—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 3 de diciembre de 2018

471.-Asesinato de Jesuitas en El Salvador.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farías Picón; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 


Asesinato de Jesuitas en El Salvador.



 
Aldo Ahumada Chu Han

Washington, 29 ene 2020 (EFE).- Estados Unidos sancionó este miércoles a 13 exmilitares salvadoreños por su vinculación con el asesinato en noviembre de 1989 de seis sacerdotes jesuitas -cinco españoles y uno del país centroamericano- y de dos mujeres durante la guerra civil que sacudió El Salvador entre 1980 y 1992.

En un comunicado, el secretario de Estado, Mike Pompeo, detalló que la sanción, que consiste en la prohibición de ingreso en EE.UU. de los ex-soldados y miembros de su familia inmediata,»se debe a su participación en violaciones graves de los derechos humanos en el Salvador relacionadas con la planificación y ejecución de los asesinatos extrajudiciales» ocurridos en el campus de la Universidad Centromericana José Simeón Cañas (UCA).
Los exmilitares, de distintos rangos, fueron identificados como Juan Rafael Bustillo, Juan Orlando Zepeda, Inocente Orlando Montano Morales, Francisco Elena Fuentes, Guillermo Alfredo Benavides Moreno, Yusshy René Mendoza Vallecillos y José Ricardo Espinoza Guerra.
El grupo lo completan Gonzalo Guevara Cerritos, Carlos Camilo Hernández Barahona, Óscar Mariano Amaya Grimaldi, Antonio Ramiro Avalos Vargas, Ángel Pérez Vásquez y José Alberto Sierra Ascencio.

«Estados Unidos condena todas las violaciones de los derechos humanos que tuvieron lugar desde ambos lados de la brutal guerra civil en El Salvador, incluidos los cometidos por los partidos gubernamentales y no gubernamentales», puntualizó Pompeo en la nota.

Además, detalló que el Gobierno estadounidense apoya la rendición de cuentas, la reconciliación y los esfuerzos de paz en curso en El Salvador.
«Valoramos nuestra relación de trabajo permanente con las Fuerzas Armadas de El Salvador, pero continuaremos usando todas las herramientas disponibles y autoridades, según proceda, para hacer frente a las violaciones de derechos humanos y abusos en todo el mundo, sin importar cuándo ocurrieron o quién los cometió», agregó.

Crímenes 

La madrugada del 16 de noviembre de 1989, en medio de la mayor ofensiva insurgente registrada durante la guerra civil salvadoreña, un comando de soldados de élite ejecutó a los religiosos, en lo que ha sido considerado un crimen de lesa humanidad.
Los jesuitas asesinados fueron los españoles Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López y Juan Ramón Moreno, y el salvadoreño Joaquín López. También fueron ejecutadas  dos sirvientas.
Ellacuría, entonces rector de la UCA, denunció las condiciones de explotación y de miseria de la mayoría campesina del país.

Autores 

Coronel Guillermo Alfredo Benavides Moreno



El coronel Benavides, de 44 años, es el oficial de mayor graduación procesado en El Salvador por un delito contra los derechos humanos. Es miembro de la Tandona, la tanda o promoción de 1966 de la Escuela Militar, a la que pertenecían los oficiales con puestos de mayor responsabilidad y poder en la Fuerza Armada.
Comenzó su carrera militar en la Fuerza Aérea. En 1984, siendo teniente coronel, fue nombrado comandante del batallón Belloso y, a continuación, del Destacamento Militar n.º 3, en La Unión, destino en el cual permaneció seis meses en 1986. En 1987, tomó el mando del Destacamento Militar n.º 5, en Cojutepeque. Al año siguiente fue destinado al mando de la inteligencia (C-2) del Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada (EMCFA), donde permaneció un año, hasta que fue nombrado director de la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios, el 1 de junio de 1989.
Siendo director de la Escuela Militar, situada en una posición estratégica dentro del complejo castrense, el 13 de noviembre de 1989, durante la ofensiva del FMLN, fue nombrado jefe de un comando de seguridad que incluía tanto a las instalaciones militares más importantes del país como a la UCA. Para proteger esa zona especial de seguridad fueron puestas bajo su control operacional tropas de diferentes unidades militares, incluida la unidad de comandos del batallón Atlacatl, acusada de haber cometido los asesinatos.
De los nueve acusados, es el único que no estuvo físicamente presente durante los asesinatos. Pero se le acusó de haber dado la orden a los tenientes que dirigieron el operativo. Fue el único a quien el jurado condenó por los ocho asesinatos, aunque le absolvió de los delitos de terrorismo. El juez Zamora lo sentenció a la pena máxima de treinta años, el 23 de enero de 1992. Beneficiado por la amnistía decretada por la Asamblea Legislativa después de la publicación del informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, fue puesto en libertad, y abandonó el penal de Santa Ana el 1 de abril de 1993
Nunca confesó su participación en los asesinatos, mantuvo su inocencia y dijo desconocer las misiones llevadas a cabo por los hombres del batallón Atlacatl en la UCA, incluido el cateo del 13 de noviembre de 1989.

Teniente coronel Carlos Camilo Hernández Barahona.



El teniente coronel Hernández era subdirector interino de la Escuela Militar en el momento de los asesinatos. Al constituirse el comando de seguridad, se le nombró jefe de la plana mayor del mismo, pero no apareció entre los implicados en el crimen por la comisión de honor. Más tarde fue procesado por encubrimiento real, por supuesta participación en la destrucción de los libros de registros de la Escuela Militar.
En mayo de 1990, la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD) informó que los libros de registros pedidos por el juez habían sido incinerados por orden del Tte. Cnel. Hernández. Las declaraciones judiciales del encargado de los archivos de la Escuela Militar y del imputado Yusshy Mendoza confirmaron el hecho. En su declaración judicial del 15 de junio de 1990, el Tte. Cnel. Hernández negó haber dado la orden de quemar los libros. El 26 de junio fue acusado de encubrimiento real, por lo que el juez ordenó su detención. Los militares tardaron en llevarlo al juzgado. De hecho, no se presentó hasta el 18 de julio, momento en que su abogado defensor renunció, alegando que había recibido amenazas. Debido a esto, el Tte. Cnel. Hernández pasó a ser defendido por el mismo equipo de abogados que llevaban la defensa de los otros acusados, a pesar del evidente conflicto de intereses con el Tte. Mendoza, que era quien le había acusado de haber dado la orden de quemar los libros.
En 1987-1988, Camilo Hernández sirvió bajo las órdenes del Cnel. Ponce en la Tercera Brigada. En el momento de ser procesado, el Tte. Cnel. Hernández ocupaba el puesto de ejecutivo (segundo al mando) del batallón Belloso. Puesto en libertad bajo fianza el 31 de julio de 1990, regresó al campo de batalla y resultó herido al poco tiempo por la explosión de una mina en Chalatenango. Parece ser que después fue trasladado a un puesto menos peligroso en San Salvador.
En enero de 1992, el juez Zamora le condenó a tres años por encubrimiento real, siendo posteriormente amnistiado.

Teniente José Ricardo Espinoza Guerra.

El Tte. Espinoza, de 28 años, estudió en el Colegio "Externado de San José", de los jesuitas, en los tiempos en que el P. Segundo Montes estaba allí, y concluyó el bachillerato en 1979. Se graduó en la Escuela Militar en 1984 y, lo mismo que el Cnel. Benavides, empezó su carrera militar en la Fuerza Aérea. Después de tres años, fue expulsado el 30 de enero de 1987 por "serios errores cometidos durante el servicio". Inmediatamente, fue destinado al batallón Atlacatl.
El Tte. Espinoza, en gran medida producto de la instrucción norteamericana, fue enviado en varias ocasiones a Estados Unidos: para un curso de inglés en la base de la Fuerza Aérea de Oakland, San Antonio, Texas; para un curso de piloto, entre el 19 de agosto y el 22 de septiembre de 1985, que luego se prolongó hasta el 31 de diciembre de ese año. También participó en una misión oficial no especificada en Estados Unidos, que duró del 1 de enero al 25 de noviembre de 1986. En 1988, viajó de nuevo a Estados Unidos para participar en el curso para oficiales de fuerzas especiales. Sirvió como enlace con los asesores militares estadounidenses y, en su calidad de jefe de la unidad de comandos del batallón Atlacatl, mantuvo su popularidad entre los asesores norteamericanos.
Según el mayor Samuel Ramírez, quien empezó a trabajar con el Tte. Espinoza poco antes de la ofensiva de noviembre de 1989, Espinoza "era el principal punto de contacto con el que trabajamos para coordinar la instrucción de esta fuerza especial (...) Me encontré con que hablaba inglés y era listo. Había hecho algunos de nuestros cursos de pilotos y era piloto de helicóptero y sé que había participado en el curso para fuerzas especiales. Era la persona con la que me entendía para coordinar la instrucción, las necesidades, el alojamiento, la alimentación que íbamos a necesitar para el grupo de fuerzas especiales".
El Tte. Espinoza, apodado "Toro", fue acusado de asesinato, actos de terrorismo, proposición y conspiración para actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. Aunque la prueba principal contra él la constituía su confesión extrajudicial, hecha ante la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD) el 13 de enero de 1990, era también el oficial inmediato superior de los soldados implicados en los asesinatos.
Su confesión extrajudicial constituye el relato más completo de los hechos que rodearon los asesinatos. Según él, recibió del Cnel. Benavides la orden de eliminar al P. Ellacuría sin dejar testigos, pero éste designó al Tte. Mendoza, de la Escuela Militar, para dirigir la operación y para asegurarse de que no hubiese problemas. Describe cómo llevó a sus hombres a la UCA. Sin embargo, una vez dentro del campus, trata de distanciarse de la acción y dice haber salido de la residencia de los jesuitas con los ojos llenos de lágrimas. Sus hombres, sin embargo, lo sitúan más cerca de la escena del crimen. 
Aunque el jurado escuchó la lectura de su confesión, le absolvió de todos los cargos. El juez Zamora lo condenó a tres años por los cargos que no iban a jurado (proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo).

Teniente Yusshy René Mendoza Vallecillos


El Tte. Mendoza, de 26 años, se graduó de la Escuela Militar el mismo año que el Tte. Espinoza, 1984, y fue destinado a la Brigada de Artillería. El 1 de septiembre de 1987 pasó a la Escuela Militar como jefe de sección. Fue con el Tte. Espinoza al curso para oficiales salvadoreños en la Academia de Infantería en Fort Benning, a comienzos de 1982. En 1988, regresó a Fort Benning para participar en el curso de comandos.
Fue acusado de asesinato, actos de terrorismo, proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. También se le acusó de haber participado en la destrucción de los libros de registros de la Escuela Militar.
Aunque negó su responsabilidad, las principales pruebas contra él las dio en su confesión extrajudicial.
Según ésta, el Cnel. Benavides le ordenó acompañar al Tte. Espinoza, sin decirle en qué consistía la misión a la cual lo enviaba. Cuenta cómo vio a los hombres del Tte. Espinoza rodear el edificio en el que residían los jesuitas, registrándolo todo, y cómo vio a dos mujeres sentadas en una cama. Después, escuchó disparos tiro a tiro. Otros de los imputados le atribuyen un papel mucho más activo, pues dicen que fue él quien entregó el AK-47 al soldado Amaya Grimaldi y también impartió órdenes.
Aunque negó ante el juez haber dicho lo que figura en su declaración extrajudicial, sí admitió su participación en la quema de los libros de registros, por orden, según él, del subdirector de la Escuela Militar, Tte. Cnel. Camilo Hernández, "para dar cumplimiento a una orden de carácter permanente".
El jurado, inexplicablemente, lo encontró culpable de uno solo de los asesinatos, el de la joven de quince años Celina Ramos. El juez Zamora lo condenó también por los dos delitos que no pasaron a consideración del tribunal del jurado. Pasó a cumplir su condena de treinta años en el penal de Santa Ana, de donde salió, junto con el Cnel. Benavides, el 1 de abril de 1993, beneficiado por la amnistía aprobada por la Asamblea Legislativa unos días antes.
Este Autor del crimen  vive en Chile

RUT 22362754-4
Nombre Completo  YUSHSY RENEMENDOZA VALLECILLO 

Subteniente Gonzalo Guevara Cerritos

El Stte. Guevara Cerritos, de 27 años, entró en el Ejército en 1980. No pasó por la Escuela Militar, sino que, procedente de la clase de tropa, fue ascendiendo hasta el grado de subteniente, que alcanzó a finales de 1988. Empezó su carrera en la Fuerza Aérea y después pasó al batallón Belloso, donde permaneció de 1982 a 1988, fecha en la cual se incorporó a los comandos del batallón Atlacatl. Entre julio y diciembre de 1988, estuvo en Estados Unidos recibiendo un curso para oficiales salvadoreños, en Fort Benning, Georgia. En el momento de los asesinatos era el ejecutivo de la unidad de comandos del batallón Atlacatl.

Apodado "Lince", fue acusado de asesinato, actos de terrorismo, proposición y conspiración para actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. Lo mismo que los dos tenientes, en su confesión extrajudicial negó su responsabilidad en los asesinatos, aunque admitió su participación en el operativo militar contra la UCA la noche del crimen. Su confesión constituyó la principal prueba contra él. Dijo haber estado presente cuando el Cnel. Benavides dio la orden de ir a la UCA y les dijo: "Bueno, señores, nos estamos jugando el todo por el todo. O somos nosotros, o son ellos, ya que éstos han sido los intelectuales que han dirigido la guerrilla por mucho tiempo". Aunque el jurado escuchó la lectura de su confesión extrajudicial, lo absolvió de todos los cargos.

Subteniente Gonzalo Guevara Cerritos

El Stte. Guevara Cerritos, de 27 años, entró en el Ejército en 1980. No pasó por la Escuela Militar, sino que, procedente de la clase de tropa, fue ascendiendo hasta el grado de subteniente, que alcanzó a finales de 1988. Empezó su carrera en la Fuerza Aérea y después pasó al batallón Belloso, donde permaneció de 1982 a 1988, fecha en la cual se incorporó a los comandos del batallón Atlacatl. Entre julio y diciembre de 1988, estuvo en Estados Unidos recibiendo un curso para oficiales salvadoreños, en Fort Benning, Georgia. En el momento de los asesinatos era el ejecutivo de la unidad de comandos del batallón Atlacatl.

Apodado "Lince", fue acusado de asesinato, actos de terrorismo, proposición y conspiración para actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. Lo mismo que los dos tenientes, en su confesión extrajudicial negó su responsabilidad en los asesinatos, aunque admitió su participación en el operativo militar contra la UCA la noche del crimen. Su confesión constituyó la principal prueba contra él. Dijo haber estado presente cuando el Cnel. Benavides dio la orden de ir a la UCA y les dijo: "Bueno, señores, nos estamos jugando el todo por el todo. O somos nosotros, o son ellos, ya que éstos han sido los intelectuales que han dirigido la guerrilla por mucho tiempo". Aunque el jurado escuchó la lectura de su confesión extrajudicial, lo absolvió de todos los cargos.

Subsargento Ramiro Ávalos Vargas

El Ssgto. Ávalos Vargas, apodado "Sapo" o "Satanás", tenía 21 años de edad. Mandaba la segunda patrulla de la unidad de comandos del batallón Atlacatl. Otros dos miembros de su patrulla fueron acusados de los asesinatos. Recibió un curso de manejo de pequeñas unidades en Estados Unidos, entre el 30 de septiembre y el 14 de diciembre de 1988.
Fue acusado de asesinato, actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. En su confesión a la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD) admitió haber dado muerte a dos de los sacerdotes (los padres Amando López y Juan Ramón Moreno). Mientras se retiraba de la residencia, escuchó unos quejidos en el interior de una habitación y le dijo al soldado Sierra Ascencio que mirara. Al ver que se trataba de dos mujeres malheridas y tendidas en el suelo abrazadas, le dio la orden que les disparara, cosa que el soldado hizo. Ante el juez, igual que los demás, no ratificó su declaración extrajudicial. Aunque el jurado escuchó la lectura de ésta, fue absuelto de todos los cargos.

Subsargento Tomás Zarpate Castillo

El Ssgto. Zarpate, de 28 años, apodado "Sansón", mandaba la tercera patrulla de la unidad de comandos del batallón Atlacatl. Fue acusado de asesinato y de actos de terrorismo. Admitió su participación en el crimen. En concreto, en su confesión extrajudicial declaró haber disparado sobre las dos mujeres "hasta estar seguro de que estaban muertas". Sin embargo, resultó absuelto por el jurado.

Cabo Ángel Pérez Vásquez

El cabo Pérez Vásquez, de 30 años, pertenecía a la cuarta patrulla de la unidad de comandos del batallón Atlacatl. Fue acusado de asesinato, actos de terrorismo y actos preparatorios de terrorismo. Igual que el Ssgto. Ávalos Vargas, en 1987, había viajado a Estados Unidos a hacer el curso de manejo de pequeñas unidades.
En su declaración extrajudicial confesó haber disparado contra el P. López y López, ya herido, y haberlo rematado. El jurado lo absolvió de todos los cargos.

Soldado Óscar Mariano Amaya Grimaldi


Apodado "Pilijay", el soldado Amaya Grimaldi, de 26 años, ingresó al batallón Atlacatl en 1982. Llevaba dieciocho meses en la unidad de comandos y pertenecía a la segunda patrulla (la de Ávalos Vargas). Conocía el manejo del AK-47.
En su declaración extrajudicial admitió su participación en los crímenes. En ella explica que el Tte. Mendoza le confió el fusil AK-47 y le dijo: 
"Vos sos el hombre clave"
Confesó haber dado muerte a tres de los sacerdotes (los padres Ellacuría, Montes y Martín-Baró) con ese fusil. Después, se bebió una cerveza en la cocina de la residencia y, dando la vuelta al edificio, se sumó a los que estaban ametrallando el Centro Monseñor Romero.
A pesar de haber escuchado la lectura de su confesión extrajudicial, el jurado lo absolvió de todos los cargos.

Soldado Jorge Alberto Sierra Ascencio.

El soldado Sierra Ascencio, de 27 años, se incorporó al batallón Atlacatl en julio de 1985. Pasó a la unidad de comandos en 1987. Como Amaya Grimaldi, pertenecía a la segunda patrulla (la de Ávalos Vargas). Desertó en diciembre de 1989, por lo que no prestó declaración extrajudicial ni judicial. Fue juzgado in absentia. A pesar de que el juez emitió las correspondientes órdenes de busca y captura, ni la Policía ni la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD) hicieron nada para arrestarlo.
Acusado de asesinato (disparó a las dos mujeres, ya heridas, por orden del Ssgto. Ávalos), fue también absuelto por el jurado.




 INTERNACIONAL

La sanción a militares salvadoreños es un reconocimiento tardío de la masacre de jesuitas
EFE - San Salvador

30/01/2020 - 

José María Tojeira, sacerdote jesuita y director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (Idhuca), habla este miércoles en entrevista con Efe, en San Salvador (El Salvador). EFE


La sanción impuesta por el Gobierno de Estados Unidos a trece militares involucrados con la masacre de seis padres jesuitas y dos mujeres en 1989 en El Salvador es un "reconocimiento tardío" del crimen, dijo a Efe el sacerdote José María Tojeira, uno de los principales impulsores del proceso penal.
Estados Unidos sancionó este miércoles a 13 militares retirados, acción que consiste en la prohibición de ingreso al país norteamericano de los militares y miembros de su familia inmediata.
Para Tojeira, exrector de la jesuita Universidad Centroamericana (UCA) y director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (Idhuca), esta sanción es un reconocimiento al proceso penal de inicios de la década de los años noventa y del Informe de la Comisión de la Verdad de la ONU de 1993.
Dicho informe da cuenta de los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la guerra civil salvadoreña (1980-1992), incluido el de los jesuitas.
"Son reconocimientos un poco tardíos y más con la información que los norteamericanos han tenido siempre sobre este caso", apuntó Tojeira y añadió que "en los papeles desclasificados de los Estados Unidos aparecen muchos más nombres" que los que fueron sancionados.
Recordó que en el informe de la ONU "aparecen otros vinculados" y "no les han negado la visa", como el diputado del Congreso Rodolfo Parker, del Partido Demócrata Cristiano (PDC).
El legislador es señalado por un informe de la ONU de 1993 de alterar declaraciones sobre la masacre "para ocultar las responsabilidades de altos oficiales en el asesinato", cuando era miembro de una "comisión de honor" nombrada por el Gobierno para investigar el caso.
Tojeira también explicó que en el proceso en España se encuentran acusadas otras personas en calidad de "cómplices, conspiradores, inductores y de facilitadores" y tampoco fueron sancionadas.
Los exmilitares castigados por EE.UU., de distintos rangos, fueron identificados como Juan Rafael Bustillo, Juan Orlando Zepeda, Inocente Orlando Montano Morales, Francisco Elena Fuentes, Guillermo Alfredo Benavides Moreno, Yusshy René Mendoza Vallecillos y José Ricardo Espinoza Guerra.
El grupo lo completan Gonzalo Guevara Cerritos, Carlos Camilo Hernández Barahona, Óscar Mariano Amaya Grimaldi, Antonio Ramiro Ávalos Vargas, Ángel Pérez Vásquez y José Alberto Sierra Ascencio.
Montano y Medonza enfrentan un proceso en España por la masacre de cinco sacerdotes de origen español.
Los jesuitas asesinados la madrugada del 16 de noviembre de 1989 fueron los españoles Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López y Juan Ramón Moreno, y el salvadoreño Joaquín López, también la empleada Elba y su hija de 16 años, Celina Ramos.
El proceso en El Salvador se encuentra estancado en la Corte Suprema de Justicia, que ha retardado en resolver una recusación contra un juez de la Sala de lo Penal de esta mismo órgano.
Dicha sala tiene en su poder un recurso de casación de los abogados de los militares señalados como autores intelectuales, con el que buscan anular el proceso, cuya reapertura se ordenó en abril de 2018 por una corte de paz.
Para Tojeira, que era el líder de la Compañía de Jesús cuando se registró la matanza, el retraso responde al proceso de creación de una ley de "reconciliación nacional" en el Congreso que puede dar beneficios a los imputados, como penas excarcelables.








Nacionales.

“Sí. Yo les di el rifle para que mataran a Ellacuría”

Son las 9 de la noche del 15 de noviembre de 1989 cuando el coronel Benavides le dice: 'Camilo, andá a darle la orden al Batallón Atlacatl'. Casi 22 años después, el teniente coronel Camilo Hernández asegura que se negó a dar esa orden, pero no a entregar el rifle que terminó con la vida de seis sacerdotes jesuitas, su cocinera y su hija, en la UCA. Casi 22 años después, él y otros 19 militares salvadoreños enfrentan una orden internacional de captura dictada por el máximo tribunal de España.

Lunes, 6 de junio de 2011
Carlos Dada / Fotos: Edu Ponces


Carlos Camilo Hernández Barahona era el segundo al mando de la Escuela Militar en noviembre de 1989. Ahí recibió el Batallón Atlacatl las órdenes para asesinar a los sacerdotes jesuitas de la UCA. Poco tiempo después fue uno de los tres únicos militares juzgados y encontrados culpables por el crimen, junto al director de la Escuela, el coronel Guillermo Alfredo Benavides, y su asistente, el teniente Yusshy René Mendoza. Hernández Barahona fue condenado a tres años de prisión, excarcelables; los otros dos fueron liberados un año después al aplicárseles la Ley de Amnistía.

La semana pasada, un juez de la Audiencia Nacional de España dictó orden de captura contra él y otros 19 militares salvadoreños por su participación en este crimen. El auto del juez Eloy Velasco se refiere así a Hernández Barahona:

“Uno de los preferidos de PONCE, fue informado por ESPINOZA personalmente del registro previo a las dependencias particulares de los jesuitas en la UCA, antes incluso que a los miembros del Estado Mayor, ya que conocía su finalidad y el día de los hechos, además de arengar al batallón Atlacatl antes de salir, personalmente le dio a AMAYA GRIMALDI el fusil AK47 con que tenía que cometer los asesinatos y ordenó al grupo hacer pintadas para simular que los autores habían sido del FMLN, siendo quien mandó por radio a MENDOZA y GUEVARA que fueran a la Escuela Militar y se encontraran con BENAVIDES, concertando así la orden de inicio de la operación para asesinar a los jesuitas”. 

Hernández Barahona concedió esta entrevista antes de conocer la orden de captura dictada por la Audiencia Nacional. Aquí admite su participación en la conspiración, aunque según su versión esta fue mucho menor que la que se le ha atribuido. 

Cuénteme su participación en el asesinato de los padres jesuitas.
En los primeros meses del 89 yo había sido trasladado de la Tercera Brigada, en la cual ejercía de jefe de Operaciones, y había sido nombrado jefe de Estudios e Instrucción en la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios. No estábamos asignados a ninguna unidad operativa, a ninguna área jurisdiccional de responsabilidad… Estábamos educando a los cadetes. Prácticamente de lo que es la guerra, nada. Mucho menos aquí en San Salvador, porque aquí no había guerra. La guerra comenzaba en Guazapa, comenzaba en oriente.

La ofensiva…
El 11 de noviembre nos agarra prácticamente de sorpresa. Como militar yo no concibo realmente cómo nos agarraron tan de sorpresa a la Fuerza Armada. Como a las 11 de la mañana del día 11 sentimos a través de los radios militares unos enfrentamientos allá por la parte nororiente de la Guardia, preguntamos al Estado Mayor y efectivamente. Tipo mediodía ya nos dan la orden de entrar en estado de emergencia que implica que nosotros, que andábamos con uniforme de diario, nos vistiéramos de fatiga, no salidas, no licencias, permisos... Nuestra misión en ese momento es proteger a los cadetes y a la instalaciones. El Director empieza a asistir a reuniones en el Estado Mayor.

¿Se refiere a Benavides?
El señor Benavides. Él es el único que sale y entra, yendo al Estado Mayor. Nadie lo acompaña. Pasamos los primeros días nada más en estado de emergencia, sin ninguna unidad dentro de las instalaciones. El día 13 en la tarde él llega del Estado Mayor ya en la tarde informando que ha sido él nombrado comandante de la unidad que cuida el complejo militar que forman Estado Mayor, Ministerio de Defensa, Escuela Militar, la Dirección Nacional de Inteligencia y también la colonia Arce, porque ahí vivían muchos altos jefes. Esa era el área que cubría esa unidad.

¿Qué unidades había?
Yo solo recuerdo unidades de la Policía Militar, de Caballería, y esa unidad élite de los comandos del Atlacatl. El Estado Mayor también asigna a un grupo de operadores, los instalan en la Escuela Militar para que se hagan cargo de las comunicaciones. Con eso se demuestra que la Escuela Militar no estaba preparada para ser un centro de comunicación, un centro de control. Funcionalmente sigue el Estado Mayor, a través de su jefe de operaciones, ordenando la operación. Viene el 15 en la noche, una de las muchas visitas que va el señor director al Estado Mayor. Viene, nos reúne en el casino de cadetes, que es donde está la entrada de la Escuela Militar antigua, tipo 9 de la noche y nos da la información enemiga que hay en todo El Salvador, los problemas que tenemos allá en San Miguel, Usulután, y aquí en la capital. Nos dice en ese momento a los oficiales que la situación está bastante crítica y que hay la orden de asesinar a los líderes izquierdistas; así, líderes izquierdistas, y a nosotros nos ha tocado a los de la UCA, al padre Ellacuría. Que ya los comandos del Atlacatl habían ido a hacer un reconocimiento y que sabían dónde estaban.

¿Y ahí fue primera vez que oyó de ese reconocimiento?
Sí, porque no teníamos mayor información. No estábamos todavía nosotros a cargo de esa unidad. Entiendo que el Estado Mayor fue el que dio esa orden al Batallón Atlacatl. Sería interesante saber cuál fue la misión que le dio, porque un reconocimiento tiene un objetivo. ¿Cuál es el objetivo que le dio el señor Benavides?

Sí.
Pues en ese momento entonces preguntó dónde está el comando del Atlacatl. Le informamos que estaba fuera porque todo el mundo estaba fuera. Entonces nos dice: “Llamen al Batallón Atlacatl”. Terminó la reunión y me dice a mí: “Camilo, andá dale la orden al Batallón Atlacatl”, y yo le dije: “No, mi coronel”...

¿Que usted le diera la orden al Batallón de ir a matar a los jesuitas?
De ir a matar a los jesuitas.

¿Pero y por qué la iba a dar usted? ¿Y el comandante del Batallón?
El comandante del Batallón no está en ese comando. Solo está la unidad de comandos del Atlacatl. El Batallón Atlacatl entendía yo que estaba en la zona de allá por el Sheraton. Estaba empeñado el resto del batallón, que era mi coronel Leo Linares. El resto del batallón estaba allá. Esta unidad, esta sección, este pelotón de comandos del Atlacatl estaba adscrita a ese comando de seguridad, nada más. O sea que dependían directamente del Estado Mayor, y el Estado Mayor se lo asignó al coronel Benavides. Es como un grupo de tarea que se hizo de varias unidades que le dije: Policía Militar, Artillería, Caballería y también la unidad del comando (del Batallón Atlacatl).

Usted dice que en la Escuela vivían como ajenos a la guerra. ¿Por qué una tarea tan delicada y un batallón de operaciones especiales se lo asignan a alguien que está ajeno a la guerra?
Sí, definitivamente es incongruente que se lo asignen al director que está ajeno a eso de la guerra. Segundo: tener una unidad tan calificada como los comandos Atlacatl, ahí prácticamente estaba desperdiciándose el esfuerzo de esa unidad con el esfuerzo del batallón, porque el batallón sí estaba en contacto allá por el Sheraton, y este grupo de tarea estaba nada más defendiendo, protegiendo. Creo que era incongruente que esa unidad estuviera ahí, siendo tan especialistas.

¿Y esto qué significa? ¿Que esta acción era prioritaria?
¿La acción cuál?

La de matar a los padres jesuitas. Para mover a una fuerza que está en contacto además y que son operaciones especiales, para mover un pedazo de esto y destinarlo a esta operación, es porque esta operación era así de  importante, supongo…
O ya se tenía preparada desde antes. Recordemos que el Estado Mayor hace planes y en los planes hay objetivos estratégicos y objetivos tácticos. Entiendo que si antes los mandaron a hacer el cateo significa que había habido algún seguimiento de eso. Estoy elucubrando como militar, pues. Como militar no entendía, hasta después, por qué se tenía los comandos del Atlacatl, siendo una unidad tan especializada de combate, debió de estar allá…

Y en plena ofensiva, pues…
Pero esa es decisión del Estado Mayor. Un jefe de operaciones, que era el coronel Cerna Flores, es el que dice venga, haga esto, véngase esta unidad… Recordemos que en ese momento el hombre más poderoso en área operativa era el jefe del Estado Mayor y su jefe de operaciones. Era el hombre más poderoso que había, que le estaba haciendo frente a la agresión. Entonces él pudo traer a las unidades que él quería o creía conveniente para las misiones que tenía.

En ese momento entonces hablamos del coronel Ponce y el general Larios…
No. El coronel Cerna Flores. El general Larios es el Ministro de Defensa. La cadena de mando era: el señor Presidente, el señor Vicepresidente, el Ministro de la Defensa… los dos viceministros, el señor jefe del Estado Mayor y aquí está su Estado Mayor: el C-1 creo que era el coronel Avilés, el C-2 era el coronel Díaz… Imagínese la sorpresa que llevamos nosotros que el coronel Díaz estaba fuera del país en una comisión, en una misión rutinaria. Que este es el que busca la información, el que establece dónde ir a buscar, cuáles son los objetivos que tiene. El 3 es el que establece los medios con qué combatir, lo que este le designe. El 4 la logística, el 5 operaciones especiales y acciones civiles, y el 6 transmisiones.

El 2 era Díaz, el 3 Cerna Flores…
Exacto, esos dos son lo básico.Y aquí estaba un auxiliar que nos dice que a la Primera Brigada también le habían asignado a unos líderes izquierdistas que estaban en el Camino Real, a esos les iba a tocar la Primera Brigada, que también tenía fuerza para proteger y era la zona de responsabilidad de la Primera Brigada. Aquí estaba el coronel Elena Fuentes.


¿Todos esos participaban en las reuniones de Estado Mayor?
No todos, porque las cinco brigadas estaban en diferentes lugares. Los cuerpos de seguridad sí. La Primera Brigada sí, la Fuerza Aérea también, la Naval no porque estaba en La Unión. Y estos tres también que son el Centro de Estudios de la Fuerza Armada, la Escuela Militar y el Centro de Entrenamiento Militar CEMFA. No teníamos ninguna función operativa. Estos tres éramos de formación militar. La parte operativa estaba allá. El C-1 el área de personal. 2 inteligencia y contrainteligencia, 3 operaciones, 4 logística, 5 acciones civiles…

Pero el que asignó las unidades…
El coronel Cerna Flores.

Claro, entonces cuando llega Benavides…
Me dice que vaya a darle la orden a los comandos y le digo que no, que esa orden yo no la voy a dar.

Cuénteme esa conversación con él. ¿Se la dice solo a usted?
Solo a mí.

¿Qué le dice?
Que yo le vaya a dar la orden a los comandos del Atlacatl. Yo le digo que no.

Que le vaya a dar la orden de…
Asesinar a los jesuitas.

¿Y le dice exactamente a quiénes?
Prácticamente al padre Ellacuría. De que hayan habido otros padres, pues no teníamos información. El padre Ellacuría.

Entonces, él le dice directamente… ¿Cómo le dice?
Que vaya a darle la orden a los comandos del Atlacatl para que vaya a hacer la eliminación del padre Ellacuría.

Y él le dice esto porque… ¿Él le explica que esto es lo que han acordado en el Estado Mayor?
Eso ya lo dijo en reunión con ofciales. En todos los oficiales. Eso ya lo dijo. Que viene del Estado Mayor, que la situación es conflictiva y apremiante, que está a punto de caer el país y la Fuerza Armada y se ha tomado la decisión de hacer esto y esto, y entre ello la eliminación de los líderes.

¿Quién dirigió el cateo previo?
No tengo idea. No tengo idea.

¿No sería lógico pensar que la misma persona que dirigió al batallón Atlacatl en este cateo dirigiera esta operación también?
Puede ser, sí. Sí. Ahora, quien le ordenó a los comandos del Atlacatl hacer eso le debió haber dado una misión: Andá averiguá quién está, cómo está, cómo duermen, o qué, ¿qué es lo que le dio? Antes del coronel Benavides estaba el Estado Mayor al mando de ellos. Me imagino que el Estado Mayor fue el que le ordenó eso. ¿Y qué es lo que le pidió, pues? Eso sería improtante saber.

Y si el coronel Benavides le dice a usted que dé la orden al batallón… ¿Antes de eso no debió ponerle a usted al tanto de lo que habían encontrado en ese cateo, de cuál era la misión…?
Porque yo no sabía nada. ¿O que él me preguntara a mí?

O que le informara: hubo un cateo antier, esto fue lo que encontramos, así está el perímetro, esta es la misión…
Es que nosotros como oficiales de la Escuela no teníamos ningún involucramiento en lo que eran las unidades operativas.

¿Entonces por qué le pide a usted que dé la orden?
Porque era el segundo después de él. Me imagino que porque no quería él mojarse.

Y usted le dice: “No voy a dar la orden”.
“No voy a dar esa orden. No, eso no, mi coronel”, le dije.

Me imagino que en el estamento militar se toma como una desobediencia al superior.
Sí, sí. Es la única orden que yo en mi vida militar desobedecí. Pero no estaba de acuerdo.

Pero suponiendo que eso es una desobediencia, ¿cuál fue la respuesta del coronel Benavides?
Bueno, pues, yo le dije: “No, mi coronel, esa orden vaya a dársela usted”, le dije. “Bueno –me dijo-, está bien”. Y él fue a dárselas.

¿Él fue a dárselas?
Entiendo que él fue a dárselas porque no lo vi. En lo oscuro no vi qué se hizo cada quien. No lo vi.

¿Y usted por qué se negó?
Pues porque no estaba de acuerdo con la eliminación del padre Ellacuría. Si yo lo conocía. Yo había estado en la UCA, por antecedentes también, cuando estuvimos en el golpe lo conocí. Tenía mucha relación con mi coronel Majano, que era el líder de nosotros en ese momento. Lo conocía y no estaba de acuerdo. Yo había combatido a la guerrilla pero así con unidades, de frente. Pero así un asesinato, nunca. Nunca hice yo un asesinato. Nunca. Y mucho menos así de ese tipo. Y en ese momento en que nosotros absortos se me mande a hacer algo así, como quien dice sacado de la manga, no estaba de acuerdo. Ahora, era un riesgo para mí. Fue un riesgo porque la situación estaba crítica. Según lo que habían contado estaba crítica y había que mover algo. Pero ante eso no quise. No quise ser parte de eso.

¿Qué pasó después? ¿Esto fue como a las 9 de la noche?
Como a las 9 d ela noche. Después de eso yo estaba en mi oficina, este apartamento que tenemos, y antes de salir me llegaron a pedir un fusil AK-47 que yo tenía.

¿Quién se lo pidió?
Llegó mi ordenanza primero, a decirme: Mi Charlie mi Charlie, están pidiendo el AK. Bueno, entonces vino alguien del Atlacatl, un comando me imagino que era, ya se los bajé, que lo tenía en mi cuarto, lo saqué y se los di.

¿Al ordenanza?
No. A los del Atlacatl.

¿Por qué tenía usted ese AK-47?
Yo lo había obtenido en la Tercera Brigada. En una operación cayeron unos fusiles y entonces obtuve uno de ellos.

¿Y todos en la Escuela sabían que usted tenía ese AK?
Todo mundo sabía porque yo inclusive los había llevado a unos oficiales a tirar con él, como enseñanza pues para ver el tipo de fusil. También alumnos de cuarto año…

Y llega el ordenanza a decirle que quieren el AK-47…
Sí, y les digo vengan pues, ya lo agarro y se los llevo. Estábamos en la entrada del Casino de Oficiales. Ahí lo entregué.

¿A quién se lo entregó?
A unos del Atlacátl. No sé a quiénes. Nunca había conocido a ninguno del Atlacatl, al teniente Espinoza Guerra nunca lo había visto, no sabía quiénes eran. Al único que conocía era a Cerritos, el otro teniente. Pero lo conocí hasta después que él andaba ahí. Porque habíamos estado juntos en el Batallón Belloso.

La lógica me indica que un militar como usted, subdirector de la Escuela militar, sabía exactamente qué era un AK-47.

Sí.

Sabía que era el arma tradicional de los guerrilleros.
Sí.

A un militar como usted le acaban de decir que vaya a dar la orden de ir a matar a los jesuitas. Sabe que va a hacerlo el Batallón Atlacatl. A un militar como usted le pide el AK-47 el Batallón Atlacatl. Usted sabe exactamente para qué se lo están pidiendo.
Sí. Y con qué propósito, pues. Con el propósito de irlo a matar y que pareciera que lo hizo la guerrilla. Sí. Sí.

Y usted partió esta conversación diciéndome: “Yo no tuve ninguna participación”. ¿Usted no cree que esto lo involucra?
Pues… Sí, me involucra. Me involucra siendo parte… Pues, siendo objeto de ello.

Usted, sabiendo para qué, entregó el arma con que fueron asesinados los sacerdotes jesuitas. Se la entregó a los asesinos físicos.
Sí.

Eso en cualquier narrativa, ya sea militar, ya sea judicial, ya sea periodística… lo convierte a usted en parte de la conspiración.
A lo mejor porque en ese momento estaba obedeciendo una orden, ¿verdad?


Las razones por las cuales usted participa son aparte, y luego las podemos ver. Pero usted entregó el arma asesina sabiendo para qué. No solo para cometer el crimen, sino además para culpar a otros de ese crimen.
Pero hay una realidad: que son 30 fusiles M-16 y un AK-47. Entonces, el resto también, los otros 30… ¿Quiénes los ha dado? ¿Quién ha dado los otros 30 fusiles?

Esto a usted lo convierte en parte de…
Pues sí, si me dan la orden en la cual yo tengo que hacer… vaya, muy bien. Pero que no me voy a comprometer no me voy a comprometer. Porque también ese fusil no me lo entregaron a mí, sino que lo obtuve por un enfrentamiento. Igual quedan todos los fusiles. Lo que sí sabía yo era que lo que querían era distorsionar algo. ¿Si yo sabía que iban a matar a alguien? Sí.  

Y a quién…
Y a quiénes, pues. Sí, sí. ¿Y si no le daba yo el AK-47? ¡Igual lo iban a hacer con otros 30 M-16!

El punto es que usted sabía. Y me dice que entregó ese rifle obedeciendo una orden pero le pregunto quién le pidió el rifle y me dice que un ordenanza…
No.

Un ordenanza no le va a dar órdenes al subdirector de la Escuela.
No. Me llegan a pedir de parte del coronel Benavides pues, ¿verdad? Me llegan a pedir que mande el AK-47 porque ya me había pedido él que lo diera. Muy bien. Pero no es que yo por iniciativa lo di, sino que ya me lo había pedido él. Muy bien, entonces cuando llega el Batallón Atlacatl está bien, se los di.

¿Y qué pasa después?
Tipo 1 de la mañana que ya iban a cometer el asesinato. Estamos ahí todos en la expectativa en la Escuela, cada oficial me imagino que en su cuarto. En lo oscuro, pues no vemos a nadie. A la 1 de la mañana se hace el asesinato. Yo estoy en mi oficina, salgo para ver qué es lo que hay y encuentro al coronel Benavides ahí en los pasillos de la Escuela, y me dice: “Ya estuvo esto”. 'Muy bien', le dije. Nos separamos, me voy a la cama.

Todo el operativo para matar a los jesuitas… ¿quién lo coordina?
No sé, me imagino que…

¿Lo coordina Cerna o el coronel Benavides?
El coronel Benavides. Él dio la orden a ellos, y me imagino que dijo qué es lo que tenían que hacer. Porque eso es lo que querían que yo hiciera, que coordinara cómo hacer esto y cómo hacer lo otro. Pero me negué a hacerlo. Entonces me desvinculé en ese momento de la operación.

Entonces se encuentra en el pasillo a Benavides y le dice que ya estuvo.
Sí, y yo me voy a acostar. Todo mundo se va a acostar. En la mañana, a las 7 de la mañana, me llaman a la dirección, me dicen mirá, andá donde el coronel Ponce. Informale que ya cumplimos la misión.

O sea, en la noche, ¿después de eso usted se va a dormir?
Sí, sí. Me voy a descansar. Yo estoy a tres metros de donde estábamos.

¿Cómo se puede ir a dormir? ¿No dimensionaba lo que había pasado?
Justo por eso, porque lo dimensionaba, fue que no di la orden. Ni siquiera quise agarrar la maleta. Ustedes los periodistas no entienden el rol de la Escuela Militar. El rol de la Escuela Militar era educativo. No teníamos relación con ninguna unidad de las que estaban ahí, ni teníamos ningún área jurisdiccional que defender que no fueran nuestras cuatro paredes. En eso llega alguien, el director, a ser el jefe de esas unidades. Pero esas unidades no las conocíamos nosotros. No las conocía él, mucho menos nosotros. Nosotros teníamos que ver el servicio de centinelas, rondas, administración y seguridad de la Escuela. Ese era nuestro quehacer. ¡La guerra a nosotros nos valía sorbete! Éramos los únicos que íbamos a ver a nuestras familias, de escondiditas. Y no éramos nosotros los encargados de eso, sino el coronel Benavides.

El punto es que el coronel Benavides les dice a ustedes qué van a hacer esa noche.
Sí, lo que va a pasar. Y nos da una radiografía de todo lo que está sucediendo, con información enemiga.

Es que a mí me sigue sorprendiendo cómo es que usted es capaz de decir “yo no voy a dar esta orden”, pero no es capaz de decir “no voy a dar el rifle con el que los van a matar”.
Pues porque como me lo pidieron, y yo no estaba involucrado... Además, no era de mi equipo.

¡Pero era suyo!
Pues sí, pero todo mundo tiene fusiles habidos y por haber. Yo no voy a dar mi pistola, que me han asignado a mí.

¿Y cuál es la diferencia?
Que el otro no me sirve de nada, es un trofeo de guerra. Se puede perder. Por mi pistola sí soy responsable.

Pero no le preguntaba porque haya faltado a sus responsabilidades. El punto es que les dio el arma con que los mataron, fuera o no fuera la que tuviera asignada. La dio sabiendo para qué estaba destinada.
Porque así como estaba la mía, había 30 más.

Fue capaz de decir que no a una orden directa del coronel Benavides, pero no se negó a dar el arma.
Sí, definitivamente yo no di la orden porque no me quería involucrar. Además el coronel Benavides lo que quería era aparentar que había sido el FMLN. Pero en el caso mío, ya había un “no”, de que no me involucro. Pero para él fue normal, “bueno, si este no lo quiere hacer, lo voy a hacer yo”. En otro, hubiera dicho “bueno, ¿y este baboso por qué no quiere dar la orden?”, y ahí hubiera parado. Pero no, porque estaba seguro de lo que estaba haciendo. Sí, yo sabía que esa era un arma más que iba en el grupo.

Con la diferencia de que, de no haberla entregado, no estaría involucrado.
Sí, claro. Si yo involucrado estaba desde que estábamos ahí nosotros, desde que nos dicen qué es lo que hay que hacer. Desde ahí estamos como encubridores.

¿Usted no ve ni escucha regresar al Batallón Atlacatl?
No. Porque en la Escuela, internamente, estamos nosotros y los cadetes. Afuera, entran de la calle de Santa Tecla, se quedan en la zona de los cursos y salen. Así es. Entonces cuando a mí me llama en la mañana, me dice: 'Llevale esta maleta (al coronel Ponce)', una maleta que es la que se agarró en el cateo. Me llevo la maleta y le digo a un teniente que estaba ahí conmigo “agarrá la maleta”, porque yo no quería ni tocarla. Subimos en mi camioneta, llego al Estado Mayor, pregunto por el despacho del señor jefe del Estado Mayor, me dice el secretario que pase. Entro, me le cuadro y le doy parte: “Mi coronel, manda a informar el señor director que ha cumplido la orden del asesinar al padre Ellacuría”. Y me dice: “Yo no he ordenado eso”. Inmediatamente atrás de mí irrumpe por la puerta un colaborador del C-2 y le dice: “Mi coronel, han matado a los jesuitas. El señor presidente quiere hablar con usted”. Él no nos dice nada, y le digo “Ahí está esa maleta, la mandan para usted”. “Yo no quiero nada”, me dice. “Llevátela”. Vaya, entonces le digo al teniente 'llevémosla'. Le suena el teléfono al coronel Ponce, lo agarra y nos dice que nos retiremos. Salgo de la oficina de él, voy al COFA, a ver si hay algo adicional. El COFA es el Centro de Operaciones Conjuntas, que es donde están todos los secretarios y oficiales recibiendo información. Y veo al coronel Dorothy, un gringo. Lo conocía de vista, nos saludamos pero no vi nada raro en el Estado Mayor. Entonces agarré la camioneta de nuevo, fuimos a la Escuela y le llegué a decir a mi coronel Benavides: “Mi coronel, dice mi coronel Ponce que él no le ha dado la orden”. “Ah, no te preocupés”, me dijo, “ya le voy a hablar yo”. Así. “Y aquí está la maleta -le digo-, porque no la quiso recibir”. “Ah, pues ahí dejala”. Hasta ahí llegó esa parte, de lo que vivimos ese día.

¿Y no tuvo más información de quiénes participaron en la reunión para tomar esta decisión?
No. Yo no puedo decirle quién le dio la orden, con quiénes… Pero si un comandante llega con autoridad, empoderado de su situación, a dar una orden de esas, entiendo que tiene algún respaldo de alguien. Porque a nuestro nivel, ni un teniente, ni un capitán, se disparan en una cosa de esas.

¿Y el Batallón Atlacatl duerme ahí después de la operación?
Llega ahí y entiendo que sale de madrugada.

¿Y nadie le devuelve a usted el rifle?
No, no.

¿Usted no volvió a ver ese rifle?
No volví a ver ese fusil. Prácticamente para mí era… No es que yo necesitara ese fusil. Yo lo dejé y se lo llevaron. Nunca más lo volví a ver.

Hay cosas que, después de tantos años, me parece extraño que no se sepan. Como por ejemplo, ¿cómo llegó el Batallón Atlacatl ahí?
¿A la Escuela?

Sí.
Cuando comenzó la ofensiva, el Estado Mayor organizó un grupo de tareas para defender el Complejo Militar. ¿Y quiénes son los que organizan eso? El C-3, el Estado Mayor. Cerna Flores. Él era encargado de todos los medios de la Fuerza Armada, es la encargada. Él trae las unidades de donde tiene: de Caballería, de Policía Militar y Batallón Atlacatl, los que va a necesitar. ¿Para qué los va a necesitar? Solo él sabe. ¿Quién le da las misiones, los objetivos? El C-2. “Mire, la amenaza está aquí, mire esta es la otra amenaza”. Él le da los objetivos, y, en función de esos objetivos, él dice: “Agarre estas unidades”. El Batallón Atlacatl –entiendo- que estaba aquí por la parte del Sheraton, ahí por esa zona. Me imagino que le dijeron: “Déjenme los comandos para acá”. Él debió haber solicitado eso.

Vaya, se lo pregunto de otra manera: ¿Benavides no tenía el poder para ordenarle al comando del Atlacatl que se viniera?
No. A Benavides ya le dijeron: “Aquí están todas estas unidades”.

Imagínese que Benavides se hubiera vuelto loco, que él hubiera tomado esa decisión solo, porque él dijo: “Lo que tenemos que hacer, hay que matar a los padres jesuitas”. ¿Él tenía el poder de levantar el teléfono y decir: “Me mandan a los comandos del Atlacatl”?
No.

¿No?
No, él no tenía. Él era director de una Escuela Militar. No tiene atribuciones sobre unidades operativas. ¡Ninguna! Y más batallones de reacción inmediata, dependen exclusivamente del jefe de Estado Mayor, y consecuentemente del C-3.

¿El C-3 podía tomar estas decisiones?
Sí.

¿Sin tener que consultarle a Ponce?
Sí.

¿Sí podía?
Sí puede. Le dice “León, mirá, mandame la sección de comando, mandámela. Mire, coronel Ponce, le dije a León Linares que mandara los comandos”. “Vaya, está bueno”.

Solo que si Benavides regresa a la Escuela diciendo que esta es la orden del Estado Mayor, esta reunión no pudo haberla tenido solo con Cerna, ¿verdad?
No, no. Además, si Cerna le da la orden a él: “Mirá, Benavides –que son compañeros- hay que hacer esto”. Él puede tener la potestad, según doctrina, de decirle: “Esto no lo puedo hacer, preguntémosle al jefe del Estado Mayor, que es el jefe nuestro”. “Mirá, Ponce, lo que me está diciendo Cerna Flores. Esto no lo puedo hacer”.

Claro. No fue Benavides quien planificó esto, porque el cateo de dos días antes no pasó por la Escuela Militar.
Así es. ¿Y quién ordena un cateo? El único es la Sección 2, que es el que tiene que buscar objetivos. ¿Para qué? ¿Con qué propósito los mandaron a hacer el cateo?¿Qué le dijeron al comando Atlacatl ir a averiguar y por qué? Y eso ha de estar en el Estado mayor, ha de estar en los libros del C-2, coronel Díaz. Pero como le conté, me dijeron que el coronel Díaz estaba en comisión fuera del país. Entonces, estaba al mando el teniente coronel Zaldaña. ¿Por qué no revisa los libros? El Plan de Búsqueda, se llama así en el caló de inteligencia, en el Plan de Búsqueda, ¿por qué mandaron ahí a los comandos? ¿Cuál era la misión?

El Batallón Atlacatl hace el cateo en la UCA, ¿dónde duerme ese batallón?
En ese momento no sé. En ese momento no sé dónde estaban alojados. Imagino que en el Estado Mayor, ahí, en el parqueo.

Parece que estaban en una especie de instrucción. Porque tampoco la noche de los asesinatos durmieron en la Escuela. Entraron, reportaron y salieron.
Sí, salieron. En la Escuela durante el día llegaban a descansar en el patio de instrucción, ahí hay unos corredores. No entraban al recinto de la escuela, del edificio. No le convenía a los cadetes. No entraban ahí. Se quedaban en la parte abierta.

Ok. Regresemos a esa noche. Usted dice que no (les dará la orden de asesinar a los padres jesuitas), usted les da el fusil y se va a dormir; dice que ni siquiera estaba alrededor cuando ellos entraron de vuelta.
Es que no entran al edificio. Entran por la puerta de la calle, y entran a la zona del campo de instrucción. Ahí es donde ellos han estado. ¡Yo no tengo nada que ver! O sea yo no tengo que estar ni pendiente de quién entra, pendiente de quién sale.

Solo que no es un día normal y no es cualquiera el que va a entrar, ¿verdad?
Sí, porque para nosotros el que está de guardia, él también pudo haber obviado. Adelante estaba una caseta, en la que está un ordenanza entrando con la pluma; más adentro está el comandante de guardia. El comandante de guardia le preguntó al de la caseta: “Mirá, ¿quién entra?”. Estamos hablando de las 12-1 de la mañana. Oscuro. “Son los comandos del Atlacatl”, y eso escribió el cipote. A nosotros nos tenía eso fuera de toda importancia, pues.

No necesariamente, porque, ¿a qué entraron a la 1 de la mañana?
Después de haber asesinado…

Pues sí, ¿pero entraron a reportar misión cumplida?
Sí, me imagino.

¿A dar parte de lo que había pasado?
Parte de lo que había pasado.

¿A darle parte al director de la escuela?
Sí.

¿El subdirector no estaba con el director?
No, y además a mí no me interesaba.

¿No le interesaba?
No me interesaba. Yo huía, si no me llamaba el director, yo ni atendía, y así todos los oficiales.

¿Ningún otro de los oficiales quiso estar con Benavides?
Nadie, nadie. Por lo menos yo no lo vi.

¿Pero todos estaban al tanto de por qué Benavides no se había reunido?
Sí, todos estábamos al tanto. Todos estábamos al tanto de qué es lo que iba a pasar.

Es que mire, perdone mi insistencia, porque yo no soy militar, pero pienso que si estoy en un lugar y sé que van a ir a matar a los padres jesuitas y menciono lo que van a hacer, no es como que no quiero tener nada que ver con eso y me voy a dormir. Sé que van a matar a seis sacerdotes, por lo menos al padre Ellacuría.
Pero para usted periodista es la noticia.

¡No, no, no!
Para nosotros militares es la ofensiva final. La ofensiva, que se oyen bombazos, que se oyen traqueteos por todos lados. Eso le quita más el sueño que lo que va a pasar. Pero cuando yo no estoy involucrado, que yo no le puedo decir a este teniente: “Mirá, quitate de aquí, ponete para allá”. Si no es mi unidad. No es parte de mi unidad. Nosotros no teníamos ninguna injerencia en estas unidades. ¡Ninguna!

Es que no deja de ser curioso el hecho de que un instante que lo va a perseguir el resto de su vida…
Pero uno en ese momento no está pensando en eso. Está pensando en que él está cumpliendo una orden que le dio el mando. Nada más. Yo no quise involucrarme en eso. Yo dije: “Bueno, él sabe que viene del mando”.

Y despúés de todo esto usted se queda en sus labores normales…
Normales.

Hasta que…
Hasta que forman una comisión especial para investigar y empiezan a llamar a oficiales de la Esucela. Y empiezan a pedir libros.

¿Esto fue cuándo?
Días subsiguientes.

¿Pocos días después?
Sí, póngale la semana siguiente. Esta Comisión la formó el Estado Mayor y empezaron directamente a llamar oficiales de la Escuela. Empiezan a pedir libros. El teniente Yusshy que se dio cuenta de que el comandante de guardia ese día había consignado la entrada y salida de los comandos Atlacatl, dice, me dice a mí: 'Mire, dice el señor director que tenemos que quemar los libros porque aquí están consignados estos'. Le pregunto al señor director: 'Mire, dicen que han encontrado esto y esto en los libros. Hay que quemarlos'.

El director.
Sí, el director. Bueno, entonces, que se los entreguen a Yusshy, que haga lo conveniente. Y él los quemó.

O sea, usted se los dio a Yusshy.
No. Directamente yo no se los di. Yo era el encargado del archivo como jefe de estudios e instrucción. No era subdirector. Jefe de estudios e instrucción era mi cargo. Y a cargo mío estaba la parte del archivo.

Pero no había subdirector, o sea usted era subdirector en la práctica.
Sí, por mando, no por cargo. “Entonces que te entreguen los libros, y ahí ve qué hacés. Dice el señor director que hay que quemarlos, hay que quemarlos”. Entonces Yusshy los quema.

Por orden transmitida por usted, pues. Por orden del director que usted le traslada a Yusshy.
Porque Yusshy es el que descubre esa consignación en los libros y él recomienda hacerlo.  

¿Y luego?
Y luego esa comisión no me llamó a mí. Empieza a sentirse que entraban y salían gentes a la comandancia porque la dirección de la Escuela está fuera de lo que es el recinto. Está en una casa aledaña. Llegan gentes, salen jefes, camionetas. Nadie de nosotros está interesado en saber, pero sí hay un movimiento. Luego después llega varias veces el coronel Avilés que dicen que es el que descubrió eso. No tengo ni idea de cómo lo descubrió. O él se lo dijo. Pero sí el coronel Benavides empieza a salir, empieza a ocuparse más de ese problema y del conflicto que estaba latente. Se va en las noches.

¿El coronel Avilés es Carlos Armando Avilés?
Sí. Pero el coronel Benavides comienza a ausentarse, a hacer visitas, me imagino. Una vez me comenta que es amigo del coronel Rivas, de la Comisión de Hechos Delictivos. Me comenta: “Mirá, ya hablé con Rivas, este fue compañero mío, y no hay problema”. En ese momento lo sentí como queriendo darnos tranquilidad, entre comillas. Después pasan los días y me llama y me dice: “Ya me descubrieron, así que decile a los oficiales que yo me voy a hacer cargo y que ustedes no tienen problema”. Me llama a la dirección. Entonces llego yo a mi oficina y llamo a todos los oficiales y les digo: “Miren, el señor director me dice que lo llevan detenido porque ya encontraron que él es el responsable y entonces nosotros lo que tenemos que decir es lo que sabemos, la verdad. Nosotros estamos en esta situación no por nuestro gusto, y nosotros sabemos lo que pasó”. De ahí me trasladan a mí al Batallón Belloso, me toca salir fuera, me llaman a declarar por ese asunto de los libros. Hacen una trama en la cual me incluyen a mí por los libros como el autor de la quema de esos libros para poder cubrir algo. La entrada y salida de los comandos. Que con solo haber llamado al comandante de guardia bastaba. Pero a los oficiales que pusieron los puso el Estado Mayor. Consignados a hacer esto y esto. De Benavides para abajo. Gracias a Dios a los demás oficiales como no teníamos nada que hacer, no estábamos asignados en ninguna unidad, solo Yusshy y el coronel Benavides y a mí que me jalaron para no irse para arriba sino seguir para abajo. Como dar a entender que lo que había sucedido había sido organizado, planificado, estructurado en la Escuela, y no era así.

Pasemos a su juicio. Es un juicio extraño. Lo acusan de obstaculizar la investigación destruyendo los archivos.
Yo estoy en el terreno y me llaman para que venga a declarar de esa pérdida. Mis defensores son el doctor Méndez Flores…

Pero primero era su tío.
Sí, pero no nombrado, sino que me ayudaba. Pero no les gustó a ellos. A Méndez Flores no le gustó que yo tuviera uno aparte. Al grado que salió en los periódicos que estaban en desacuerdo con eso. Entonces mi tío político me dijo: “No se haga cargo de nada porque usted no lo ha hecho”. Y aquellos me decían: “Hacete cargo”.

¿Quiénes son aquellos?
Méndez Flores y no me acuerdo quién era el otro doctor que andaba con él. Y les dije no si no tengo por qué hacerme cargo y no lo he hecho. Además no soy yo el director de la Escuela, el que manda en una guarnición militar. Si yo hubiera hecho eso, ¿por qué no me castigó el director de la Escuela? Efectivamente no me hice cargo, me llevaron al juzgado. A ellos no les gustó. Y buscaron entre las autoridades de la Escuela quién podía ir a declarar como testigo que yo había ordenado la quema de los libros. Por eso me condenaron a tres años de prisión, pero como tres años es excarcelable prácticamente quedé fuera.

¿Cuánto tiempo estuvo detenido?
Estuve detenido en la Guardia Nacional prácticamente un mes y días.

Parece que hay un conflicto de intereses: el doctor Méndez Flores es abogado suyo pero también es abogado de Yusshy René Mendoza, que lo acusa a usted de haberle dado la orden. ¿Cómo podían tener el mismo abogado si uno esaba acusando al otro?
Y compadre del jefe del Estado Mayor a quien yo le había dado el parte de que habían cumplido la orden.

¿A quién?
Al coronel Ponce. Méndez Flores era compadre del coronel Ponce.

¿Y usted cómo aceptó eso? Sabiendo que él estaba defendiendo a Yusshy…
Yo estaba de alta, no tenía otra opción.

¿Por qué?
Yo había querido poner a mi tío político y me ordenaron que no.

¿O sea a Méndez Flores se lo impusieron? ¿Quién se lo impuso?
El Estado Mayor.

Y luego lo trasladan al campo de batalla otra vez.
Para ese tiempo yo ya estoy en el Belloso. Aquí en Zona Franca de San Bartolo. Desde antes estoy en el Belloso. Me arrestan estando ya en el Belloso.

¿Y cuándo fue el atentado en su contra que usted dice?
Comienzan a desmovilizarse algunas áreas en Chalatenango. Yo estoy en Cerro Negro, allá por Las Pilas, y está Cerro Negro, Arcatao, Chalatenango. Y me dicen que tengo que bajarme corriendo porque en Arcatao hay una reunión de toda la cúpula del Frente. Empiezo a bajar, llego a Tejutla, ahí me embarcan en camiones y me llevan a Chalatenango. Me dicen: 'Mirá, vas a ir a hacer esta operación contra las fuerzas que están ahí'.

¿Quién toma esta decisión?
El Estado Mayor.

¿Cerna?
En ese entonces ya estaba mi coronel Barrera. De ahí de Chalatenango para Arcatao son unos 30 kilómetros. Hay una carretera. Entonces me dicen: “Te vamos a llevar helicoportado por lo menos al otro lado del Sumpul. Por lo menos poner una cabeza de playa al otro lado'. 'Bueno', le dije, 'muy bien, me queda un día'. 'Mirá, que no hay helicópteros, que mejor tenés que irte a pie pero no podés irte por la carretera y no podés combatir con los centros de refugios que hay. Y tenés que estar 72 horas en Arcatao'. “Mire -le dije yo-, esto no se puede. Si por la calle me llevaría un día caminando normalmente. Ahora, que si voy a ir combatiendo…” Pues no, me dijeron, no se puede. Estaba en Guarjila, no podía pasar por la calle, no me podía meter por el hoyo de San isidro Labrador, mejor me subí por la Montaña. Cuando yo iba subiendo por Guarjila, en el campamento de refugiados, con la bandera de Cruz Roja y Médicos sin Fronteras, parapetados me agarraron como que era pato de feria. 'No disparen', les dije. Mis soldados con una rabia porque no podíamos disparar. Pero pasamos. Llegamos al otro lado, a San José Las Flores. Ahí me dijeron perate pues, a ver si te podemos hacer un área de embarco. Cortamos árboles y todo. Ya tenía para hacer oleadas de tres helicópteros. Ya tenía formada a la gente, los vuelos. Y al final del día me dicen: No podemos, perate a mañana. A todo esto yo dije: ¿Por qué me están retrasando? ¿Para que acumulen más fuerza allá? Al día siguiente en la tarde me dicen que no hay vuelo. A las 5 de la tarde. A esa hora comenzar a desplegarse. Mañana a las 3 de la mañana vamos a cruzar el Sumpul. Yo sabía que nos íbamos a tronar porque por el puente no íbamos a pasar. Teníamos que pasar por Valle Verde. Y ese lugar gracias a Dios estaba minado. Lamentando que me mataron ahí a dos o tres soldados pero a mí me hirieron poco y ahí me evacuaron. Ahí terminó prácticamente mi vida operativa. No hicieron la operación y pude ver efectivamente que lo que buscaban era que yo chocara.

¿Por qué cree usted que lo querían eliminar?
Porque soy un testigo. Un testigo que relacionó directamente a Benavides y al coronel Ponce. Porque si él no le dio la orden al coronel Benavides, inmediatamente él ahí me detiene. Me dice no, yo no he dado la orden, e inmediatamente manda a detener a Benavides. ¡Si es el hombre más poderoso en ese momento! O que tiene al presidente al teléfono y le dice: “Mire, presidente, aquí en este momento está el mayor Camilo Hernández informándome de esto, y aquí lo voy a detener”. Entonces yo era el eslabón. Era más útil para ellos muerto que vivo. Y nunca había tenido oportunidad de hablar esto.

¿Usted nunca habló con la Comisión Moakley?
Nunca.

Pero sí con la Comisión de la Verdad.
Sí, y se los dije así como se lo estoy diciendo a usted. Pero lo que dijeron era mejor depurado.

Ah, pero esa fue la Comisión Ad Hoc.
La Comisión Ad Hoc era la que proponía las depuraciones que solicitaba la Comisión de la Verdad. Pero nada más. Ahí en el Hotel que antes era Sheraton (hoy Crowne Plaza) fui a hablar con la Comisión de la Verdad.  Una vez, también ya era ministro el coronel Ponce, nos llaman a todos los oficiales de la Escuela Militar a una reunión al Ministerio de la Defensa para decirnos que nosotros habíamos sido los responsables de ese asesinato. Que nosotros los oficiales de la Escuela éramos los responsables. Cuando me tocó la intervención a mí, el único que no estaba de todos los de esa generación, de “la Tandona”, era mi general (Ernesto) Vargas. Me dijeron “¿Y vos por qué no dijiste nada?”. Contesté: “¡Yo le he dado parte al coronel Ponce! A usted le he venido a dar parte”.

¿Enfrente de todos dijo eso?
Sí, en público lo dije.  “Yo a usted le he venido a dar parte. Nosotros sabíamos de los planes que ustedes tenían. El coronel Benavides solo vino con las órdenes; y viniendo del Estado Mayor, ¿nosotros qué podíamos hacer? ¡Nada! Y que ahora vengan a decir que los responsables somos nosotros. No, señor”. Fue el primer enfrentamiento que tuve con ellos.

¿Y qué le contestaron?
Que yo tenía la obligación de haberle dicho al mando lo que estaba ordenando Benavides. ”No, señor”, les dije. “Yo nunca he sido ese tipo de soplón. Mucho menos viniendo de una reunión de ustedes”.

No pasó nada después.
No, no pasó nada. Y no pasó nada porque en ese entonces yo no sabía que me iban a depurar. De haber sabido les hubiera reclamado.

De ahí lo depuraron.
Hubo otra reunión, ahí ya era ministro de Defensa el coronel Ponce, nos llevaron a un grupo de oficiales, y ahí estaba el presidente (Alfredo) Cristiani, y nos dijeron que nosotros éramos parte de la depuración y que no había más que hacer, porque se los exigían los Acuerdos de Paz.

¿Y usted qué hizo? Es toda una vida en el ejército.
Sí, pues sí. Pero nadie de los que estábamos ahí hizo nada. Había compañeros más antiguos que yo. No sé si usted conoce nuestro estamento, pero normalmente cuando uno es subordinado no tiene oportunidad de réplica.

Después de una vida en el ejército, lo echan, ¿qué hace? Usted estaba joven.
Tenía 45 años. Y bueno, me voy a la Universidad, me consiguen un chance en la farmacia de la Fuerza Armada, y ahí empiezo a intentar levantar. Yo llegué (al ejército) a los 23 años, así que no alcancé mi pensión completa. Yo quedé de teniente coronel, en requerimientos para ascender a coronel, pero me cortaron en ese momento.

Cómo da vueltas la vida...
Yo soy de origen pobre. Yo me crie en un mesón de San Vicente, durmiendo en una misma tijera con mis hermanos. Mi familia salió de la pobreza porque Dios me dio la oportunidad de salir de la Escuela Militar. Mi madre murió hace dos años, un 16 de noviembre.

¡16 de noviembre! ¡Mire qué fecha!
El 13 pusieron la querella en España, el 16 estaba muerta mi madre. El 17 la estaba enterrando en San Vicente. Una mujer que me dio a mí fortaleza; nunca me dio a codiciar las cosas ajenas. “¡Trabaje! ¡Estudie!”. Yo hubiera querido terminar mi carrera, pero sobre todo no con el desprestigio que tengo de estar involucrado en la muerte de los jesuitas. Mi familia fue altamente católica y entendieron que no fui yo. Desgraciadamente no fue así para el país, con las publicaciones, siempre me fueron metiendo como uno de los involucrados. En ANDA me quitaron, según el presidente Gómez, “porque este está involucrado en el asesinato de los jesuitas”.

¿Y eso fue después de la querella?
Sí.

¿Cómo se enteró usted de que era imputado en la demanda en Madrid?
En un correo me mandaron el listado. Después salió en el periódico. Pero antes de que saliera en el periódico me habló por teléfono el coronel Ponce para una reunión en la casa de los veteranos, frente al parque Cuscatlán. Ahí estaba mi general Larios, el general (Juan Orlando) Zepeda, el coronel (Francisco) Elena Fuentes, el doctor Méndez Flores; y estaba un abogado que había llevado mi general Larios, mi coronel Majano, y yo. Y empezó el coronel Ponce a hablar de la situación, de cómo había salido esa querella. Yo no conocía el CJA ni conocía de esta organización de derechos humanos en España, él (Ponce) empezó a informar de todo. También el doctor Méndez informó de esta situación del presidente (Cristiani).

El 13 fue esta demanda, el 17 dice usted que estaba enterrando a su mamá, ¿esto cuándo fue?
Pocos días después. Ponce me llamó en la velación de mi mamá, creo que ahí fue donde encontró mi teléfono, y de ahí me llamó a esta reunión.

¿Y qué hablaron en esta reunión?
Información de lo que estaba pasando. Quiénes eran estas personas que habían puesto la demanda, qué era lo que se estaba haciendo. Se nos dijo que el ministro de Defensa tenía un grupo de jurídicos que estaban viendo este tema y que nos iban a estar apoyando, sobre todo en mantenernos informados de esta situación en España. También que había una línea del gobierno del presidente (Elías Antonio) Saca de apoyarnos, y también que el presidente Cristiani había desaparecido como imputado porque había maniobrado antes con dos emisarios.

¿Qué emisarios?
El doctor Santamaría y el licenciado Samayoa.

¿Salvador Samayoa?
Sí, Salvador Samayoa. Ellos supieron antes y fueron allá, movieron sus teclas y por eso lo dejaron afuera (a Cristiani). Nos informaron también de esas maniobras. Había un proceso, también, mediante el cual iban a solicitar al gobierno, y el gobierno iba a decidir si lo aceptaba, igual uno para la Corte Suprema que iba a decidir si lo aceptaba. De eso fue lo que nos dio información el doctor Méndez, de la parte jurídica del proceso y lo que iba a suceder. Nosotros creíamos que ya más no iba a suceder, esa era nuestra esperanza.

¿Y luego?
Nos volvimos a reunir ahí y nos contaron que habían ido a España y que nosotros teníamos una reunión en el Ministerio de Defensa para que nos contaran los jurídicos. La reunión en el Ministerio fue con el general (Jorge) Molina Contreras y el general Rubio Reyes, que era jefe del Estado Mayor; no estaba el viceministro Palacios Luna. Estaban el general Ponce, el general Bustillo, general Zepeda, general Larios, general Elena Fuentes, mi persona, llegaron Espinoza Guerra y Guevara Cerritos. La reunión fue para que los jurídicos de ahí del Ministerio de la Defensa nos explicaran cuáles eran los pasos a seguir y cuáles eran las esperanzas de que el gobierno y la Corte Suprema desestimaran el reclamo de España. Ahí tuve otra vez la oportunidad de decirles, porque Molina Contreras y Rubio Reyes habían sido alumnos míos en la Escuela Militar, les volví a decir que los que estábamos ahí estábamos injustamente y ese señalamiento de imputación era injusto, “porque nosotros habíamos actuado como soldados de la patria, pero ustedes que son Alto Mando no han podido decidir por ustedes mismos. No sé si ustedes le dieron la orden a Benavides. Si ustedes dicen que no, entonces deberían decirle, como su compañero que es, que tome la palabra frente a los generales”. Uno pierde el miedo.


¿Benavides nunca se apareció en alguna de estas reuniones?
No, nunca. De ahí fuimos a otra reunión a Casa Presidencial, con el presidente Saca. Ahí fueron el doctor Méndez, el general Ponce, el general Zepeda, el general Villamariona, y mi persona. Nos recibieron el presidente Saca y Élmer Charlaix. Explicaron cuál era el proceso que se estaba llevando allá, la parte procesal en caso de que aceptaran (el reclamo de España), y les solicitaron ayuda económica para la defensa allá en España. El presidente Saca prometió esa ayuda, no dijo exactamente cuánto, para apoyar. Después de la reunión solo se quedaron el presidente Saca, el doctor Méndez y el general Ponce hablando por largo tiempo; los demás los esperamos afuera prácticamente por una media hora, y después salimos. Después de eso no pude saber nunca nada más de ellos. No sé si dieron el dinero, si dieron el apoyo, no lo sé.

¿A usted alguna vez le ofrecieron algo a cambio de silencio o a cambio de asumir responsabilidades?
No, no, nunca.

Algunas versiones aseguran que después del asesinato, Benavides le dijo a todos los soldados del batallón que el que hablara se iba a morir…
Quizás pudo haberlo hecho antes de que se fuera, a lo mejor.

Ahora, se lo pregunto porque de hecho, hay al menos dos muertos, ¿verdad?
Sí. Ah, no, y una de las cosas que me mencionó el teniente Espinoza Guerra, lo vimos hace poco, será un año. Y me dijo: “Mire, mi coronel, cuando yo me fui al Atlacatl –porque ese mismo día llegó para el Atlacatl- me metieron en una zona del volcán, en las zonas esas a patrullar, patrullaje ofensivo, sobre nosotros andaban los (aviones) O-2”, me dijo. “Cerritos tenía miedo –me dijo- de que nos fueran a tirar a nosotros, porque andaban como buscándonos a nosotros, porque nosotros dábamos nuestra ubicación y andaban buscando, como que andaban buscándonos a nosotros”. Entonces, le conté yo lo del caso de Chalatenango.

El cadete que había escrito las entradas y salidas (en la Escuela Militar, el día del asesinato de los jesuitas), a ese lo mataron.
Sí.

¿Cómo lo mataron?
Entiendo que en un enfrentamiento, pero lo extraño es que tenía el balazo en la espalda. No me consta, para serle sincero, no me consta.

Muy complicado morir de un balazo en la espalda en un enfrentamiento.
Sí.

Que como su nombre lo dice: enfrentamiento.
Sí.

Y luego está el caso de Herrera Carranza, que era el único que testificó que había dado por radio la coordinación de ese asesinato, también lo mataron, ¿verdad?
Sí, sí.

¿Y a ese cómo lo mataron?
Me acuerdo, allá en Morazán. Pero no sabía de que él había dicho algo. Herrera Carranza, un gran soldado, un gran soldado.

Herrera Carranza fue el único militar que confesó a las autoridades que escuchó transmisiones de la radio militar sobre los asesinatos antes de que se descubrieran los cuerpos. Fue asesinado en extrañas circunstancias tras ser transferido de manera repentina al Batallón Atlacatl.
Pero es que lo mataron en el DM-4, ¿verdad?

Tenemos al menos dos muertos en circunstancias extrañas, aparentemente por su vinculación a este caso.
Y un intento.

¿El suyo? Más el otro que usted me dice de Espinoza Guerra. Que le dijo que andaba con Cerritos.
Sí, toda la sección de comandos era.

¿Y con Cerritos usted no hablaba?
No, no, no. Con Espinoza Guerra fue casualidad.

Si usted ve las cosas en retrospectiva es evidente que este crimen trajo como conclusión el fin de todo aquel poder centralizado de la Fuerza Armada, porque al final esto retiró el apoyo de Estados Unidos, puso bajo sospecha al ejército en todos lados, nadie quería saber del ejército porque esto abiertamente los afirmó como un grupo de asesinos, que podían llegar a cometer estos crímenes atroces.
Como militar, le puedo decir que sí hay una planificación. Si hay una guerra, un Estado Mayor como mínimo tiene que tener un plan de acción; un plan de acción tiene que tener objetivos, y los objetivos son tácticos, también estratégicos. Entonces, cuando ya hay un grupo de gente que está asesorando al mando, tiene que andar buscando objetivos tácticos y estratégicos. ¿Qué es lo que llegaron a decir esta gente? Que yo era el responsable. ¿Qué es lo que dice (el ex embajador) Robert White? Que yo organicé, planifiqué e hice todo para el asesinato de los jesuitas. Eso dice, a mí me regalaron una copia. ¿Por qué? Porque hay gente que sí empezó a decir que yo era, que yo era. Porque sabían el vínculo que yo había ido a decir, a darle la orden al mando. Ellos no dicen: “Camilo se negó”. No, no les interesa. “No, Camilo fue”.

Lo que pasa es que “Camilo se negó” lo dice Camilo.
Sí, solamente.

¿Verdad?
Sí, solamente yo. Nadie más. Y los que me lo confirman son Cerritos y Espinoza, que no fui yo el que les dio la orden. Ellos se lo confirman. Pero sí de la Comisión Especial, que organizó el Estado Mayor al inicio para comenzar a investigar, de ahí empezaron ya a inculparme a mí. Gente que fueron contemporáneos de uno… Eso les cayó mal por A o por B motivo, y ahí empezaron. Esa fue una de las cosas en las cuales estaba Parker.

¿Rodolfo Parker?
Sí, ese mismo. Vio que ya todos querían directamente meterme ahí en el problema, como que yo fuera el responsable. Les dijo:“Entonces mejor no, ahí dejen que investiguen”. Porque ahí fue la Comisión que empezó, y ya estaba ordenando por el Mando. Igual los mandos que llegaron a la Escuela Militar que ya iban en ese proceso. A mí me tienen en la Fuerza Armada por izquierdista y golpista.

Por su rol cuando lo de Majano.
Así es.

¿Y cuál era su relación con Majano?
Yo era teniente. Cuando el Golpe, a mí me llaman, por ser el más antiguo de mi promoción, para poder entrar con el Golpe, y él (Majano) me lleva a Casa Presidencial.

¿Qué hace usted en Casa Presidencial?
Estoy en el Estado Mayor Presidencial junto a Majano.

Para usted, ¿cuál es el siguiente paso?
¿Después de qué?

Después de ahorita.
¿De ahorita? Solo estoy esperando que salga mi absolución de allá de España.

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