Aldo Ahumada Chu Han |
(o, en latín, Enneco Enneconis; m. 851), fue el primer rey de Pamplona entre los años 810/820 y 851 y conde de Bigorra. Se le considera patriarca de la dinastía Arista-Íñiga, que sería la primera dinastía real pamplonesa.
Historia
Hijo de Íñigo Jiménez y Oneca, la estirpe Íñiga o Eneconis a la que pertenece, fundadora de la casa real de Pamplona-Navarra, proviene de una línea distinta a la dinastía Jimena, siendo ambas de extracción muy diferente, aunque emparentadas entre sí.
A la muerte de su padre, su madre se casó en segundas nupcias con el Banu Qasi Musa ibn Fortún de Tudela, uno de los señores del valle del Ebro, con cuyo apoyo llegó al trono, y que fueron los padres de Mutarrif ibn Musa y Musa ibn Musa. Este matrimonio dejó bajo la influencia de Íñigo Arista unos territorios considerables: desde Pamplona hasta los altos valles pirenaicos de Irati (Navarra) y el valle de Hecho (Aragón). Los Banu Qasi controlaban las fértiles riberas del Ebro, desde Tafalla hasta las cercanías de Zaragoza.
El advenimiento del primer rey de Pamplona no se hizo sin dificultades. Entre los núcleos de población cristiana (minoritaria), algunos daban su apoyo al partido franco, sostenido primero por Carlomagno y más tarde por Luis el Piadoso. La rica familia cristiana de los Velasco estuvo a la cabeza de ese partido.
En 799, unos procarolingios asesinaron al gobernador de Pamplona, medio hermano de Íñigo Arista, Mutarrif ibn Musa, bisnieto del conde Casio. En 806, los francos controlaban Navarra a través de un Velasco como gobernador. En 812, Luis el Piadoso mandó una expedición contra Pamplona. El regreso no fue muy glorioso, pues tomaron de rehenes a niños y mujeres de la zona para protegerse durante el paso del puerto de Roncesvalles.
En 824 los condes Eblo y Aznar dirigieron otra expedición con el fin de restablecer la supremacía franca en Pamplona, pero fueron vencidos por Íñigo Arista con el apoyo de sus yernos Musa ibn Musa, su medio hermano, y García Galíndez el Malo de Jaca, conde de Aragón. Después de la derrota de los condes, Eblo fue hecho prisionero y enviado a Córdoba, mientras que Aznar, posiblemente cuñado de Íñigo Arista,a fue puesto en libertad.
Íñigo Arista fue proclamado rey por trescientos caballeros, en la peña de Oroel, Jaca. Entonces apareció Íñigo Arista como princeps: "Christicolae princeps" (príncipe cristiano), según Eulogio de Córdoba.
Fruto de esta alianza fue la intervención en las luchas de los Banu Qasi con los Omeyas de Córdoba, lo que motivó las represalias de Abderramán II contra Pamplona.
En 841 fue víctima de una enfermedad que le dejó paralítico. Su hijo García Íñiguez ejerció entonces una fuerte regencia, llevando la dirección de las campañas militares.1 Pero la política de alianzas continuó. Así, su hija Assona se casó con su tío Musa ibn Musa.
Descendencia
Reyes de Pamplona de las dinastías íñiga y jimena. Sancho V (como Sancho I), Pedro I y Alfonso I fueron además reyes de Aragón. |
A partir de finales del siglo XII, las tardías recreaciones cronísticas hispano-cristianas de los oscuros orígenes de la monarquía navarra, tan lejanos ya entonces, trataron de desarrollar sin adecuado fundamento documental las escuetas noticias conocidas a través de una versión ya viciada de las llamadas Genealogías de Roda, recogidas a finales del siglo X en el Códice Rotense (conservado en su factura original por la Real Academia de la Historia, ms. 68). La cuestión ha seguido interesando en los tiempos modernos, pero buena parte de las renovadas hipótesis basadas obligadamente en meras conjeturas que, aun contrastadas y depuradas por el alumbramiento de valiosas informaciones árabes aisladas y de contenido más bien político-militar, no han llegado a esclarecer la mayoría de los problemas y lagunas subsistentes. Por esto continúa abierto el debate que desde hace medio siglo enfrentó a medievalistas de reconocido prestigio en polémicas relativas sobre todo a estériles divagaciones de carácter genealógico. Se sabe, en todo caso con certeza, que Ínigo Arista fue el primer caudillo con nombre conocido de las poblaciones cristianas ubicadas en la región coincidente más o menos con el área de influencia de Pamplona desde tiempos anteriores, es decir, el territorio comprendido entre el eje de la cordillera pirenaica y los rebordes y somontanos meridionales de sus sierras exteriores, algo más de la mitad septentrional de la actual Navarra, extensión equivalente entonces a la media de una demarcación condal en las monarquías cristianas europeo-occidentales. Los textos analísticos árabes lo distinguen con los títulos de príncipe (amir), conde (qumis) o señor (sahib) de las tierras de Pamplona o, en ciertos casos, de los Bashkunish o Vascones, arcaísmo léxico con el que quizá se hacía referencia a la singular pervivencia del sedimento lingüístico primitivo entre la masa de población campesina. En la epístola dirigida al obispo pamplonés Willesindo (851) para agradecerle las deferencias con que lo había acogido tres años antes en su viaje por aquella zona, san Eulogio de Córdoba no sólo ensalza la piadosa observancia regular y los fondos bibliográficos de los monasterios alto pirenaicos, como el de Leire y otros cercanos, sino que subraya también la fortuna de aquellas poblaciones regidas por el príncipe cristiano (princeps christicola) de aquella tierra (territorium Pampilonense). No especifica el nombre de este príncipe, pero se debe identificar con el Enneco o Íñigo al que las Genealogías de Roda añaden el sobrenombre de Arista (cognomento Aresta). Algún texto árabe fidedigno lo denomina “Wannaqo ben Wannaqo”, equivalente a Íñigo Íñiguez, pero en este caso el patronímico puede referirse al linaje y no precisamente al progenitor. También es dudoso el patronímico Jiménez que, tomado de algún documento monástico manipulado mucho después y poco o nada fiable, se ha relacionado hipotéticamente con el Jimeno el Fuerte que sometió el emir ‘Abd al-RaÊmªn I (781) cuando restableció su hegemonía en los parajes pamploneses a raíz de las defecciones producidas poco antes por el tránsito del Ejército de Carlomagno en su frustrada expedición a Zaragoza (778). Sin prueba suficiente se han atribuido a Íñigo diversos lugares de origen como el condado francés de Bigorra, apuntado en el siglo XIII por el cronista Rodrigo Jiménez de Rada, o bien las poblaciones navarras de Viguria (valle de Guesálaz) y Aristu (valle de Urraul Alto) propuestas por autores recientes. No hay sin embargo duda de que era oriundo de la tierra pamplonesa. Aportando algunas fechas concretas, los autores árabes acreditan, por ejemplo, que su madre se llamaba Ónneca y que ésta misma en otras nupcias anteriores o posteriores había engendrado igualmente a Muza ben Muza, magnate muladí radicado hacia las riberas navarras del Ebro. Desvelan también el nombre de un hermano suyo llamado Fortún, pero se sigue ignorando el nombre de su mujer o sus mujeres y constan en cambio los de sus hijos García, Galindo y Assona y se tiene noticia de otra hija anónima. El único testimonio hispano-cristiano sustancialmente fehaciente, las citadas Genealogías, sólo precisa, sin ninguna fecha, el nombre del personaje y algunos datos político-familiares. Íñigo apodado Arista fue padre de García Íñiguez, su sucesor al frente de los pamploneses; y a su hija Assona la casó con Muza, señor de Borja y Terreros (el mencionado Muza ben Muza, de la estirpe de los Banñ Qasi, descendientes del conde hispano-godo Casio, convertido al Islam). Otra de sus hijas de nombre desconocido fue entregada como esposa a García el Malo, un hijo de Galindo Belascotenes que tras repudiar a Matrona, hija de Aznar Galindo, con ayuda de Íñigo y “de los moros” (Musa ben Musa sin duda) había expulsado al mismo Aznar Galindo de su condado de Aragón obligándole a acogerse al amparo del monarca franco que, como se sabe por otros conductos, le encomendó entonces el gobierno del condado pirenaico-oriental de Urgel-Cerdaña. Cabe deducir que Íñigo representaba a la facción aristocrática de la región partidaria de la continuidad del régimen implantado en el precedente distrito o condado hispano-godo de Pamplona desde los primeros años de la dominación árabe en la cuenca del Ebro, hacia los años 714-717. El magnate titular de tal distrito habría capitulado, conforme a los términos habituales, en los confines menos asequibles y rentables del imperio del Islam que los convertía así en una especie de protectorado. A cambio de un tributo anual y el compromiso de lealtad política ante terceros, quedaba intacto el sedimento anterior de tradiciones socio-jurídicas, religiosas y culturales y una instancia propia de gobierno local. Por otra parte, cabe suponer siquiera con reservas que, así como Muza ben Muza descendía del conde hispano-godo Casio, Íñigo provendría directa o indirectamente del linaje del conde que había capitulado en tierras de Pamplona sin perjuicio de su fe cristiana. Aparte de la fugaz ocupación de Pamplona con motivo de la frustrada expedición de Carlomagno (778), la monarquía franca sólo durante una década (806-816) logró dominar la vertiente navarra del Pirineo y organizar un condado semejante a los formados poco antes en el sector catalán de la misma cordillera. La inmediata reacción armada del emir cordobés restableció el sistema anterior de protectorado sobre Pamplona, de donde fue expulsado el efímero conde de obediencia franco-carolingia al que los textos árabes denominan Velasco al-Yalashqí. Éste sería sustituido por un miembro de la nobleza local proclive al régimen anterior de entendimiento con los musulmanes, quizá ya Íñigo Arista que, según los mismos textos y como se ha apuntado, era hermano uterino del citado Muza ben Muza y casado además con su hija Assona. En realidad Íñigo Arista sólo entra expresamente en el horizonte histórico de los analistas árabes poco antes de mediar el siglo IX por sus relaciones de estrecha cooperación en las taimadas e interesadas maniobras de insubordinación u obediencia que, ante el régimen musulmán de Córdoba, iba a capitalizar Musa ben Musa en su ambiciosa y brillante carrera política. Se había producido sin duda un conato de insurrección cuando el emir ‘Abd al-RaÊmªn II se adentró personalmente a sangre y fuego por las tierras pamplonesas (842-843), alcanzando incluso la recóndita guarida de Peña de Qays (Sajrat Qays), situada cerca de la salida de la cuenca de Pamplona por el curso del río Araquil. Se vieron obligados entonces a pedir la paz (aman) tanto Muza ben Muza como Íñigo Arista, que conservó su señorío pamplonés a cambio de devolver a los cautivos que retenía y comprometerse a abonar la suma anual de setecientos dinares, importe probablemente del tributo debido desde tiempos anteriores. También figuraba entre los así sometidos un cabecilla altoaragonés, el hijo de García el Sirtaní, Ibn Garsiya al-Sirtan, muy probablemente hijo y sucesor del antedicho García el Malo, jerarca de las gentes que los mismos textos árabes denominan Sirtaniyun, localizables hacia el sector pirenaico que iba a configurar el Condado de Aragón. La paz acordada resultó efímera, pues al cabo solamente de un año (843-844), el monarca cordobés tuvo que volver a atacar y batir ahora en campo abierto a las tropas reunidas de nuevo por Muza e Íñigo. El primero fue descabalgado pero pudo huir a pie, y el segundo logró escapar herido a uña de caballo junto con su hijo Galindo (Íñiguez), pero dejó tendidos sobre el campo de batalla a su hermano Fortún, “el mejor caballero de Pamplona”, y a más de un centenar de sus caballeros, mientras que Velasco Garcés, hijo sin duda del mencionado García el Malo, se pasó al emir con sesenta de sus hombres. Con esto se produjo quizás en la zona alto aragonesa un vacío de poder que pudo aprovechar el conde Galindo Aznar para instalarse en los antiguos dominios de su padre Aznar Galindo. Por lo demás, al año siguiente también se iba a pasar a los musulmanes el citado Galindo Íñiguez, hijo del propio Iñigo. La rápida sucesión de revueltas y claudicaciones en las que luego estuvo implicado Íñigo Arista, incluidas hasta el año 850 al menos otras tres incursiones de las huestes cordobesas por los dominios pamploneses, benefició en definitiva a su hermano de madre Muza ben Muza, protagonista de una política oportunamente cambiante que le había valido ya ser confirmado como valí de Arnedo (La Rioja) en un breve intervalo de reconciliación con el gobierno cordobés y tras haberse desplazado hasta tierras sevillanas para colaborar en la expulsión de los piratas normandos (844). Justo cuando obtuvo luego el valiato de Tudela (850), su hermano uterino Íñigo que debía de haber quedado imposibilitado a causa de una apoplejía, falleció poco después (851-852). Los aludidos textos árabes al consignar, como las Genealogías de Roda, que le sucedió su hijo García Íñiguez, añaden que en él recayó el “emirato de Pamplona”, la formación política que para esta época podría considerarse a lo sumo como una especie de reino en estado latente. Fuentes y bibl.: Real Academia de la Historia, Códice Rotense, ms. 68 [f. s. X]. T. Ximénez de Embún, Ensayo histórico acerca de los orígenes de Aragón y Navarra, Zaragoza, Imprenta del Hospicio, 1878; L. Barrau-Dihigo, “Les origines du royaume de Navarre d’áprès une théorie recente”, en Revue Hispanique (RH), 9 (1900), págs. 141-222; “Les premiers rois de Navarre. Notes critiques”, en RH, 15 (1906), págs. 614-644; J. M. Lacarra, “Textos navarros del Códice de Roda”, en Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, vol. 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Ubieto Arteta, “La dinastía Jimena”, en PV, 28 (1960), págs. 65-79; R. D’Abadal i de Vinyals, “La domination carolingienne en Catalogne”, en RH, 225/2 (1961), págs. 319-340; F. de la Granja, “La Marca Superior en la obra de al-‘Udrí”, en Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, 8 (1967), págs. 447-545; J. M. Lacarra, “En torno a los orígenes del reino de Pamplona”, en Homenaje al Dr. Canellas, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1969, págs. 641-663; J. M. Lacarra, Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, vol. I [Pamplona], Aranzadi, 1972 (Biblioteca Caja de Ahorros de Navarra, vol. III-1), págs. 55-64; C. Sánchez Albornoz, Orígenes del reino de Pamplona. Su vinculación con el valle del Ebro, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1981; A. J. Martín Duque, “Algunas observaciones sobre el carácter originario del reino de Pamplona”, en Homenaje a José María Lacarra, vol. 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