Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán |
Testamento que redacta y otorga José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, de treinta y tres años, soltero, abogado, natural y vecino de Madrid, hijo de Miguel y Casilda (que en paz descansen), en la Prisión Provincial de Alicante, a diez y ocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis.
· · ·
Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía, no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia.
Me acomete el escrúpulo de si será vanidad y exceso de apego a las cosas de la tierra el querer dejar en esta coyuntura cuentas sobre algunos de mis actos; pero como, por otra parte, he arrastrado la fe de muchos camaradas míos en medida muy superior a mi propio valor (demasiado bien conocido de mí, hasta el punto de dictarme esta frase con la más sencilla y contrita sinceridad), y como incluso he movido a innumerables de ellos a arrostrar riesgos y responsabilidades enormes, me parecería desconsiderada ingratitud alejarme de todos sin ningún género de explicación.
No es menester que repita ahora lo que tantas veces he dicho y escrito acerca de lo que los fundadores de Falange Española intentábamos que fuese. Me asombra que, aún, después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos, y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información. Si la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía del otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos.
Ayer, por última vez expliqué ante el Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé y aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: ¡Si hubiéramos sabido que era esto, no estaríamos aquí! Y ciertamente no hubiéramos estado allí: ni yo ante el Tribunal Popular ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto, y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos.
A esto atendí, y no a granjearme con gallardía de oropel la póstuma reputación de héroe. No me hice “responsable de todo” ni me ajusté a ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mí, aparte de no ser primer actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía con mi defensa, y sí, en cambio, cooperaba a la de mis hermanos Margot y Miguel, procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas. Pero como el deber de defensa me aconsejó no sólo ciertos silencios sino ciertas acusaciones fundadas en sospechas de habérseme aislado adrede en medio de una región que a tal fin se mantuvo sumisa, declaro que esa sospecha no está, ni mucho menos, comprobada por mí, y que si pudo alimentarla sinceramente en mi espíritu la avidez de explicaciones exasperada por la soledad, ahora, ante la muerte, no puede ni debe ser mantenida.
Otro extremo me queda por rectificar. El aislamiento absoluto de toda comunicación en que vivo desde poco después de iniciarse los sucesos sólo fue roto por un periodista norteamericano que, con permiso de las autoridades de aquí, me pidió unas declaraciones a primeros de octubre. Hasta que hace cinco o seis días conocí el sumario instruido contra mí no he tenido noticia de las declaraciones que se me achacaban, porque ni los periódicos que las trajeron ni ningún otro me eran asequibles. Al leerlas ahora declaro que entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios. Ni puedo desde aquí lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrinas de siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que el de la gran España que sueña la Falange.
Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia.
Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida pública. En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico. Cumplido lo cual, paso a ordenar mi última voluntad en las siguientes
Cláusulas
Primera. Deseo ser enterrado conforme al rito de la Religión Católica, Apostólica, Romana que profeso en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz.
Segunda. Instituyo herederos míos por partes iguales a mis cuatro hermanos: Miguel, Carmen, Pilar y Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, con derecho de acrecer entre ellos si alguno me premuriese sin dejar descendencia. Si la hubiere dejado, pase a ella en partes iguales, por estirpes, la parte que hubiera correspondido a mi hermano premuerto. Esta disposición vale, aunque la muerte de mi hermano haya ocurrido antes de otorgar yo este testamento.
Tercera. No ordeno legado alguno ni impongo a mis herederos carga jurídicamente exigible, pero les ruego:
a) Que atiendan en todo con mis bienes a la comodidad y regalo de nuestra tía María Jesús Primo de Rivera y Orbaneja, cuya maternal abnegación y afectuosa entereza en los veintisiete años que lleva a nuestro cargo no podremos pagar con tesoros de agradecimiento.
b) Que, en recuerdo mío, den algunos de mis bienes y objetos usuales a mis compañeros de despacho, especialmente a Rafael Garcerán, Andrés de la Cuerda y Manuel Sarrión, tan leales durante años y años, tan eficaces y tan pacientes con mi nada cómoda compañía. A ellos y a todos los demás doy las gracias y les pido que me recuerden sin demasiado enojo.
c) Que repartan también otros objetos personales entre mis mejores amigos, que ellos conocen bien, y muy señaladamente entre aquellos que durante más tiempo y más de cerca han compartido conmigo las alegrías y adversidades de nuestra Falange Española. Ellos y los demás camaradas ocupan en estos momentos en mi corazón un puesto fraternal.
d) Que gratifiquen a los servidores más antiguos de nuestra casa, a los que agradezco su lealtad y pido perdón por las incomodidades que me deban.
Cuarta. Nombro albaceas, contadores y partidores de herencia, solidariamente, por término de tres años y con las máximas atribuciones habituales a mis entrañables amigos de toda la vida Raimundo Fernández Cuesta y Merelo y Ramón Serrano Suñer, a quienes ruego especialmente:
Por todo lo cual les doy desde ahora las más cordiales gracias. Y en estos términos dejo ordenado mi testamento en Alicante el citado día diez y ocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis, a las cinco de la tarde, en otras tres hojas además de ésta, todas foliadas, fechadas y firmadas al margen. Tachado: arras – ellos – ( ) – entregó • No vale = Entre líneas, todos – concedió • Vale = Enmendado: ahora = Vale =
José Antº Primo de Rivera |
REAL ACADEMIA DE HISTORIA DE ESPAÑA.
Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, José Antonio. Marqués de Estella (III). Madrid, 24.IV.1903 – Alicante, 20.XI.1936. Político y abogado, fundador de Falange Española. José Antonio Primo de Rivera —o José Antonio, a secas, como su nombre ha pasado a la historia— es una de las figuras más contradictorias y controvertidas de la España del siglo XX. Aristócrata por nacimiento, abogado por vocación, político —según él, por necesidad—, su actuación en la política española abarcó un breve período, entre 1933 y 1936, durante el que experimentó una rápida evolución desde el conservadurismo autoritario hacia el nacionalsindicalismo, una variante de fascismo radical que tuvo en el partido que dirigió, Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), su expresión fundamental antes de la Guerra Civil. Miembro de una familia arraigada en Andalucía occidental y de larga tradición militar, su infancia estuvo marcada por dos circunstancias: la muerte de la madre, la donostiarra Casilda Sáenz de Heredia, cuando el niño contaba sólo siete años, con lo que él y sus cuatro hermanos pequeños quedaron al cuidado de unas tías; y la accidentada carrera militar del padre, Miguel Primo de Rivera, ausente casi siempre del hogar, pero por quien José Antonio experimentaba una admiración sin fisuras. La influencia paterna, y la de su tío-abuelo, el también general Fernando Primo de Rivera, primer marqués de Estella, son fundamentales para entender la evolución personal e ideológica de José Antonio, su preferencia por las virtudes éticas y por los modelos de comportamiento más valorados en el Ejército y su interpretación de la historia y de las relaciones políticas. El entorno social en el que se desenvolvieron su infancia y primera juventud fue el que correspondía al primogénito de una acaudalada familia de la alta burguesía terrateniente, ennoblecida por la Monarquía restaurada. Así, fue investido caballero de la Orden de Santiago y ejerció en la Corte de Alfonso XIII como “gentilhombre de Cámara con ejercicio y servidumbre”. Su padre procuró, sin embargo, inculcarle el respeto por el estudio y el trabajo personal, lejos del modelo de “señorito” aristocrático que predominaba entre sus amistades juveniles. Durante su adolescencia estudió el bachillerato por libre, guiado por un profesor particular, y realizaba los exámenes oficiales en diversos institutos, según las diferentes estadías forzadas por el peregrinaje familiar: Madrid, Cádiz y Jerez. Quería ser militar, pero su padre le disuadió y terminó estudiando Derecho en la Universidad Central, estudios que compatibilizaba con un trabajo de administrativo en la empresa de importación de maquinaria de un tío materno. En la Facultad hizo fraternal amistad con Ramón Serrano Súñer y ambos fueron dirigentes de una asociación estudiantil de carácter liberal, enfrentada a la organización de los estudiantes católicos. Tras licenciarse en Leyes, cumplía el servicio militar como voluntario en Barcelona cuando su progenitor, entonces capitán general de Cataluña, encabezó el golpe de Estado de septiembre de 1923 y se convirtió en dictador. Una vez finalizado su compromiso militar, José Antonio volvió a trabajar en la empresa de su tío, ahora como abogado, pero no tardó en abrir su propio bufete, especializado en pleitos civiles. Durante la Dictadura, se mantuvo alejado de la política, entregado a su actividad profesional. Pero la caída del régimen, en enero de 1930, y los duros ataques de que fue objeto el general Primo de Rivera por sus adversarios tras su inmediata marcha al exilio, le animaron a actuar en defensa de la obra paterna, sobre todo a través del diario oficioso del Directorio, La Nación, del que era accionista y donde publicó, entre otros, el famoso artículo “La hora de los enanos”. Tras la muerte del general en París, en el mes de abril de 1930, su primogénito heredó el título de marqués de Estella, con Grandeza de España. Su nueva condición de cabeza de familia acentuó su compromiso con la defensa de la Dictadura. Participó, con varios de los ministros del Directorio, en el lanzamiento de la Unión Monárquica Nacional (UMN), un partido “primorriverista” defensor de un conservadurismo autoritario y muy crítico con los planes del Gobierno del general Berenguer de retorno a la situación política anterior a 1923. José Antonio, vicesecretario general de la UMN y responsable de la organización del partido en las provincias, actuó a lo largo de un año como dirigente político, participó en numerosos mítines, y llegó a anunciar su candidatura a Cortes por la circunscripción de Jerez de la Frontera. Pero las elecciones, planificadas por el Gobierno como un paso fundamental para el retorno a la legalidad constitucional, no llegaron a celebrarse. La proclamación de la Segunda República supuso la disolución de la Unión Monárquica y permitió a Primo de Rivera volver por un tiempo a la plena dedicación a su bufete. Pero los nuevos gobernantes estaban decididos a depurar las responsabilidades políticas de la Dictadura y abrieron procesos penales contra sus ministros, acusados de colaborar con un régimen ilegal. El marqués de Estella retornó, pues, al plano político, dispuesto a defender la memoria de su padre. Durante la primavera de 1931 colaboró en la puesta en marcha de la plataforma electoral derechista de Acción Nacional, aunque no ocupó cargos en ella. Uno de sus proyectos era entonces conseguir un escaño de diputado para llevar al Parlamento su campaña a favor de la Dictadura. No entró en las listas electorales en los comicios a Cortes Constituyentes. Pero en septiembre, con el apoyo de Acción Nacional, presentó su candidatura a un escaño vacante por Madrid. Fue derrotado por su rival republicano, pero obtuvo un 31 por ciento de los votos y la intensa campaña que realizó le permitió darse a conocer al electorado. En noviembre de 1931 figuró entre los abogados defensores de los ex-ministros del Directorio en el proceso de responsabilidades y convirtió la defensa de su representado, Galo Ponte, en un alegato a favor de la obra del dictador. Estas actividades, y su propia condición aristocrática, le señalaban como un adversario declarado del régimen republicano. Ello le costó dos detenciones: en noviembre de 1931, acusado de participar en la trama conspirativa monárquica que dirigía el general Orgaz, y en agosto de 1932, de resultas del fracasado golpe de Estado encabezado por el general Sanjurjo (la “sanjurjada”). La primera vez pasó varias horas en comisaría, y la segunda estuvo casi tres meses recluido en la Cárcel Modelo, junto con significados políticos e intelectuales de la derecha. Pero en ambos casos no se le pudo demostrar ninguna vinculación personal con las tramas golpistas. El año 1932 marcó un punto de inflexión doctrinal en su trayectoria. Hasta entonces se había identificado básicamente como un conservador nacionalista, nostálgico de la pasada Dictadura. Pero ahora se interesaba por las doctrinas del fascismo, representado en España por una minúscula agrupación, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, y por escritores como Ernesto Giménez Caballero y Rafael Sánchez Mazas. Tras visitar a su admirado Mussolini en Roma y, sobre todo, con la llegada de Hitler a la Cancillería alemana, en enero de 1933, Primo de Rivera se convenció de que el fascismo era la vía más útil para construir un Estado auténticamente nacional y contrarrevolucionario. Pocas semanas después, participó con dos artículos en el lanzamiento de El Fascio, una revista doctrinal editada por Manuel Delgado Barreto, director de La Nación, y en la que colaboraban, entre otros, Ledesma, Sánchez Mazas, Giménez Caballero y Juan Aparicio. El Gobierno frustró la iniciativa secuestrando los ejemplares del primer y único número, pero el marqués de Estella pudo sacar un buen rendimiento a la iniciativa. A raíz de ella, se embarcó en una polémica epistolar pública con el liberal-conservador Juan Ignacio Luca de Tena, director de ABC, lo que le permitía aparecer ante la opinión pública como portavoz del fascismo en España. Gracias a ello, pudo consolidar un núcleo de amistades políticas del que surgió, durante el verano de 1933, el Movimiento Español Sindicalista (MES), una minúscula organización en la que se integraron monárquicos radicalizados y estudiantes atraídos por el fascismo. Tras recibir la adhesión de los orteguianos del Frente Español, el MES pasó a estar presidido por un triunvirato, integrado por José Antonio, el aviador Julio Ruiz de Alda y el profesor Alfonso García Valdecasas. Mientras tanto, Primo de Rivera seguía cultivando a sus amistades en la derecha conservadora y en noviembre, con el apoyo de monárquicos como Ramón de Carranza y José María Pemán, logró un acta de diputado por la provincia de Cádiz. Durante la campaña, los tres dirigentes del MES protagonizaron un acto electoral en el madrileño Teatro de la Comedia (29 de octubre), acto cuya repercusión pública sirvió para marcar objetivos más ambiciosos al Movimiento, que poco después cambió su nombre por el de Falange Española (FE). La puesta en marcha de Falange Española (FE) se realizó con grandes dificultades en las últimas semanas de 1933. Los endémicos problemas económicos del partido, apenas aliviados por las aportaciones de sus dos diputados —los marqueses de Estella y de la Eliseda— obligaron a aceptar financiación de los monárquicos alfonsinos que, a cambio, exigieron que Falange suscribiera un compromiso de colaboración en la lucha contra la República (Pacto de El Escorial, negociado por Primo de Rivera con Antonio Goicoechea). Por otra parte, la notoriedad alcanzada por el lanzamiento de la nueva opción fascista sembró la alarma entre los sectores de izquierdas, muy sensibilizados por las noticias que llegaban del establecimiento de la dictadura nazi en Alemania. El resultado fue una espiral de enfrentamientos que se saldó con un estremecedor balance de muertos y heridos entre los miembros de las juventudes socialistas, comunistas y anarquistas y los jóvenes falangistas, encuadrados bajo la instrucción de militares monárquicos, como Juan Antonio Ansaldo, en una milicia armada, la Primera Línea, cuyos comandos operativos serían conocidos como la Falange de la Sangre. José Antonio, que personalmente se oponía al ejercicio de una violencia indiscriminada, terminó cediendo a las presiones de su entorno y, tras el asesinato de uno de los cuadros juveniles del partido, Matías Montero, autorizó una dura política de represalias que alcanzó uno de sus puntos culminantes con la muerte a tiros, en plena calle, de la joven socialista Juana Rico. Otra de las premisas para el crecimiento de Falange era su fusión con el otro partido de carácter fascista, las JONS. Los jonsistas, doctrinalmente más radicales que los falangistas, rechazaron durante algún tiempo la unión, pero, acuciados por problemas económicos, terminaron sumando sus fuerzas en una organización que pasó a denominarse FE de las JONS (febrero de 1934). Los jonsistas aportaron sus bases estudiantiles y una pequeña organización sindical, la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS). Pero la contribución fundamental fue la doctrinal, el llamado “nacionalsindicalismo”, un programa de fascismo radical, teorizado por Ramiro Ledesma y que pasó a ser la ideología oficial del falangismo. Este, más fuerte que el jonsismo en el momento de la fusión, controlaba de hecho la nueva organización, a cuyo frente estaba un triunvirato integrado por Ledesma, Ruiz de Alda y Primo de Rivera. A lo largo de 1934, la cuestión de la jefatura de Falange se fue convirtiendo en prioritaria. José Antonio gozaba de indudables ventajas con respecto a los otros dos triunviros: a la popularidad de su apellido y a sus relaciones sociales unía ser el vínculo entre FE y sus financiadores monárquicos y disfrutar de la inmunidad parlamentaria que le brindaba su condición de diputado, que le permitía mayor libertad de acción política que a los otros dirigentes del partido. Su evolución ideológica hacia el nacionalsindicalismo y su negativa a convertir a Falange en una milicia armada al servicio de los intereses de los alfonsinos de Renovación Española, era contemplada por un sector de estos como una amenaza para sus planes. Intentaron apartarle de la dirección de FE a través del jefe de milicias del partido, Ansaldo, quien organizó un auténtico golpe interno para conseguirlo. Pero Primo de Rivera reaccionó a tiempo y expulsó a Ansaldo y a otros militares monárquicos, mientras fortalecía su influencia entre la militancia y en las filas del Sindicato Español Universitario (SEU), la organización estudiantil falangista. Como contrapartida, en agosto de 1934 hubo de formalizar su compromiso con el presidente de Renovación Española, Goicoechea: a cambio de 10.000 pesetas mensuales, Falange se comprometió a dar prioridad a la labor sindical y a las tácticas de lucha violenta contra la izquierda. José Antonio iba consolidando poco a poco su liderazgo en el seno del partido y aparecía ya ante la opinión pública como la primera figura del fascismo español. En mayo fue invitado por los órganos de propaganda nazis a visitar Alemania. Estudió allí los modelos organizativos del nacionalsocialismo y se entrevistó brevemente con Hitler, pero el führer no le causó una impresión favorable. Por otra parte, en el seno del triunvirato dirigente de FE se había desatado una sorda pugna por la jefatura entre Primo de Rivera empeñado en hacerse con el control absoluto del partido, y un Ledesma que le consideraba un “señorito” demasiado próximo a los monárquicos y ajeno, por tanto, a los propósitos revolucionarios del nacionalsindicalismo. A finales del verano se convocó el Primer Congreso Nacional de Falange. Inaugurado el 4 de octubre de 1934, coincidió con el inicio del estallido revolucionario protagonizado por las Alianzas Obreras. En un clima enrarecido por los acontecimientos exteriores, los asistentes eligieron jefe nacional a José Antonio, pese a la resistencia de los ledesmistas, partidarios de mantener la estructura triunviral, eligieron a una parte de la Junta Nacional del partido y aprobaron las ponencias que debían servir para la elaboración del programa falangista. Confirmado así como líder único, José Antonio tuvo ahora las manos libres para configurar un partido estrictamente jerarquizado, en el que se acentuó el carácter de milicia política. En este esquema, Ramiro Ledesma y los veteranos jonsistas quedaban relegados a un plano secundario frente a los “joseantonianos” que, con el nuevo secretario general, Raimundo Fernández Cuesta, a la cabeza, reafirmaron su control sobre la organización. Descontentos, Ledesma y algunos otros ex-jonsistas pusieron en marcha una maniobra, en enero de 1935, para abandonar Falange y refundar las JONS. Enterado, Primo de Rivera se adelantó al expulsarlos y, tras asegurarse la fidelidad de los sindicalistas de la CONS y del importante núcleo vallisoletano del partido, dirigido por Onésimo Redondo, pudo dar por superada la crisis. Para entonces se había producido, sin embargo, la ruptura del acuerdo de colaboración con los monárquicos. El retorno del exilio de José Calvo Sotelo, ex ministro de la Dictadura, había sembrado las semillas del nuevo conflicto. José Antonio, que le reprochaba haber traicionado a su padre en la etapa final del régimen, le veía como un rival e impidió su afiliación a Falange. Calvo Sotelo se convirtió entonces en vicepresidente de Renovación Española y, en el otoño de 1934, creó el Bloque Nacional, dispuesto a convertirlo en una plataforma de convergencia de la derecha antirrepublicana. Pero el líder falangista se negó a integrar su partido en el Bloque, cuyo carácter reaccionario denunció. Ello le costó la pérdida de la ayuda de sus protectores alfonsinos, agravada por la salida de FE de su principal mecenas, el diputado marqués de la Eliseda, que acusó públicamente a José Antonio de defender una política “herética”, contraria a los intereses de la Iglesia católica. Alejado Ledesma, Primo de Rivera asumió la condición de principal teórico del nacionalsindicalismo y estructuró un discurso político que, sin abandonar su antimarxismo básico, manifestaba un creciente rechazo del orden liberal y capitalista. Su síntesis fundamental, ampliada en artículos y discursos a lo largo del año 1935, fue el programa de los Veintisiete Puntos de la Falange, cuya redacción definitiva se debe a su pluma. Preconizaba una “revolución nacional” basada en un Estado totalitario, con fuerte intervencionismo económico, incluida la nacionalización del sistema financiero y de los servicios públicos; representación política con sufragio orgánico, basado en las “unidades naturales”, la familia, el municipio y la corporación, esta común a obreros y patronos; y separación de la Iglesia y el Estado, aunque incorporando a la acción estatal “el sentido católico de la reconstrucción nacional”. El último punto del programa falangista establecía: “Pactaremos muy poco. Sólo en el empuje final para la conquista del Estado gestionará el mando las colaboraciones necesarias, siempre que esté asegurado nuestro predominio”. En realidad, Falange se había quedado sin aliados y ello, unido a su falta de recursos económicos impedía que la organización alcanzara un peso real en la política española —se calculan unos diez mil afiliados a comienzos de 1936— al margen de la espiral de violencia que generaba su actuación, y que incrementaba continuamente la cifra de muertos propios y adversarios. En abril de 1935, José Antonio viajó a Roma y consiguió una financiación regular del Gobierno fascista, que llegaba vía la embajada italiana en París, pero en una cantidad insuficiente para permitir un crecimiento de la estructura organizativa o una prensa de partido digna de tal nombre. Las elecciones de febrero de 1936 plantearon a Primo de Rivera la disyuntiva de que FE acudiera en una coalición de derechas o hacerlo en solitario, marcando distancias respecto a los conservadores. La adopción de esta última línea llevó a un desastre electoral —en torno al 0,4 por ciento de los votos emitidos— y el líder falangista quedó fuera del Parlamento. Sin embargo, en los meses siguientes Falange vio crecer sus filas con miles de derechistas que buscaban en ella una organización capaz de combatir activamente al Frente Popular. Ello condujo a un aumento espectacular de la violencia en que se desenvolvía la actuación del partido, cuyos militantes empezaron a ser detenidos en gran número por la policía. El propio José Antonio, que fracasó en el intento de obtener un acta parlamentaria por Cuenca en unos comicios parciales, ingresó en la Cárcel Modelo de Madrid a mediados de marzo y fue sometido a varios procesos penales sucesivos, que le mantuvieron en prisión durante la primavera. Como las autoridades republicanas sospechaban que continuaba dirigiendo su partido desde el locutorio de la cárcel, le trasladaron a la de Alicante en junio. Desde mediados de la primavera, Primo de Rivera mantenía contactos desde la cárcel con la conspiración militar contra el Gobierno frentepopulista que dirigía el general Mola. No obstante, se mostraba reticente a subordinar a la Falange a la dirección de un grupo de generales, tras de los que veía la mano de la derecha conservadora, y se negó a dar la orden de colaborar en el levantamiento hasta finales de junio. Cuando finalmente se inició la Guerra Civil, José Antonio quedó en territorio controlado por el Gobierno y fracasaron cuantos intentos hicieron sus partidarios de canjearle o liberarle por la fuerza. Sometido a juicio ante un Tribunal Popular, acusado de auxilio a la rebelión militar, fue condenado a muerte y fusilado el 20 de noviembre de 1936, en el patio de la prisión alicantina. Para entonces, Falange Española estaba en vías de la radical transformación que, Decreto de Unificación mediante, la llevaría a fundirse en abril de 1937 con el resto de las fuerzas políticas de bando nacionalista en un partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, bajo la jefatura política del general Franco. José Antonio, que había mantenido unas frías relaciones personales con el militar, se convirtió en uno de los referentes ideológicos del franquismo. En torno a su figura se desarrolló un auténtico culto a la personalidad, que alcanzó valores de mito en la educación popular generada por el régimen. Su cadáver, trasladado a hombros de jerarcas falangistas, fue llevado desde Alicante al Monasterio de El Escorial, y luego, en 1959, a su tumba definitiva en el Valle de los Caídos. El hecho de que su dispersa obra consistiera sólo en artículos y discursos elaborados para ocasiones concretas, y careciera por tanto de un corpus doctrinal suficientemente elaborado, facilitaba una variedad de interpretaciones de su pensamiento que los teóricos del franquismo utilizaron para justificar los sucesivos giros estratégicos del régimen. Para el antifranquismo, José Antonio fue un fascista que encarnó durante décadas cuanto de negativo cabía considerar en la derecha española. En ambos casos, su figura, lejos de ser debatida, fue objeto de apasionadas distorsiones biográficas. Más tarde, desaparecido el franquismo, sería prácticamente relegada al olvido de la memoria histórica, en aras de la recuperación de una convivencia cívica cuya ruptura violenta, en 1936, se atribuía en buena medida a la acción del grupo político que encabezara Primo de Rivera. Obras de ~: Obras completas [discursos y escritos (1922-1936)], recopilación y pról. de A. del Río Cisneros, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1976, 2 vols.; Obras completas de José Antonio Primo de Rivera, en http://www.rumbos.net/ocja/. Bibl.: Fr. Bravo Martínez, José Antonio. El hombre, el jefe, el camarada, Madrid, Ediciones Españolas, 1939; F. Ximénez de Sandoval, José Antonio. Biografía apasionada, Barcelona, Juventud, 1941; R. Serrano Súñer, Semblanza de José Antonio joven, Madrid, Aguilar, 1959; A. Muñoz Alonso, Un pensador para el pueblo, Madrid, Almena, 1974; C. Rojas, Prieto y José Antonio. Socialismo y Falange ante la tragedia civil, Barcelona, Dirosa, 1977; J. Jiménez Campo, El fascismo en la crisis de la II República, Madrid, CIS, 1979; I. Gibson, En busca de José Antonio, Barcelona, Planeta, 1980; C. de Arce, José Antonio, Barcelona, ATE, 1983; A Gibello, José Antonio, ese desconocido, Madrid, Dyrsa, 1985; C. Vidal, José Antonio. La biografía no autorizada, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1986; J. Gil Pecharromán, José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario, Madrid, Temas de Hoy, 1996; J. M. García de Tuñón Aza, José Antonio y la República, Oviedo, Tarfe, 1996; M. Argaya Roca, Entre lo espontáneo y lo difícil. (Apuntes para una revisión de lo ético en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera), Oviedo, Tarfe, 1996; M. Primo de Rivera, Papeles póstumos de José Antonio, Barcelona, Plaza y Janés, 1996; S. G. Payne, Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Barcelona, Planeta, 1997; E. de Aguinaga y E. González Navarro, Sobre José Antonio. Juicios y referencias personales, Madrid, Barbarroja, 1997; L. M. Sandoval, José Antonio visto a derechas, Madrid, Actas, 1998; J. L. Rodríguez Jiménez, Historia de Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza Editorial, 2000; A. Imatz, José Antonio, la Phalange Espagnole et le nationalsyndicalisme, París, Editions Goderfroy de Bouillon, 2000; M. Simancas Tejedor, José Antonio. Génesis de su pensamiento, Madrid, Plataforma 2003, 2003; A. Gómez Molina, Las gafas de José Antonio, Madrid, Actas, 2003; E. de Aguinaga y S. G. Payne, José Antonio Primo de Rivera, Barcelona, Cara Cruz, 2003; R. Martín de la Guardia, “José Antonio Primo de Rivera o el estilo como idea de la existencia”, en F. Gallego y F. Morente (coord.), Fascismo en España, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 163-178; Z. Box, “Pasión, muerte y glorificación de José Antonio Primo de Rivera”, Historia del Presente, nº 6, 2005, pp. 191-216; A. Imatz, José Antonio, entre el amor y el odio. Su historia como fue, Madrid, Altera, 2006; J. M. Zavala, La pasión de José Antonio, Barcelona, Plaza & Janés, 2011; J.M. Thomàs, José Antonio. Realidad y mito, Barcelona, Debate, 2017. |
Genealogía que presenta Don José Antonio Primo de Rivera Sáenz de Heredia Orbaneja y Suárez-Argudín. Padres. 1. Padre.– Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, Marqués de Estella, natural de Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz. 2. Madre.– Doña Casilda Sáenz de Heredia y Suárez-Argudín, natural de San Sebastián. Abuelos paternos 3. Don Miguel Primo de Rivera y Sobremonte, natural de Sevilla, y 4. Doña Inés Orbaneja y Pérez de Grandallana, natural de Jerez de la Frontera. Abuelos maternos 5. Don Gregorio Sáenz de Heredia y Tejada, natural de Alfaro, hoy provincia de Logroño, y 6. Doña Ángela Suárez-Argudín y Ramírez de Arellano, natural de La Habana (Cuba). Bisabuelos paterno-paternos 7. Don José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, natural de Aljeciras [sic], hoy provincia de Cádiz, y 8. Doña Juana Sobremonte y Larrazábal, natural de Córdoba de Tucumán, hoy República Argentina Bisabuelos paterno-maternos 9. Don Sebastián Orbaneja y Pérez, natural de Jerez de la Frontera, y 10. Doña Inés Pérez de Grandallana y Angulo, natural también de Jerez de la Frontera Bisabuelos materno-paternos 11. Don Manuel Sáenz de Heredia y Sicilia, natural de Murillo de Río Leza, hoy provincia de Logroño, y 12. Doña María Cesárea Tejada y Santa María, natural de Alfaro. Bisabuelos materno-maternos 13. Don José Antonio Suárez-Argudín y García Barroso, natural de Avilés, en Asturias, y 14. Doña María Teresa Ramírez de Arellano y Fernández de Zaliella, natural de La Habana (Cuba). |
Los antepasados cubanos de José Antonio Primo de Rivera. Martín Rodrigo y Alharilla Profesor titular de Historia Contemporánea del Departamento de Humanidades de la Universtat Pompeu Fabra — 13 de septiembre de 2023
José Antonio Primo de Rivera descendía de una saga de militares por vía paterna. No solo su padre, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, alcanzaría el grado de capitán general en el ejército español, sino que antes lo había alcanzado su tío abuelo Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, quien fuera capitán general de Filipinas en dos ocasiones (1880-1883 y 1897-1898). Resultan menos conocidos, sin embargo, sus ascendientes familiares por vía materna. Unos ascendentes que relacionan estrechamente al fundador y líder principal de Falange Española con el mundo colonial español, en Cuba, y que lo vinculan, además, por una doble vía. La madre de José Antonio fue Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín y era hija, a su vez, de Gregorio Sáenz de Heredia y Tejada, que según apunta el historiador Alejandro Quiroga fue el último alcalde español de La Habana, en 1898, justo antes de la cesión de la soberanía de Cuba a los Estados Unidos. Por otro lado, la abuela materna del fundador de Falange, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, había nacido en la capital cubana en el seno de una riquísima familia de empresarios vinculados al mundo del azúcar, al tráfico ilegal de africanos esclavizados y a la explotación de mano de obra esclava. Entre los antepasados directos de José Antonio Primo de Rivera cabe destacar a su bisabuelo, el traficante de esclavos José Antonio Suárez Argudín, a quien el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals definió en su día como uno “de los primeros contrabandistas negreros del mundo”. Tal vez a José Antonio Primo de Rivera le bautizaron precisamente como José Antonio en recuerdo de aquel bisabuelo negrero enriquecido en Cuba. Nacido en Avilés, en 1799, José Antonio Suárez Argudín García-Barbosa emigró en su juventud a La Habana, en 1816, para trabajar en una tienda de ropas que un tío abuelo suyo llamado Miguel Galán tenía en la capital cubana. Dejó al poco tiempo aquel trabajo para convertirse en empleado del empresario segoviano Gabriel Lombillo Herce, a quien Fernando VII convirtió, en 1829, en primer marqués de Lombillo. Fue entonces y de la mano de su nuevo jefe cuando el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera se inició en el “odioso comercio” de personas esclavizadas. Tuvo, sin duda, un buen maestro. Consta fehacientemente que Lombillo despachó, desde La Habana, al menos 14 expediciones negreras sucesivas, entre 1813 y 1820, a las costas de África. Lo hizo en seis buques diferentes, todos de su propiedad, que permitieron desembarcar en aquellos siete años en la capital cubana un total de 4.286 cautivos africanos vivos. Según apuntó el historiador cubano Moreno Fraginals en su monumental obra El Ingenio, Gabriel Lombillo aparece en 1820, año en que se ilegalizó el comercio de esclavos hacia Cuba, como “el séptimo negrero de la época”. Y añade, a continuación: “Asociado a José Antonio Suárez Argudín, desarrolla una febril actividad importadora de negros, que se incrementa en la etapa de contrabando. Posiblemente ellos dos, junto a Joaquín Gómez, constituyen el más importante triunvirato del contrabando de negros de la década de 1820”. En La Habana se empezó pronto a rumorear sobre los amoríos secretos entre el joven Suárez Argudín y la esposa de su jefe, Teresa Ramírez de Arellano. Lo cierto es que en 1830 Gabriel Lombillo falleció envenenado y las sospechas se dirigieron enseguida al bisabuelo de Primo de Rivera, quien pasó un tiempo en la cárcel, acusado de aquella muerte. Las investigaciones no permitieron, sin embargo, encontrar pruebas de su autoría y finalmente el juez lo dejó en libertad. El hecho de que Suárez Argudín se casara poco después con la viuda de Lombillo alimentó, aún más si cabe, las sospechas de que ambos habían planeado y ejecutado la muerte de aquel rico empresario. Por eso, un hermano del difunto seguía intentando, aun cinco años después de la muerte del primer conde de Casa Lombillo, que se mantuviera la acusación contra los dos sospechosos de su muerte. No tuvo éxito. A pesar de los rumores y acusaciones, aquel matrimonio con la viuda de Lombillo permitió a Suárez Argudín aumentar notable y rápidamente su fortuna y su estatus social. Pudo dedicarse, de entrada, a gestionar aquellas fincas que habían sido del conde de Lombillo y que, por herencia, pasaron a ser propiedad de su esposa o de los hijos que Teresa había tenido con el difunto empresario. Así sucedió con el ingenio azucarero San Gabriel, ubicado en el partido de San Diego Núñez. Más aún, el empresario asturiano se dedicó a partir de entonces a comprar y fomentar nuevas fincas cafetaleras y, sobre todo, azucareras, a título individual. Así, a la altura de 1860, Suárez Argudín era el propietario de al menos un cafetal (llamado Rotunda y ubicado cerca de Artemisa) y de tres ingenios azucareros, equipados los tres con modernas máquinas de vapor y situados en la región occidental de Cuba. Se trata de los ingenios Santa Teresa (de 241 hectáreas de extensión), San Juan Bautista (de 295 hectáreas) y Angelita, llamado así en honor de su única hija (de 671 hectáreas). Todavía 15 años después, el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera mantenía en propiedad aquellas tres haciendas de producción de caña de azúcar. En el antiguo ingenio Santa Teresa (renombrado como Nueva Teresa), ubicado en la jurisdicción de Bahía Honda, trabajaban, en 1877, 188 esclavos, 21 culíes chinos y 121 trabajadores “alquilados y libres” mientras que la dotación del ingenio Angelita, ubicado en la jurisdicción de Cienfuegos, la componían 95 personas esclavizadas. Según fuentes fiscales, en un solo año, en 1877, el propietario de aquellas tres fincas había obtenido de su explotación un producto líquido total de 116.366 pesos fuertes (equivalentes a 581.830 pesetas, en la España peninsular). Una verdadera fortuna. De una de aquellas haciendas nos dice Moreno Fraginals que su dueño “hizo de su ingenio Angelita, de Cienfuegos, un importante centro de cría” de niños y niñas hijos de esclavas, destinados a convertirse también en futuros esclavos. Al estilo de una granja. Mientras tanto, el bisabuelo asturiano de Primo de Rivera no había dejado de dedicarse al tráfico de africanos esclavizados, una actividad que era ilegal desde 1821 pero que se mantuvo, en Cuba, hasta 1867. Todavía en agosto de 1855, el cónsul británico en La Habana denunció ante el capitán general de la isla la reciente llegada de un velero con 510 cautivos africanos, señalando los nombres de quienes habían organizado aquella expedición y destacando, entre ellos, precisamente a Suárez Argudín. Una denuncia que, ante la inacción de las autoridades cubanas, la diplomacia británica acabó trasladando, meses después, al Ministerio de Estado, en Madrid, con nulos resultados. Tanto la presión británica como el contexto político en el mundo occidental hacían cada vez más difícil la actividad de los traficantes de esclavos en Cuba. Mientras tanto, la economía agroexportadora de la isla no dejaba de requerir brazos y más brazos para seguir produciendo más y más azúcar. Surgieron entonces diferentes iniciativas para allegar colonos supuestamente libres a trabajar en los campos cubanos. La Real Junta de Fomento promovió, por ejemplo, la llegada de culíes chinos (fueron casi 125.000 los que arribaron a Cuba entre 1847 y 1874) mientras que diversos particulares impulsaron, en paralelo, otras iniciativas. Uno de ellos fue el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera, quien planteó, a partir de 1853, la idea de organizar legalmente la llegada de “inmigrantes africanos” a Cuba. Esbozó y publicó en La Habana en 1855 un primer y breve folleto titulado Proyecto o representación respetuosa sobre inmigración africana, dirigido al capitán general de Cuba, y realizó además gestiones en Londres para convencer a las autoridades británicas de la bondad de su proyecto. La negativa de los gobernantes españoles y británicos a dar por bueno su plan le llevó a formular con más detalle su propuesta, ampliando sus horizontes y buscando nuevos aliados. Fue así como en 1860 publicó, también en La Habana, un extenso folleto titulado Proyecto de inmigración africana para las islas de Cuba, Puerto Rico y el imperio del Brasil, a sus respectivos gobiernos. Un proyecto que él lideraba y que contaba con la implicación directa de un paisano suyo, el asturiano Luciano Fernández Perdones, así como del portugués Manuel Basilio da Cunha Reis.
Este último fue uno de los últimos grandes negreros de Brasil y optó por trasladar su residencia desde Río de Janeiro a Nueva York, en la década de 1850, tras el cese del tráfico de esclavos hacia la antigua colonia portuguesa. Antes había vivido unos años en Angola. Desde Manhattan, Da Cunha Reis se mantuvo como uno de los grandes comerciantes negreros del Atlántico en aquellos años 1850, proveyendo de africanos esclavizados a los hacendados cubanos, como bien explica John Harris en su libro The Last Slave Ships. No hay que descartar que las relaciones entre Manuel Basilio da Cunha Reis y José A. Suárez Argudín se hubieran tejido, precisamente, por su previa asociación en la trata ilegal con destino a Cuba. De su matrimonio con el asturiano José Antonio Suárez Argudín, la cubana Teresa Ramírez de Arellano alumbró un hijo (llamado José Antonio, como su padre) y una hija (Ángela). El primogénito, José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, tío abuelo de José Antonio Primo de Rivera, se casaría en La Habana en 1860 con Francisca María del Valle Iznaga. Un hermano de Francisca María, José María del Valle Iznaga, es bisabuelo tanto de las hermanas Ana y Loyola de Palacio del Valle Lersundi, dirigentes del PP de Aznar, como del periodista y actual eurodiputado de Vox Hermann Tertsch del Valle Lersundi. Los tres son, por lo tanto, primos lejanos de José Antonio Primo de Rivera. Cabe señalar que Amadeo I otorgó, en 1872, el título de marqués de casa Argudín al tío abuelo del fundador de Falange Española. Poco tiempo pudo disfrutar, sin embargo, de su dignidad nobiliaria pues José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano fue asesinado en La Habana cuatro años después, en el marco de un sonado litigio cuyo principal protagonista era su padre. En palabras, nuevamente, de Manuel Moreno Fraginals: “Su vida se cierra con la mayor quiebra fraudulenta que conociera Cuba, que origina dos atentados contra su vida y el asesinato de su hijo del mismo nombre y apellido, ya transformado en marqués de Casa Argudín. El victimario, Sánchez Iznaga, era uno de los más ricos propietarios azucareros de Cuba”. Y concluye: “La historia real de estos dos negreros supera al más truculento folletín de la época”. Cobra aquí sentido la frase atribuida a Balzac según la cual “detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”. O dos o tres, podríamos añadir. La otra hija de Suárez Argudín, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, abuela materna de José Antonio Primo de Rivera, nació en La Habana en 1839 y se casó en la misma ciudad en 1864 con el riojano Gregorio Sáenz de Heredia, que le llevaba 20 años. Ambos fueron los padres de Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín, la cual se casó a su vez, en Madrid en 1902, con el militar Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Hay que tener en cuenta que el futuro dictador no fue el primer militar que optó por casarse con una rica cubana. O americana, en general. El general Francisco Serrano, quien acabaría siendo Alteza Real y Regente de España entre 1869 y 1871, se había casado en 1850 con la cubana Antonia Domínguez Borrell, que era nieta del hacendado José Mariano Borrell Padrón, cuyo ingenio Guaimaro había realizado, en 1827, la zafra más alta del mundo en su época. Era sobrina además del primer conde de Casa Brunet, propietario del ingenio San Carlos. Domingo Dulce, capitán general de Cuba, se casó por su parte en Madrid en 1867 con Elena Martín de Medina, condesa viuda de Santovenia y propietaria del ingenio Australia. Por otro lado, el general Joan Prim se había casado en 1856 en París con la joven y rica mexicana Francisca Agüero González. En sus matrimonios y a su descendencia, ellas aportaban sus notables capitales, acumulados en tierras americanas. Y uso la palabra “capital” en plural y en un doble sentido, tanto crematístico como social. Fueron esos capitales los que les permitieron después, a su regreso a España, ascender económica y socialmente. Sin la previa experiencia cubana, ni los Sáenz de Heredia ni los Suárez Argudín habrían alcanzado el estatus económico y social que llegaron a acreditar tras su retorno a la península. Un estatus que legaron, después, a sus descendientes, como, por ejemplo, a José Antonio Primo de Rivera o a su primo hermano, el cineasta José Luis Sáenz de Heredia. |
Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Miguel. Marqués de Estella (IV). Madrid, 11.VII.1904 – 8.V.1964. Político, abogado y diplomático. Fue el IV marqués de Estella y Grande de España, hermano menor de José Antonio Primo de Rivera, jefe de la Falange Española, e hijo del dictador Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, que gobernó entre 1923 y 1930. Licenciado en Derecho, hasta 1930 fue secretario del Consejo de Administración del diario La Nación. Ese año, acompañó al exilio a su padre. El 11 de agosto de 1932, mientras volvía de Francia, fue detenido en Ondarreta junto a su hermano José Antonio bajo la acusación de haber tomado parte en el golpe del general Sanjurjo. Permaneció en prisión hasta octubre, sin que se le pudiera probar cargo alguno. A finales de 1933, contribuyó a fundar la Falange en Jerez, de cuyo primer triunvirato local formó parte. A comienzos de 1934, era todavía jefe provincial de Milicias de Cádiz. El 3 de mayo de 1936 fue detenido en Madrid por las autoridades frentepopulistas. Un mes más tarde, la noche del 5 al 6 de junio, fue trasladado junto a José Antonio a la prisión de Alicante. En noviembre de 1936, un tribunal popular de urgencia le juzgó y condenó a treinta años de reclusión, que no cumplió, pues pronto fue canjeado y trasladado a la zona que había quedado en manos del ejército sublevado. Una vez allí, fue nombrado por Franco consejero nacional de la nueva Falange Española Tradicionalista (FET), el partido único del régimen, y miembro de su Junta Política. A mediados de septiembre de 1940, formó parte de la legación española que acompañó a Serrano Súñer a Alemania para estudiar la organización de la propaganda en el Reich. En diciembre de ese año, tomó posesión del Gobierno Civil y la Jefatura Provincial de la Falange Española Tradicionalista de Madrid, pero el 19 de mayo de 1941 abandonó ambas titularidades y pasó a encargarse de la cartera de Agricultura en el segundo Gobierno de la posguerra. Su cese como ministro se produjo el 20 de julio de 1945, fecha en que pasó a formar parte de las Cortes Españolas como procurador. Entre 1946 y 1958 fue embajador en Londres. Acabada su vida política, se dedicó a la empresa privada. A finales de 1959, participó en las reuniones que dieron lugar a la creación de los Círculos José Antonio, en Madrid. Bibl.: A. Arconada, “Miguel Primo de Rivera”, en VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Suplemento 1963-1964, Madrid, Espasa Calpe, 1988; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Actas, 1998, págs. 742-745; M. Urbano (coord.), Diccionario de los españoles del siglo xx, Barcelona, Salvat, 1999; M. Argaya Roca, Historia de los falangistas en el franquismo. 19 Abril 1937-1 Abril 1977, Madrid, Plataforma 2003, 2003 (Biblioteca Centenario, n.º 10). |
Primo de Rivera. Origen: Formado por la combinación de ambos apellidos. Escudo de Armas: Escudo partido: 1º de oro con un león rampante de gules; medio cortado de oro, un águila de sable. (Primo) 2º de plata con cuatro fajas ondeadas de azur.(De Rivera) Sobre el todo, un escusón de sable, con tres luceros, en faja, de oro, surmontados de cinco flechas cruzadas por un yugo, de gules. (Otorgado a Jose Antonio Primo de Rivera ) Historia Curiosamente, aunque los Primo de Rivera desde tiempos inmemoriales pertenecen a la nobleza andaluza, sus primeros miembros eran cántabros. El apellido, cuyo significado no es otro que el evidente –“los primos que vivían al lado del río”– es originario de Santander. Corrían los días en que las tropas de Carlos I reclutaban soldados para luchar en Flandes y todos los varones jóvenes de aquella familia, que tenían derecho a ser oficiales por “la pureza de la sangre demostrada y por no haber realizado trabajos viles”, se alistaron en la expedición. De esta manera, varias ramas de los Primo de Rivera se establecieron en las provincias unidas holandesas. “Nosotros, los actuales Primo de Rivera, descendemos directamente de Enrique, hijo o nieto de uno de aquellos oficiales, cuya vida fue paralela al declinar histórico del poder español. Su fecha de nacimiento en Bruselas data de 1621”, escribe la autora María del Rocío Primo de Rivera y Oriol (Jerez de la Frontera, Cádiz, 7 de mayo de 1967) es una novelista, periodista e historiadora española. Enrique Primo de Rivera. Dieciocho años después, Enrique Primo de Rivera es soldado en una compañía de Infantería valona capitaneada por Guillaume de Montbertault. Buen espadachín, en 1647 es nombrado sargento y el 27 de febrero de 1659, capitán. Meses después se firma la paz con Francia. Después de tres años alejado del fragor de la batalla, en 1662 parte a Cuba acompañando al recién nombrado gobernador de La Habana, Francisco Dávila Orejón. Sienta así el ya veterano soldado otra tradición en la familia, que también llegaría a ser una de las más destacadas entre la aristocracia colonial. “Fue gracias a hombres como Enrique Primo de Rivera como se construyó y cimentó Hispanoamérica”, apunta su descendiente en las páginas que le dedica. Casado con una dama habanera, María Manuela Benedit-Horruytiner, el 4 de marzo de 1668 en tierras americanas, Enrique construyó fortines en La Florida, península de la que acabaría siendo sargento mayor, el más alto rango al que podía acceder un militar. De los cinco hijos engendrados por el antiguo capitán de la Infantería valona en La Florida, el más débil y pequeño, Pedro, habría de ser un aguerrido capitán de dragones con 36 años de servicio en los que se sucedieron los combates contra los ingleses y contra los indígenas. De uno de sus hijos, Joaquín Primo de Rivera y Pérez de Acal, desciende la rama española de la familia. Nacido en Veracruz (México) el 23 de julio de 1734, fue cadete en dicha plaza antes de servir en el Segundo Batallón del Real Cuerpo de Artillería de Cádiz. Ascendido a teniente por su conducta en Ceuta durante una invasión marroquí, volvería a ser destinado a América, a la provincia de Panamá, para ser enviado otra vez a España en 1771. Dos años después, se casaba en la parroquia de La Merced de Algeciras con Antonia Eulalia Ortiz de Pinedo. Tres de los hijos nacidos de aquella unión habrían de combatir en el sitio de Zaragoza. Nombrado gobernador de Maracaibo en 1786, cuando Joaquín Primo de Rivera y Pérez de Acal falleció, en 1800, ya se habían asentado en Venezuela algunas ramas de su familia. José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, cuyo retrato aún se conserva en la Torre del Oro de Sevilla, fue el primer laureado de la familia. Ganó la más alta distinción de la Armada española, la Cruz Laureada de la Marina, el 4 de marzo de 1812. Fue en Buenos Aires, combatiendo contra los independentistas argentinos. Habiendo destruido éstos las embarcaciones desde las que comandaba la flotilla española que les hostigaba, José consiguió subirse a un bote donde dirigió las operaciones para “desmontar la mayor de las baterías, que estaba compuesta por 24 cañones”. Sin embargo, no faltarán lectores que prefieran una hazaña anterior del futuro almirante y ministro de Marina. Tuvo lugar ésta a orillas del Ebro. Corría junio de i808, Madrid estaba en manos de los franceses y el aún teniente de navío José Primo de Rivera huyó de la capital para ponerse a las órdenes del general Palafox en Zaragoza. Sitiada la ciudad aragonesa por el ejército de Napoleón, el marino demostró idéntico coraje combatiendo en tierra. Entre los rigores de aquellos combates se encontró con dos de sus hermanos: Joaquín, oficial de Infantería, y Antonio, oficial de Artilleros. Juntos celebraron la victoria de los españoles sobre la Grand Armée. Todos fueron ascendidos y condecorados por su heroísmo en aquella batalla. Pero José, a diferencia de sus hermanos, prefería la nave al cuartel. De modo que su nuevo empleo –teniente coronel del Ejército– le fue permutado por el de capitán de fragata. “A bordo de bergantines y corbetas cruzó tantas veces el océano que la mirada se le volvió azul”, escribe orgullosa su descendiente. “Con su inseparable sextante, y sumergido en mapas, participó en las principales operaciones científicas que se llevaron a cabo para levantar las cartas y los planos de las costas comprendidas entre el Cabo de San Román, en el golfo de Maracaibo, y el escudo de Veragua, al oeste del istmo de Panamá”. El futuro almirante frecuentó tanto Latinoamérica que en un servicio, que le llevó a Montevideo en septiembre de 1809, conoció a la que habría de ser su esposa. Como tantos hombres de su familia, quedó prendado de una mujer nacida en aquellos pagos. La alcurnia de Juanita de Sobremonte, la dama en cuestión, era tan alta como la de todas ellas. No obstante, a diferencia de las demás, por sus venas corría sangre india. De esta manera, siempre según sostiene Rocío Primo de Rivera, el mestizaje fue un hecho en su familia. Hay un dato en la historia de doña Juana, según nos la refiere sor Carmen, la hermana monja del dictador en las memorias que escribió en su clausura, que, a buen seguro, desconcertará a quienes entiendan el ultranacionalismo español ajeno al mestizaje. Antes de que Enrique combatiera en Flandes, un aventurero español, Domingo Martínez de Irala, nacido al parecer en i487 en el seno de una familia acomodada, y desembarcado en el Río de la Plata en 1536, se unió a las hijas del cacique guaraní Moquirace. De aquella alianza nació Úrsula, “de quien descendemos los Primo de Rivera por parte de Juana de Sobremonte”, apunta la escritora. En esa inmensa hoja de servicios, que es el relato de las glorias de esta familia, ocupa un lugar privilegiado el primer marqués de Estella. Ni que decir tiene que Fernando Primo de Rivera y Sobremonte ganó el marquesado en el campo de batalla. Finalizaba el siglo XIX y la guerras carlistas enfrentaron, como a tantas otras, a dos ramas de una misma familia. “Por un lado, los Primo de Rivera, liberales, y por otro, los Oriol, carlistas catalanes procedentes de Flix, Tarragona, que por matrimonio se asentaron en tierra vasca”. El 18 de febrero de 1876, el general Fernando Primo de Rivera toma Estella en una batalla tan brillante que le vale el marquesado de la villa y la Cruz Laureada de San Fernando. Al día siguiente entra en Montejurra poniendo fin a la contienda. Nadie le vitorea con el entusiasmo con que lo hace su sobrino Miguel en la cocina de su casa de Jerez. Los criados le miran fascinados. . Una de las primeras cosas que Miguel hizo cuando llegó a Madrid fue comprarse las miniaturas de uno de los regimientos de húsares españoles que combatieron contra los franceses, entre los que se encontraban dos fieles reproducciones de sus tíos. Apenas tuvo tiempo de jugar con ellos. Poco después de la adquisición, ingresaba en la Academia de Toledo. Recién salido de aquel alcázar, ganó su primera Cruz Laureada de San Fernando siendo un teniente de 23 años. El favorito de Rocío Primo de Rivera –en torno a él articula la memoria de toda su familia– no tardó en colaborar con su tío, el marqués de Estella, quien junto con sus antepasados y el general Prim eran su mayor ejemplo de servicio a España. Aunque el marqués fue capitán general de Filipinas en dos ocasiones, su sobrino cumplió con todas sus obligaciones cuando partió a Cuba (1895) y a Filipinas (1897). Defendió las últimas colonias españolas tal y como cabía esperar del último descendiente de una familia de soldados. Bien distinta fue su actuación tras el golpe de Estado que protagonizó el 13 de septiembre de 1923. Durante su dictadura, no sólo se suspendieron todas las libertades democráticas, sino que también se reprimió el movimiento obrero y cualquier tipo de manifestación disidente. Sostiene Rocío que el mismo José Antonio, su hijo mayor, le reprochaba el encono con el que perseguía a Unamuno. A lo que el general respondía: “Conocer la cultura helena no le da derecho a uno a estar enredando todo el día”. Su impopularidad le obligó a dimitir el 28 de enero de 1930. Camilo José Cela diría de él que fue el único dictador que abandonó el poder cortésmente. José Antonio, que para la autora “no era ni mucho menos el más brillante de los Primo de Rivera”, entró en política para defender la memoria de su padre. Su vocación eran los libros y el Derecho. Siempre según la escritora, antes de que su pensamiento, muy verde e inconcluso habida cuenta de que le mataron antes de que pudiera madurarlo, fuera terminado por otros y convertido en uno de los pilares del antiguo régimen, el fundador de la Falange había dejado dicho que no se veía como un líder fascista. Aborrecía a los señoritos que le saludaban a la romana con el brazo derecho en tanto que con la mano izquierda sostenían el vaso de whisky. Genealogía. Enrique Primo de Rivera (1621-1707), padre de:
|
Ducado de Primo de Rivera. El ducado de Primo de Rivera con grandeza de España originaria es un título nobiliario español que Francisco Franco concedió póstumamente, por decreto del 18 de julio de 1948, al fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, iii marqués de Estella, asesinado durante la Guerra Civil Española el 20 de noviembre de 1936. Denominación La denominación de la dignidad nobiliaria refiere a los apellidos paternos, por los que fue universalmente conocida la persona a la que se le otorgó, a título póstumo, dicha merced nobiliaria. Armas Medio cortado y partido: 1.º, en campo de oro, un león, rampante, de gules; 2.º, en oro, un águila de sable; 3.º, en campo de plata, cuatro fajas, ondeadas de azur; sobre el todo, un escusón de sable, con tres luceros, en faja, de oro, surmontados de cinco flechas cruzadas por un yugo, de gules. Historia de los duques de Primo de Rivera José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1903-1936), i duque de Primo de Rivera (concedido a título póstumo), iii marqués de Estella, fundador de la Falange Española, asesinado durante la Guerra Civil Española el 20 de noviembre de 1936. Soltero y sin descendientes. Le sucedió su hermano: Miguel Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1904-1964), ii duque de Primo de Rivera, iv marqués de Estella. Casó con Margarita Larios y Fernández de Villavicencio, sin descendientes. Le sucedió el hijo de su hermano, Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, que había casado con María del Rosario de Urquijo y Federico, por tanto su sobrino paterno: Miguel Primo de Rivera y Urquijo (San Sebastián, 1934-Pozuelo de Alarcón, 3 de diciembre de 2018), iii duque de Primo de Rivera, v marqués de Estella. Era hijo de Fernando Primo de Rivera, hermano del fundador de la Falange. Casó en primeras nupcias con María de Oriol y Díaz de Bustamante, padres de nueve hijos, entre ellos, Fernando Primo de Rivera y Oriol (1962-), vi marqués de Estella, que casó con María de la Gracia López Granados, y casó en segundas nupcias con María de los Reyes Martínez-Bordiú y Ochoa. Fernando María Primo de Rivera y Oriol 2020-(actualidad), iv duque de Primo de Rivera. Marquesado de Estella. El marquesado de Estella es el título nobiliario español que el rey Alfonso XII de España concedió por decreto del 25 de mayo de 1877 al capitán general Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, i conde de San Fernando de la Unión. El 11 de octubre de 1923 el rey Alfonso XIII de España le otorga la grandeza de España. Su nombre se refiere al municipio navarro de Estella, donde el general entabló batalla con las fuerzas carlistas. Historia de los marqueses de Estella . Fernando Primo de Rivera y Sobremonte (1831-1921), i marqués de Estella, i conde de San Fernando de la Unión. Casó el 1 de junio de 1857 con María del Pilar Arias-Quiroga y Escalera. Sin descendientes. Le sucedió su sobrino, hijo de su hermano Miguel Primo de Rivera y Sobremonte que había casado con Inés de Orbaneja y Pérez de Grandallana, por tanto su sobrino paterno: Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), ii marqués de Estella. Casó el 16 de julio de 1902 con Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín. Le sucedió su hijo: José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1903-1936), iii marqués de Estella, i duque de Primo de Rivera (concedido, en 1948, a título póstumo). Soltero. Sin descendientes. Le sucedió su hermano: Miguel Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1904-1964), iv marqués de Estella, ii duque de Primo de Rivera. Casó con Margarita Larios y Fernández de Villavicencio. Sin descendientes. Le sucedió el hijo de su hermano Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, que había casado con María del Rosario de Urquijo y Federico, por tanto su sobrino paterno: Miguel Primo de Rivera y Urquijo (1934-2018), v marqués de Estella, iii duque de Primo de Rivera. Casó con María de Oriol y Díaz de Bustamante. Casó con María de los Reyes Martínez-Bordiú y Ochoa. Le sucedió, de su primer matrimonio, su hijo: Fernando María Primo de Rivera y Oriol, (n. en 1962), vi marqués de Estella. Casó con María de la Gracia López Granados. Nota: Estella (en euskera: Lizarra) es un municipio y una ciudad española, ubicada en la zona media occidental de la Comunidad Foral de Navarra, cabecera de su merindad, del partido judicial n.º 1 de Navarra y de la comarca de Tierra Estella.La ciudad se encuentra asentada en un gran meandro del río Ega, el cual se abre paso entre las montañas que la rodean por lo que es conocida como «La ciudad del Ega». Por ella pasa el Camino de Santiago en el tramo entre la capital de la comunidad Pamplona, de la que dista 44 km, y Logroño, capital de La Rioja. Su población en 2017 era de 13 707 (INE). Conde de SAN FERNANDO DE LA UNIÓN. Concedido por Alfonso XII a Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, Ortiz de Pinedo y Larrazábal, I Marqués de Estella, Capitán General de los Ejércitos. Nota: San Fernando es una ciudad de Filipinas que se encuentra situada en la Región I y cuenta con una población de 115.494 habitantes, según censo de 2007. Administrativamente la componen 59 barangays. |
La Falange Española En un mitin celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el 29 de octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera, el aviador, Julio Ruiz de Alda, a quien Benito Mussolini galardonó con la Encomienda de San Gregorio el Magno, y Alfonso García Valdecasas, profesor de derecho y discípulo de Ortega y Gasset, dieron origen a este movimiento nacionalsocialista, que sus propios fundadores no consideraron como partido, ya que tendía la unificación. No era comunismo, ni capitalismo y contrario al individualismo liberal, propugnando la solidaridad y la hermandad hispanoamericanas para el bien de la patria, con un sentimiento católico, por ser la religión verdadera y la históricamente española. No se necesitaban la existencia de partidos políticos, ya que los individuos actuarían en la esfera pública a través de la familia, el municipio y el sindicato El saludo era con la palma de la mano derecha abierta y el brazo en alto, gritando: “Arriba España”, expresando su deseo de la preeminencia del sentimiento nacional. Reivindicaban el uso de la violencia, si ésta era necesaria y usada primero por sus adversarios, reclamando a sus miembros espíritu de sacrificio. Así lo hicieron con respecto a los movimientos de izquierda, que comenzaron los ataques contra los falangistas. Valdecasas, en el acto fundacional pronunció un discurso donde si bien reconoció ciertas similitudes con el fascismo, afirmó que se trataba de un movimiento auténticamente español, sin adopción de fórmulas extranjeras. Si bien el grupo era parecido al fascismo, no tenían una idea imperialista. Ya había en España un partido fascista, creado en 1931, la Confederación Española de Derechas Autónomas, liderado por José María Gil Robles. A su vez, en octubre de 1931, se había constituido otro movimiento político cuyas siglas, JONS, significaban Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, basado en el sindicalismo revolucionario, contra la burguesía, cuyo fin era el engrandecimiento de la patria, dando principal rol a los trabajadores. Sus líderes fueron Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo Ortega, que había sido miembro de Acción Católica. Estas dos organizaciones antes descriptas, se fusionaron, el 15 de febrero de 1934, dando nacimiento a la Falange Española de las JONS (FE de las JONS). Bajo el lema “Patria, pan y justicia”, los falangistas, mostraban su orgullo por la historia hispánica, sobre todo la de los Reyes Católicos, aunque no eran partidarios de la monarquía sino del sistema republicano. Respetaban el derecho a la propiedad privada de los bienes, aunque con reforma agraria y nacionalización de la banca, y sindicalización de los medios de producción. Los conflictos sindicales serían superados con la creación del “Sindicato Vertical”, donde confluirían patrones y obreros, por ramo de actividad. El estado debía ser laico, sin intervención de la iglesia en las cuestiones políticas, pero aceptando como religión, la católica apostólica romana. Tenían los falangistas su propio himno compuesto, por varios miembros del partido, pero fundamentalmente por José Antonio Primo de Rivera. La música era de autoría de Juan Tellería (1935). La bandera estaba formada por tres franjas verticales, la central de color negra y las de ambos lados, rojas. Los partidarios, que entre sí se denominaban camaradas, usaban una camisa azul, que representaba a los obreros. Tomaron como símbolo un escudo que mostraba el yugo y las flechas, cuyo origen se remontaba a Virgilio, que vivió en los últimos años de la era pre-cristiana. En su obra “La Eneida” las flechas eran símbolo de la guerra y en las “Geórgicas” el yugo era representativo de las tareas del campo. Isabel de Castilla usó el yugo como la imagen representativa de su reino al unirlo con el de Fernando de Aragón, que utilizó las flechas. El reinado de los Reyes católicos, ejemplo para los falangistas les aportó su simbolismo. Al principio el mando de la Fe de las JONS, estuvo a cargo de un triunvirato integrado por José Antonio Primo de Rivera y Julio Ruíz de Alda, por la falange, y por Ramiro Ledesma, de la Jons. En octubre de 1934 el mando nacional fue unificado en Primo de Rivera, formándose un órgano asesor, la Junta Política, a cargo de Ramiro Ledesma. Sin embargo, Ramiro Ledesma, supuestamente por conflictos por el mando, fue expulsado de la Falange cuando intentó separar a las Jons de los falangistas. En las elecciones de 1936, la victoria le correspondió al Frente Popular, alianza de partidos democráticos, de izquierda, y antifascistas, pero la Falange no se resignó tan fácilmente a su derrota, e inició una lucha armada contra sus adversarios políticos, que la convirtió en un partido ilegal y llevó a la cárcel a sus líderes, entre ellos, a Primo de Rivera, en marzo de 1936, aunque luego de distintas apelaciones en el mes de junio, fue declarada legal su actuación, aunque continuó preso. El general Franco se alzó contra la Segunda República, el 17 de julio de 1936, pero no contó con el apoyo de Primo de Rivera que se hallaba preso, y desde la cárcel desalentó a sus camaradas a prestarle apoyo, pero los falangistas igual se unieron a Franco, y Primo de Rivera fue condenado como agitador, y fusilado el 20 de noviembre de ese mismo año. El 19 de abril de 1937 el falangismo se unió con la derecha carlista, cuyo lema era Dios, Patria, Fueros, Rey, formándose la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S (FET y de las JONS ) por decreto de Franco, desvirtuándose los ideales originarios. En la dictadura de Franco recibieron el nombre de “Camisas Nuevas” en oposición a los que lo formaban antes de la guerra civil, que pasaron a llamarse “Camisas Viejas”. Se constituyeron en partido único entre 1939 y 1975. |
|