Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo González Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarce Reyes; Franco González Fortunatti; |
El gran sello de Gales. El escudo de armas del País de Gales fue aprobado en el mes de mayo del año 2008 para ser empleado como símbolo oficial por la Asamblea y Gobierno autónomos del País de Gales. Consiste en un escudo cuartelado de oro (el primer y tercer cuartel) y gules (el segundo y cuarto cuartel), cuatro leones pasantes (uno en cada cuartel). En el primer y cuarto cuartel el león es de gules y en el segundo y tercero, de oro, y todos ellos están armados de azur. Él todo rodeado por una cinta de sínople (verde) bordeada de oro y cargada con el lema “Peidiol Wyf I'M Gwald” (Soy fiel a mi tierra), escrito en letras del mismo metal (color). La cinta, rodeada por una corona formada por los símbolos vegetales de Gales, Escocia, Irlanda (del Norte) e Inglaterra: el narciso, el cardo, el trébol y la rosa heráldica. Al timbre, la Corona de San Eduardo, que es la corona real del Reino Unido. La Corona de San Eduardo, fue elaborada para la coronación del rey Carlos II ya que la original, realizada en el siglo XIII fue destruida durante el periodo de la Mancomunidad de Inglaterra. El lema que figura en el escudo está tomado del Himno de Gales. La corona vegetal reúne los símbolos de los cuatro territorios que integran el Reino Unido. El sello de Gales es un sello utilizado para gobierno de Gales. Una ley de 2006, creó este sello y que también designó al primer ministro de Gales como "Guardián del Sello de Gales". El sello es utilizado por el Primer Ministro para sellar (y así poner en vigor) las reales cédulas, firmado por la Reina dar la sanción real a los proyectos de ley aprobados por la Asamblea Nacional de Gales. Diseño. El sello representa tanto el monarca y la nación galesa. El diseño final se decidió el 23 de junio de 2011 por el Comité Asesor de Casa de la Moneda Real en el diseño de monedas, medallas, sellos y decoraciones, con el asesoramiento del Colegio de Armas. |
Ejemplo del sello en un documento. El diseño fue hecho público en diciembre de 2011, a raíz de una visita del Primer Ministro Carwyn Jones a The Royal Mint en el sello estaba a punto de realizar. La Reina formalmente entregado el sello en la custodia del primer ministro en una reunión del Consejo Privado en el Palacio de Buckingham, Londres, el 14 de diciembre de 2011.
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Historia del escudo. El blasón cuarteado de Gales tiene su origen en las armas del príncipe Llywelyn el Grande de Gales que vivió en el siglo XIII. En el año 1911 al futuro rey Eduardo VIII (luego duque de Windsor) se le concedió el título de príncipe de Gales y tuvo lugar una ceremonia en el castillo de Caernarfon que no se celebraba desde algunos siglos. Se decidió emitir para el príncipe Eduardo su estandarte y escudo de armas y se incorporaron en ambos los elementos del escudo de Gales (incluida la corona) porque su diseño no llevaba ningún símbolo galés, como aparece documentado en el libro Guía completa de Heráldica, publicado en 1909, de Arthur Fox-Davies. El blasón (y el estandarte) del príncipe de Gales era semejante al escudo de armas del monarca británico pero se diferenciaban únicamente por sus coronas y un lambel de tres brazos que se añade en el escudo del príncipe heredero. Desde entonces, los elementos del escudo propiamente dicho del País de Gales figuran, junto a la corona de su título, en el escudo de armas del príncipe de Gales y en su estandarte. |
El dragón galés (en galés: Y Ddraig Goch, es decir 'el dragón rojo') es uno de los símbolos del País de Gales. Aparece en su bandera de Gales y es probable que se trate de una huella de la colonización romana, cuyo ejército utilizaba dragones como estandartes. Enrique VII tomó el símbolo galés, colocándolo en un fondo verde y blanco que representa la Casa de Tudor, cuando se dirigía a la batalla de Bosworth. Aunque se ha vinculado a Gales y al dragón rojo desde hace milenios, sólo en el siglo XX se convirtió en su símbolo oficial. Leyenda. Según la tradición, el origen del dragón rojo representado en la bandera de Gales, llamado Ddraig Goch o Dragón Galés, proviene de un antiquísimo conflicto entre dos de estas bestias, una blanca y una roja. Del dragón blanco se decía que era la encarnación del mal, pero existía un problema, y era que los constantes enfrentamientos entre estos dos dragones provocaban daños en los humanos, y se creía que el simple sonido que emitían al luchar era suficiente para dejar a quienes lo escuchasen sin descendencia. Llud, el entonces monarca de Gran Bretaña se decidió a encontrar una solución a este gran conflicto, para lo cual pidió consejo a su sabio hermano Llefelys. Éste le propone cavar un enorme agujero en el centro del reino y después llenarlo de hidromiel, para que los dragones se embriagaran y después fueran más fáciles de abatir. Su plan funcionó a medias, ya que ambas bestias quedaron atrapadas durante siglos, pero aun así se mantenían con vida. Mucho tiempo después un nuevo rey llamado Gwrtheyrn decidió erigir un gran castillo sobre la prisión de los dragones, descubriendo a ambas criaturas aun en su cautiverio. Gwrtheyrn pide consejo al ilustre Mago Merlín, quien aconseja la liberación de las bestias para que puedan continuar con su batalla. Una vez liberadas por Merlín, la lucha entre ambas criaturas terminó con la victoria del dragón rojo, por lo que siglos más tarde, el rey Wthyr Bendragon (o Uther Pendragon, padre del mítico Arturo de Camelot) decidió tomar la figura del gran dragón rojo como emblema de su linaje y del país de Gales. Cuando hay un atardecer en Snowdonia, el cielo se torna rojizo, lo que hace que se recuerde al gran dragón rojo y toda la época legendaria de Gales. |
HISTORIA DE GALES. |
La historia de Gales comienza con la llegada de seres humanos a la región hace miles de años. Los neandertales vivieron en lo que hoy es Gales (o Cymru en galés), hace al menos 230 000 años, mientras que el Homo sapiens llegó alrededor de 31000 a. C.. Sin embargo, los asentamientos estables de los humanos modernos datan del período posterior al final de la última glaciación alrededor del 9000 a. C., y Gales tiene muchos restos del Mesolítico, del Neolítico (principalmente dólmenes y crómlechs) y de la Edad de Bronce. Durante la Edad del Hierro, la región, al igual que toda Gran Bretaña al sur del Firth of Forth, estaba dominada por los celtas britones y la lengua britónica. La historia escrita de Gales comienza con la llegada de los romanos, que comenzaron su conquista en el año 43 d. C., e hicieron campaña por primera vez en lo que ahora es el noreste de Gales contra los deceanglos. Las tribus británicas de la época prerromana —deceanglos, ordovicos, cornovii, démetas y siluros.— ocupaban el territorio actual de Gales y también partes de Inglaterra y el sur de Escocia, en lo que se organizaría como la provincia romana de Britania. Los romanos consiguieron el control total de Gales con la derrota de los siluros y finalmente de los ordovicos en 79 d. C. y partieron de Gran Bretaña en el siglo V, abriendo la puerta a la invasión anglosajona. Varios reinos pequeños se formaron en el actual Gales en el período de la Britania posromana, como Gwynedd, Powys, Deheubarth, Glywysing y Gwent, al tiempo que los britónicos se convertían al cristianismo. A partir de entonces, la lengua y la cultura britónicas comenzaron a dividirse, y se formaron varios grupos distintos. Los galeses fueron el mayor de estos grupos, y generalmente se desempeñaron independientemente de los otros pueblos de habla britónica supervivientes después del siglo XI. Durante el período altomedieval el territorio de Gales siguió dividido en pequeños reinos, siendo el gobernante más poderoso el del reino de Gwynedd, que normalmente era reconocido como el rey de los britones (más tarde Tywysog Cymru: Leader o Prince of Wales). Algunos de esos gobernantes fueron capaces de ampliar su control sobre otros territorios galeses y hacia el oeste de Inglaterra y con el paso del tiempo su influencia centralizadora se extendió. A mediados del siglo XI Gruffyd ap Llywelyn llegó a controlar todos los reinos de Gales y algunas zonas de Inglaterra durante un breve período, pero ningún gobernante pudo unificar Gales durante mucho tiempo. La Alta Edad Media en Gales se caracterizó por las luchas internas y la presión externa de los reinos ingleses, primero como Mercia, luego contra el reino unificado de Inglaterra. y posteriormente contra los conquistadores normandos, que llegaron a las fronteras de Gales en el año 1067.
La guerra contra los invasores continuó durante más de dos siglos hasta la muerte del Llywelyn ap Gruffudd, el Último Rey en 1282, que condujo a la conquista del Principado de Gales por el rey Eduardo I de Inglaterra y la anexión de Gales al reino de Inglaterra; después, el heredero aparente del monarca inglés llevará el título de "Prince of Wales". Los galeses lanzaron varias revueltas contra la dominación inglesa, siendo la última significativa la que dirigió Owain Glyndŵr a principios del siglo XV, que controló Gales durante unos pocos años antes de que la corona inglesa restableciera su autoridad. Durante el siglo XVI la legislación galesa fue progresivamente modificada para incorporar las estructuras ejecutivas a Inglaterra. Enrique VIII, él mismo de origen galés como bisnieto de Owen Tudor, aprobó las Leyes en las Actas de Gales con el objetivo de incorporar plenamente a Gales en el Reino de Inglaterra. Bajo la autoridad de Inglaterra, Gales se convirtió en parte del Reino de Gran Bretaña en 1707 y luego en el Reino Unido en 1801. Sin embargo, a pesar de la asimilación inglesa, los galeses conservaron su idioma y cultura. La publicación de la extremadamente significativa primera traducción completa de la Biblia en galés por William Morgan en 1588 ayudó mucho a la posición del galés como lengua literaria. El siglo XVIII vio el comienzo de dos cambios que afectarían enormemente a Gales, el renacimiento metodista galés —que llevó al país a volverse cada vez más inconformista con la religión— y la Revolución Industrial. Durante el surgimiento del Imperio Británico, el sudeste de Gales, en particular, experimentó en el siglo XIX una rápida industrialización y un aumento rápido de la población como resultado de la explosión de las industrias del carbón y del hierro. Estas zonas fueron “anglificadas” debido a la llegada de inmigrantes, destacando con los territorios rurales, donde se conservó con más fuerza la cultura tradicional galesa. Asimismo, la zona experimentó la influencia del cristianismo metodista. Gales desempeñó un papel completo y voluntario en la Primera Guerra Mundial. El Partido Laborista reemplazó al Partido Liberal como fuerza política dominante en los años 1920. Gales jugó un papel importante durante la Segunda Guerra Mundial junto con el resto del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Aliados, y sus ciudades fueron bombardeadas extensamente durante el blitz nazi. Las industrias del Imperio en Gales declinaron en el siglo XX con el fin del Imperio británico después de la Segunda Guerra Mundial mientras que el sentimiento nacionalista y el interés en la autodeterminación aumentaron. El partido nacionalista Plaid Cymru, dirigido por Gwynfor Evans, ganó impulso a partir de los años 1960 y consiguieron por primera vez representación en el parlamento del Reino Unido en 1966, convirtiendo la “devolución” de las instituciones parlamentarias galesas en su principal objetivo político. En el referéndum de 1979 ganó el voto negativo pero en 1997 en otro referéndum los votantes galeses aprobaron por un estrecho margen la devolución de la responsabilidad gubernamental a una Asamblea Nacional de Gales, la cual se reunió por primera vez en Cardiff en 1999. |
ESTALLIDO SOCIAL EN CHILE. |
Las cicatrices del estallido social sobre la economía chilena. Maolis Castro Santiago de Chile - 16 OCT 2024 La imagen de Chile, como un destino seguro de inversiones, cambió de la noche a la mañana el 18 de octubre de 2019. Ese día, el que se inició una oleada de protestas que se extendieron hasta poco después de la llegada del coronavirus al país, en marzo de 2020, comenzó una millonaria fuga de capitales en búsqueda de otros destinos con menos incertidumbre. Sólo en los últimos cinco años han salido más de 26 mil millones de dólares, siendo 2020 cuando se produjo la cifra más alta (US$ 9.691 millones) en dos décadas. Sin embargo, Jorge Berríos, director académico del diplomado en Finanzas de la Universidad de Chile, asegura que las esquirlas más pesadas del estallido social cayeron sobre la profundidad de mercado del país sudamericano: “Chile se caracterizaba por ser estable, cumplir las reglas y tener bajo riesgo. Pero ese esquema se rompió a fines de 2019″. La economía chilena fue presentada como el “oasis en una América Latina convulsionada” por el presidente Sebastián Piñera (2010-2014 y 2018-2022) unos días antes de que estallara la inusitada oleada de protestas en las calles de Santiago, que comenzaron tras el anuncio de un alza de 30 pesos (3 céntimos de dólar) en las tarifas del Metro. Los ataques contra locales comerciales y al sistema de transporte, una paralización parcial del sector de entretenimiento y otros daños provocaron pérdidas cercanas a los US$ 3.000 millones, aunque adicionalmente se estima que se perdieron otros miles de millones más de forma indirecta. El impacto se reflejó en una contracción del 2,1% del PIB en el último trimestre de 2019. Si bien la economía ya estaba debilitada hace una década, las revueltas sociales marcaron el inicio de una seguidilla de eventos, incluyendo la pandemia de Covid, que han incidido de forma negativa. Juan Ortiz, economista senior del Observatorio del Contexto Económico de la Universidad Diego Portales (OCEC UDP), dice que es complejo distinguir cuánto de la situación actual obedece a la crisis de 2019 o a la pandemia, pero reconoce que una de las esquirlas del estallido social fue un incremento del populismo y cuya máxima expresión fueron tres retiros de fondos de pensiones aprobados por el Congreso por unos US$ 53 mil millones que dispararon la inflación a cifras de dos dígitos y deterioraron el mercado de capitales chileno. “Los retiros de fondos tienen su origen en una pugna política que viene del estallido, donde el Ejecutivo pierde fuerza y el Congreso gana poder. Su popularidad creció tanto que aún, a pesar de sus consecuencias negativas, existen parlamentarios que los siguen promoviendo”, señala el académico. El aumento de los precios trajo como consecuencia que el Banco Central de Chile subiera la tasa de interés de referencia hasta un 11,25% en octubre de 2022, lo que dificultó las condiciones para acceder a créditos debido a que se elevó el costo endeudamiento. Aunque la inflación fue controlada y la tasa de política monetaria se encuentra en un proceso de flexibilización, aún los intereses de los créditos hipotecarios duplican a los establecidos antes del estallido social. Asimismo, tampoco la millonaria salida de capitales, que se acrecentó por la incertidumbre, ha menguado. Sólo en el primer semestre de 2024 unos US$3.157 millones tomaron otro rumbo distinto a Chile, aunque ahora se atribuye a una diversificación de los patrimonios e inversiones. Falta de acuerdos Tras el estallido se instaló la incertidumbre política y social en Chile, como no se había visto desde el retorno a la democracia en 1990, y eso fue perjudicial para la inversión, señalan los expertos. Las protestas abrieron paso a un proceso constituyente, pactado por las principales fuerzas políticas, que tenía como finalidad enterrar la Carta Magna vigente desde la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y reformada varias veces en democracia. Pero se redactaron dos propuestas de nueva Constitución con resultados infructuosos, ya que ambas fueron rechazadas durante los referendos realizados en septiembre de 2022 y diciembre de 2023, uno con mayoría de izquierdas y otro empujado por la extrema derecha. Las inquietudes, sobre todo por la primera propuesta y de otros factores de la economía global, contribuyeron con una fuerte depreciación del peso chileno durante el primer semestre de 2022, la que se revirtió luego que el Banco Central aplicó un programa de intervención cambiaria y provisión preventiva de liquidez en dólares en junio de ese año. “Chile pudo haber crecido a tasas más grandes, pero ahora tenemos un PIB tendencial que no supera el 2%, una disminución de las inversiones, fuga de capitales y muchos grandes grupos económicos que hacen inversiones en el país ya fijaron domicilios legales fuera de Chile. El costo es que la economía se ha ralentizado, por diferentes motivos, desde 2019″, asegura Berríos. Además, los economistas consultados por EL PAÍS coinciden en que la falta de acuerdos políticos ha venido en desmedro después de 2019, lo que repercute en el crecimiento al no contarse con consensos para sacar adelante proyectos. “Hoy, los actores políticos no logran tener una postura común sobre elementos fundamentales, como sí lo hicieron en el pasado cuando teníamos una mayor gobernanza a nivel país y los dos grandes bloques políticos llevaron un conjunto de reformas, principalmente de índole macroeconómico”, comenta Ortiz. |
Decadencia del centro de Santiago. Por Ignacia Munita 16 de Octubre de 2024 A cinco años del denominado estallido social del 18 de octubre de 2019 y las masivas movilizaciones, el mercado de locales comerciales y oficinas en Santiago Centro continúa afectado, con múltiples recintos que decidieron por cerrar sus puertas. Según un estudio elaborado por la consultora inmobiliaria GPS Property, desde que se gatillaron las manifestaciones a la fecha, han bajado sus cortinas aproximadamente 900 locales comerciales. “Principalmente se trataba de pymes de no más de 100 metros cuadrados, atendidos por sus propios dueños y ubicadas en zonas de harto flujo cercanas a las estaciones de Santa Lucía, Universidad de Chile y Baquedano”, comentan desde la firma. Asimismo, en la compañía señalan que los valores de estos locales han caído cerca de un 50% y existe casi un 20% de disponibilidad de comercios en la zona. A este respecto, dicen que “lo anterior se ha sumado al éxodo de entidades financieras hacia Nueva Las Condes, El Golf y El Bosque, como Santander y BICE, Scotiabank, además de compañías como ENEL y MetLife que fueron objeto de la violencia que se originó en octubre de 2019”, complementan. No solo locales, también las oficinas. Otro de los mercados que ha sido afectado ha sido el de oficinas. Según la consultora, la vacancia en el tercer trimestre alcanzó el 14,9%, equivalente a 68.098 m2, ocho veces más que en 2019 previo al comienzo del estallido social. En concreto, Santiago representa poco más de una de cada cuatro oficinas vacantes en la RM, concentrando el 26,5% del total de la oferta disponible. A la vez el centro es el corredor con el precio promedio de arriendo más bajo del mercado de oficinas Clase A, llegando a 0,33 UF M2, situación que para GPS “representa una real oportunidad para el sector gubernamental para poder consolidar a sus distintas áreas en un solo edificio y modernizar sus instalaciones de oficinas.”
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Política. Encuesta Pulso Ciudadano a 5 años del estallido social: 61% cree que fue negativo para Chile. Camilo Calderara 14 de Octubre de 2024 Distintos estudios de opinión se han realizado a cinco años del estallido social que se produjo en Chile en octubre de 2019. Esa vez, la encuesta Pulso Ciudadano de Activa mostró que el 61% de los encuestados cree que el estallido social tuvo un efecto negativo para Chile, y más del 50% cree que las demandas sociales no fueron solucionadas. La medición que tiene como objetivo indagar cómo han evolucionado las percepciones y opiniones de la ciudadanía antes las protestas que se desencadenaron en octubre de 2019 mostró, además de que un 61,2% cree que tuvo un efecto negativo para Chile, que el 27,5% cree que tuvo un efecto positivo, y un 11,3% no lo sabe. Otros de los resultados de la medición dicen que un 36,3% considera que el estallido social fue una mezcla entre demandas sociales legítimas y actos de delincuencia. Un 28,2% considera que fue una manifestación y expresión legítima por demandas sociales. Un 19,8% considera que fue una expresión de solo delincuencia y destrucción de bienes. Un 9,7% considera que fue un intento de desestabilizar y derrocar al Gobierno de Sebastián Piñera. Un 6% no sabe. Entre los efectos del estallido social en la sociedad, un 49,8% cree el aumento de la delincuencia en el país fue uno de ellos, un 41,8% cree que provocó también el estancamiento del país, un 36% mencionó un menor crecimiento económico del país, y un 34,4% dijo que significó mayor polarización de la sociedad chilena. Entre los encuestados, el 52,7% considera que no se han solucionado las demandas sociales manifestadas por la ciudadanía en el estallido social, por parte de los gobiernos; un 43,8%, que se han solucionado en parte; y un 3,5%, que si se han solucionado. A juicio de los ciudadanos, las demandas sociales que no se han solucionado son: pensiones de los jubilados 69,3%, control de la delincuencia 60%, costo de la salud en Chile 58,5%, precios de los servicios básicos (luz, agua, gas) 56%, dificultad de acceso a la vivienda propia 53,2%, menor corrupción del Estado y la clase política 50,9%, sueldos de los trabajadores 49,3%, desigualdad económica entre los chilenos 47%, costo de la educación 46,7%, igualdad frente a la justicia 43,9%. Sobre la nueva Constitución, tras el fracaso de dos procesos constitucionales, un 44,2% dice estar de acuerdo o muy de acuerdo con cambiar la actual Constitución de Chile. Un 29,8% está ni de acuerdo ni en desacuerdo y un 26% está muy en desacuerdo o en desacuerdo. |
Roberto Merino Roberto Merino: “Decir ‘Plaza Italia para arriba, Plaza Italia para abajo’, es una huella de algo que ya no corre” Cronista avezado de la capital chilena, retomó hace pocos meses sus columnas periódicas a este respecto mientras prepara la aparición de dos libros. Cristobal Venegas Pablo Marín Santiago de Chile - 07 SEPT 2024 - Los adelantados que hace más de 30 años pedían un Santiago de Chile pedaleable lo hacían, eso sí, en términos que hoy suenan cuando menos descariñados. “Ciclovías para Santiasco”, demandaban. Por su parte, Roberto Merino (62 años, Santiago) no cree que sea ningún Santiasco. No por fetichizar ni por patrimonializar: más bien por tincada, melancolía, perplejidad, molestia o lo que toque cuando llega a la hora de escribir. Merino, que ha hecho de un cuanto hay (poesía, crónica, columnismo, novela, ensayo, además del trabajo editorial y académico), ha escrito por décadas de su ciudad y volverá dentro de unos meses al asunto en un volumen de ensayismo de largo aliento. Y poco antes aparecerá Diario de hospital, que rescata una experiencia vivida entre 1994 y 1995. Autobiógrafo involuntario, observador de usos y costumbres, Merino evita amarrarse a visiones muy fijas acerca de las cosas, incluido Santiago. Por lo mismo, puede quejarse por el fin de una época en tal barrio o calle, pero incluso en ese caso está atento a las ironías y las deformaciones que el presente opera en el pasado y viceversa. Así lo prueba periódicamente en The Clinic, medio que acoge desde este año sus columnas tras el fin de la página cultural de Las Últimas Noticias, en octubre pasado. Sentado en un café junto a la Plaza Las Lilas, comuna de Providencia, en el sector oriente de Santiago, concede que no lamentará por defecto cualquier demolición ni condenará per se la aparición de un edificio de grandes dimensiones. De hecho, mientras conversa con EL PAÍS ve justo al frente suyo un ejemplo, en la esquina de Juan de Dios Vial con Eliodoro Yáñez, a un costado de donde estuvo hasta 2005 el tradicional cine Las Lilas. “Me atrevería a decir que los edificios que hicieron tras la demolición son mejores que los que estaban aledaños al cine, que eran estrechos”, propone. “Dejaron un espacio muy generoso en la esquina. Se supone que el empresario siempre está tratando de lucrar con cada centímetro cuadrado, pero acá no es así. Hay una perspectiva que se suma a la de la plaza, lo que me parece encomiable. Yo no soy arquitecto, pero eso tiene algo liviano: no es un mazacote”. Y dice por último este hombre de barba abundante y chaqueta de mezclilla, que le gusta harto de lo construido en años recientes: “Mucho paisaje, ese paisaje que se ve cuando uno sube por Avenida Santa María [al costado norte del río Mapocho], esos perfiles entre pastos y piscinas y brillos. Eso me gusta mucho, me emociona incluso. Pregunta. Sigue dándole vueltas a estos temas en un libro de mayor calado, ¿no? Respuesta. Son textos que ya he publicado, pero no crónicas, porque persiguen algunas intuiciones en un formato mayor. Hay un texto sobre el [cerro] Santa Lucía y la literatura que me pidieron para un libro. Eso me sigue gustando, porque es un tema que puede seguir, que queda abierto: son relaciones muy oblicuas, cuestiones que van desde El loco Estero, de [Alberto] Blest Gana, hasta Jorge Délano, Coke, que tiene una especie de pequeña novela o libreto cinematográfico –Las casas también mueren de pie– sobre el tiempo en que se pasa de unas mansiones eclécticas a los edificios que uno conoce ahora frente al cerro. Como todo en Coke, es medio absurdo –hay una conversación entre la casa y los edificio–, pero es bonito. P. Antes que eso aparecerá Diario de hospital. ¿Qué cuenta? R. Puras huevadas, no más. O sea, imagínate, es una hospitalización larga: como dos meses. Entonces, es el día a día, dentro de lo posible. Son observaciones… No sé cómo decirlo, pero no está tan centrado en el sujeto, a pesar de que hay una presencia. Son, más bien en las cosas que se ven, que pasan. Ahora, todo era difícil, y a mano. Obedecía a un impulso. En verdad, era más cómodo no escribir nada. P. ¿Cómo se ha ido entendiendo con Santiago? R. Hubo una especie de subentendido común: que esta ciudad era muy aburrida, y una serie de otros reclamos. Y no sé si la realidad cambió o si cambió el punto de vista de la gente, pero años después empezó una especie de reivindicación de la belleza de Santiago –de lo agradable que era– por parte de todo el mundo. El año 2013 me fijé en eso: hablando con los taxistas, la gente decía, qué bonita es la ciudad. P. ¿No le había pasado antes? R. Jamás. Eso de decir, oye, qué bonito lo que es propio, era muy raro. Actualmente, en Youtube hay muchos expertos en pequeñas cosas, muy locales, y van con la cámara y las muestran. Yo lo hallo muy entretenido. Hay un ruso [Andrei Sokolov] que era lector de noticias en la televisión rusa, y no sé por qué está aquí y es experto en Santiago y se pega en unas caminatas de Maipú a Vitacura, mostrando lo que va saliendo en un tono de alguien que sabe. Es bien extraño. P. Quienes caminan por caminar saben que hacerlo es una especie de ejercicio espiritual, ha escrito usted. ¿Ha sido su caso? ¿Sigue siendo un caminador esforzado? R. Camino, sí, pero más bien ensimismado, así que no es mucho lo que miro. Por lo mismo, no me he expuesto a los descubrimientos: cuando uno propicia la caminata, va descubriendo cosas, pero ese es un trámite de largo o de mediano plazo. Yo siento que no tengo tiempo, que tengo que escribir rápido. No tengo ya tanto tiempo para eso y me canso más, también. Pero hace poco, por un texto que estoy escribiendo, fui con mi hermano por calle San Isidro [en el área centrica de Santiago], y fue bueno: me recordó esa emoción de los descubrimientos juveniles, cuando no sabes qué vas a encontrar, y de repente tocas un timbre y hablas con alguien que te da un ángulo, una perspectiva. Eso también lo hice, y fue bueno. Hay una casa que siempre había visto por fuera, porque tenía las mamparas de vidrio esmerilado. Ahora está convertida en restorán y conservaron la casa, y por primera vez me asomé. Fue muy ilustrativo. P. Usted vivió por ahí. R. Sí, y arrasaron con esa calle. Fue siempre una calle muy quitada de bulla, y se transformó en estos guetos verticales, graffitis, de repente una remodelación, plazas nuevas en retazos de terreno. Todo muy feo, como si lo hubieran hecho con saña. Y en algunos de estos edificios nuevos tratan de citar cierta arquitectura con balaustradas, con vidrios esmerillados en las mamparas de los edificios. Qué raro es todo eso. P. ¿Pensaba algo así en 2022, cuando declaró a La Tercera que había pasado por el centro de Santiago y que le pareció “una ciudad por donde pasó una guerra”? R. Sí. Es que era terrible: las huellas del picapedreo [de los adoquines durante el estallido social de 2019], además de los blindajes al comercio, también en Providencia. Los domingo, todavía ves una ciudad como de metal. Esto era impensable en Santiago. Me acordaba de los Sacramentinos, que en los años 30, cuando hubo un fuerte anticlericalismo, tuvieron que pintar de verde unas puertas de bronce para que no se notara que eran de bronce, porque se las podían sacar y quemar. Yo pensaba que era una exageración: ¿cómo puede haber un momento en que se diera eso? ¡Ni en el período de la Unidad Popular (UP)! Recuerdo que una vez una prima, en el Gobierno de Salvador Allende, llegó contando que hubo una marcha cerca de Plaza Italia [hito santiaguino que se ha pintado como una frontera social] y habían roto a piedrazos unos cristales muy grandes en el edificio de la Unctad [actual Centro Gabriela Mistral, GAM, en la Alameda]. Y eso era raro. Era un hecho de violencia que a todo el mundo le parecía excepcional. ¿Por qué agredir un edificio? Ni en la época de la UP, cuando se agarraban a piedrazos todo el día, hubo esta autodestrucción que se vio después. P. ¿Y ha vuelto al centro? R. Sí, volví, y hay partes que se recuperaron rápido, como [el paseo] Huérfanos. Anduve por Huérfanos hacia el poniente, y estaba supernormal, un poco como era antes. Pero medio fantasmal, también: negocios cerrados. Había en el centro negocios que quebraron dadas las circunstancias del estallido y la pandemia, y eso también incide en el paisaje. Lo otro que es muy impresionante es la cantidad de comida callejera... Yo me decía, ¿cómo se atreven a comer eso? Ahí me acordé de ciertas imágenes de un Chile muy pobre, de fines de los 60: frente a la Estación Mapocho, por ejemplo, había un viejo que vendía pescado frito. Y ahí estaba con la olla con aceite, y los tipos comiendo en un papel... Eso se acabó. Quizá perdimos esa relación espontánea con la comida. P. ¿Y no la ha traído de vuelta la migración? R. Totalmente. Son costumbres que en Chile se habían perdido un poco, aunque quedaban vestigios con el sánguche de potito hecho de guata cocida: durante los 70 y 80 había esa presencia insomne. Hubo una oferta culinaria callejera, que más tarde fue arrasada por las modalidades de la inmigración, y que en lugares como Alameda con Santa Rosa se expresaba en un mundo nocturno con choferes de colectivos, travestis, borrachos, vendedores y gente que esperaba una micro improbable. P. Y el factor migrante, ¿no ha alcanzado a verlo bien? R. Me perdí un poco de eso. Sé poco. P. A propósito del Santiago segregado y de las diferencias sociales, usted declaró en 2013: “La línea divisoria se marca simbólicamente en los chistes, en el tono especial con que se nombran los barrios opulentos o las zonas miserables; en fin, en el mapa simbólico de la ciudad en cuyas referencias nos movemos, donde los barrios funcionan como subentendidos”. ¿A qué se refería? R. Me refería, yo creo, a un mapa no explícito en la conversación, en el lenguaje. Para expresar un rasgo específico, como el arribismo, no necesitas decir demasiadas cosas. He visto a alguna señora diciendo que está muy complicada porque están haciendo trabajos en Las Hualtatas [una calle de un muncipio acomodado de Santiago], y con eso te da a entender que su cotidianeidad pasa por un sector mejor que el del interlocutor, probablemente. Ahora, cuando yo decía eso, creo que en Santiago los barrios estaban menos demarcados que ahora. Hoy hay esta especie de mirada reivindicativa, identitaria, de cualquier lugar. Si yo soy del barrio de la plaza Las Lilas, entonces, ‘¡aguante Plaza Las Lilas!’. Es como una guerra imaginaria en que la plaza está siendo agredida por otros barrios. Ese tipo de cosas son irracionales. Ahora, que te enrostren el no pertenecer tiene que ver con no entender las referencias. Me contó una vez [Rafael] Gumucio que había estado con un exfutbolista y una cantante y su conclusión era que hablan las mismas huevás que los cuicos [de sectores acomodados], pero respecto de otros lados: ‘Ah, yo te cacho [conozco] porque tú vivías en Departamental’, o ‘sí, por supuesto, yo iba a tal colegio’. P. Lo mismo, pero en otro sector de Santiago. R. A eso me refiero: al reconocimiento tácito, a la cosa codificada naturalmente. Porque no es que nadie haga un esfuerzo porque sea así. Decir ‘Plaza Italia para arriba, Plaza Italia para abajo’, es una huella de algo que ya no corre. O sea, para el estallido social [en 2019] también quedó la cagada de Plaza Italia para arriba. Ahí hubo históricamente un límite que de alguna manera funcionaba, un límite puesto por Vicuña Mackenna [intendente de Santiago entre 1872 y 1875], y 30 o 40 años después la ciudad que se creó al otro lado, hacia el oriente, era notablemente distinta, con otra inspiración, de ciudad jardín. Pero todavía hay una sombra de eso, a veces, en las discusiones políticas. P. Parece darle risa que se siga usando... R. Es que da risa. |
El estallido social chileno: un enigma. Hay cinco preguntas que aun esperan respuesta para que el estallido social deje de ser un pesado ‘enigma’, de esos en los que predomina el misterio, la ignorancia y la mala fe de la interpretación IVAN ALVARADO (Reuters) Alfredo Joignant 16 SEPT 2024 Chile se acerca a pasos agigantados al quinto aniversario del estallido social, un fenómeno cataclísmico que sacudió a todo un país durante varias semanas. Por estos días, los seminarios abundan para reflexionar sobre tamaña acción colectiva, un acontecimiento único en la historia de Chile que no admite comparaciones debido a su masividad, radicalidad y a las luchas por definir el evento que hasta el día de hoy continúan. En esas luchas por la redefinición del acontecimiento han jugado un papel relevante los intelectuales públicos, especialmente de la izquierda extra-institucional y no partidaria, quienes se arrogan para sí mismos la calidad de intelectuales ante el resto: ‘académicos’ productores de conocimiento en los límites de la academia, sin ninguna posibilidad de imaginar lo que pudo haber sido el estallido social, en lo que pudo haber derivado. Es esa libertad de la que gozan los ‘intelectuales’ lo que les permitió ensayar interpretaciones, no pocas veces delirantes, en rechazo abierto a cualquier tipo de dato, estadístico, histórico o archivístico: es esta libertad sin límites lo que les permitió ‘ver’, imaginación mediante, un fenómeno portador de significados que se originan en la historia larga de Chile, al punto que su naturaleza volcánica hizo las veces de catalizador de todos los males de una sociedad chilena señorial, post-colonial, patriarcal, racista y desigual. Qué duda cabe: todas estas cosas describen, en efecto, a la sociedad chilena de hoy y de ayer, también la del futuro corto. Pero hacer del estallido social un acontecimiento en el que converge más o menos todo y de todo (por ejemplo, en los trabajos de Rodrigo Karmy y Nelly Richard, y últimamente en columnas rabiosas de Javier Agüero), criticando a quienes los critican por sobre-interpretar y callar una vez que la restauración conservadora tuvo lugar, no ayuda en nada para dilucidar lo que ocurrió en alguna parte del mes de octubre de 2019. El estallido social constituye un verdadero enigma, y es en esa calidad que hay que considerarlo, a partir del método objetivante de las ciencias sociales: ese método está lejos de agotar lo que fue ese acontecimiento y, contrariamente a lo que dicen estos intelectuales ‘públicos’ en oposición a la ‘academia’, tiene mucho que aprender de las intuiciones de un ensayismo que desconoce sus propios límites. Hay cinco preguntas que aun esperan respuesta para que el estallido social deje de ser un pesado ‘enigma’, de esos en los que predomina el misterio, la ignorancia y la mala fe de la interpretación. La primera pregunta es ¿cómo nombrar este enorme acontecimiento, el que efectivamente es –en esto Javier Agüero tiene completa razón– la expresión de la acción colectiva más importante de toda la historia de Chile? A estas alturas, el término de estallido social se ha vuelto el modo dominante de nombrar el acontecimiento. Y con razón: su naturaleza volcánica lo justifica plenamente. Lo que se olvida es que habían muchos otros términos disponibles: asonada, levantamiento, motín o revuelta, todos ellos orientados a capturar un fragmento de la realidad a partir de la intención de subsumir lo esencial de lo que estaba ocurriendo o de lo que ocurrió. En tal sentido, todos estos términos, por definición dominados, terminaron siendo desplazados, lo que nos habla de categorías eventualmente interesantes pero social, política e intelectualmente marginales (la noción de “revuelta” de Nelly Richard es elocuente, por lo que se quiso decir a través de ella, pero es también dramática por su nula recepción más allá del cenáculo de ‘intelectuales’ que la siguen). La pregunta de investigación es: ¿cómo pudo llegar a imponerse como categoría legítima y dominante el estallido social? Es probable que el origen del vocablo se arraigue en el propio acontecimiento y en quienes participaban de él: la historia social resolverá esta primera pregunta. La segunda pregunta es ¿cuándo comenzó el estallido social? La respuesta casi automática imputa a los estudiantes secundarios el origen del estallido, mediante evasiones masivas del metro de Santiago. Sin embargo, gracias a mediciones provenientes del Centro COES que fueron publicadas en el capítulo 2 de un libro recién publicado por Palgrave, sabemos que los primeros actores que fueron registrados por el observatorio de conflictos de este Centro fueron los “vecinos” pocos días antes del 18 de octubre, lo que nos habla de un origen completamente descentralizado del estallido social. Este hallazgo es relevante ya que se origina en observaciones diarias de eventos contenciosos por tres medios escritos nacionales y 15 regionales, las que son ordenadas en 80 variables. Es solo después que irrumpen los estudiantes secundarios como actor protagónico. Dicho de otro modo, la respuesta de cuando se inicia el estallido social se responde empíricamente. La tercera pregunta es igualmente difícil: ¿cuándo terminó el estallido social? Las métricas de COES señalan que la frecuencia de eventos contenciosos declina a partir del acuerdo de la casi totalidad de los partidos políticos del 15 de noviembre de 2019, pero no se extingue. Esto es sumamente relevante ya que se quiso creer que el acuerdo de los partidos en su calidad de solución institucional encauzaba la protesta, lo que no se condice totalmente con los datos de COES. La declinación de las protestas post-acuerdo es un hecho bien establecido, pero no significa que estas hayan entrado en una fase de extinción: si bien el periodo de vacaciones opera como vector natural de debilitamiento de todo tipo de acción colectiva, ya en el mes de marzo se apreciaba una tendencia a la reactivación que, de no mediar la pandemia, no sabemos qué podría haber ocurrido. La cuarta pregunta es si el estallido fue espontáneo, premeditado u organizado, lo que supone que algún tipo de conspiración pudo haber estado presente en su génesis. Se trata de una pregunta legítima que admite respuestas delirantes: sostener, como buena parte de la derecha política e intelectual más ideologizada lo hace, que en el origen del estallido social hubo un plan no solo es delirante, sino que no se condice con los datos disponibles tanto por COES como en la esfera pública. Esto no quiere decir que el estallido social haya sido pura espontaneidad, si por espontaneidad se entiende que centenares de miles de personas hayan protestado en el modo de electrones libres, al mismo tiempo y por las mismas razones. Lo que la literatura especializada enseña es que las personas, al protestar, lo hacen apelando a la infraestructura social que se encuentra disponible para ellas: el vecindario, el grupo de amigos, eventualmente los colegas de trabajo. Es posible pensar en personas que, por las razones que fueren, decidieron protestar por cuenta propia, individualmente, sin conexión con otros. Esto puede ocurrir, pero sabemos que las redes sociales cumplieron un importante papel de coordinación en tiempo real, así como las infraestructuras sociales. La última pregunta se refiere a lo que fue el estallido. Esta es una pregunta de respuesta abierta, ya que estamos presenciando luchas por redefinir el acontecimiento: una expresión de esas luchas es la queja de los ‘intelectuales’ por haber sido impugnados por lo que ellos pudieron ver y definir lo que pudo haber sido el estallido social. Pero estas luchas por redefinir el significado se aprecian (esto es una novedad) en dos documentales, Oasis y Revolución rechazada: si en el primero se ‘ve’ al estallido (y a la convención constitucional) como un acontecimiento en el que se aglomeran malestares y rabias (especialmente por la contaminación en zonas de sacrificio), en el segundo se ‘muestra’ explícitamente el estallido como un evento de destrucción (“Entre otros aspectos, se busca analizar minuciosamente algunos hitos de este largo y destructivo proceso que no han terminado de ser aquilatados a 5 años de los violentos acontecimientos”). Las luchas continúan. |
Chile ya no es lo que era. Resulta claro que la magnitud de la crisis que enfrentamos nos coloca en uno de esos periodos históricos en que la construcción de un nuevo orden es la única posibilidad de dar respuestas a las aspiraciones de las mayorías sociales Esteban Felix (AP) Pierina Ferretti 15 SEPT 2024 - “Chile ya no es lo que era”. Podemos escuchar esa frase en cualquier conversación cotidiana entre ciudadanos de a pie a lo largo y ancho del país. Un estado de ánimo de nostalgia y frustración impera en sectores amplios que sienten la amenaza de perder los logros que han alcanzado fruto de un significativo esfuerzo personal y familiar o que han visto truncadas sus legítimas aspiraciones de surgir porque no encuentran las oportunidades para hacerlo. No es algo que haya aparecido de la noche a la mañana, es cierto, pero los últimos cinco años han sido particularmente difíciles: un estallido social de dimensiones insospechadas, dos procesos constitucionales fallidos, una pandemia cuyas consecuencias psicosociales son todavía difíciles de estimar, un cuadro inflacionario inédito, el deterioro de la seguridad y una política que no logra ofrecer respuestas en materias urgentes, son elementos más que suficientes para cunda el desencanto y se agrave la sensación de estancamiento o de franca decadencia. Aunque no son pocos los que intenten negarlo, sobre todo entre las filas de la derecha, resulta claro que la magnitud de la crisis que enfrentamos nos coloca en uno de esos periodos históricos en que la construcción de un nuevo orden es la única posibilidad de dar respuestas a las aspiraciones de las mayorías sociales, y que oponer resistencia al cambio es la mejor manera de ahondar la crisis. No es la primera vez que nuestro país atraviesa por un trance similar. Las reacciones de la derecha chilena frente a la publicación del informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano titulado ¿Por qué nos cuesta cambiar? son un ejemplo particularmente elocuente de aquellos sectores que, luego de todo lo que ha pasado en el país, y ante un documento que ofrece una lectura del presente de la sociedad chilena coherente con diagnósticos que ya hace décadas circulan en el campo de las ciencias sociales, cierran filas en la defensa del statu quo, llegando al extremo de acusar al informe de programa político encubierto. No está muy lejos de aquella hipótesis de que el estallido social había sido orquestado desde Venezuela. Por el lado de las izquierdas y el progresismo, por naturaleza proclives a la transformación, las dificultades, si bien son otras, también existen. Los anhelos de cambio de la sociedad chilena están acompañados del deseo de orden. La conjunción de orden y cambio exige la creación de propuestas complejas, que combinen protección, autoridad, libertad y autonomía individual. La ecuación no es ni simple ni evidente para las izquierdas. Una comprensión insuficiente de la importancia de estos componentes fue parte sustantiva de las causas que condujeron al rechazo de la propuesta emanada de la primera Convención. La propuesta constitucional no logró ofrecer un proyecto que concitara el entusiasmo y la confianza de las grandes mayorías del país que, al contrario, la sintieron como una amenaza peligrosa contra valores y deseos muy preciados: el sueño de la casa propia, la libertad de elegir, la identidad nacional, el orden público, la protección de los logros patrimoniales alcanzados. Y sin mayorías, es imposible sostener un proceso de cambios. Lograr que esas grandes mayorías del país no miren con nostalgia el pasado, sino con esperanza el porvenir, debiera ser una tarea que convoque a todas las fuerzas políticas, pero, sobre todo, a las izquierdas y el progresismo, que a lo largo de nuestra historia republicana han sido las fuerzas que han logrado sacar al país de profundas y largas crisis, como aquella que en los años veinte marcó el inicio del fin de la república oligárquica y dio paso al proyecto desarrollista empujado por las clases populares y medias y los partidos que las representaban políticamente. La crisis que enfrentamos hoy no es de menor calado que aquella. El agotamiento de ‘la república neoliberal’, que se expresa desde el estancamiento económico a la corrupción institucional que de forma tan desnuda hemos visto estas semanas, ofrece posibilidades para su superación. Por eso, mientras la derecha promete un camino seguro a la agudización de los problemas que aquejan al país –basta ver las trabas que han puesto a la tan esperada reforma de pensiones, la defensa al ineficiente sistema de isapres, la negativa a levantar el secreto bancario y una larga lista que culmina hoy en la incapacidad de condenar las tramas de corrupción y tráfico de influencias en las que se están involucrados emblemáticos militantes de sus filas–, la responsabilidad que cae sobre los hombros de quienes nos situamos en el campo de las izquierdas y el progresismo es enorme. A nuestro favor, todavía hay un pueblo que anhela que las cosas cambien, pero que no está dispuesto a perder lo que ha ganado ni a dar un cheque en blanco. Tarea nuestra será acusar recibo y tener la firmeza y la flexibilidad suficiente para traducir esos anhelos en un proyecto que le devuelva a Chile la confianza en su futuro colectivo. Pierina Ferretti es socióloga chilena y directora ejecutiva de la Fundación Nodo XXI |
Logros y fracasos del estallido social. Sergio Martinez 16 octubre, 2024 Pronto a cumplirse cinco años del inicio de lo que ha pasado a la historia contemporánea de Chile como el estallido social de 2019, bien vale la pena reflexionar sobre ese fenómeno y el impacto que tuvo. Por cierto, para que cualquier intento de análisis tenga cierta validez y pueda ser un aporte, es preciso dejar de lado tanto las preconcepciones que glorifican ese proceso presentándolo poco menos que como un intento—aunque frustrado—de insurrección popular, cuando no de revolución social; como aquellas que lo demonizan y lo culpan de haber causado el retroceso que significó el rechazo al proyecto de la Convención Constitucional y el crecimiento electoral de la derecha en los últimos tiempos. Visto con el beneficio de la distancia, tanto de tiempo como de geografía, hay que empezar por decir que se trató de un fenómeno que, para la causa de las reivindicaciones populares representó importantes logros, pero también grandes fracasos. Hubo sin duda algo de poética venganza cuando los muchachos escribieron en sus pancartas “no son treinta pesos, son treinta años”. Una alusión a que, si bien era el alza de 30 pesos del transporte público lo que gatillaba la protesta, los motivos para el descontento tenían raíces más profundas y aludían a que el llamado proceso de transición a la democracia iniciado en 1990 estaba muy lejos de haber satisfecho las demandas y las necesidades de la población. Los chilenos por 17 años habían tenido que soportar no sólo una dictadura sanguinaria sino además la imposición de un modelo económico que había retrotraído a la sociedad chilena a condiciones de desigualdad comparables a las de la primer tercio del siglo 20. El estallido era así no sólo contra el gobierno de turno en ese momento, presidido por Sebastián Piñera, sino que, de alguna manera salpicaba al conjunto de la clase política, incluyendo a los sectores progresistas o de izquierda que habían ejercido posiciones de gobierno desde 1990 y que no sólo habían continuado administrando ese modelo neoliberal, sino que, en algunos casos, se habían convertido en sus nuevos adalides. El mayor logro fue precisamente el hecho mismo que se produjera esa masiva ola de protesta que, como la huelga estudiantil de 1957 (el pasaje escolar fue alzado entonces de 1 a 6 pesos) desencadenaría pronto un movimiento de tal envergadura que puso en jaque al propio gobierno. El estallido de 2019 fue un grito potente cuya gestación fue inadvertida para la clase política y las elites intelectuales, y que revelaba que en las bases del pueblo chileno había un sentimiento de indignación, de rabia contenida ante un estado de cosas que se percibía como injusto y contra el cual había que manifestar ese descontento de algún modo. Sin duda, la expresión culminante de ese sentimiento popular se da el día 25 de octubre cuando una multitud que se calcula en un millón salió pacíficamente y llenó la Alameda, la principal avenida de la capital chilena, en una clara expresión de que ese estado de cosas no podía continuar. Tan impactante fue esa manifestación que hasta el propio Piñera tuvo que admitir que había un genuino sentimiento de malestar que era compartido por un amplio segmento de la población—por lo menos por sus sectores más activos política o socialmente: estudiantes, jóvenes con bajos ingresos o con empleos precarios, trabajadores de estratos bajos y medios. Otro logro interesante, aunque con rasgos contradictorios, fue el hecho que el estallido no fue obra ni de los partidos de izquierda, ni de las organizaciones sindicales sino esencialmente un movimiento que surge de modo muy espontáneo a partir de las movilizaciones de las bases estudiantiles, tanto de la enseñanza media como universitaria. La joven generación que salió a la calle, con buen manejo de las redes sociales, utilizó muy eficazmente esa tecnología tanto para convocar a su gente, mantenerla informada de los eventos en tiempo real y, también muy importante, poder registrar las acciones represivas con que respondió entonces el gobierno. Ni los partidos tradicionales de la izquierda, el Partido Comunista y el Partido Socialista, ni los que emergían entonces como expresión del recambio generacional, los que hacían parte del Frente Amplio, podrían legítimamente decir que fueron los conductores de ese proceso. En los hechos había conducción, pero generada desde las bases, a veces con un cierto cariz anarquista, en otras reivindicando posiciones que buscaban inspiración en movimientos alternativos de tiempos pasados, pero en todos estos casos, sin una clara visión programática más amplia. No era, por ejemplo, un proceso que propusiera una visión de socialismo o de revolución social. Esencialmente, su programa era el logro de reivindicaciones bien concretas para los propios manifestantes, aparte de eliminar el alza del transporte, demandas de educación de calidad, a las que luego se fueron agregando otras cuando nuevos sectores sociales fueron incorporándose al movimiento. Si bien este surgimiento desde las bases mismas del pueblo puede considerarse un logro porque indicaba que “Chile despertaba” como se repetía entonces, y por eso mismo era un factor de fortaleza del movimiento, al mismo tiempo—paradojalmente—fue también su talón de Aquiles ya que dejaba al descubierto debilidades estructurales que, a la larga, contribuirían a que perdiera el apoyo que inicialmente había tenido. A diferencia de los tiempos cuando la conducción de las movilizaciones sociales era mayoritariamente conducida por los partidos de la izquierda, el estallido social no tuvo una clara dirección política en terreno. Ello resultó en que, en la medida que el estallido se prolongaba, muchas de sus acciones en lugar de obtener el apoyo ciudadano, empezaron a generar rechazo. Por cierto, fue fundamental en esto el que, por la misma falta de conducción central, las acciones callejeras del estallido social fueran fácilmente infiltradas por agentes provocadores. La quema de vagones y estaciones del metro, por ejemplo, fueron evidentemente acciones vandálicas cuyos reales promotores y hechores nunca fueron completamente identificados. Lo mismo puede decirse de los ataques y saqueos a negocios en el área de la Plaza Italia, llegándose incluso a la vandalización de algunos de los pocos lugares hermosos que tiene Santiago, como el monumento conocido como la Fuente Alemana en el Parque Forestal o algunos monumentos e instalaciones del Cerro Santa Lucía. Ni siquiera entidades culturales como el Museo Violeta Parra, el Cine Arte Alameda o el Centro Gabriela Mistral pudieron escapar al accionar vandálico que para entonces estaba evidentemente infiltrado por sujetos del lumpen. Esto último no es ajeno a las prácticas policiales, recordaba antes el 2 de abril de 1957, ocasión en que también la policía dejó libres a delincuentes con la intención—que estos por cierto cumplieron de muy buen grado—de saquear tiendas en el centro de Santiago. El propósito final de este uso del lumpen por parte de la policía es desacreditar el movimiento y justificar la represión a los manifestantes legítimos. Una táctica por lo demás muy antigua. Al revés de lo que algunos puedan creer, los infiltrados no son siempre agentes policiales, por la simple razón que ninguna fuerza policial tendría suficiente mano de obra para meter a miles de los suyos a cometer desmanes que luego se carguen a los manifestantes. La infiltración consiste en unos pocos agentes provocadores, que sí pueden ser policías, cuya misión es justamente aprovechar la euforia y el despliegue de adrenalina de muchos jóvenes para incitar a cometer acciones cuyo fin es justamente desprestigiar el movimiento. En mis tiempos de estudiante en manifestaciones en los años 60 puedo recordar a sujetos que de repente aparecían con tentadoras propuestas aparentemente muy rebeldes y “antisistema”: “Ya cabros, quememos ese kiosco de diarios y lo usamos como barricada” o “quememos ese auto”. Por cierto, desde el punto de vista de la movilización social ninguna de esas acciones cumplía objetivo alguno, fuera éste táctico o estratégico, lo que sí conseguían es que el dueño del kiosco, generalmente una persona de trabajo, o el del coche quemado, se tornaran en furibundos adversarios de la causa defendida por la movilización. El método de la provocación es muy antiguo y por cierto durante el estallido social fue utilizado ampliamente: a los agentes provocadores se suman sujetos del lumpen como deben haber sido los que quemaron la Iglesia de la Vera Cruz en el barrio Lastarria, o el edificio patrimonial que era sede de una universidad privada en el barrio de la Plaza Italia. Acciones que sólo contribuyeron a que gente que en un comienzo simpatizaban con la causa del estallido, con el correr de las semanas terminara repudiando el movimiento e incluso clamando porque los militares “pusieran orden”. Atrás han quedado los tiempos en que grupos sociales, especialmente aquellos de menores ingresos, exhibían una conciencia de clase reflejada en una cierta coherencia en sus adhesiones políticas. Ahora no hay eso y es así como fue fácil para la derecha y sus medios de comunicación, tornar ese apoyo inicial al estallido, en distanciamiento e incluso repudio cuando las manifestaciones dejaron de ser el punto de encuentro de manifestantes exponiendo sus demandas y propuestas para convertirse en meros escenarios de enfrentamientos con una policía que desplegaba sus más violentos procedimientos represivos. El ya señalado accionar de sujetos del lumpen en saqueos y vandalismo, convenientemente exhibidos por los canales televisivos, ayudó a distorsionar la imagen del estallido que así pasó de ser un acto de valiente rebeldía y rechazo a esos “treinta años” como decían las pancartas de los jóvenes, a un evento que día a día repetía las mismas escenas de una obra que ahora la ciudadanía se había cansado de mirar. No puede sorprender, por tanto, que cualquier análisis que intente ser honesto y exponer con franqueza los logros y fracasos del estallido social, tenga que mencionar también esos puntos negros de la que parecía ser una gesta casi épica en esos días que siguieron al 18 de octubre. Si esa capacidad de movilización en un tiempo récord es el gran logro del estallido, no hay que olvidar su gran fracaso—ninguno de los objetivos que el movimiento levantó fue conseguido: ni educación de calidad, ni salud como servicio y no como negocio, ni un sistema de pensiones medianamente decente, ni mucho menos una nueva constitución, fueron alcanzados. Peor aun, a cinco años del inicio del estallido social no hay indicios de que esos objetivos puedan lograrse en un plazo breve. Todo lo cual lleva a una conclusión que, admito, puede provocar controversia: el gran mérito del estallido social fue su capacidad de convocar a amplios sectores a partir de un proceso organizativo desde las bases, todo muy bien y de paso, conllevando una dura crítica implícita a los partidos políticos de la izquierda que no vieron venir ese proceso y del cual más bien fueron observadores (me refiero a sus direcciones, muchos de sus militantes estaban allí en la calle). Sin embargo, la experiencia del estallido social también nos indica que no basta con que se desate una amplia movilización de masas, producto a su vez de un impulso originado desde las bases, sino que también es necesario que haya una conducción que visualice objetivos generales y a un nivel nacional, y que pueda generar por tanto una estrategia más amplia en un escenario de agudización de la lucha de clases, como fue todo ese período del estallido. ¿Una vanguardia, un partido, un movimiento? Ya sé que la objeción inmediata será “pero si los partidos de la izquierda ya no convocan a nadie, están desacreditados…” Puede ser, pero llámese como sea, una conducción política de izquierda con visión amplia y no fragmentada, con capacidad movilizadora combativa, pero con un accionar racional y que neutralice las acciones meramente provocadoras, es algo que faltó en el estallido social y sigue estando ausente en el escenario político actual de Chile. Por eso se está como se está… A cinco años del estallido no hay mucho que celebrar, aunque tampoco hay que autoflagelarse, sino, sobre todo, hay que pensar muy racionalmente cómo construir o reconstruir la organización necesaria para acometer las grandes tareas aun pendientes que el estallido social, a pesar de su promisorio comienzo, no fue capaz de concretar. |
Pakomio, presidente de la CNC: "Lo único que hemos visto (desde el estallido) es un incremento en la tasa de victimización del comercio" Antofagasta, Valparaíso, Santiago y Concepción están entre las ciudades que muestran mayor rezago en la recuperación de sectores céntricos y que exhiben vacancias de recintos cercanos a 20%. 16 de Octubre de 2024 Emol23 "No tenemos una cifra exacta, pero manejamos un porcentaje que podrá llegar al 20% de vacancias comerciales. En Santiago hablamos de más de 900 locales comerciales cerrados", remarca José Pakomio, presidente de la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de Chile (CNC), refiriéndose a la compleja situación de la actividad de sus asociados en sectores que fueron gravemente afectados por la violencia del estallido de 2019. Entre las zonas más rezagadas en la recuperación de los espacios públicos, afirma, están Antofagasta, Valparaíso, Santiago y Concepción, aunque hay otras, como Puerto Montt, apunta, que también "necesita ayuda". Y agrega que por la pandemia, "consideramos además a Iquique en cuanto a la recuperación, que ha sido lenta". Se trata de una situación de abandono que ha contribuido a altos niveles de victimización que refieren los asociados al gremio, sostiene Pakomio, quien critica, de paso, la poca valoración que, a su juicio, les dan las autoridades comunales a temas de seguridad y control del comercio ambulante, tal como reveló la reciente encuesta de victimización del sector correspondiente al primer semestre de 2024. |
Felipe Alessandri era alcalde de Santiago cuando el estallido social hizo prácticamente colapsar a la ciudad. Las consecuencias aún están latentes. “De repente vimos que todo este esfuerzo de 25 o 30 años, por rescatar el centro, en tres días lo borraron por completo, lo destruyeron y no ha logrado lamentablemente salir a flote”, dice. -¿Cómo viviste el 18 de octubre de 2019? -Yo estaba en una reunión con vecinos y fue impactante como creció. Uno no alcanza a tomar la dimensión de la crisis en ese momento. La primera señal de que se estaba desbordando fue un incendio en el edificio de Enel. Y la situación se puso cada vez peor. Yo como alcalde, preocupado por la ciudad, miraba consternado cómo quemaban edificios, destruían las estaciones del Metro, rompían los semáforos, las luminarias. Fue de las experiencias más duras y violentas que me ha tocado vivir. -El centro se venía recuperando desde hace un par de décadas, por distintos alcaldes. -Exacto. Habíamos trabajado mucho por recuperar el casco histórico. El hotel Crowne Plaza se estaba remodelando; habíamos gestionado que un hotel nuevo llegara al lado del GAM, ahora queda solo un puro letrero. Todo fue muy violento porque además no se terminaba nunca. Una pesadilla. Yo me quedaba hasta muy tarde en la noche, porque teníamos que intentar hacer contención para los vecinos, acompañarlos. -¿Alguna vez temiste por tu seguridad? -No. Sí pensé que podrían prenderle fuego al municipio, hubo protestas muy masivas en la Plaza de Armas. Trataban de botar la estatua de Pedro de Valdivia. Yo me despedía de la Municipalidad sin saber si al día siguiente iba a estar. Tuvimos que tomar más precauciones. Dejé de andar en el Metro. Cuando tenía reuniones en la Intendencia o en La Moneda me iba caminando por las galerías interiores, que cruzan el centro. Para la ciudad fue devastador, y el impacto sigue hasta el día de hoy. Cada viernes los vecinos de Plaza Baquedano viven un infierno. Todas las inversiones que se estaban haciendo se pararon. El efecto en barrios como Bellas Artes, Forestal, ha sido nefasto. -La destrucción no hizo diferencia, porque hasta al Museo de Violeta Parra, un ícono del arte popular, lo incendiaron… -Lo quemaron tres veces hasta que lo destruyeron completamente. La Violeta Parra hubiese estado en las manifestaciones compartiendo con la gente, no en hechos de violencia, pero sí en las marchas pacíficas… Destruir eso, el legado de una gran artista de izquierda, es no entender nada. -¿Cómo fue la reacción del Gobierno? Piñera habló de una guerra con un enemigo poderoso. -La reacción del gobierno para el 18 de octubre primero fue de sorpresa. Nos costó entender a todos lo que estaba pasando, por el nivel de violencia. Vinieron después estas grandes manifestaciones de un millón de personas pacíficas, pero luego siguió recrudeciendo la violencia. Ciertamente que hubo elementos desafortunados del Gobierno, en ese sentido es muy fácil ser general después de la batalla, pero lo que vimos el 18 de octubre y en las semanas siguientes fue muy duro e inesperado para todos. -¿Qué tan grave es el retroceso urbano de Santiago? -De repente vimos que todo este esfuerzo de 25 o 30 años, por rescatar el casco histórico, en tres días lo borraron por completo, lo destruyeron y no ha logrado lamentablemente salir a flote. Yo trabajo en el centro, y hoy día está lleno de vendedores ambulantes, los restaurantes de la Plaza de Armas están bajando las cortinas porque ya no hay gente que vaya. El mismo Paseo Bandera, que ganó premios internacionales de urbanismo, hoy día está hediondo a orina, con el inmobiliario destruido. Santiago después de las cinco de la tarde parece un pueblo fantasma. El capital ataca huyendo. Los bancos se están yendo. Hay 2 millones de metros cuadrados en arriendo, y el valor ha bajado muchísimo. Así se empieza a degradar la ciudad. -¿Qué responsabilidad tiene la actual administración municipal? -No es culpa de esta administración. Es la tormenta perfecta, y lamentablemente no ha habido la fuerza política para decir: la violencia de los viernes se acabó. -No parece tan fácil… ¿Qué harías? -Con una buena inteligencia y coordinación con carabineros se puede hacer. Le dejo el encargo a la ministra del Interior, Carolina Tohá, que conoce bien Santiago, porque fue diputada y alcaldesa. Hay que dar señales claras en esto y uno no puede tener dobles discursos, no hay que tener miedo a ejercer la autoridad. Que vayan 30 personas a cortar el tráfico, ya lo normalizamos y eso no puede ocurrir en un estado de derecho. Genera una trastorno enorme a los vecinos y a Santiago como comuna le quita toda competitividad. Después, es necesario atraer nuevas inversiones. Nadie va a poner una oficina, un restaurante, un café, un negocio, con el despelote, la cochambre o suciedad que hay. La gestión y el liderazgo municipal son muy importantes. -¿Cómo evalúas la gestión de la alcaldesa Irací Hassler? – No soy yo el llamado a decir si lo está haciendo bien, más o menos o de frentón mal. Prefiero guardar silencio y que sean los vecinos los que evalúen. -¿Serías candidato de nuevo a alcalde? -No quiero ser candidato, no está en mis planes volver a Santiago, pero sí tengo un cariño intrínseco por la comuna fundacional de este país. Y tenemos que recuperarla, especialmente porque cumple 500 años en 2041. -¿Le pondrías Plaza Dignidad a Plaza Italia? -No. Plaza Baquedano y Plaza Italia. La tarea es convertir ese sector en un lugar de encuentro que no nos divida. Y hoy día, sobre todo después del gran triunfo del Rechazo, necesitamos cosas que nos unan. -¿El problema se vio agravado por la ambigüedad frente a la violencia de muchos políticos de izquierda que hoy están en el Gobierno? -Sin duda. Ellos tuvieron una tremenda oportunidad de haber marcado una distancia y haber condenado la violencia venga de donde venga. Los mismos dirigentes que hoy día están en ministerios atacaban a carabineros, no condenaron la violencia con la fuerza que se debía y eso les resta credibilidad frente a la ciudadanía. -¿A quiénes te refieres? -A dirigentes del Frente Amplio y el PC, no todos… Los chilenos somos de memoria corta. Arrasaron con el casco antiguo de la ciudad y muchos dirigentes de izquierda miraban al cielo. -¿Qué opinas de la violencia creciente en liceos emblemáticos de Santiago? ¿Cómo la combatirías? -El recrudecimiento de la violencia en los colegios, sobre todo los emblemáticos, el Barros Arana, el Barros Borgoño, el Instituto Nacional, claramente es preocupante. Lo que si espero -yo lo intenté pero nunca hubo acciones concretas- es una labor de inteligencia para determinar quiénes son los adultos que están detrás. Han habido múltiples informaciones, en su momento nosotros aportamos nombres, hay grupos que organizan a estos niños. Les pasan los overoles blancos, la bencina, las bombas molotov, los adoctrinan. Ahí hay que investigar. Están manipulando a estos niños para sus fines políticos. Hay que poner los esfuerzos en detectar quiénes son los adultos que están detrás. |
18-O: Reflexión histórica a cinco años del Estallido Social. Por: Jorge Olguín Olate 18.10.2024 Profesor. Doctor en Historia de la Universidad de Chile. Al igual como ha acontecido con otros importantes sucesos de la historia contemporánea, como la Revolución Francesa o las revoluciones americanas, el Estallido Social chileno debe ser analizado bajo diferentes niveles temporales: de corta, mediana y larga duración. Hoy se conmemoran cinco años del 18 de octubre de 2019, ocasión en que la sociedad chilena inició un proceso insurreccional que por varia semanas puso en jaque al poder político y económico que controla al país. Los historiadores enmarcamos bajo la categoría de “historia del tiempo presente” los acontecimientos relevantes de nuestro pasado reciente. De esta manera, lo que mediáticamente ha sido conocido como Estallido Social, puede ser perfectamente estudiado con las herramientas y técnicas que nos entrega ese enfoque historiográfico. En ese sentido, la presente columna entregará algunas premisas especializadas de aquel hecho histórico, todas las cuales serán un aporte a la discusión pública no solo entre profesionales de la historia o de las ciencias sociales, sino que entre los mismos ciudadanos que participaron de una u otra manera de este relevante proceso histórico. Comenzaré aclarando que todo hecho histórico no es independiente del espacio y tiempo bajo el cual acontece. Tal como el historiador francés Fernand Braudel enseña, los hitos históricos, inicialmente comprendidos como sucesos espontáneos, deben ser siempre analizados bajo la perspectiva de un proceso que cronológicamente tiene innumerables antecedentes previos. En otras palabras, al igual como ha acontecido con otros importantes sucesos de la historia contemporánea, como la Revolución Francesa o las revoluciones americanas, el Estallido Social chileno debe ser analizado bajo diferentes niveles temporales: de corta, mediana y larga duración. De esta manera, la sublevación social del 18-O puede perfectamente subdividirse en las tres fases cronológicas que propone Braudel. Una primera fase se relaciona con los antecedentes más primigenios, especialmente con aquellos que explican el futuro rol de los participantes que iniciarán la rebelión, así como el contenido de su discurso que actuará como agitador de masas. Esos primeros antecedentes de forma y fondo los encontramos principalmente en el movimiento secundario de 2006 y universitarios, ambientales y constituyentes de 2011, 2012 y 2013, incluyendo a movimientos como el de “No más AFP” de 2016, entre otros. Tanto en regiones, pero de preferencia en Santiago, finalmente tras el término formal de la dictadura en 1990 se “abrieron las grandes Alamedas”, por donde cientos de miles de ciudadanos, especialmente jóvenes, expresaban masivamente su descontento con la raíz que explica los graves problemas sociales de Chile, es decir, el modelo neoliberal. Sin soluciones estructurales a sus demandas, 2019 estuvo marcado por la opinión experta de diversos especialistas, chilenos y extranjeros, como el destacado periodista Daniel Matamala, quien el 21 de abril de ese año se preguntaba en su habitual columna de opinión “¿Cuándo se jodió Chile?”. Dicha columna estaba en directa relación con el escándalo de corrupción de los casos “Penta-SQM” de los años 2014-2015, los cuales afectaban directamente a parte importante de nuestra clase política, y que hoy, gracias a los “chats” entre el influyente abogado de la Derecha chilena, Luis Hermosilla, y el expersecutor jefe de la Fiscalía Oriente de Santiago, Manuel Guerra, sabemos las razones de por qué terminaron en la impunidad. Una segunda fase está relacionada con los acontecimientos inmediatos que explican lo sucedido el día del alzamiento social del 18-O. El principal hito pasaba porque ese escenario de descrédito de la política chilena, marcado por un gobierno de Sebastián Piñera que representaba aquellos males antes descritos, tuvo la osadía de anunciar un alza de 30 pesos en el pasaje del transporte público. Ese “inocente” anuncio llevó a que cientos de jóvenes, especialmente estudiantes secundarios, iniciaran una serie de jornadas de protestas en las semanas previas a aquel 18-O. Las principales acciones de protesta de esas jornadas de movilización sucedieron en algunas de las estaciones del Metro de Santiago; las más cercanas a establecimientos públicos emblemáticos del sector céntrico de la capital. La semana del 18-O fue la más intensa. Al menos por tres razones principales. Primero. Los estudiantes lograron traspasar su descontento por el alza al resto de la ciudadanía, especialmente entre los cientos de miles de personas que utilizan diariamente ese medio de transporte para sus labores, generándose así una empatía social. En segundo lugar, el impacto mediático que generaba la fuerte represión policial, muchas veces desmedida en contra de jóvenes que no alcanzaban la mayoría de edad, y la cual era transmitida in situ por redes sociales y medios de comunicación independientes, suscitaba un fuerte repudio entre los ciudadanos que observaban impactados lo que se estaba viviendo. En tercer lugar, importantes funcionarios del gobierno de entonces realizaron impúdicas declaraciones acerca de lo que se estaba viviendo en aquel momento. Frases como la del exministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, quien dijo en una entrevista que “alguien que sale más temprano y toma el Metro a las 7:00 am, tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy”. O la del expresidente Piñera, quien en otra entrevista se refería a Chile como un “oasis” financiero, y cuyo ministro de Hacienda, Felipe Larraín, ironizaba diciendo que el escenario económico era tan favorable, pues “ha caído el precio de las flores”. Pero tal vez la frase más memorable y singular que explica la desconexión social de los grupos de poder con la ciudadanía, la entregó el expresidente del Metro, Clemente Pérez, quien en otra entrevista señalaba arrogantemente a la muchachada: “cabros, esto no prendió”. En conclusión, toda esta grave cadena de errores, corrupción e impunidad por parte de nuestra tradicional clase política y empresarial, formó parte del acelerante que explica el Estallido Social de 2019. Algunas semanas después de acontecida la revuelta el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en una entrevista explicaba que los antecedentes de la insurrección social venían desde antes, puesto que “en los años anteriores hubo murmullos de descontento”, especificando que si bien el país destaca por buenos índices macroeconómicos, no necesariamente lo hace ante su altísima desigualdad. Finalizaba Stiglitz señalando que la razón que provocó la revuelta social chilena “podría ser muy pequeña, pero el profundo malestar sembrado está presente y nunca se puede predecir cuándo va a explotar. Pero es comprensible por qué debería explotar...”. |
Octubre 15, 2024 Pepe Auth y cinco años del estallido: “Una parte importante de la izquierda apoyó la violencia” Marcelo Soto El analista electoral y ex diputado Pepe Auth analiza el estallido a cinco años de su eclosión. “Hubo quienes pensaron que el estallido era una especie de situación pre revolucionaria, que generaba el contexto para un asalto al poder. Esa dimensión revolucionaria existió. La dimensión mayoritaria del estallido, a mi juicio, no fue el reemplazo del capitalismo, sino el reclamo por sus promesas incumplidas”. -Firmaste un acuerdo contra la violencia, desde la UDI al PS. ¿Crees que en la izquierda hubo una postura ambigua frente a la violencia del estallido? -No es una opinión, sino una constatación. La izquierda apoyó la violencia. La “primera línea” fue recibida en el Congreso. Convengamos que antes de la indulgencia política estuvo el apoyo y la indulgencia de la sociedad a la violencia. En ese minuto, la violencia era valorada por mucho más de la mitad de los jóvenes y por más de un tercio de la población. Eso llevó a que una parte importante de la izquierda (y no solo de la izquierda), mirara con indulgencia la violencia y no se escandalizara por cosas que son completamente escandalosas, como la quema de iglesias. -¿A qué crees que se debe este apoyo a la violencia que era fuerte en las encuestas? -Mira, cuando la democracia empieza a fallar en el delivery, es decir, a no entregar lo que promete, la gente empieza a buscar otros derroteros. No nos extrañemos hoy día que apenas la mitad de los chilenos (e incluso menos) diga que la democracia es la forma siempre preferible de gobierno. El problema es cuando la democracia no produce los cambios que ella misma se propone. Si llevas diez años discutiendo una reforma previsional, el camino democrático pierde sentido para la gente con pensiones bajas. -¿Había una parte de la izquierda que estaba buscando la destitución de Piñera? -Claro. Hubo quienes pensaron que el estallido era una especie de situación pre revolucionaria, que generaba el contexto para un asalto al poder. Esa dimensión revolucionaria existió. La dimensión mayoritaria del estallido, a mi juicio, no fue el reemplazo del capitalismo, sino el reclamo por sus promesas incumplidas. Pero muchos en la izquierda imaginaron a Piñera saliendo en helicóptero o siendo destituido constitucionalmente, con un gobierno provisional elegido en el Congreso. En el fondo la propuesta de la Convención era una revolución a través del papel. -¿Detrás de esta insurgencia estaba el Partido Comunista? -El Partido Comunista fue seguidista, intentó beneficiarse de esas circunstancias. Pero el PC no generó nada. Si no pregúntale a Jadue que tuvo que salir corriendo de una plaza. O a Beatriz Sánchez insultada por las masas. Había un elemento anti elite y por lo tanto incluía también a los comunistas. Pero el PC y el FA se cegaron. Creyeron que todo el malestar estaba orientado contra la elite de derecha y no a la élite pura que también incluye a la izquierda. -¿Cuál era la orientación de la primera línea? -Yo conocí a muchas personas que la formaban. Y la mayor parte no tenía nada que ver con partidos políticos. Al revés, abominaban de los partidos políticos. Pertenecían a distintos sectores sociales. En cierto sentido era una reacción a una sociedad que se había ido haciendo fome, una democracia bastante estable, sin épica. El estallido fue la oportunidad para muchos de revivir una épica, de vivir un encuentro comunitario en una sociedad cada vez más individualista. De pronto sentir que eres parte de una multitud generó una mística. Yo conozco personas que trabajaban en empresas, de traje y corbata, que llevaban su mochila con su vestimenta de primera línea y a las 18:00 de la tarde se disfrazaban e iban a pelear con la fuerza pública y a ponerse un escudo. -¿Rescatas algo del estallido a cinco años o piensas que fueron tiempos perdidos para Chile y que el país retrocedió? -Fue una campanada de alerta. Fue tal el vértigo revolucionario que luego generó un impulso por el orden gigantesco. Hizo ver los déficits del sistema, pero la clase política dio la respuesta equivocada. -¿En qué sentido? -Puso un sucedáneo que fue la Constitución. En lugar de un paquete de reformas sociales potentes, prometió un texto que nadie había pedido. Fue como tirar la pelota al córner, en vez de meter un gol e impulsar los cambios. -¿Dices que no existe el problema constitucional? -No, no ha habido un problema constitucional. Hay que estar muy perdido para creer que el problema de Chile es su Constitución. El acuerdo del 15 de noviembre fue un buen sucedáneo y un buen distractor. Pero no fue más que eso. Fue como si la clase política sacara a pasear al país, pero un paseo muy caro que costó dos procesos fallidos. -¿Chile retrocedió? -El día anterior al 18 no estábamos mejor a como estamos hoy, pero es obvio que la década anterior sí estábamos mejor. El estallido es consecuencia del estancamiento y no la causa del estancamiento. -¿Quién va a celebrar el 18-O? -Te garantizo que los únicos que van a celebrar son Daniel Jadue y los bolivarianos. Son minoritarios, pero no tan pocos en el mundo del oficialismo. Quizá un tercio. Aún la nostalgia revolucionaria existe en una parte importante de los políticos en el mundo de la izquierda. Además, hay muchos descontentos con la mutación experimentada por el gobierno. -Boric fue un defensor del estallido en su momento. -Él está actuando como está actuando todo Chile. El estallido tenía un 58% de apoyo. Y ahora solo el 23% dice que lo apoyó. La gente corrige el pasado para acomodarlo a su posición presente. Al menos Boric no corrige el pasado. Recuerda que a Boric lo interpeló el 18 de octubre. Lo escupieron en la calle Bustamante. A Boric el 18 de octubre lo excluyó, lo arrinconó. Creo que ahí empezó su cambio, su transformación. -Michael Reid dijo que si no habían acuerdos importantes en temas como sistema político, pensiones, podría haber otro estallido de distintas características. -Las sociedades estallan, sin duda, cuando crecen las expectativas, pero el país se empieza a estancar y a desacelerarse el crecimiento. El problema de Chile es que las expectativas siguieron creciendo al 10% mientras Chile crecía al 1%, y entonces la capacidad de satisfacer esas expectativas fue disminuyendo brutalmente y eso produce un desajuste. Se ha hablado poco de esto, pero yo creo que una de las principales explicaciones del estallido es que no hubo un incremento verdadero de la meritocracia. Seguimos siendo una sociedad muy segregada. Tiene que ver con la deslocalización, que se hizo en los 80. Antes los ricos se encontraban con los pobres en la escuela y hoy día nadie se encuentra con nadie en la escuela. Te encuentras con los tuyos. Yo creo que ese es el elemento clave de la explosividad de Chile. |
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