiento entre ellos se convirtió en una separación en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, que se materializaría años más tarde, en 1931, ya en el exilio, aunque sin llegar a formalizarla. El Rey mantuvo diversas relaciones extramatrimoniales, ampliamente conocidas.
La Reina, por su parte, actuó siempre con gran dignidad y prudencia.
Victoria Eugenia dedicó gran parte de su actividad en España a labores asistenciales. Entre ellas destaca la reorganización de la Cruz Roja Española, con la fundación del Hospital de San José y Santa Adela en la avenida madrileña que lleva el nombre de la Reina, y de otros semejantes en Sevilla y Barcelona; la creación de una Escuela de Enfermeras, donde también se formaron las damas auxiliares de Sanidad Militar que llevaron a cabo una destacada labor en la atención de los heridos en la guerra de Marruecos. También son de citar la Liga Antituberculosa, reorganizada bajo su presidencia en Patronato Antituberculoso y la creación de la Liga contra el Cáncer. Colaboró asimismo ampliamente en la oficina de información y ayuda a las poblaciones afectadas por la Primera Guerra Mundial, que el Rey organizó en el mismo palacio, y que llevó a cabo una importantísima labor humanitaria, reconocida internacionalmente.
A partir de 1912, los Reyes residieron durante el verano en el palacio de la Magdalena, en Santander. A la Reina le gustaba mucho aquel lugar que le recordaba el paisaje y el clima de su país de origen, y también el edificio de estilo inglés. Allí pudieron practicar los deportes a los que tanto el Rey como ella eran aficionados: el golf —en el club de Pedreña, al otro lado de la bahía—, la vela, el tenis y la equitación.
La reina Victoria Eugenia se mantuvo siempre al margen de toda actividad política. Como ella misma le dijo a Pedro Sainz Rodríguez, en Fontainebleau, en 1931:
“yo tengo la conciencia tranquila de haber permanecido siempre ajena a las divisiones políticas, de haber tratado a todo el mundo con la misma cortesía y haber dedicado todos los esfuerzos que he podido a la organización de la beneficencia y de la caridad en España”.
A pesar de ello, en esta misma ocasión —sin duda, bajo la impresión de la caída de la Monarquía tras las elecciones municipales de abril de 1931— la Reina afirmaba tener la sensación de no haber “sido nunca verdaderamente querida, de no haber llegado a ser popular”. Victoria Eugenia abandonó España un día después que su esposo, el 15 de abril de 1931. En la mañana de aquel día, junto con los infantes, salió en coche del Palacio Real para tomar el tren en la estación de El Escorial, con destino a Irún y, más tarde, a París, donde se reunió con Alfonso XIII.
Tras la separación material —que no formal— de su esposo, que ya se ha mencionado, Victoria Eugenia volvió a vivir principalmente en Londres. En 1935, se celebraron en Roma las bodas de sus hijos, los infantes Jaime, Beatriz y Juan, a las que no asistió. Pero sí al bautizo, en enero de 1938, también en la capital italiana, del hijo varón del infante don Juan, el futuro rey Juan Carlos I, del que fue madrina. En aquel año, trató de acompañar a su hijo primogénito, Alfonso, en los últimos momentos de su desgraciada vida, tras el accidente que sufrió en Miami. La Reina viajó inmediatamente desde la isla de Wight, donde se encontraba, pero cuando llegó, Alfonso ya había muerto. Con Alfonso XIII llegó a reunirse alguna vez. La última en los días anteriores a la muerte de éste, en febrero de 1941.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Victoria Eugenia se trasladó a vivir a Lausana (Suiza), donde adquirió la villa “Vieille Fontaine”, en la que transcurrió el resto de su vida. En 1962 asistió, en Atenas, a la boda de su nieto don Juan Carlos con la princesa Sofía de Grecia. En 1968 volvió brevemente a España con motivo del bautizo del hijo varón de éstos, el príncipe Felipe de Borbón, del que también fue madrina. En esta ocasión, se entrevistó con el general Franco y su esposa, de quienes Alfonso XIII y ella habían sido padrinos de boda, en 1923. Murió en 1969, en su casa de Lausana, acompañada de su numerosa familia. Los restos mortales de la reina Victoria Eugenia fueron trasladados a San Lorenzo de El Escorial en 1985.

Obras de ~: Correspondencia epistolar de la princesa Victoria Eugenia de Battenberg al rey Alfonso XIII, [ed. facs. de M. Gómez Santos de una selección de 67 postales conservadas en el Archivo del Palacio Real de Madrid], Madrid, Correos y Telégrafos/ Patrimonio Nacional, 1993.

Bibl.: E. Graham, The Queen of Spain: an authorised life-history from material supplied personally by Her Majesty to the author in audience at the Royal Palace at Madrid, Londres, Hutchinson, c. 1930; E. de Borbón, Memorias, Barcelona, Juventud, 1935; M. Almagro San Martín, Crónica de Alfonso XIII y su linaje, Madrid, Atlas, 1946; Ocaso y fin de un reinado (Alfonso XIII): los reyes en el destierro, Madrid, Afrodisio Aguado, 1947; G. Noel, Ena, Spain’s English Queen, Londres, Constable, 1984 (reimpr. 1999, trad. esp., Victoria Eugenia, reina de España, Buenos Aires, Javier Vergara, 1984); L. Rodríguez Alcalde, Crónica del veraneo regio, Santander, Estudio, 1991; M. Gómez Santos, La reina Victoria Eugenia, Madrid, Espasa, 1993; C. Seco Serrano, La España de Alfonso XIII. El Estado y la política (1902-1931). Vol. I: De los comienzos del reinado a los problemas de la posguerra (1902-1922), intr. de J. M.ª Jover Zamora, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXVIII/I, Madrid, Espasa Calpe, 1996; M. T. Puga y E. Ferrer, Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, Barcelona, Juventud, 1999; Á. Hijano Pérez, Victoria Eugenia. Una reina exiliada, Madrid, Aldebarán, 2000; C. Seco Serrano, Alfonso XIII, Madrid, Arlanza, 2000; R. de la Cierva, Alfonso y Victoria. Las tramas íntimas secretas y europeas de un reinado desconocido, Madrid, Fénix, 2001.

1.-Queen Victoria Eugenia of Spain, née Princess Victoria Eugénie Julia Ena of Battenberg 1926,

1.-Este es el más majestuoso e icónico de los cinco retratos registrados de la reina de España por de László. Fue pintado dieciséis años después del primer retrato oficial que el artista hizo de Victoria Eugenia, cuando ella tenía sólo veintidós años. Mientras que su retrato de 1910 reflejaba cierta timidez juvenil, el cuadro actual muestra a la reina más segura de su papel y feminidad, con todos sus atributos reales, en particular su tiara de flores de lis que le regaló el rey en 1906 como regalo de bodas, hecha por el joyero madrileño Ansorena.  En cuanto a su largo collar de diamantes, también un regalo de bodas de Alfonso XIII, originalmente era más corto, pero cada año el rey le regalaba nuevos diamantes para alargarlo. 
Este retrato fue pintado durante la visita privada de dos semanas de la pareja real a Inglaterra en 1926. Como había hecho en el retrato de estudio de “Osborne Cottage”, de László utilizó los colores que prefería la Reina, gris y azul, para realzar su belleza, representándola aquí con un vestido de noche azul pálido plateado. De László comenzó el retrato el 2 de julio, el día en que organizó una gran fiesta en el jardín para mostrar su retrato recientemente terminado del arzobispo de Canterbury, Randall Davidson . El artista describió en su diario las circunstancias en las que tuvo lugar esta primera sesión:

Antes de su llegada, su doncella alemana, escoltada por un detective, le trajo joyas, incluida su tiara. Nuestro amable mayordomo, Webster, estaba de pie en la puerta, con el pecho resplandeciente con las medallas ganadas en la Gran Guerra. Esperé en los escalones del estudio y Lucy estaba dentro con un ramo de flores. Su Majestad llegó puntualmente a las 10.30, acompañada de su hermano, Lord Carisbrooke. Habían pasado dos años desde la última vez que la había visto, cuando visitó mi exposición en la Galería Francesa. Estaba espléndida, más hermosa que nunca, y su cabello rubio y su color de piel seguían siendo tan hermosos como siempre. Como siempre, estuvo muy amable y se mostró evidentemente complacida cuando Lucy le ofreció las flores. Luego se vistió y se puso la tiara. Estaba magnífica: es una gran prueba del atractivo natural de una mujer sentarse con un vestido de noche a plena luz del día.
Como de costumbre, me inspiró y, aunque estaba cansado, me recuperé y comencé a pintar. Después de hacer un dibujo a lápiz, ataqué de inmediato el lienzo que había preparado previamente en su marco. La pintura progresó con una velocidad vertiginosa de la que no me di cuenta, tan arrastrado estaba por mi entusiasmo. A lo largo de mi carrera, mis mejores trabajos siempre los he hecho cuando he pintado sin mucha reflexión ni preparación, y muy rápidamente.

Había estado trabajando media hora cuando llegó la madre de la reina, la princesa Beatriz, con su dama de compañía, la señorita Cochrane. Todas estaban asombradas por el rápido progreso del retrato; de hecho, estaba tan avanzado que pude dejarlo expuesto esa tarde. Su Majestad se fue a la una en punto”.
Por su firma en el libro de modelos del artista parecería que la reina Ena también posó para él el 7 de julio de 1926. El retrato se terminó el día 8 en Fitzjohn’s Avenue, en vísperas de la partida de De László para una “cura” de tres semanas en Normandía.
La reina se lo regaló a su madre, la princesa Beatriz, de quien De László también hizo un estudio de cabeza al óleo en agosto de 1926. Tras la muerte de la princesa Beatriz, el retrato pasó a manos de su hijo, que lo fotografió en su casa del número 33 de Kew Green en 1952. Tras su muerte en 1960, estuvo colgado en el salón de la residencia de la reina Victoria Eugenia, Vieille Fontaine, en Lausana, hasta su propia muerte en 1969. Según un artículo de Jaime Peñafiel sobre Vieille Fontaine, algunos años después se emitió un sello postal basado en este retrato.
Una copia autorizada de De László fue pintada por su copista de confianza Sydney Kendrick en 1926 y actualmente se encuentra colgada en la embajada española en Londres. 

Spain, Queen Victoria Eugenia of, née Princess Victoria Eugénie Julia of Battenberg; Consort of Alfonso XIII.-1912 


De perfil de medio cuerpo hacia la izquierda, con el rostro girado en tres cuartos hacia el espectador, con un vestido rosa pálido con un corpiño fruncido de muselina blanca con hombros descubiertos, pendientes de cuentas y una gargantilla de cuentas de plata, peinetas decoradas en el pelo y dos brazaletes de oro en la muñeca izquierda, sosteniendo una ramita de flores en ambas manos, que se elevan hasta el pecho, todo ello sobre un fondo malva y gris.
Este es el segundo retrato que de László pintó de la reina de España.  Fue pintado en agosto de 1912 en la isla de Wight, en Osborne House, que había sido la residencia costera de la reina Victoria, la abuela de la retratada. Este retrato de estudio espontáneo es más íntimo que el que de László pintó de ella en 1910, cuando pintó los retratos de varios otros miembros de la familia real española en Madrid, incluido el rey Alfonso XIII  y la reina madre.
En lugar de enfatizar la majestuosidad de la reina, esta obra privada revela una belleza casi voluptuosa. La retrata con un vestido sorprendentemente atrevido con hombros descubiertos, en suaves armonías de gris, un color que prefería, junto con el azul, para contrastar su tez clara y su cabello dorado pálido.
Owen Rutter, el primer biógrafo de de László, señaló que «Posteriormente, la reina escribió a su madre, la princesa Enrique de Battenberg: 
Por favor, hazle saber al señor de László que todo el mundo en Madrid está encantado con las reproducciones de su cuadro y la opinión general es que es el único buen retrato mío”.

Victoria Eugenia estaba esperando a su tercer hijo, don Juan, cuando se pintó este retrato. Después de las renuncias al trono de sus dos hermanos mayores, don Alfonso y don Jaime, don Juan se convirtió en el heredero al trono. Este retrato se colgó primero en el Salón de Espejos del Palacio Real de Madrid y más tarde en el comedor de la residencia de la reina Victoria Eugenia, Villa Vieille Fontaine en Lausana. A la muerte de su madre, Don Juan heredó el gran retrato formal de su madre, pintado por de László en 1926, mientras que su hermana doña María Cristina heredó este retrato anterior. Don Juan y su hermana intercambiaron estos dos retratos, porque don Juan sintió que esta pintura de “Osborne” la mostraba bajo la luz más tierna y era, en efecto, también un retrato de sí mismo.
De László encargó reproducciones litográficas finas (de aproximadamente 35 x 27 cm de tamaño) del presente retrato. Una permaneció en posesión de su familia a su muerte, con una dedicatoria suya para uno de sus hijos. Hasta ahora se han registrado otras dos, una fue firmada por el modelo y la firma P.A. de László impresa en el soporte. La otra permanece en posesión de la colección real en Mónaco.

Philip Alexius de László (en húngaro: Laub Fülöp Elek; Pest, 30 de abril de 1869-Londres, 22 de noviembre de 1937) fue un pintor anglo-húngaro, conocido por sus retratos de la realeza y la aristocracia.

Diadema de las lises.

Retrato de la reina Victoria Eugenia portando la tiara de las lises, el collar de chatones de diamantes y las esmeraldas regalo de la emperatriz Eugenia de Francia.

La tiara con brillantes conocida como la tiara de la flor de lis o de las flores de lis, es una de las joyas más importantes con que cuenta la familia real española. No es una joya de Estado, sino propiedad privada de la familia real y por ello la llevaron consigo al exilio en 1931.

Doña Letizia, anoche en la cena con el presidente de Argentina. A la derecha, Doña Sofía en 2014.


Su diseño lo forman tres flores de lis, correspondientes a las armas de la Casa de Borbón, realizadas en diamantes engastados en platino. Una gran flor de lis, con los diamantes más grandes, aparece en la parte central, con las otras dos, más pequeñas, a cada lado de esta. El resto de la diadema está decorado con formas vegetales.


Fue un regalo personal de bodas a la reina Victoria Eugenia de Battenberg, por su esposo el rey Alfonso XIII en mayo de 1906, luciéndola el día del enlace. Fue encargada a la casa de joyería Ansorena de Madrid. Se amplió en 1910, añadiéndole nuevos elementos y unas charnelas que permitían agrandar su base.


La reina Victoria Eugenia la lució en numerosas ocasiones hasta 1967, en que, con motivo de la cena de gala previa a la boda de su nieta la infanta Pilar, la lució por última vez, pasando entonces a su nuera María de las Mercedes de Borbón y Orleans, ya que forma parte de las denominadas «joyas de pasar», pues pasan de generación en generación al heredero de la dinastía. Con ella asistió doña María de las Mercedes a la coronación de Isabel II del Reino Unido en 1953.
Posteriormente doña María se la entregaría a su nuera la reina Sofía. La reina la utilizó en ocasiones excepcionales, sobre todo en visitas de Estado de monarcas extranjeros.
Esta diadema está reservada al uso de las reinas de España. No ha sido lucida en ninguna ocasión por las hijas del rey, las infantas Elena y Cristina o por su nuera antes de convertirse en reina, pues aunque se barajó esa opción para la boda de la princesa Letizia, al final se optó por la tiara de Victoria Luisa de Prusia, abuela de doña Sofía, quien la había recibido el día de su matrimonio como regalo de su padre, el káiser Guillermo II de Alemania y que fue aportada por la reina Sofía a la familia de su esposo al momento de su matrimonio el 14 de mayo de 1962, habiéndola lucido doña Sofía en tal día.
Tras el ascenso al trono de su marido, la reina Letizia la lució por primera vez en la recepción en 2017 al entonces presidente argentino Mauricio Macri.
La diadema de las flores de lis ha sido expuesta al público en varias ocasiones, la última vez fue a finales del año 2009, en una exposición retrospectiva de joyas del fabricante, titulada El esplendor refulgente: la Diadema, en la sede madrileña de Ansorena.


La conversión de Eva.

La cruel conversión de Victoria Eugenia.

Nada que ver esta España de hoy con la que la princesa británica Ena de Battenberg, protestante ella, se encontró cuando, en 1906, aceptó casarse con el muy católico rey Alfonso XIII. Para ello tuvo antes que convertirse al catolicismo. Más por necesidad que por convicción. «Para mí el episodio fue tan desagradable... Y público, para que yo sufriera», me reconoció en la última entrevista que concedió, un mes antes de su muerte. 
Así se las gastaba su suegra, la reina María Cristina, también conocida como Doña Virtudes, que invitó a la ceremonia, celebrada en la capilla del Palacio Miramar de San Sebastián, el 5 de marzo de 1906, a medio centenar de personas, entre ellas el primer ministro, Segismundo Moret y su familia. Victoria Eugenia, que sólo tenía 18 años, no sé si se lo perdonó, pero nunca lo olvidó. 

«Los ingleses me criticaron por hacerme católica y los españoles no creyeron que fuera sincera».
Pero lo que Ena sintió especialmente fue la forma tan humillante elegida para hacerla abjurar de sus creencias heréticas. Aunque ya estaba bautizada, la hicieron bautizar de nuevo. La vistieron de blanco, como a una novicia, sin joyas y con un velo también blanco. Y vestida así, renunció y abjuró de todos los errores y herejías, lamentando «haber pecado gravísimamente al mantener y creer doctrina contraria a la verdad de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, a la que me someto porque fuera de ella no hay salvación posible».¡Toma ya!

Nota.
«Yo, Victoria Eugenia de Battenberg, teniendo delante de mis ojos los santos Evangelios, que con mi mano toco, y reconociendo que nadie puede salvarse sin la fe que la santa Iglesia, católica, apostólica y romana mantiene, cree y enseña, contra la cual yo siento grandemente haber faltado, en atención a que he sostenido y creído doctrinas contrarias a sus enseñanzas…»

Así empezaba la fórmula mediante la cual la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, Ena, abjuró de la fe anglicana en la que había sido bautizada para así poder contraer matrimonio con el rey Alfonso XIII, del que se había enamorado perdidamente a raíz del viaje del monarca a Londres en 1905.

Esta entrada en la Iglesia católica fue la culminación de un enrevesado proceso –diplomático y religioso– cuyo objetivo inicial era el matrimonio del rey de España con la princesa Patricia, prima hermana de Ena –ambas eran nietas de la reina Victoria– e hija del príncipe Arturo de Gran Bretaña y de rango dinástico superior, al ostentar el rango de alteza real frente al de alteza serenísima de Ena. Los Battenberg era una rama morganática de la casa de Hesse, si bien había logrado retornar al corazón de la realeza europea con un par de matrimonios de postín, entre los cuales figuraba el del padre de Victoria Eugenia, Enrique, con la princesa Beatriz de Gran Bretaña. Pero en la corte de Londres apenas alcanzaban relevancia.
De ahí que el nombre de Ena no apareciese entre los objetivos fijados por el Gobierno español al preparar el viaje de Estado de Alfonso XIII a Gran Bretaña. Sin embargo, una vez que el monarca pisó Londres, las circunstancias cambiaron rápidamente: la princesa Patricia marcó de inmediato distancias con el soberano español y Ena fue invitada a los principales banquetes. El rey apenas tardó en dirigir sus miradas hacia ella, que le correspondió. El idilio ya era imparable, pero al no tratarse de una unión entre personas de a pie, planteaba una serie de cuestiones, siendo la religiosa la más acuciante. Cabe resaltar que la oposición a las nupcias fue mucho más firme en la –entonces– muy anglicana Gran Bretaña que en la –entonces– muy católica España, cuyo único temor real en relación con la fe de la novia era una hipotética campaña impulsada por un carlismo que perdía paulatinamente fuelle.
No ocurría lo mismo en el país que entonces era la primera potencia mundial gracias a su imperio. En primer lugar estaba la Iglesia anglicana, muy celosa de su posición de confesión de Estado, que asociaba al poderío político británico. Asimismo, como señala Ricardo Mateos en Alfonso y Ena, la boda del siglo, a la mayor parte de las viejas damas de la familia real les generaba espanto la idea de un matrimonio católico. Fue la habilidad del rey Eduardo VII la que auspició el desenlace. 
En el plano político-religioso, el hijo y sucesor de la reina Victoria supo vencer las reticencias tanto del arzobispo de Canterbury, Randall Davidson –que trasladaba la preocupación de un sector importante de su clero– como de buena parte del establishment, que interpretaba una conversión de Ena como una claudicación ante una potencia –España– muy inferior. La vertiente dinástica del caso se resolvió gracias a la buena disposición de la interesada, que no consideró un impedimento abrazar una nueva fe, y también la de la princesa Beatriz que, como revela Mateos, era la royal británica menos hostil al catolicismo. Desde el punto de vista legal el caso se resolvió aprovechando una grieta en la estricta Ley de Matrimonios Reales de 1772, que no se aplicó a Ena al ser hija del matrimonio en el que uno de los cónyuges –su padre– era un príncipe nacido extranjero.
Eduardo VII también acertó al exigir que la conversión no tuviese lugar en suelo británico ni en Roma, y en la elección de la persona que iba a dirigir el proceso: monseñor Richard Brindle, obispo católico de Nottingham, antiguo capellán castrense, que congenió con Ena desde el primer momento y que a través de una serie de encuentros –celebrados, por prudencia, en Francia– constató la diligencia de Ena para incorporar la doctrina católica, que además manifestó expresamente –detalle crucial– su voluntad de que su llegada al catolicismo fuese pública. De esta forma, se cumplió también la recomendación de san Pío X, que abogaba prudentemente por una conversión rápida antes del matrimonio. Esta se verificó el 7 de marzo de 1906 en el palacio donostiarra de San Sebastián. Allí, tras pronunciar la neófita la fórmula, fue bautizada sub conditione antes de que Brindle la absolviera de la excomunión.



La conversión de Sofía.

Más discreta, respetuosa y sencilla fue la conversión al catolicismo de Doña Sofía, nacida y criada en el seno de la religión ortodoxa griega. A pesar de que la diferencia entre las dos creencias religiosas es mínima (los ortodoxos no aceptan, sobre todo, la autoridad del Papa de Roma) hubo problemas graves tanto en España como en Grecia. Para los españoles, porque en aquella época eran católicos, apostólicos y romanos en un Estado de un nacionalcatolicismo intransigente. Para los griegos, porque su religión era la oficial y el Estado, confesionalmente ortodoxo hasta el extremo de identificarse, como en España, la fe con el sentido de lo patriótico y lo nacional. Para que la boda fuera posible, el Príncipe Juan Carlos y su padre, el conde de Barcelona, solicitaron la mediación del Papa Juan XXIII, que autorizó la doble ceremonia, católica y ortodoxa. 

Pero Chrisostomos, arzobispo de Atenas, exigió que la conversión de la princesa tuviera lugar después de que Sofía, primogénita de los reyes de Grecia, hubiese renunciado a sus derechos al trono, y se hubiera casado por el rito ortodoxo. Por la parte de los católicos, se exigía que la novia aceptase la obediencia al Papa antes de la boda.

La boda de la catecúmena Sofía.

Como el asunto era complicado, se decidió que la princesa recibiera una especie de cursillo de cristiandad que le impartió el arzobispo católico de Atenas Printesi. La propia Doña Sofía ha explicado que «no me enseñó el catecismo, ni la doctrina cristiana, ni los dogmas católicos.Lo que el arzobispo me explicaba era las diferencias de ritos, de liturgias, de ornamentos, celebraciones, santos, costumbres de la religión católica y diferencias con la ortodoxa».

Así estaban las cosas cuando el 14 de mayo de 1962 se celebró en Atenas la boda de los Príncipes Juan Carlos y Sofía por el doble rito: primero el católico, en la iglesia de San Dionisio y, posteriormente, el ortodoxo en la catedral de Atenas. La novia sigue siendo todavía ortodoxa por lo que su boda católica lo hace, digamos, como catecúmena.Quince días después y a bordo del yate Eros, cedido a los novios por el armador Niarchos para su luna de miel, y frente a la isla de Corfú, tiene lugar, más que la conversión oficial de Doña Sofía, el trámite jurídico de ingreso en el catolicismo.
 «No se trataba de un bautizo ni de una abjuración de nada. Simple y sencillamente, firmar ante el arzobispo católico Printesi el documento de adhesión a Roma».
A diferencia de la humillante conversión de su inmediata antecesora, la reina Victoria Eugenia, en este caso se hizo discretamente, sin ruido ni publicidad.«Sólo estuvimos el arzobispo, mi marido y yo». Eso fue el 31 de mayo de 1962. Habían pasado ya 15 días desde la boda ateniense.




  
Matrimonio del rey Juan Carlos y Sofía.

Catedral de Dionisio Areopagita es la sede de la arquidiócesis de Atenas y la catedral católica de esta ciudad, la capital de Grecia. Está dedicada al santo ateniense San Dionisio Areopagita (uno de los santos patronos de Atenas).


El matrimonio contó con tres ceremonias: la católica, la ortodoxa y la civil. La catedral de San Dionisio fue el escenario de la ceremonia católica. Se celebraron dos cenas de gala antes del enlace. Todas las campanas de las iglesias de Atenas repicaban desde el amanecer y nadie quería perderse el cortejo que salía del Palacio Real de Atenas para dirigirse a la catedral de San Dionisio, donde, a las 10 de la mañana, se inició la ceremonia católica, la primera de las dos que tuvieron lugar, además de los enlaces civiles, español y griego.

En el cortejo iban don Juan y la reina Federica, y doña María de las Mercedes y el príncipe Juan Carlos, en coches descubiertos. En una carroza del siglo XIX tirada por cinco caballos blancos iba la novia con su padre, el rey Pablo. Y a caballo, escoltando el carruaje, el príncipe Constantino, heredero al trono.
Entre el público, había casi 5.000 españoles que habían viajado a la capital griega para asistir al acontecimiento. Los monárquicos invitados a la ceremonia adoraban a doña Sofía. Tres días de celebraciones, tanto jubilosas y familiares como revestidas de una gran formalidad, para dotar del boato necesario el matrimonio del legítimo heredero de la dinastía española con la hija primogénita de los reyes Pablo y Federica de Grecia.
La catedral de la Anunciación de Santa María también conocida como la catedral metropolitana de Atenas  es una iglesia ortodoxa, también conocida popularmente como Mitrópoli. Está situada en la plaza de Mitropólis del barrio de Plaka en el centro histórico de Atenas.

El 14 de mayo de 1962, Sofía de Grecia se casó en la catedral con el heredero al trono español Juan Carlos de Borbón y Borbón.


La catedral de San Dionisio estaba decorada con miles de claveles rojos y amarillos llegados de Valencia y Cataluña. Doña Sofía pronuncio el «sí, quiero» en griego, don Juan Carlos en español. Después, se desplazaron a la Basílica de Santa María, para la ceremonia ortodoxa, en la que varios príncipes, entre ellos Victor Manuel de Saboya, Amadeo de Aosta o Miguel de Grecia, sujetaron las coronas sobre sus cabezas, como manda la tradición. Al término de la ceremonia, de regreso al Palacio Real, decenas de miles de personas aplaudieron a los novios en las calles.
Doña Sofía vistió un vestido de novia de corte princesa, de lamé plateado recubierto de tul y encaje antiguo, con una cola de casi siete metros, creación del diseñador griego afincado en París Jean Dessés. El velo de encaje de Gante, que pertenecía a su madre, la reina Federica, estaba sujeto con la tiara prusiana, que había pertenecido a su abuela, la princesa Victoria Luisa de Prusia, y era la más importante del joyero griego, la misma que lució doña Letizia en su boda.

Dessés, entonces diseñador de la realeza, también realizó los vestidos de las ocho damas de honor que llevaban el largo velo de la novia y rodearon a los recién casados en las fotos de familia: Irene de Grecia, Irene de Holanda, Alejandra de Kent, Benedicta y Ana María de Dinamarca, Ana de Francia, la infanta Pilar y Tatiana Radziwill, todas de blanco, todas con collar de perlas de una o dos vueltas y con el mismo tocado. Juan Carlos utilizó el traje de teniente de Infantería del Ejército de Tierra, un uniforme discreto. El banquete, que tuvo lugar en el palacio real, fue restringido a los miembros de las familias reales.
Boda catolica

Boda catolica.

Sofía eligió coronarse con la diadema de diamantes, conocida como la tiara Prusiana, que había recibido como regalo de bodas de su madre, la consorte Federica. La Hannover la había incorporado a su joyero en 1938 como regalo de compromiso de su progenitora, Victoria Luisa de Prusia, a quien se la habían comprado sus antecesores, el káiser Guillermo II y la emperatriz Victoria Augusta, con motivo de sus nupcias en 1913. De estilo neoclásico y línea griega, esta alhaja de los hermanos berlineses Robert y Louis Koch es considerada, por su tamaño, una tiara menor.
Boda Ortodoxa 



Para contrarrestar la sencillez elegida por la novia –además de la tiara se adornó con unos pendientes largos y un colgante de diamantes, ambas regalos paternos–, la reina Federica optó por epatar con las piezas más coloridas y valoradas de las joyas reales griegas: las esmeraldas de la reina Olga. Las esmeraldas que lució la reina griega el 14 de mayo de 1962, permeable al capricho de las modas propias de cada tiempo, entraron a formar parte del cofre heleno por matrimonio cuando en 1867 el rey Jorge I de Grecia se casó con la gran duquesa Olga de Rusia, nieta del zar Nicolás I, provista de una generosísima dote en gemas. La reina Olga lució sus berilos verdes, rodeados de diamantes, en collares y broches que prendía de tocados y vestidos al estilo de su país de origen.




La tiara Prusiana.


Se trata de una diadema de estilo neoclásico, inspirada en los frontispicios griegos, de platino y brillantes, creada en 1913 como regalo de bodas del káiser Guillermo II y de la emperatriz Victoria Augusta a su única hija, la princesa Victoria Luisa de Prusia, abuela materna de doña Sofía.
La princesa Victoria Luisa se la entregó a su hija Federica con motivo de sus nupcias con el rey Pablo I de Grecia. Federica se la legó después a doña Sofía. Es una tiara llena de significado para doña Sofía y la entonces princesa Letizia la escogió también para su primera cena de gala, celebrada en el Palacio Real en 2004.

Tiara prusiana, diseñada por Koch en 1913, regalada por el káiser Guillermo II a su hija, la princesa Victoria Luisa , con motivo de su boda. Fue un regalo de su madre, la reina Federica , a la infanta Sofía para su boda en 1962, donde la lució. También la lució Letizia en su boda en 2004.


La Tiara Floral.





Existen muchas teorías que cuentan que esta tiara fue realizada por Mellerio en París, en 1867. Pero al parecer esto no es cierto. La corte española ha confirmado que Franco compró una pieza antigua para Sofía en lugar de encargar una nueva. La tiara fue hecha en 1879 por una firma de joyería británica, J.P. Collins, para el rey Alfonso XII de España. 
Se trata de una pieza convertible, que se puede usar como un collar o dividirse en una serie de tres broches. Tres flores de diamantes de cinco pétalos están conectadas por una guirnalda de hojas y follaje de diamantes, lo que le da a la tiara una apariencia clásica y atemporal. 
De hecho, la primera vez que Doña Sofía utilizó la tiara fue en 1962, durante la gala de su preboda en Atenas. Y lo utilizo de collar. Años más tarde volvió a utilizar la pieza a modo de collar para la celebración del centenario de la Monarquía Griega. No fue hasta 1979, en una visita de estado a Suecia, que pudimos ver a la reina emérita lucir la pieza como tiara. 
Esta espectacular tiara ha sido usada por todas las principales damas reales: la reina Sofía, la reina Letizia, la infanta Elena y la infanta Cristina, quien incluso la usó el día de su boda en 1997.


La historia de la tiara es bastante curiosa. Fue el rey Alfonso XII de España (bisabuelo del rey emérito Juan Carlos) quien la adquirió para regalársela a su esposa, María Cristina de Austria. La pieza perteneció a la familia durante más de medio siglo. Pero cuando estos se exiliaron en 1930, la vendieron, y el rastro de la tiara desapareció durante muchos años. 



Lo curioso viene cuando Francisco Franco, la adquiere y se la regala, en nombre de España, a la -emerita- Reina Sofia como regalo de bodas con el Rey Juan Carlos.

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