—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

martes, 21 de agosto de 2012

136.-Antepasados del rey de España: Manuel Filiberto de Saboya.


Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  


Manuel Filiberto de Saboya.


Aldo  Ahumada Chu Han 

Manuel Filiberto de Saboya   (Chambéry, 8 de julio de 1528 - Turín, 30 de agosto de 1580) fue Duque de Saboya desde 1553 hasta 1580. Fue apodado Cabeza de Hierro (Testa di ferro en italiano).

El nombramiento de Manuel Filiberto de Saboya como comandante del ejército imperial inauguraba una tradición de generales italianos al servicio de la Casa de Habsburgo que contaría con generales como Alejandro Farnesio, Ambrosio Spínola o Raimondo Montecuccoli.


Biografía

Orígenes y formación

Manuel Filiberto de Saboya nació el 8 de julio de 1528 en Chambéry, sus padres eran Carlos III de Saboya y Beatriz de Portugal, hermana de la emperatriz Isabel de Portugal, mujer de Carlos V de quien era sobrino y primo de Felipe II de España y de Enrique II de Francia.
Hasta la edad de siete años Manuel Filiberto, como hijo menor, fue destinado a la carrera eclesiástica y sus padres pidieron que se le concediese el beneficio de la abadía de Altacomba al Papa Clemente VII quien en 1530 había prometido para el niño el título de cardenal.
La educación del joven Manuel Filiberto fue confiada en 1532 al sacerdote Claude Louis Allardet, aunque su madre se involucró especialmente en su educación.
En diciembre de 1535 su hermano mayor, Ludovico de Saboya, falleció en Madrid, aún en su niñez, lo que convirtió a Manuel Filiberto en heredero al trono ducal. En este momento su educación cambió para adaptarla a su nueva condición. Sus principales educadores fueron Giambattista Provana di Leynì, quien más tarde sería obispo de Niza, Giacomo Bosio y los nobles saboyanos Louis de Châtillon, señor de Musinens y Châteland y Aimose de Genève, señor de Lullin, quienes se ocuparon de la instrucción militar.
La desgracia familiar fue acompañada por la invasión del ducado de Saboya por las tropas francesas en marzo de 1536. Francisco I de Francia había exigido a Carlos III el paso libre de su ejército para atacar el Milanesado. La negación del paso propició que los franceses ocuparan el 11 de febrero Saboya. Tomando Chambéry el día 29 mientras los suizos ocupaban Vallese y Vaud. Los franceses toman también Susa y Turín que es ocupado el 3 de abril​. Mientras que Carlos III se refugia en Vercelli con su mujer y con Manuel Filiberto. La ocupación de Pinerolo y Cavour, Busca, Cherasco y Caraglio hizo que a finales de 1536 el Duque de Saboya apenas tuviera dominios en su poder.​

En 1538 muere su madre Beatriz de Portugal por complicaciones en un embarazo. En junio de 1538 se firmó una tregua de diez años en Niza entre Francia, la IMonarquía católica y el Ducado de Saboya por el que se conservaban la posesiones adquiridas por los contendientes por lo que Saboya solo conserva unos pocos territorios como Vercelli, Ivrea, Biella, Asti, Cuneo y Fossano.
Entre 1538 y 1542 las lecciones de humanidades se alternan con los ejercicios físicos y caballerescos. En 1542 tuvo que recoger la herencia materna por lo que se convirtió en gobernador de Asti y del Marquesado de Ceva y se familiarizó con los problemas relativos a la administración y fiscalidad.
En 1542 los franceses reabrieron la contienda y la ciudad de Cuneo fue asediada y Niza tomada y saqueada por una flota franco-turca. Las victorias obtenidas por las tropas de Carlos V en Flandes sirvieron de contrapeso a los triunfos franceses en Piamonte por lo que la Paz de Crépy (1544) sancionó la vuelta a las fronteras firmadas en la tregua de Niza.
En 1545 Carlos III envía a Manuel Filiberto junto a Carlos V de manera permanente.

Manuel Filiberto de Saboya al servicio de Carlos V

Manuel Filiberto abandonó Vercelli el 27 de mayo de 1545  en dirección a Alemania pero tuvo que detenerse en Innsbruck​ por causas de unas fiebres. Finalmente se reuniría con el Emperador en Worms el 23 de julio de 1.545 desde entonces actuaría como portavoz de su padre ante el Emperador recordándole los compromisos acordados con su padre pero este le hizo ver la imposibilidad de ayudarle en ese momento.
Desde su llegada a Alemania tuvo que verse, Manuel Filiberto, envuelto en problemas económicos, problema que no se solucionaría hasta años más tarde.
En junio de 1546 acompañó a Carlos V a la Dieta de Ratisbona, último intento de llegar a un acuerdo entre católicos y protestantes.
Poco después, por su disposición a servirle, Carlos V le concede la orden del Toison de Oro ​ y es nombrado comandante de la guardia imperial y de la caballería flamenca.
Con este cargo participó en la Guerra de Esmalcalda donde entre finales de agosto y principios de septiembre en la batalla de Ingolstadt donde a pesar del fuerte bombardeo que arreciaba sobre su posición no abandonó su puesto al lado del Emperador. Durante la batalla Carlos V invitó a Manuel Filiberto a ponerse bajo cubierto pero este contestó:
“Yo prefiero, sire, permanecer aquí con mi escuadrón y vivir y morir con vuestra majestad, que de ocurrirle algún percance no quisiera seguir yo vivo”.
Tras esta batalla los esmalcaldos se retiraros pero no estaban aún derrotados. Carlos V pasó a la ofensiva y tras reforzar su ejército con tropas de los Países Bajos se aseguró el control de Alemania meridional tras lo que se trasladó a Sajonia, corazón de la Liga de Esmalcalda. La campaña terminó en abril de 1547 con la victoria imperial en la batalla de Mühlberg en la que Manuel Filiberto estuvo al mando de la retaguardia del ejército imperial.
Aunque Manuel Filiberto había participado en la Guerra de Esmalcalda con mandos secundarios había tenido la oportunidad de adquirir valiosas experiencias militares ya que esta guerra había constituido uno de los primeros ejemplos de guerra que enfrentaba a ejércitos de grandes proporciones por lo que pudo aprender mucho sobre logística y aprovisionamiento. La guerra también supuso un laboratorio de pruebas para el uso de la artillería.
Terminada la guerra Manuel Filiberto permaneció entre 1547 y 1548 residiendo primero en Ulm y después en Augusta.
En agosto de 1549 Carlos V ordenó a Manuel Filiberto acompañar a Felipe II en un viaje por Zelanda, Holanda y Frisia, viéndose elevado poco después al primer plano de la corte imperial por la amistad que surgió entre él y el príncipe español.
En 1551 acompañó a Felipe a España donde llegó a Barcelona el 15 de junio. El estallido de la guerra en Piamonte interrumpió su estancia por España e hizo que regresara a Saboya no sin antes descubrir una estratagema francesa de una flota mandada por Piero Strozzi para atacar la ciudad​. Ferrante I Gonzaga, comandante de las tropas españolas le puso al mando de la caballería en el enfrentamiento contra las tropas francesas comandadas por Charles Cossé, conde de Brissac. Participó activamente en el asedio del castillo de Bra en marzo de 1552 pero la campaña fue favorable en su conjunto para los franceses9​.

En otoño de 1552 se integró en el ejército que Carlos V reunió para atacar Metz y que fue puesto bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Manuel Filiberto recibió el mando de la caballería flamenca. La resistencia de la ciudad fue más tenaz de lo previsto y lo avanzado de la estación hizo que el asedio de la ciudad se tuviera que levantar.
A pesar del fracaso, el asedio de Metz, significo un importante aprendizaje para Manuel Filiberto ya que le permitió profundizar en el arte militar y las técnicas de asedio. Además había podido servir bajo las órdenes del Duque de Alba que era un distinguido militar de indudables cualidades.
En los primeros meses de 1553 se iniciaron negociaciones de paz pero no llegaron a ninguna parte y Carlos V preparó un nuevo ejército pero decidió sustituir al Duque de Alba. El elegido fue el conde de Roeulx, Adriano de Croy sin embargo duró poco en el cargo ya que mientras el ejército español tomaba la ciudad de Therouane, el conde de Roeulx murió repentinamente el 20 de junio de 1553.
El 27 de junio de 1553​ nombró a Manuel Filiberto de Saboya comandante supremo del ejército haciéndose cargo del ejército bajo las murallas de la ciudad de Hesdin.

Manuel Filiberto de Saboya como Comandante Supremo del ejército Imperial.

La elección de Manuel Filiberto como comandante del ejército imperial respondía a una calculada estrategia política. Carlos V colocaba en un importante puesto a un general joven y estimado que se encontraba alejado de las luchas de las diversas facciones que dominaban la corte imperial. El Emperador, dada la edad de Manuel Filiberto (25 años), decidió colocar a su lado como consejeros a dos expertos capitanes: Antonio Doria y Giovanni Battista Castaldo.
Manuel Filiberto se pone a la cabeza de un ejército de 15.000 infantes y 7.000 jinetes, lo que le parecía insuficiente para hacer frente al ejército que estaba reuniendo Enrique II de Francia.
La ciudad de Hesdin fue tomada tras un intenso bombardeo de ocho días. Tras la rendición las tropas imperiales se entregaron al pillaje, lo que desagrado enormemente a Manuel Filiberto.
Arrasada Hesdin, Manuel Filiberto se mantuvo en territorio francés y se dirigió hacia la ciudad de Doullens. La caballería flamenca que avanzaba en la vanguardia para tantear las fuerzas francesas fue derrotada y obligó a Manuel Filiberto a retirarse para recomponer sus tropas. Manuel Filiberto dirigió su ejército hacía Miraumont (Picardía).
El ejército francés bajo el mando de Enrique II acampó frente al ejército imperial y durante días ambos ejércitos permanecieron frente a frente, pero sin llegar al encuentro campal. La llegada del otoño impidió la continuación de las operaciones y ambos ejércitos fueron licenciados.
El 17 de agosto de 1553​ Carlos III falleció en Vercelli y el 15 de julio de 1554,​ un año después del fallecimiento de su padre, Carlos V le confirió la investidura de los Estados de su padre.
La campaña de 1554 comenzó con una penetración del ejército francés en territorio flamenco en la que tomaron las ciudades de Mariemont y Binche. Manuel Filiberto expulsó al ejército francés de suelo flamenco pero la campaña no contó con más beneficios. Si desde el punto de vista militar la campaña no tuvo buenos resultados, Manuel Filiberto, encontró reforzada su autoridad y prestigio personal ya que había podido imponer una férrea disciplina y había podido expulsar a un ejército superior en número.

Manuel Filiberto de Saboya al servicio de Felipe II de España.

En 1555 Carlos V abdicó y Manuel Filiberto de Saboya se mantuvo al servicio de su hijo Felipe II de España quien nombró a Manuel Filiberto Gobernador de los Países Bajos. Durante un tiempo, Manuel Filiberto tuvo que dedicar más tiempo a la administración de Países Bajos que a los asuntos de la guerra. Fue por aquellos días pretendiente (en vano) de la mano de la futura reina de Inglaterra Isabel I, durante el reinado de la hermana de ésta, María Tudor
A principios de 1557 los enfrentamientos entre España y Francia se recrudecieron y los franceses intentaron un golpe de mano contra Douai y conquistaron Lens.

La batalla de San Quintín.
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El ejército preparado por Felipe II alcanzaba más de 50.000 hombres. A finales de julio va descendiendo lentamente desde Bruselas hacia Francia, dejando a su espalda Waterloo y avanzando por el valle del Sambre hasta Namur, continuando por el valle del Mosa hasta Dinant hacia el bosque de las Ardenas. De repente realiza una maniobra y, marchando rápidamente, atraviesa el río Oise y el Sambre y se presenta en San Quintín, poniéndola bajo asedio. En la ciudad se encontraba el Almirante Gaspar de Coligny con una importante guarnición.
Divide sus fuerzas y hace esparcir la voz de que divide a su ejército, enviando la mitad al ejército de Felipe II, cuando en realidad lo que hace es esconder a estas tropas tras unas colinas.
El 10 de agosto de 1557llegan a San Quintín tropas francesas bajo el mando de Anne de Montmorency. Su intención es entrar en la ciudad y hace avanzar a los zapadores para que levanten un puente sobre el Mosa que les permita entrar en la ciudad.
El ejército imperial, escondido tras las colinas, se lanza contra el ejército francés que inicia una retirada desordenada. En este momento, el duque vio a los franceses en movimiento y dubitativos, por lo que decidió atacarlos con todas sus fuerzas, sin esperar la llegada de Felipe II. Desordenados por el asalto de la caballería flamenca, los franceses intentaron formar cuadros de infantería pero fueron batidos por el fuego de la artillería.
Las bajas del ejército francés en la batalla de San Quintín fueron de 5.000 muertos y 6.000 prisioneros (entre ellos Anne de Montmorency)​. Para el ejército español las bajas fueron solo de unos pocos centenares de hombres.
La campaña de 1558 fue de baja intensidad y el 3 de abril de 155915​ se firmó la Paz de Cateau-Cambrésis. En virtud de este tratado Manuel Filiberto recuperaba sus dominios con la condición de que Francia conservara cinco ciudades (Turín, Pinerolo, Chieri, Chivasso y Villanova d'Asti). Los españoles como contrapartida habían decidido conservar dos (Vercelli y Asti). Manuel Filiberto además debía casarse con Margarita de Francia, duquesa de Berry, hermana de Enrique II de Francia.

Manuel Filiberto como Duque de Saboya.

Manuel Filiberto entró en París el 21 de junio de 1559 para contraer matrimonio con Margarita. La acogida de Enrique fue cordial y se fijó la fecha de la boda para el día 10 de julio en la Catedral de Notre-Dame, al tiempo que daban comienzo las fiestas para celebrarlo. Se organizaron varios torneos y en unos de ellos el rey Enrique II fue herido en la cabeza con una herida mortal. Mientras el rey agonizaba, Manuel Filiberto y Margarita celebraban su matrimonio el día 10.Más tarde, el mismo día fallecería Enrique II de Francia.
Tras volver a Flandes para entregar a Margarita Farnesio el gobierno de los Países Bajos, Manuel Filiberto abandonó Flandes y llegó a sus dominios (Niza) el 3 de noviembre de 1559.

Política interior

Manuel Filiberto de Saboya realizó una serie de reformas internas que convirtieron sus dominios, que anteriormente conservaban las formas de un estado medieval, en el que la autoridad del príncipe se veía muy limitada por el clero, la nobleza y las comunidades ciudadanas, en un estado moderno introduciendo un absolutismo que panegiristas e historiadores han considerado precursor del absolutismo ilustrado 
Uno de los primeros actos de Manuel Filiberto fue la restauración de los tribunales de justicia y creó la figura de un funcionario llamado “prefecto” dotado de competencias tanto civiles como criminales.
Dividió sus dominios en siete provincias (Aosta, Ivrea, Vercelli, Piamonte, provincia del Po, Asti y Niza) a la cabeza de cada una se puso a un prefecta.
Otra de sus primeras acciones fue reorganizar el Senado piamontés al que le atribuyó las competencias de juzgar las apelaciones, causas particulares y privilegiadas y se le reconoció como la máxima autoridad judicial inapelable, solo recurrible ante la voluntad ducal.
Las dos instituciones más importantes de la antigua estructura estatal saboyana habían sido la Asamblea de los Estados y el Consejo de Estado. Manuel Filiberto actuó de distinta forma con ambas instituciones para asentar su poder.
La Asamblea de Estados, pareció en primer momento, se aceptada y en 1560, Manuel Filiberto, convocó a los tres Estados para la concesión de unos tributos. Sin embargo Manuel Filiberto, desde el principio se reunió con los Estados por separado y manteniendo relaciones directas con los sectores más poderosos de cada ciudad. Después de esa fecha no volvió a convocar la Asamblea de Estados.
El Consejo de Estado, institución que participaba en el gobierno con el duque, fue una institución que entre 1559 y 1562 tuvo una cierta importancia política aunque pronto se vio su escaso poder efectivo y el carácter honorífico más que político de la institución. Después de 1562 sufrió, el Consejo de Estado, una transformación en sus funciones que lo convirtieron en una institución exclusivamente judicial que debía examinar las súplicas y peticiones de gracia de los súbditos saboyanos.
Otras medidas tomadas por Manuel Filiberto fueron el traslado de la capital del ducado desde Chambéry a Turín y la sustitución del latín como lengua oficial de su administración por el italiano.

Política exterior

Una vez que Manuel Filiberto de Saboya recuperó sus dominios se convirtió en un firme defensor de la neutralidad, aunque siempre se inclinó hacía España, viéndose implicado en casi todas las crisis políticas europeas entre 1560 y 1580.
Hacía 1560 la situación política parecía favorable a la formación de un bloque católico que uniese a Francia, dominada por el partido católico, España y el Papa Pío IV. Su finalidad sería la destrucción de Ginebra y el elegido para llevar a cabo la misión sería Manuel Filiberto de Saboya, sin embargo, el recelo entre los estados y la muerte de Francisco II de Francia que acarreó el compromiso entre católicos y hugonotes en Francia dio al traste con esta posibilidad.
Ese mismo año llegó a un acuerdo con los cantones suizos católicos por lo que se renovaba la antigua alianza que los vinculaba a Saboya, comprometiéndose ambas partes a ayudarse en caso de agresión.
En marzo de 1562, tras la matanza de hugonotes en Vassy, dieron comienzo las Guerras de Religión en Francia y Manuel Filiberto aprovechó la debilidad francesa para recuperar sus dominios que aún permanecían en manos francesas. Manuel Filiberto no dudó de ofrecer ayuda militar y económica a Catalina de Médicis ​y consiguió un primer éxito en los acuerdos de Blois por los que Francia devolvía cuatro plazas (entre las que se encontraba Turín) pero aún conservaban Pinerlo y Savigliano. Manuel Filiberto aceptó dicho compromiso.
Este acuerdo se vio en la corte española como un acercamiento hacia Francia por lo que Felipe II se negó a devolver Asti y Santhia que solo serán devueltas doce años después.
En 1563 se iniciaron conversaciones con Berna para la devolución de varias plazas ocupadas por la ciudad suiza. Sin embargo las negociaciones no llegaron a buen puerto y ambos contendientes se prepararon para el conflicto armada. Sin embargo varios cantones suizos se presentaron como mediadores entre el duque y los berneses y entre mayo y octubre de 1564 se llegaron a varios acuerdos por los que se dejaba en suspenso la cuestión de Ginebra y se devolvía a Saboya las ciudades de Genevois, Chablais y Gex. Por su parte Manuel Filiberto se comprometía a mantener la tolerancia religiosa de estos territorios.

Una vez resueltos los problemas suizos, Manuel Filiberto de Saboya, intentó asumir la función de garante en la península itálica de la unión de los príncipes bajo la supremacía española, un papel que si bien favorecía los intereses españoles no dejaba de mostrar su aspiración de superioridad sobre el resto de príncipes italianos. Incluso intentó organizar una liga católica para luchar contra los protestantes, con la ayuda del Papa, que tuvo escasos resultados.
En 1565 Manuel Filiberto de Saboya intentó hacerse con el poder en Monferrato, que estaba bajo el poder de la familia Gonzaga, fomentando una revuelta pero España no podía aceptar alteraciones en Italia y apoyó a Guglielmo Gonzaga.
Manuel Filiberto respondió acercándose Maximiliano II de Habsburgo y aunque su reivindicaciones sobre Monferrato no fueron escuchadas ganó gran prestigio al realizar un envío de un pequeño cuerpo del ejército a Hungría para luchar contra los turcos en 1566. 
Las relaciones con España mejoraron a raíz del comienzo de la Guerra de Flandes en 1568, ya que la Monarquía católica necesitaba Saboya como punto de conexión de los tercios estacionados en Italia y el Camino Español. Incluso se llegó a especular que Felipe II pondría a Manuel Filiberto a la cabeza del ejército español para aplacar la insurrección, pero la corte española desconfiaba de la actitud que Manuel Filiberto había tomado respecto a la política exterior de Saboya, ya que se había convertido cada vez en más independiente.
En 1570 la presión turca en el Mediterráneo hizo posible el contacto entre España, la Serenísima República de Venecia y el Papado, quienes decidieron formar una Liga Santa. El Papa Pío V se mostraba ilusionado con el proyecto e impulsó el proyecto de que Manuel Filiberto asumiera el mando de las tropas de tierra y el duque de Saboya pidió a Felipe II que le dejara dirigir la empresa, sin embargo, Felipe II denegó la propuesta.​ Sin embargo el Ducado de Saboya participó en la batalla de Lepanto con el envió de tres galeras (llamadas “Capitana”, “Margherita” y “Piamontesa”) bajo el mando de Andrea Provenza di Leyni, las cuales lucharon bajo el mando de los venecianos.
El duque Manuel Filiberto de Saboya participó en la matanza de San Bartolomé, en 1572, dando apoyo a los partidarios de la conjura, protegiendo a Alberto de Gondi, cardenal de Retz, uno de los artífices de la masacre.
En 1574 logró de Enrique III de Francia la devolución de las ciudades de Pinerolo y Savigliano.
Su última acción en política exterior fue la ocupación en marzo de 1580 del ducado de Saluzzo.
Manuel Filiberto de Saboya comenzó a sufrir en la segunda mitad de la década de los 70 crisis nefríticas manifestándose con fiebres, estreñimiento y hemorragias nasales. Todo se complicó con una cirrosis hepática producida por el exceso de alcohol.
Manuel Filiberto falleció en Turín el 30 de agosto de 1580. Había heredado un estado ocupado por los franceses y dejaba a su muerte un estado fuerte y bien organizado.

Matrimonio e hijos

Por la Paz de Cateau-Cambrésis Manuel Filiberto, contrajo matrimonio con Margarita de Francia, duquesa de Berry (1523-1574), hermana del Rey Enrique II en julio de 1559.
El matrimonio fue feliz en los primeros años de matrimonio sin embargo tras el nacimiento de su único hijo, Carlos Manuel I de Saboya, las relaciones entre los cónyuges se fueron enfriando y Manuel Filiberto mantuvo relaciones con otras mujeres causando grandes celos en su esposa.
Manuel Filiberto de Saboya tuvo como amante a Laura Cravola, dama de Vercelli de la que nacieron en 1556 María de Saboya quien se caso en 1570 con Filippo d'Este, marqués de San Marino​ y Francisca de Saboya quien se casó con Gabriel Vial, procurador del Rey de Francia y uno de los más antiguos miembros de la familia Vial. 
De Lucrecia Proba, noble turinesa, tuvo a Amadeo, quien más tarde se convirtió en Marqués de San Ramberto.
De una hija de Martino Doria tuvo otro hijo llamado Filippo y de Beatrice Langosco, hija del gran canciller Tommaso nacieron dos hijas y un varón.



  
Margarita de Francia.



  • Margarita de Francia, duquesa de Berry.
  • Marguerite de France (Francés)
  • Margarete von Angoulême. (Alemán); Marguerite de Valois-Angoulême, duchesse de Berry.
  • Margaret of Valois, Duchess of Berry(Inglés.)
  • Margherita di Valois (Italiano) 


Aldo  Ahumada Chu Han 

(Saint-Germain-en-Laye, 5 de junio de 1523 - Turín, 15 de septiembre de 1574) fue hija de Francisco I, rey de Francia y de su primera esposa Claudia.

Duquesa de Berry desde 1550, contrajo matrimonio en 1559 con Manuel Filiberto de Saboya, duque de Saboya y príncipe de Piamonte. De esta unión nació un único hijo: Carlos Manuel I (1562 - 1630).

Biografía

Margarita creció bajo la influencia de su tía y madrina Margarita, reina de Navarra,​ y trabó amistad con Catalina de Médicis, su cuñada. La influencia del entorno humanista de la corte de su padre le hizo interesarse por la reforma protestante, si bien nunca llegó a profesarla.
Siempre fue una aliada de su hermano Carlos en la rivalidad que enfrentó a este con el delfín y hermano mayor de ambos, el futuro rey Enrique II de Francia.​
Margarita, desde su nacimiento fue la hija predilecta del monarca francés, el cual en repetidas ocasiones dio muestras del gran cariño que sintió por ella y le concedió todos sus caprichos. Se puede afirmar que todos los hijos de Francisco I fueron educados por los mejores preceptores e intelectuales de Francia, destacando especialmente la labor de Lefevre d´Etaples, que fue el encargado de vigilar los notables progresos que hacía Margarita en este sentido, la cual logró tras años de aprendizaje, dominar a la perfección el manejo del latín, del griego y del italiano.

Amigo y protector de los poetas de la época de La Pléiade 

En la corte de Francia, Margarita frecuentaba un círculo formado por mujeres cultas: su tía y madrina ,Margarita de Angulema, futura reina de Navarra, su hermana Magdalena, futura reina de Escocia, Eleonora de Habsburgo , segunda esposa de su padre Francisco I, Catalina de Medici, esposa de su hermano Enrique II. Estas damas están, como ella, entrenadas en las lenguas clásicas, latín y griego. Margarita, además de un excelente dominio de su lengua materna, tiene un buen conocimiento del italiano. A la manera renacentista, estas damas, rodeadas de sus damas de honor, declaman versos en francés y latín inspirados en los poetas de la corte, acompañándolos a veces con música del compositor Antoine de Bertrand .

Entre los poetas de su época, quien encabezaría el movimiento de reforma literaria del Renacimiento fue el helenista Jean Dorat , profesor de griego en el Collège de Coqueret , luego en el College of Royal Readers . Fundará con sus alumnos la Brigada de poetas que estará en el origen de La Pléiade . Entre sus fundadores destacan Pierre de Ronsard , Joachim du Bellay , Jean-Antoine de Baïf , Pontus de Thiard , Guillaume des Autels , Étienne Jodelle , Rémy Belleau y Jacques Peletier du Mans .
Escudo de Margarita de Francia.


Margarita asumió, con la mayor convicción, la defensa de esta nueva escuela, frente a las críticas de los mayores, y en particular de Mellin de Saint-Gelais. Fue bien apoyada a este respecto por su fiel consejero, Michel de L'Hospital , futuro canciller del reino de Francia, él mismo aficionado a la poesía latina. A partir de ahora, la corte de Francia, como esta princesa entusiasta, apoyará las innovaciones de los poetas franceses.

Planes de matrimonio.


A pesar de los numerosos proyectos de matrimonio de que fue objeto desde su más tierna edad, Margarita se casó a la edad de 36 años con Manuel Filiberto de Saboya.
En la Paz de Cambrai, en 1529, cuando solo contaba seis años de edad, Margarita fue prometida a Maximiliano de Habsburgo, aunque el matrimonio no llegó a celebrarse. A finales de 1538, cuando Margarita tenía quince años y en el marco del entendimiento que prosiguió a la tregua de Niza, su padre Francisco I y el emperador Carlos V acordaron casarla con el hijo de este, el futuro Felipe II de España, de once años en aquel entonces. Este compromiso no llegó a realizarse.
Tras la muerte de su padre en 1547, el nuevo rey de Francia, su hermano Enrique II nombró a Margarita el 29 de abril de 1550, suo iure, duquesa de Berry.
El proyecto de matrimonio con Manuel Filiberto de Saboya fue una de las cláusulas de la Paz de Cateau-Cambrésis, firmada el 3 de abril de 1559 entre Francia y España. El tratado supuso para los franceses la devolución del Piamonte y del ducado de Saboya, que habían ocupado durante los últimos veinticinco años, al aliado de Felipe II, Manuel Filiberto. Ambos territorios pasaron a formar parte de la dote de Margarita.
La boda se celebró el 10 de julio de 1559 en medio de trágicas circunstancias. El 30 de junio, solo tres días después de que se hubiera firmado el contrato de matrimonio, Enrique II fue gravemente herido durante un torneo en las celebraciones que tuvieron lugar tras la boda de su hija mayor, Isabel, con el recientemente viudo Felipe II de España. La lanza que empuñaba su rival, el conde de Montgomery, golpeó su casco a la altura de la visera y se hizo añicos. Las astillas de madera penetraron a través de su ojo derecho y alcanzaron su cerebro.​ En el umbral de la muerte, pero aún consciente, el rey ordenó que el matrimonio de su hermana se celebrará inmediatamente, por temor a que el duque de Saboya, aprovechándose de su fallecimiento, renunciara a la alianza recién firmada. Enrique II murió al día siguiente.
Margarita de Francia salió de la corte al final del año y se unió a su esposo con quien tuvo un hijo, Carlos Manuel I (1562-1630). Ella jugó el rol de intermediaria entre Catalina de Médicis y el duque de Saboya, y se unió a las negociaciones para el retorno de los últimas plazas en poder de los franceses en Italia.

La Reforma protestante

Marguerite de France tenía la reputación de acudir en ayuda de los seguidores de la religión reformada en la corte de Francia. Al llegar a Saboya y luego al Piamonte, acogió amablemente a los hugonotes que habían tenido que abandonar su país. Entre ellos, ayuda en secreto a su antigua dama de honor, Jacqueline de Montbel d'Entremont , viuda del almirante de Coligny , asesinado el 24 de agosto de 1572en París, durante la matanza de San Bartolomé. Marguerite acoge en la corte de Turín a Jacques Grévin, escritor hugonote de gran reputación, que se convertirá en su médico personal.
El embajador veneciano, de paso por Turín, se compromete a realizar una investigación para determinar si la duquesa se ha convertido al protestantismo. Debe concluir que ella no ha abjurado de la religión católica: es verdaderamente católica y oye misa todas las mañanas. Y añade: 
"Sin embargo, su excesiva protección (fuor di modo) hacia los hugonotes no es dudosa y, como no puede explicarse por la conformidad de las opiniones, esta manera de actuar debe atribuirse o a una rara bondad de alma, a una piedad singular hacia todos, oa algún designio secreto que no es fácil desentrañar . »

Durante la Revuelta de los protestantes valdenses, cediendo a las demandas de la duquesa, el duque Emmanuel- Filiberto accede a tratar con los rebeldes. El Tratado de Cavour del 5 de junio de 1561 ahora permite la libertad de culto en los tres valles.

Duquesa consorte.

Actuó como intermediaria entre su cuñada, la regente del Reino de Francia, Catalina de Médicis , y su marido, el duque de Saboya. Además, participó en las negociaciones relativas a la restitución de los últimos bastiones ocupados por los franceses en Italia.
Margarita solicitó encarecidamente el tratado de 2 de noviembre de 1562, que devolvía bajo el dominio del duque de Saboya las ciudades de Turín , Chivas , Chieri y Savillan que ocupaban los franceses, al amparo de una de las cláusulas de la Paz de Cateau-Cambrésis de 1559.
También participó en la preparación del tratado que se firmará el 14 de diciembre de 1574, por el que los franceses evacuaron la fortaleza de Pignerol , Savillan y el valle de Pérouse ( Ménabréa . Montmélian y los Alpes). Habiendo desempeñado con éxito el papel que se le asignó en la reconciliación entre las casas de Francia y Saboya, Marguerite murió el15 de septiembre de 1574 a la edad de 51 años.
Emmanuel- Filiberto construyó una tumba para él en la Abadía de Hautecombe, necrópolis de la familia Saboya. En 1836, el rey de Piamonte-Cerdeña Charles-Albert trasladó los restos de la duquesa, cuya tumba había sido destruida durante la Revolución Francesa, a la Sacra di San Michele.

Bibliografía

Margarita de Francia aparece en la novela de Madame de La Fayette (1634-1693): La Princesa de Cléves:
Esta princesa era una gran estima por el crédito que ella tenía en el rey, su hermano y estos créditos fue tan grande que el rey firmó la paz, estaba dispuesto a conceder el Piamonte en su matrimonio con el duque de Saboya. A pesar de que había deseado toda su vida casarse, ella nunca quiso casarse con un rey, y se había negado por esta razón al rey de Navarra, cuando aún era duque de Vendome, y siempre había deseado al Señor de Saboya, que había conservado el gusto por él, desde que lo vio en Niza en la entrevista entre el rey Francisco I y el Papa Pablo III.
Firma de Marguerite de France, fille de François, primera figurante en las cartas autógrafas que componen la colección de M. Alfred Bovet, descrita por Étienne Charavay (1848-1899); impresa bajo la dirección de Fernand Calmettes en 1887.



  
Jacques Lefèvre d'Étaples, conocido también como Jacobus Faber Stapulensis (Étaples, Pas-de-Calais, 1450 - Nérac, 1537), fue un humanista, teólogo y filósofo francés del Renacimiento.

Verdadero padre del humanismo francés y uno de los intelectuales más destacados del Renacimiento, la labor de este hombre fue decisiva para el asentamiento definitivo del humanismo en Francia.
Después de estudiar en París, viajó a Italia y a su regreso enseñó filosofía en el colegio del cardenal Lemoine. Durante esta época se dedicó a traducir las obras de Aristóteles, pues, a su criterio, las versiones existentes estaban mediadas por la mentalidad de los traductores latinos y bizantinos. Influenciado por estas mismas ideas, publicó las obras Paráfrasis sobre la Física e Introducción a la Metafísica.
Mantuvo contacto con humanistas italianos como Ermolao Barbaro, Pico della Mirandola y Marsilio Ficino y, aunque no fue un gran crítico textual, se le reconoce por su labor pedagógica. Se interesó en establecer un programa educativo para formar humanistas.
A partir de 1508 abandonó la docencia y se dedicó a releer textos fundamentales desde las nuevas perspectivas que había creado el humanismo. Se interesó por la Biblia y, en especial, por las Epístolas de san Pablo, de las cuales publicó una serie de comentarios en 1512. En 1521 fue llamado por Guillaume de Briçonnet, obispo de Meaux, quien había sido alumno suyo, con el fin de que lo ayudara a emprender una reforma diocesana. Durante este tiempo trabajó en su traducción de la Biblia y redactó un comentario de los cuatro Evangelios, que luego le originó acusaciones de herejía. En 1523, un comité de teólogos detectó “errores doctrinales” en su exégesis de los Evangelios. Lefèvre tuvo que huir a Estrasburgo en el verano de 1525, cuando el Parlamento de París lo pretendió juzgar.
Debe recordarse que en ese momento estaba en plena efervescencia la Reforma protestante. Lefèvre, sin embargo, a pesar de criticar duramente algunos aspectos del catolicismo (como el celibato de los sacerdotes y la administración de los sacramentos) se mantuvo siempre en el seno de la Iglesia, aunque huyendo.
Posteriormente, en 1526, entró al servicio del rey Francisco I. Fue bibliotecario de la real colección y tutor de sus hijos. Durante esta época finalizó y publicó su traducción del Nuevo Testamento al francés, la primera que se hizo de este texto en dicha lengua. Finalmente se retiró a Nérac junto a Margarita de Angulema, la hermana del rey, quien lo amparó hasta su muerte.

 
Jacques Grévin ( c . 1539 - 5 de noviembre de 1570) fue un dramaturgo francés. Grévin nació en Clermont, Oise alrededor de 1539, y estudió medicina en la Universidad de París . Se convirtió en discípulo de Ronsard y formó parte del grupo de dramaturgos que buscaban introducir el teatro clásico en Francia. Como señala Sainte-Beuve , las comedias de Grévin muestran una afinidad considerable con las farsas y las comedias que las precedieron. Su primera obra, La Maubertine, se perdió y formó la base de una nueva comedia, La Trésorière , representada por primera vez en el colegio de Beauvais en 1558, aunque originalmente había sido compuesta por deseo de Enrique II para celebrar el matrimonio de Claude, duquesa de Lorena.
Se comprometió con la escritora Nicole Estienne y la celebró en su colección L'Olimpe . El compromiso se rompió por razones desconocidas.
En 1560 siguió la tragedia de Jules César , imitada del latín de Muret , y una comedia, Les Ébahis , la más importante pero también la más indecente de sus obras. Grévin también fue autor de algunas obras médicas y de poemas misceláneos, que fueron elogiados por Ronsard hasta que los amigos se separaron por diferencias religiosas. Grévin se convirtió en 1561 en médico y consejero de Margarita de Saboya y murió en su corte en Turín en 1570.
Le Théâtre de Jacques Grévin se imprimió en 1562, y en el Ancien Théâtre français , vol. IV. (1855–1856). Véase L Pinvert, Jacques Grévin (1899).


  
La Pléyade

 
Retrato de Ronsard por un artista desconocido, alrededor de 1620. Ronsard fue, junto a Du Bellay, el poeta más importante de La Pléyade

La Pléyade (que en un primer momento recibió el nombre de «la Brigada») es un grupo de siete poetas franceses del siglo xvi reunidos alrededor de Pierre de Ronsard y Joachim du Bellay.

Orígenes del grupo

Tras la desaparición de Clément Marot, la gran figura de la poesía francesa en el siglo xvi muchos fueron los que trataron de imitar al gran maestro, formando lo que se llamó la Escuela Marótica, epígonos carentes de originalidad entre los que destacó la figura de Mellin de Saint-Gelais. Esta escuela sería el blanco de los ataques de los renovadores de La Pléyade.
Sin embargo, y antes de que este grupo brillara en el firmamento poético francés, el eje se desplazó a la ciudad de Lyon, en donde surgió un interesantísimo grupo de poetas, agrupados en lo que se ha dado en llamar la Escuela Lionesa. Una de las características de este grupo es que había poetas varones (Maurice Scève) y mujeres (Pernette Du Guillet, Louise Labé).
A partir de 1547 y a lo largo al menos de cinco años, una serie de jóvenes admiradores de la cultura greco-latina acudieron a los cursos del célebre humanista Dorat, en el colegio de Coqueret, en París. Entre ellos estaban Ronsard, Du Bellay y Baïf. Estudiaban a los grandes maestros clásicos bajo el reciente prisma del humanismo. A petición de Francisco I, trabajaron también por la estandarización y el enriquecimiento de la lengua francesa, añadiendo cultismos y neologismos que sirvieran para enriquecerla.

La Defensa e ilustración de la lengua francesa.

La Defensa e ilustración de la lengua francesa se publicó, con la firma de Joachim Du Bellay en 1549. Se trata de un manifiesto que de algún modo resume la doctrina del grupo:

1. Defender la dignidad de la lengua francesa como lengua culta de igual rango que el latín contra los que no la consideran como tal.  
2. Renovar las letras francesas mediante la imitación de los clásicos grecolatinos y los poetas del Renacimiento italiano Petrarca, Dante, Dolce stil nuovo.
3. Enriquecer o ilustrar la lengua francesa ilustrándola mediante la introducción de vocablos extraídos de los dialectos franceses y de cultismos provenientes de las lenguas clásicas.
4. Aumentar el repertorio de géneros y formas poéticas de la métrica francesa introduciendo estrofas nuevas grecolatinas e italianas (sonetos, odas, elegías, himnos, églogas...)
5. Aportar nuevos recursos literarios y retóricos, como el encabalgamiento o enjambement.
6. Renegar de la literatura francesa medieval y sus géneros y volver a los géneros poéticos de la Antigüedad.
7. Rechazar el marotismo.

El grupo niega la poesía como ejercicio de ingenio: la misión del poeta es servir a la belleza y hacer que la genialidad francesa se manifieste. Cómo para hacer prosperar sus teorías era necesario ser más beligerantes al principio, adoptaron el nombre de La brigada. Sin embargo, más adelante se transformaron en La Pléyade y, aunque con bajas y altas más adelante, fueron (como las estrellas de la constelación) siete:

  • Joachim Du Bellay 
  • Pierre de Ronsard 
  • Antoine de Baïf 
  • Rémy Belleau 
  • Étienne Jodelle 
  • Pontus de Tyard 
  • Jean Dorat

También se consideran miembros del grupo en algún momento Guillaume des Autels, Jacques Pelletier du Mans y Jean de la Péruse.
Defienden a la vez la imitación de los autores grecolatinos y el valor cultural de la lengua francesa. Propugnan el alejandrino y el soneto como formas poéticas mayores.
El nombre de la colección La Pléiade editada por Gallimard está inspirada en este grupo de poetas, que impulsaron enormemente el uso del francés considerado anteriormente como un dialecto entre otros (por ejemplo el Gascón, o el Bretón). Antes de las reformas impuestas por el rey Francisco I en la Ordenanza de Villers-Cotterêts, el idioma oficial (es decir el idioma utilizado en tratados jurídicos, en literatura y otras disciplinas) era el latín.



Idiomas.



Estamos viviendo la Babel al revés. Mientras unas lenguas mueren, un idioma global comienza a ocuparlo todo.

Por primera vez en milenios, las lenguas no se dispersan: convergen. La globalización, la hegemonía del inglés y la desaparición acelerada de idiomas minoritarios dibujan un escenario inesperado. El mundo avanza hacia una lengua común y un alfabeto casi universal. Y la historia de Babel empieza a contarse al revés, como si las palabras estuvieran regresando a un mismo origen.

Por Martín Nicolás Parolari
 29 de noviembre de 2025 

Hubo un tiempo en que cada valle, cada isla y cada frontera inventaba su propio idioma. Así funcionaba el planeta: cuanto más lejos viajaban los humanos, más se multiplicaban las lenguas. Pero en apenas un siglo algo ha cambiado de dirección. La comunicación global ha creado un fenómeno que ningún lingüista veía venir tan rápido: las lenguas se están apagando, una tras otra, mientras una sola avanza sin freno.

El mundo habla más… pero con menos lenguas.

La silueta lingüística del planeta se está adelgazando a gran velocidad. Durante miles de años, la diversidad fue la norma: unas 7.000 lenguas vivas, muchas de ellas con apenas unos cientos de hablantes. La fragmentación era inevitable. Dos comunidades separadas por montañas o por dos generaciones acababan hablando idiomas diferentes. Era casi una ley física de la humanidad.
Hoy sucede lo contrario. La globalización ha reorganizado el mapa como nunca antes: más viajes, más migraciones, más pantallas, más redes. Un nigeriano habla con un estadounidense; un japonés estudia en Canadá; un colombiano trabaja para una empresa en Dinamarca. Ese contacto continuo genera un patrón totalmente nuevo: las lenguas fuertes crecen, las débiles se apagan y el número de monolingües cae en picado.
La estadística es brutal: casi el 90 % de las lenguas del mundo está perdiendo hablantes de forma acelerada. No porque hayan sido prohibidas, sino porque los jóvenes eligen la lengua más útil. Ahí nace la “Babel al revés”.

El inglés, un super-idioma que no deja de expandirse.

Hay algo incómodo en este proceso: por mucho que se intenten explicar sus causas, ninguna teoría lo cubre del todo. Sí, la influencia económica de Estados Unidos importa. También el cine, la música, la ciencia publicada en inglés. Pero hay algo más simple y más profundo: el inglés permite comunicarse “con casi cualquiera”.
Más de dos mil millones de personas lo usan cada día como lengua materna, segunda lengua o herramienta de trabajo. Es el idioma de los aeropuertos, de los congresos científicos, de Internet, de YouTube, de Wikipedia, de la tecnología, de la aviación, de la diplomacia informal. Y lo más determinante: es la lengua con menos necesidad de otra.
Mientras tanto, lenguas gigantes como el chino o el árabe conviven con él, pero no lo desplazan. Las minoritarias, en cambio, desaparecen a un ritmo vertiginoso. En muchos lugares, la transmisión familiar se ha roto: los hijos no heredan la lengua de los abuelos.

El alfabeto latino, la otra conquista silenciosa.

El idioma global tiene un aliado discreto: su alfabeto. El latino, nacido en la península itálica y expandido por Roma, hoy impulsa casi toda la escritura digital del planeta. Incluso lenguas con sistemas propios —como el chino o el japonés— manejan equivalentes latinos (pinyin, rōmaji) para comunicarse en la red.
Lo sorprendente es la familiaridad. Cualquiera que use un móvil o un ordenador acaba interactuando con estas mismas 26 letras. La Torre de Babel, en términos técnicos, ya no es una torre: es un teclado QWERTY.

¿Hacia un idioma global? La pregunta deja de ser ciencia ficción.

El escenario actual recuerda a una película de ciencia ficción, pero es simplemente la consecuencia de millones de decisiones individuales: estudiar inglés para trabajar, emigrar, viajar, conectar. La homogeneización es una fuerza que no necesita decretos, solo utilidad.

La pregunta, entonces, no es si habrá un idioma global. La pregunta es cuándo.

Vivimos un momento histórico extraño: mientras unas lenguas se apagan como fogatas antiguas, otra crece hasta iluminarlo todo. La humanidad avanza hacia una comprensión compartida, pero también hacia un silencio lingüístico que no habíamos imaginado. 
La Babel bíblica hablaba de división. Lo que viene ahora es justo lo contrario: una convergencia. ¿Será una ventaja… o el precio de un mundo demasiado conectado?



El ‘déclinisme’ francés, nostalgia mayoritaria y… falsa




A pesar de los indicadores positivos, dos de cada tres franceses creen que su patria está en declive

18 de septiembre de 2023 

Iñaki Gil (Vitoria, 1958) es periodista y escritor. Ha sido corresponsal de El Mundo en París. Autor de Arde París. La nueva revolución francesa (Círculo de Tiza, 2023).

Reproducimos por gentileza de la editorial Círculo de Tiza, el capítulo “Déclinisme, esa nostalgia decadente, reaccionaria, mayoritaria y… falsa” del libro Arde París. La nueva revolución francesa


Dos de cada tres franceses creen que su país está en declive. Y, sin embargo, de todos los indicadores económicos y de bienestar humano solo hay uno que no ha mejorado en Francia en los últimos 50 años: el número de suicidios, cuya tasa duplica a las de España, Reino Unido e Italia.

A mediados de los años 90, una empresa de comunicación invitó a varios periodistas extranjeros a dar su opinión sobre el declive de Francia. No conservo notas de la jornada, pero sí recuerdo el lugar de la cita: el restaurante del segundo piso de la Torre Eiffel. Era una tarde soleada y tibia. Me recibieron con la preceptiva copa de champán, enfriado a la temperatura ideal. Llegué con la lengua fuera y sin tiempo para comentar mis improvisadas ideas con los otros corresponsales que tomaban parte en el evento. 

Me tocó hablar el primero. Y opté por contar cómo veía yo a Francia, nada en decadencia, desde luego. Me hicieron preguntas, sorprendidos de que mi visión no coincidiera con lo negativo del enunciado de la convocatoria. Los otros colegas estaban de acuerdo con mi apreciación positiva de Francia. Sí, claro que había cosas que iban mal, pero no, para nosotros, Francia no estaba en decadencia irreversible.

Arde París., la nueva revolución francesa. Iñaki Gil. Círculo de Tiza, 2023.


Nunca supe si era una sesión de coaching para el personal de la agencia o si buscaban argumentos para un cliente. Pero el sol doraba los hierros del mecano de Eiffel mientras apuramos la copa de despedida. Fue la primera vez que oí la palabra déclinisme, de déclin, declive.

En estos veintitantos años el déclinisme se ha convertido en una creencia, un sentimiento, casi en una ideología de base mayoritariamente compartida por los franceses. De entre todas las paradojas francesas, la más sorprendente para el observador foráneo es la creencia generalizada de que Francia está en declive y de que antes todo iba mejor. Inútil demostrar empíricamente que ambas cosas no son ciertas.

Datos: Francia está en declive. Así piensan entre un 62% (Harris interacive) y un 75% (Ipsos) de los franceses en dos estudios de 2021 y 2022. Un tercero (ifop) lo deja en un 65%, el dato más positivo desde que este instituto pregunta por ello: ¡Nunca bajó del 66% desde 2005! Cuando la crisis muerde, sube: en 2010 llegó al 71%.

La creencia en el declive de Francia es bastante homogénea entre París (64%) y los municipios rurales (68%). Idéntica diferencia hay entre pobres (+4) y ricos y entre hombres (+5) y mujeres. Por debajo del 60% solo están los más jóvenes (18-24: 57%). Pero la siguiente franja de edad (25-34) da un salto hasta el 71% como si la llegada al mundo laboral fuera un trauma. También por debajo de la barra están los doctores y másteres (59%) y los artesanos y comerciantes (57%).

Dejé para el final la segmentación política. Por diferencial. Según Ifop, el 80% de los votantes de Marine Le Pen creen en la decadencia de Francia. Así como el 78% de los de la derecha clásica, el 71% de quienes votan al líder de la extrema izquierda y ¡ojo al dato! el 63% de los ecologistas. El votante socialista es algo más optimista (53%). Solo quienes votan a Emmanuel Macron no creen mayoritariamente que Francia esté en declive (39%). 
Un dato que viene a corroborar que el electorado del actual presidente es el de los ganadores de la globalización, urbanitas y diplomados (ver prólogo). Otros estudios ratifican la adscripción política del déclinisme. Según CSA, el 94% de quienes se dicen de extrema derecha, el 82% de los de derechas y el 80% de los de extrema izquierda creen en la decadencia. 
La cosa se iguala entre quienes se dicen de izquierdas. Y se confirma la excepción, solo el 20% de quienes votan a Macron creen en el déclinisme. Vamos, que prácticamente todos los optimistas votan al actual presidente.

A apuntalar esa parroquia (y, de paso, a postularse en heredero) dedica su último libro el ministro de Economía, Bruno Le Maire. El volumen es el undécimo del miembro más intelectual del gabinete, cuarto desde que está en el cargo.
 “El déclinisme no se corresponde con lo que veo. Lo que yo les digo a los franceses es: confiad en vuestro destino. El país no está acabado”. 

El libro “voluntarista más que optimista” se titula Un sol eterno. Y es deudor de esta cita del poeta Arthur Rimbaud:
  “por qué añorar un sol eterno si no nos hemos comprometido a descubrir la claridad divina”.

El ministro escritor tiene buena relación y se declara admirador de la obra literaria de Michel Houellebecq, para quien la decadencia de Francia es “evidente”. El escritor hace un matiz importante: 

“Francia no decae más que otros países europeos. Pero tiene una conciencia particularmente elevada de su propio declive”, dijo en Front populaire, revista de pensamiento dirigida por el filósofo Michel Onfray.
El declive de Francia es percibido como algo económico (65%) y político (58%). Secundariamente, como algo moral (31%), según ifop, que solo daba opción a dos respuestas. 
Lo que viene a coincidir con el señalamiento de los responsables. El 74% de los franceses cree que sus dirigentes políticos no son de calidad. Ni quienes dirigen la economía (63 %).

Buscando las causas hay quien señala al centralismo político y administrativo del país. Y al desprecio a las estructuras intermedias causados por un presidente que se sintió Júpiter hasta que la calle se llenó de chalecos amarillos y le puso en su sitio. Solo que Alain Peyrefitte ya denunciaba lo mismo en Le mal français, libro publicado en 1976.

Daniel Cohen, presidente de la Escuela de Economía de París achaca el carácter excesivamente jerárquico del ejercicio del poder la herencia de “dos poderes esencialmente verticales, el absolutismo y la iglesia católica”. Por eso, a su juicio, “los franceses detestan la autoridad y, sin embargo, la necesitan para sentirse seguros”. Como español, nacido en el tardofranquismo y educado en el nacionalcatolicismo, me parece traído por los pelos. Pero antes de dar mi opinión, vamos a ver desde cuándo está Francia (supuestamente) en declive.

Para Éric Zemmour, candidato de la extrema derecha y del declinismo que no duda en definirse a sí mismo como “nostálgico y reaccionario”, todo arranca en 1815. Es decir, “la nostalgia de la grandeur” nace de la derrota de Napoleón. Por su parte, Yann Algan y Pierre Cahuc en La société de défiance apuntan al traumatismo de la Segunda Guerra Mundial: los franceses habrían perdido colectivamente la confianza en ellos mismos tras la derrota frente a la Alemania nazi y la posterior colaboración con el enemigo.

Luc Ferry, exministro de Educación en dos gobiernos bajo presidencia de Jacques Chirac, escribió en Le Figaro sobre los orígenes del déclinisme:

“el sentimiento, sin duda legítimo, de que ‘los grandes hombres’ de los que hablaba Hegel han desaparecido. Ni De Gaulle ni Pompidou, para los de derechas, ni Mitterrand ni Rocard, para los de izquierdas, tienen equivalentes hoy”.
“A ojos de los nostálgicos, Francia dejó de ser la gran potencia que era en el siglo XIX o a principios del XX”, escribe Ferry rebatiendo a los declinistas. 
“No es que Francia estuviera en declive. Es que emergieron otras naciones como China, Rusia e India, países atrasados en el XIX, pero hoy potencias colosales a cuyo lado parecemos infinitamente pequeños. Peor incluso, Alemania es mejor en todo: deuda, déficit público, paro, poder adquisitivo…” Eso es poner el dedo en la llaga.

Esos argumentos coinciden con los del historiador Lucian Boia, para el que la decadencia francesa tiene su raíz en el declive demográfico de la Francia campesina del siglo XIX. Jean Pisani Ferry, arquitecto del programa económico de la victoria de Macron en 2017, abunda en ello:
 “El terror al declive se ancla en ese retroceso demográfico y en la revolución industrial que marcan el aumento del poderío de Inglaterra y, sobre todo, de Alemania, que se convertiría en una obsesión francesa a lo largo de todo el XIX”.

El declive demográfico tiene así dos caras, según sea la mirada. Para la élite intelectual, la consecuencia es perder la carrera con Alemania. Sin embargo, el pueblo llano mira a su alrededor y señala: la “inmigración excesiva” es el primer hándicap de Francia según el 47% de los encuestados por Ifop. El sondeo permitía tres respuestas por cabeza. Las otras dos plazas del pódium fueron: 
“La dificultad en llevar a cabo reformas (36%) y el debilitamiento del sistema educativo (35%). A señalar que el paro solo aparece en cuarto lugar (32%), cuando en 2015 era el principal riesgo (52%), lo que guarda relación con el descenso del paro hasta el 7,4 (2T de 2022), el más bajo desde 2008”.
“Francia sufre en realidad una angustia colectiva que ennegrece todas las perspectivas (…) la sociedad francesa es presa de un pesimismo, un malestar, una yuxtaposición de aprensiones, a menudo desmesuradas e irracionales, que presentan las características de una depresión colectiva”, decía ya en 1993 Alain Duhamel en su libro Los miedos franceses. 
El más agudo de los analistas políticos remachaba: 
“Esta ansiedad frente al porvenir, ese temor al cambio, uno los encuentra más brutales, más sumarios, pero también más concretos en el miedo a la inmigración. El rechazo del otro, del diferente, o sea, del intruso, es, ciertamente, un reflejo eterno” (ver capítulo inmigración). Casi treinta años después, el problema se ha enquistado en lo que se ha dado en llamar “territorios perdidos de la República”, donde, enumera Ferry, “el aumento del islamismo, de la inmigración incontrolada, así como la explosión de tráficos de armas y drogas han convertido poco a poco esos barrios en invivibles para la población francesa tradicional”.

Ferry aporta otro argumento declinista: 

“Francia, estatalista y republicana, no se siente a gusto en un universo cada vez más liberal, un mundo donde los países de cultura anglosajona se mueven, por el contrario, como pez en el agua”.

El historiador y ensayista Jacques Julliard, dedicó en diciembre de 2022 su página mensual en Le Figaro a dar un repaso a causas y culpables de lo que opina es “un declive deliberado”. Entre las primeras, la demografía, el fracaso educativo, el abandono de la industria. En la picota de los responsables, Macron, “masoquista suicida”, al que achaca “la destrucción metódica del Estado”. El autor pone en la diana a las élites intelectuales.

“Así hemos visto al sexo degradarse en género; la liberación de la mujer, en feminismo secesionista; el antiracismo en racismo identitario; el universalismo en diferencialismo (…) Nuestro declive lo hemos fabricado con nuestras propias manos. Por demagogia, sin duda, pero, sobre todo, por ininteligencia de diversas situaciones y por la estupidez más difícil de combatir, la de la gente inteligente”.
“Detrás de todo esto, merodea el viejo miedo de la Historia, el temor al declive, la sospecha de la trivialización, el presentimiento de la insignificancia —advertía Duhamel hace ya tres decenios—. Todos los miedos franceses desembocan en suma en esa impresión, en esa intuición, en ese temor a la erosión de la identidad francesa. Temor muy respetable y explicable, legítimo y casi deseable, pero también desmesurado siempre, irracional a menudo y, a veces, artificial”.

Para mí, el cabreo existencial del francés nace de la enorme distancia que hay entre la realidad y la idea (sublime) que cada francés tiene sobre Francia y de su rol en ella. El español nace con complejo de inferioridad. Por su país y por él mismo. Luego observa la realidad. Y ve que, a menudo, es mejor que lo previsto. Y se alegra. Por él y por su patria. El francés se considera hijo de la nación que difundió la Ilustración, creó los derechos humanos, hizo la Revolución, ganó dos Guerras Mundiales y alumbró la construcción europea. Además, adoptó a Picasso, inventó el Tour de Francia y el Mundial de Fútbol y la nouvelle cuisine. Con esa herencia en la mochila, sale de casa, se cruza con un magrebí camino del bus que le lleva, muchas veces tarde, a su curro rutinario y se enfada con todo quisque. Francia es hoy un país de gente cabreada, pesimista y gruñona. Para mí esa es la principal diferencia con España.

¿Quieren un ejemplo?

 La pandemia de covid-19 sorprendió a todos los países, y los gobiernos, sin mascarillas ni plazas en la UCI, respondieron con confinamientos. Dedico un capítulo al tema, pero déjenme decirles una diferencia. Francia consideró un fracaso nacional no haber patentado una vacuna propia.

 “¡El país de Louis Pasteur!” fue un latiguillo repetido una y mil veces. Francia tuvo menos muertos (en proporción a su población) que España y salió de esa crisis mejor que ninguno de sus vecinos. Según el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, fue el país de Occidente que mejor gestionó la pandemia. Pero “el país de Pasteur” no tuvo vacuna propia. Drama. 

Francia es el undécimo país en innovación, según la Oficina Mundial de Patentes; la octava potencia militar, según el Instituto de La Paz de Estocolmo; y la sexta potencia comercial, según la Organización Mundial de Comercio. Supone el 1% de la población mundial, pero produce el 3% de la riqueza. Tomo estos datos de un artículo de La Croix titulado “¿Francia en declive? Veinte cifras para escapar de las ideas recibidas”.

Los psicólogos dicen que no se deben discutir los sentimientos. ¿Cómo contrarrestar la percepción, ampliamente mayoritaria, de que antes se vivía mejor? Marc Landré lo intentó en septiembre de 2022 publicando en Le Figaro un análisis comparativo con 1974, el año posterior al primer shock petrolero, que en Francia cierra un periodo conocido como ‘Los treinta gloriosos’, los tres decenios de crecimiento tras la Segunda Guerra Mundial. La riqueza disponible per cápita se ha triplicado (43.000 dólares); el salario mínimo y el salario medio se han duplicado; el número de muertos en accidentes de tráfico se ha dividido por 4,5; la mortalidad infantil es cuatro veces menor; el 80% de los jóvenes tiene el título de bachiller, triplicando las cifras de finales de los 70; hay 13 millones de afiliados a un club deportivo, el doble que entonces; el parque automovilístico se ha triplicado (40 millones de coches en un país de 67 millones de habitantes); con 10 meses de salario mínimo puedes, en 2022, comprarte un Clio cuando en 1974 necesitabas 12,5 meses para hacerte con un Renault 5; una hora de trabajo de 1974 permitía comprar 5 baguettes y litro y medio de gasolina; hoy, 10 baguettes y 4,5 litros de súper; solo el 45% de los franceses eran propietarios, hoy lo son el 68%; el piso medio tiene hoy 91 metros cuadrados cuando hace 50 años medía 72 y el 30% no tenía ni ducha ni bañera; los franceses trabajaban en 1974 diez horas más a la semana que en 2022 y se jubilaban a los 65 años, dos años más tarde que en la actualidad…

¿Cuándo se vive mejor? 

Definitivamente, hoy en día. Y la prueba definitiva es que la esperanza de vida ha aumentado en este medio siglo 9 años para las francesas hasta los 86 años y 11 para los franceses (80 años).

El autor no oculta las sombras: criminalidad y contaminación han empeorado, la deuda supone el 110 % del PIB y no se ha aprobado ningún presupuesto general del Estado sin déficit… desde 1974. El de 2022 se situará en torno al 5%. De hecho, el déficit solo ha estado por debajo del 3 % ¡tres veces… en los últimos 20 años!

Con todo, la cifra que quiero destacar en el lado negativo de la balanza es el número de suicidios, 15 por 100.000 habitantes. Estable en estos casi 50 años. Y que, según Eurostat, duplica la tasa de España (8), Reino Unido (7) e Italia (6). Y supera la de Alemania y Suecia (12 en ambos casos). Solo los belgas, entre los vecinos de Francia, se suicidan más (17 por 100.000 habitantes).

Es, sin duda, la manifestación más extrema de esa infelicidad permanente que roe a nuestros vecinos del norte. La manifestación suprema de ese pesimismo social definido por la Fundación Jean Jaurès como “una visión preocupante, alimentada por la idea de que la sociedad está en declive y de que hay una impotencia colectiva para cambiar las cosas a mejor”.

Después de mucho leer sobre el tema, no encuentro mejor síntesis que el contraste entre la mirada del analista Jacques Julliard y una frase que pide mármol de Sylvain Tesson, singular personaje y el más espiritual de los escritores viajeros. El veterano columnista de Le Figaro afirmaba durante una de esas huelgas largas y broncas que forman parte de la excepción francesa: “Flota en el aire un mal genio generalizado, una agresividad, un odio a la mirada del otro que es un insulto al don de Dios que sigue siendo Francia”. El escritor viajero, tras recorrer medio mundo, sintetizó: “Francia es un paraíso poblado por gente que se cree en el infierno”.

Autor
Iñaki Gil
Periodista y escritor. Excorresponsal de El Mundo en París.




Etnólogo (2025)

Ethnologue enumera los siguientes idiomas como aquellos con 50 millones o más de hablantes en total.  Esta sección no incluye las entradas que Ethnologue identifica como macro-idiomas que abarcan varias variedades, como el árabe, el lahnda, el persa, el malayo, el pastún y el chino.

Chino   : 990 millones primera lengua; 194 millones segunda lengua;1.184 total.

Español  : 484 millones primera lengua; 74 millones segunda lengua; 558 total.

Inglés : 390 millones primera lengua; 1.138 millones segunda lengua; 1.528 total.

Hindi
(excepto urdu ): 345 millones primera lengua; 264 millones segunda lengua; 609 total.

Portugués  : 250 millones primera lengua; 17 millones segunda lengua; 267 total.


El idioma francés experimenta un declive en su influencia internacional, principalmente por la competencia del inglés, que se ha convertido en la lengua franca global. Aunque el francés sigue siendo un idioma importante con unos 321 millones de hablantes en el mundo, la pérdida de su estatus como lengua diplomática y de élites en Europa y en el norte de África es notable. Factores como la arabización en algunos países y la competencia de otros idiomas como el chino en Asia, así como la globalización y la tecnología impulsada por el inglés, contribuyen a este declive. 




Ed West
La larga derrota de la lengua francesa
2 de julio de 2023

Batalla frente al Hôtel de Ville, de Jean-Victor Schnet

Tras el Brexit, todo iba a ser muy diferente para Europa. Tras años de creciente dominio del mundo angloparlante, por fin el gran proyecto europeo podría volver a la lengua de sus fundadores. Bueno, eso creían los franceses.
Para muchos funcionarios en París, la salida del Reino Unido se consideró una oportunidad para  elevar el estatus del francés en la UE.  Bajo su presidencia el año pasado, los diplomáticos franceses anunciaron que todas las reuniones clave se celebrarían en francés, con traducciones, y que las actas y notas se incluirían en francés.
El francés, aunque era una de las tres lenguas de trabajo de la Comisión Europea, había sido en su día la lengua principal del Mercado Común, pero perdió terreno ante la implacable irrupción del inglés global —«globish»— en las instituciones. Algunos  políticos de la Asamblea Nacional esperaban  que el francés se convirtiera en la «única» lengua de trabajo de la UE, calificando el Brexit de «oportunidad única» para revertir el avance de la «cultura anglosajona».
Éric Zemmour, el intelectual público convertido en candidato presidencial, había  llamado mientras tanto al  boicot del inglés tras el Brexit, que había "aplastado" su amada lengua. Zemmour argumentó que, dado que ahora solo dos pequeños países de la UE, Malta y la República de Irlanda, utilizan el inglés, era evidente que el francés debía convertirse en el idioma oficial de la UE: "Creo que es el momento de lanzar una contraofensiva a favor del francés, para recordar que el francés fue la lengua original de las instituciones de la UE", declaró el político nacionalista francés.

Sin embargo, otros funcionarios europeos no se mostraron muy entusiasmados con la idea y se quejaron de que «estamos demasiado acostumbrados al inglés». De hecho, cuando Portugal ostentaba la presidencia de la UE, el embajador Nuno Brito hablaba principalmente en inglés en las reuniones del Consejo. Y cuando llegó la presidencia francesa, a principios de 2022, su insistencia en usar  la lengua preferida  de la diplomacia internacional  irritó especialmente a los representantes bálticos y escandinavos  , quienes hablan inglés con fluidez.

Porque, si bien la marcha de los británicos podría haber presagiado el declive del inglés en los pasillos de Bruselas, paradójicamente parece haber ocurrido lo contrario. El inglés, al dejar de ser el idioma de un país importante de la UE, se ha convertido en una forma de comunicación más neutral y, por lo tanto, parece más popular que nunca.

La marcha es implacable. La Academia Francesa, generalmente considerada por la prensa británica como una frívola y encantadora guerrera que lucha contra la realidad,  amenazó el año pasado con demandar  al gobierno francés a menos que eliminara palabras inglesas como "apellido" de los nuevos documentos de identidad biométricos del país, calificando la "invasión" inglesa de innecesaria e inconstitucional. También les desagrada la afición del presidente Emmanuel Macron, quien habla inglés con fluidez —de  hecho, es un poco inglés—  por usar americanismos.

Pero la influencia lingüística francesa continúa en declive, algo que  Macron  abordó en una reciente reunión de las naciones francófonas. Esta lengua se mantuvo internacionalmente dominante hasta finales del siglo XIX y había gozado previamente de siglos de preeminencia.

En el siglo XIV, el francés era la lengua de los nobles de Inglaterra, Flandes, Nápoles y Sicilia, la utilizada en los tribunales de Jerusalén y por eruditos y poetas de todo el mundo; en palabras de un veneciano de la época, «la lengua francesa es corriente en todo el mundo y más agradable de oír y leer que cualquier otra».

En Gran Bretaña, por supuesto, el francés fue durante mucho tiempo la lengua de la clase dominante. Como  señaló George Galloway  durante la campaña del referéndum escocés sobre la mitificación de la batalla de Bannockburn, los reyes de Inglaterra y Escocia en aquel entonces eran francófonos de ascendencia normanda (el primer monarca inglés posterior a la conquista que tuvo el inglés como primera lengua fue Enrique IV en 1399).

Pensamos en la influencia francesa sobre el inglés (alrededor del 30 por ciento de las palabras inglesas provienen del francés) como un producto de la conquista normanda, pero el pico del préstamo llegó mucho más tarde, en el siglo XIV, cuando nuestra aristocracia ya hablaba inglés medio.

Francia era la potencia culturalmente dominante de la época, y un tercio de los estudiantes de París provenía de Inglaterra. La posición del francés como lengua de prestigio hizo que la mayor parte de los términos militares y legales en inglés fueran de origen francés, estos últimos remanentes de un tipo especial de lengua conocido  como francés jurídico.

Como ejemplo de este peculiar dialecto, en  1663 Sir Charles Sedley , «poeta menor, dramaturgo y libertino», fue condenado a una semana de cárcel por «il monstre son nude Corps in un Balcony in Covent Garden» («el monstruo de su cuerpo desnudo en un balcón de Covent Garden»), arrojando botellas de orina a la calle «para escándalo del Gobierno». Al dictar sentencia, el juez le informó que los tribunales eran los guardianes de la moral pública «de touts les Subjects le Roy» («de todos los súbditos del rey»).

Otra variante del francés británico sobrevivió durante más tiempo. Hace unas semanas, en una cena, me senté junto a un señor mayor que creció hablando  francés de Guernsey  como lengua materna, pero casi todos sus hablantes fluidos tienen ahora más de 60 años.

El francés fue alguna vez el idioma indiscutible de la diplomacia mundial, un hecho que seguramente motiva a los optimistas funcionarios franceses de hoy, razón por la cual,  hasta 1858, fue el único idioma en  los pasaportes británicos.

Tal era la preeminencia del idioma en los asuntos globales que Paul Cambon, el notable embajador francés en la época de la Primera Guerra Mundial, ni siquiera podía hablar inglés, a pesar de haber estado destinado en Londres durante 22 años.

Christopher Clark escribió en  Los sonámbulos  que

La exaltada autoestima de Cambon se sustentaba en la creencia, compartida por muchos embajadores de alto rango, de que no se representaba simplemente a Francia, sino que se la personificaba. Aunque fue embajador en Londres de 1898 a 1920, Cambon no hablaba ni una palabra de inglés. Durante sus reuniones con Edward Grey (quien no hablaba francés), insistió en que todo lo que dijera se tradujera al francés, incluyendo palabras fácilmente reconocibles como "sí". Creía firmemente, como muchos miembros de la élite francesa, que el francés era la única lengua capaz de articular el pensamiento racional y se opuso a la fundación de escuelas francesas en Gran Bretaña con el argumento excéntrico de que los franceses criados en Gran Bretaña tendían a desarrollar retraso mental.

Es impresionante que la Entente Cordiale funcionara tan bien y que Cambon arrastrara a Gran Bretaña a la guerra, con su famosa declaración:
 «Voy a esperar a saber si la palabra «honor» debería borrarse del diccionario inglés». 
¿Cómo iba a saberlo con exactitud, si presumiblemente nunca había usado uno?

En contraste,  el príncipe Lichnowsky,  embajador anglófilo de Alemania en Londres, «hablaba inglés y copiaba los modales, los deportes y la vestimenta ingleses, en un denodado esfuerzo por convertirse en el modelo perfecto de un caballero inglés», como escribió Barbara Tuchman en The Guns of August.

  «Sus compañeros nobles, el príncipe de Pless, el príncipe Blucher y el príncipe Munster, estaban casados ​​con esposas inglesas. En una cena en Berlín en 1911, en honor a un general británico, el invitado de honor se sorprendió al descubrir que los cuarenta invitados alemanes, incluidos Bethmann-Hollweg y el almirante Tirpitz, hablaban inglés con fluidez». Para bien o para mal. 

La dominación francesa también provocó el mismo tipo de resentimiento que tan a menudo se siente hoy hacia los anglosajones. Para algunos, el auge del globish significa el triunfo de los valores estadounidenses que les desagradan, vistos como más descarados y obsesionados con el trabajo, superficiales y menos nobles (aunque a menudo sea una caracterización injusta). Sin embargo, muchas de las cosas que ahora desagradan del inglés global se decían en su día del francés global, y los europeos del siglo XVIII se quejaban de que  propagaba la corrupción de  los valores tradicionales.

Durante este período, la mayoría de los líderes europeos hablaban el mismo idioma. Cuando Polonia fue dividida por Rusia, Prusia y Austria,  los cuatro países estaban dirigidos por francófonos. El dominio francés sobre la aristocracia en Europa del Este perduró hasta bien entrado el siglo XX, y no solo en Rusia; cuando el rey Carlos inició su gran romance con Rumanía, inicialmente se comunicaba con la población local en francés, la lengua de la élite de ese país.

Hoy en día, casi  el doble de rumanos hablan inglés que francés , un patrón que se repite en todo el mundo. Los libaneses, francófonos y francófilos desde al menos la época de las Cruzadas, hablan cada vez más  inglés  desde  hace algún tiempo . Los argelinos, que, sin duda, no son tan francófilos,  han adoptado el inglés como segunda lengua.  Tal es el dominio del inglés en Oriente Medio que incluso el ISIS abrió  dos escuelas de inglés  en Raqqa durante su breve califato. El francés también está  en declive en Senegal,  ya que en el oeste y norte de África se asocia con el colonialismo, por lo que, en su lugar, están adoptando, digamos, el inglés.

Pero quizás su mayor declive se haya producido en Gran Bretaña, lo que, en última instancia, se puede atribuir a la victoria del país en la gran batalla global del largo siglo XVIII. Antes de eso, Francia era mucho más grande que Gran Bretaña en términos de poder y población, pero su sistema de gobierno adolecía de varios inconvenientes: no podía recaudar suficientes impuestos, su armada no era ni de lejos tan eficaz y sus asentamientos en Norteamérica atrajeron a una fracción de sus rivales ingleses.

Hay varias razones para ello, aunque quizá la razón francesa favorita sea que era menos probable que uno quisiera cruzar el Atlántico si vivía en Dordoña o el valle del Loira que si vivía, por ejemplo, en Plymouth o Boston.

Y luego  la demografía de Francia entró en caída libre.

El crecimiento, tanto relativo como absoluto, del inglés fue espectacular a partir de entonces. En la época de las primeras colonias en el Nuevo Mundo, el número total de hablantes de alemán superaba al de hablantes de inglés en una proporción de quizás cinco a uno, una proporción que ahora se ha invertido, producto de generaciones de Müller que se convirtieron en Miller y de Schmidt en Smith.

El estatus de Francia como principal lengua internacional perduró hasta la llegada del siglo XX, pero después de 1759, su posición siempre iba a perder terreno a medida que la colonia británica norteamericana se extendía por el continente. Y con la globalización, era quizás inevitable que una lengua triunfara, siguiendo al griego, el latín y el francés como el medio de comunicación dominante en el mundo occidental. Pero quizás no sea del todo buena noticia que sea nuestra.

El inglés fue en su día el idioma de la democracia liberal y, para muchos, el idioma de la emancipación, pero también se ha convertido en el parloteo de fondo de un progresismo particularmente vulgar. Hoy en día, si ves fotografías de jóvenes manifestantes con carteles vacíos y eslóganes absurdos con alguna palabrota o una referencia sexual cruda en inglés, es tan probable que sea en Cracovia o Varsovia como en Oxford o Portland.

Donde el inglés se extiende, la idiotez le sigue, una tendencia preocupante, ya que las lenguas globales permiten que las nuevas ideas se difundan con mucha mayor rapidez. La existencia de una  ecúmene de habla griega  facilitó la expansión del cristianismo, y su éxito en Occidente dependió del conocimiento universal del latín por parte de la élite. El sistema de creencias actual —la ideología sucesora, la Cosa, el progresismo progresista, o como sea que lo llamemos— utiliza el vector del inglés.

El progresismo a menudo tiene éxito cambiando sutilmente el significado de las palabras o dando a algunas expresiones o frases un tono desagradable, creando así un tabú que es muy específico del idioma y que podría no traducirse; es por eso que los políticos extranjeros a menudo provocan indignación en los medios de comunicación de habla inglesa, al haber dicho algo que no tenía el mismo significado que el original, que luego es leído por periodistas anglófonos monolingües.

A medida que el inglés se extiende, estas ideas se vuelven más aceptadas, e incluso las afirmaciones de oposición francesa al  wokisme  y a la dominación estadounidense podrían ser meras ilusiones para los conservadores. Al fin y al cabo, este es el país con más  McDonald's de Europa .

Por supuesto, hay resistencia, y no solo en Francia. Incluso los holandeses, cuyo dominio del inglés es tan alto que resulta insultante preguntar «Spreekt U Engels?» allí,  intentan limitar la difusión  de este idioma global en la educación.

Y ellos, al igual que esos políticos franceses en Bruselas, se aferran a un dique crujiente contra una marea imparable, porque hay pocas razones convincentes para contrarrestar los evidentes beneficios de una forma universal de comunicación. El francés, lamentablemente, nunca será la lengua internacional, ni siquiera en Europa, y mucho menos a nivel mundial, aunque un escritor de  Le Figaro  sí presentó una propuesta que debería alegrar el corazón de cualquier tradicionalista:  la adopción del latín como  lengua oficial de la UE. Quizás sea una ilusión, pero los intelectuales franceses han tenido ideas peores.

Este artículo apareció por primera vez en Wrong Side of History Substack.



Jenny Wright



Jennifer G. Wright (23 de marzo de 1962) es una actriz estadounidense que hizo su debut en la película The World According to Garp en 1982. Ese mismo año apareció en la película Pink Floyd – The Wall, interpretando a una groupie. 

Wright obtuvo papeles en las películas The Wild Life como Eileen y St. Elmo's Fire como Felicia. También protagonizó junto a Anthony Michael Hall la película Out of Bounds de 1986, con Adrian Pasdar Near Dark de 1987,​ y junto a Ilan Mitchell-Smith The Chocolate War de 1988. 




También apareció en las películas Young Guns II y The Lawnmower Man. Su última aparición en cine fue en la película Enchanted de 1998.

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