Trayectoria profesional En 1946, Sartori se licenció en Ciencias Sociales en la Universidad de Florencia. En Italia, al comienzo de su trayectoria universitaria, fue docente de Filosofía Moderna, Lógica y Doctrina del Estado, entre otras materias. Impulsó la creación de la primera Facultad de Ciencia Política en Italia. Fundó en 1971 la Rivista Italiana di Scienza Politica. Fue profesor de las universidades de Florencia, Stanford y Columbia (donde tuvo la condición de emérito). Sartori fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005, por su trabajo y la elaboración de una teoría de la democracia en la que ha estado siempre presente su «compromiso con las garantías y las libertades de la sociedad abierta». En 2009 le fue dado el Premio Karl Deutsch, de la IPSA. En 1996, la Universidad de Guadalajara de México le otorgó el doctorado honoris causa a petición de un grupo de estudiantes del Departamento de Estudios Políticos y con motivo de sus valiosas aportaciones a la Ciencia Política. En 2007 le fue otorgado otro honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México. Georgetown University, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad del Salvador (Argentina) le confirieron el mismo doctorado. Sartori fue articulista frecuente y "polemista cáustico" del diario italiano Corriere della Sera. Obra Sartori contribuyó al desarrollo de distintas vertientes de la ciencia política, como la teoría democrática, los sistemas de partidos o la ingeniería constitucional comparada. Sus trabajos han servido también para clarificar diversos conceptos y métodos de esa ciencia social. Sartori afirmó que la democracia que existe no tiene que ver con la etimología de la palabra y que no puede ser tan buena como queremos. Argumenta que es un régimen abierto y de derechos, el cual no puede separarse de la competencia electoral entre partidos y en el que los ciudadanos votan por unos y en contra de otros. Propuso que los sistemas de partidos deben estar clasificados no según el número de formaciones, o partidos, sino según criterios diferentes, introduciendo el concepto de partido relevante. Preconizó la aplicación del conocimiento adquirido por la ciencia política para el diseño de las instituciones políticas y mejorar su funcionamiento. En un polémico ensayo titulado La sociedad multiétnica, Sartori puso en evidencia "los supuestos efectos deletéreos provocados por las teorías multiculturalistas" y esa crítica la realizó en nombre del pluralismo de raíz liberal. El centro del mencionado ensayo no es tanto los excesos de quienes reivindican el reconocimiento público de toda diferencia cultural como la inmigración musulmana establecida en Europa, reacia, según el autor, a los ideales democráticos de gobierno. En Homo Videns, por su parte, se posicionó en contra de la televisión, por considerarla mala para la política y la ciudadanía. Sartori también escribió sobre el medio ambiente (es otro de sus trabajos polémicos). Consideraba que la sobrepoblación es el meollo del asunto y por lo tanto su recomendación es tener políticas de control demográfico. Selección de sus obras Democrazia e Definizioni (1959) Stato e Politica nel Pensiero di Benedetto Croce (1966) Political Development and Political Engineering (1968) Parties and Party Sistem - A Framework for Analysis. (1976) La Politica: Logica e Metodo in Scienze Sociali (1979) Teoria dei Partiti e Caso Italiano (1982) Democrazia: Cosa E' (1993) ¿Qué es la Democracia?' (1993) La Democracia Después del Comunismo (1993) Ingegneria Costituzionale Comparata (1994) (publicado en español por el Fondo de Cultura Económica, como Ingeniería Constitucional Comparada)8 Homo Videns: Televisione e Post-Pensiero (1997) (Homo Videns. La Sociedad Teledirigida) La Sociedad Multiétnica. Pluralismo, Multiculturalismo y Extranjeros (2000) La Terra Scoppia: Sovrapopolazione e Sviluppo, escrito en colaboración con G. Mazzoleni (2003); edición española: La Tierra Explota: Superpoblación y Desarrollo (2005) Mala Tempora (2004) La Democracia en 30 Lecciones (2008) "La Carrera hacia Ningún Lugar" (2016) |
Estanislao Figueras y Moragas. |
Figueras y Moragas, Estanislao. Barcelona, 13.XI.1819 – Madrid, 11.XI.1882. Abogado y político, primer presidente de la Primera República Española.
Comenzó sus estudios en Valls y los continuó en Barcelona. Para realizar los superiores se trasladó a la Universidad de Cervera, donde se graduó en Derecho en 1844. Comenzó a ejercer como abogado en Tarragona, y logró destacar en el ejercicio de su profesión.
Estuvo casado dos veces (su primera esposa fue Josefa Serrano), pero no tuvo descendencia de ninguno de estos matrimonios.
De ideas liberales avanzadas, empezó su carrera política muy joven, afiliándose en 1840 al Partido Progresista; sin embargo, como no se hallaba del todo satisfecho, participó en la creación del Partido Demócrata.
Por aquellas fechas, el grupo tenía una ideología vaga y se hallaba muy dividido sobre las tácticas políticas que debía emplear, pero los ideales de Figueras eran ya claramente republicanos. Durante el Gobierno del general Espartero, en consideración a la significación progresista de éste, se resistió a enfrentarse abiertamente con su política, por lo que sus relaciones con los partidarios de la República se deterioraron.
Con ocasión del estallido de la Revolución de 1848 en diversos países europeos, se trasladó a Madrid para colaborar, en representación del republicanismo, en el movimiento revolucionario, preparado en España por el liberalismo más radical. Fracasado el intento, se retiró por un tiempo de su dedicación a la política, dejó Madrid y regresó a Tarragona, donde se reincorporó al ejercicio de su profesión de abogado, pero pronto volvió a la actividad política y logró un puesto de diputado en las Cortes de 1851, por Tarragona, en representación del republicanismo. Componían el grupo republicano en el Congreso cuatro diputados, Figueras, Lozano, Orense y Jaén, grupo muy pequeño, pero que desarrolló una oposición muy activa y tenaz.
Aunque al principio a Figueras le costaba mucho hablar en público, muy pronto destacó en su tarea como parlamentario, cobrando fama de brillante orador político, hábil polemista, táctico astuto y menos dogmático que otros intelectuales republicanos.
La Revolución de 1854, un pronunciamiento de generales apoyado por políticos civiles y que propició una revuelta popular —elemento que le dio el carácter de una revolución democrática nacional—, le proporcionó a Figueras una nueva oportunidad de significarse. Formó parte de la Junta Revolucionaria de Tarragona y, tras el éxito de la Revolución de julio, fue elegido diputado para las Cortes Constituyentes.
Fue uno de los veintiún diputados que el 30 de noviembre votaron contra la Monarquía de Isabel II.
Sin embargo, su primera intervención en aquel Parlamento fue para protestar contra el magnicidio frustrado cometido por el cura Merino contra la Reina, hecho que fue utilizado por sus adversarios, en diversas ocasiones, para cuestionar su credo republicano.
A partir de entonces trasladó su residencia a Madrid y abrió un bufete de abogado, que desarrolló gran actividad y gozó de mucho prestigio. En las elecciones de 1862 obtuvo acta de diputado por Barcelona y en aquellas Cortes, con la colaboración de su correligionario Nicolás María Rivero, mantuvo una dura oposición al Gobierno, entonces la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell. En las elecciones de 1865 fue de nuevo elegido diputado, en esta ocasión por la circunscripción de Mataró, y continuó su oposición contra el Gobierno y contra el régimen monárquico.
En esa época ya se había convertido en figura principal de la creciente oposición republicana, junto a otros destacados políticos como Salmerón, Castelar y el también catalán Pi y Margall, entonces gran amigo suyo.
Participó en los movimientos revolucionarios de 1866 a 1868. Como resultado del pronunciamiento de 1866 fue detenido junto con Nicolás María Rivero, siendo encarcelado primero en el Saladero y después trasladado a Pamplona en 1867. Finalmente, se le desterró a Avís, pero no permaneció allí mucho tiempo, por no resultar ningún cargo contra él en los tribunales.
Al triunfar la Revolución de 1868 y producirse el destronamiento de Isabel II, se consagró a luchar por la instauración de la República. En noviembre de ese año fue elegido miembro del comité encargado de la dirección del Partido Republicano, que sustituyó entonces al viejo Partido Democrático. En esta elección sólo el veterano republicano José María Orense, marqués de Albaida, le superó en votos. Permaneció en el directorio hasta 1873, contándose entre los llamados “benévolos”, en contra de los “intransigentes”, partidarios de la insurrección. Su acción política la desarrolló primero en la prensa, pues en noviembre de aquel mismo 1868 fundó y dirigió La Igualdad, que llegó a ser el principal periódico republicano y desde cuyas páginas mantuvo apasionadas campañas a favor de la República federal. Después actuó otra vez desde la tribuna parlamentaria, ya que fue nuevamente elegido diputado para las Cortes Constituyentes de 1869 por cuatro distritos: Barcelona, Tortosa, Vic y Madrid.
Su larga experiencia parlamentaria y sus notables dotes oratorias le llevaron a encabezar la minoría republicana en estas Cortes. Sus ataques contra el régimen monárquico eran continuos. Roque Barcia decía de él:
“Su práctica parlamentaria, su habilidad admirable para sacar partido de los más insignificantes pormenores de las sesiones, y las inspiraciones del momento, que tenía siempre a mano para desconcertar a los adversarios, le hicieron uno de los más temibles adalides de la cámara”.
Se manifestó partidario de la insurrección federal que estalló en septiembre de 1869 y que fracasó estrepitosamente casi al punto de ser iniciada. La evolución de Rivero hacia la Monarquía le permitió compartir la jefatura del Partido Republicano con Pi y Margall y Castelar. Reelegido diputado en 1870, incrementó su oposición parlamentaria hasta el punto de bloquear prácticamente su función legislativa. Ocupó, nuevamente, un escaño parlamentario en 1871 y lo mantuvo en las dos elecciones efectuadas en 1872.
La abdicación de Amadeo de Saboya, tras la crisis suscitada por Baltasar Hidalgo y la disolución del Cuerpo de Artillería, dejó abierto el camino para la instauración de la República, que tuvo más que ver con los planes de Rivero y Figueras que con la fuerza del movimiento republicano, relativamente débil. El radical Rivero, desde la presidencia del Congreso, pretendía ser la figura clave de la crisis política, de la que esperaba salir convertido en presidente de la Primera República, pero su exceso de ambición frustró sus planes. En cambio, Figueras, como dirigente de la minoría parlamentaria republicana, desempeñó un importante papel, que resultó decisivo y le convirtió en el nuevo jefe del Estado.
A propuesta de Rivero se reunieron las dos cámaras, Senado y Congreso, en Asamblea Nacional y ésta aceptó la abdicación del Rey. En la misma sesión, ya de madrugada, se proclamó la República como forma de gobierno de España, el 11 de febrero de 1873, siendo elegido Figueras primer presidente al día siguiente.
Como señala Raymond Carr:
“Así consiguieron su República ‘legal’ incruenta los dirigentes republicanos. Sacrificaron la proclamación inmediata de una República Federal a su prurito de escrupulosidad democrática. Se trataba de una decisión que sólo podían tomar unas Cortes Constituyentes. En realidad era el precio que pagaban por el apoyo radical; los radicales se avenían a una república unitaria, pero no a una república federal”.
Se formó inicialmente un gobierno de coalición, presidido por Figueras, en el que entraron republicanos como Emilio Castelar en el Ministerio de Estado, Francisco Pi y Margall en Gobernación y Nicolás Salmerón en Gracia y Justicia; radicales como José Echegaray en Hacienda, el general Córdoba en Guerra, Beranger en Marina y Becerra en Fomento; progresistas, como Francisco Salmerón en Ultramar.
A pesar de ser federalista por convicción desde hacía tiempo, al llegar al poder Figueras adoptó una actitud “legalista” y no quiso imponer la República federal desde arriba, pues consideraba que, como jefe del Estado, debía permanecer neutral, hasta que unas elecciones democráticas dieran lugar a unas Cortes Constituyentes libremente elegidas, resultado de la fuerza de la opinión republicana federal, que esperaba fuese mayoritaria, y de la que se derivaría la tan deseada República federal. Su imparcialidad llegaba hasta el extremo.
Como proclamó en su discurso de Barcelona el siguiente 12 de marzo, la simple declaración de sus convicciones ya le parecía una “violación de la neutralidad”.
Para garantizar el proceso estaba dispuesto a actuar con firmeza contra la impaciencia de sus propios correligionarios.
Aunque llegó al cargo de presidente avalado por su larga lucha política a favor de la instauración de la República en España, por su gran prestigio como abogado y por su incuestionable honradez personal, Figueras no tuvo éxito en su cometido, entre otras circunstancias, por las dificultades de toda índole que representaba el nuevo régimen y, en menor medida, por querer evitar el autoritarismo en su forma de gobierno, hecho que el conde de Romanones, uno de sus escasos biógrafos, tachó de “cobardía cívica”. Su corto mandato estuvo lleno de problemas. La primera crisis fue provocada por los radicales el 24 de febrero y ocasionó la salida del Gobierno de los cuatro ministros de ese grupo. Se impuso el criterio de que la República debía ser para los republicanos; se mantuvo en sus carteras a Castelar, Pi Margall y Nicolás Salmerón; fueron designados para ocupar los ministerios de Fomento, Hacienda y Ultramar los republicanos Eduardo Chao, Juan Tutau y J. Sorní, respectivamente, y se limitó la representación radical a dos únicos ministros, los de Guerra y Marina: el general J. Acosta y J. Oreyro.
La siguiente crisis derivó de la impaciencia de los federalistas catalanes, que, al ver que la Asamblea Nacional no se disolvía de inmediato, decidieron no esperar más. El 8 de marzo, Figueras hubo de hacer frente a la proclamación en Barcelona del Estado catalán por los republicanos federales de Baldomero Lostau, apoyados por algunos de los principales dirigentes obreros de la Primera Internacional. Aprovechando su influencia sobre el republicanismo catalán, derivada de su amistad con Valentí Almirall, catalanista, y con José Rubau Donadeu, su secretario particular, próximo a la Internacional, viajó a Barcelona y, mediante las negociaciones mantenidas el 12 y el 13 de marzo, consiguió frenar el intento y calmar los ánimos, a cambio de prometer la retirada del Ejército del territorio catalán. Pero esta decisión tuvo consecuencias muy negativas, favoreciendo varias victorias de los carlistas, que culminaron con la toma de Berga a finales de marzo, y la desconfianza de la burguesía, cuyos intereses y aspiraciones eran muy distintos de los de los sectores intransigentes, relacionados con los batallones de voluntarios y con los obreros internacionalistas.
Tampoco logró Figueras evitar ni controlar los tumultos que surgían en Madrid y en múltiples lugares de España y los continuos enfrentamientos en el seno del propio Gobierno, en especial aquellos días los originados por los radicales. El 22 de marzo se disolvió la Asamblea después de fijar las elecciones para los días 10 y 13 de mayo y convocar Cortes Constituyentes para el 1 de junio. La convocatoria de elecciones se hizo de acuerdo con una nueva Ley electoral, que ampliaba el derecho de sufragio a todos los españoles varones mayores de veintiún años, para dar con ello cumplimiento a la tradicional promesa del Partido Republicano de otorgar el voto a los jóvenes, de quienes se esperaba una opción política radical, favorable a la consolidación del nuevo régimen.
Entretanto había de funcionar una comisión permanente, que fue el reflejo de la distribución de los partidos en las Cortes y en la que los radicales tenían mayoría. La táctica de esta institución fue la de hostigar continuamente al Gobierno y criticarlo duramente por su incapacidad de mantener el orden. Y, finalmente, justo cuando Figueras estaba ausente del Gobierno por la muerte de su esposa y Pi y Margall ocupaba interinamente la presidencia del Ejecutivo, la comisión intentó un golpe de Estado. Los cimbrios —los antiguos radicales— se oponían absolutamente a una República federal. Cristino Martos, el dirigente radical, era partidario de una República conservadora, unitaria y laica, por lo que trató de reorganizar a la Coalición de Septiembre en torno al Partido Radical, empeñado en derrotar al federalismo para “restablecer la unidad de la nación”.
Al fracasar en el intento de evitar la convocatoria de unas Cortes Constituyentes, la alternativa fue tratar de dar un golpe conservador-radical, con la ayuda de algunas secciones de la Milicia nacional y fuerzas del Ejército. El 23 de abril, los conspiradores intentaron convocar las Cortes ordinarias, derribar al Gobierno y reunir las secciones conservadoras de la Milicia en la plaza de toros de Madrid. El plan fracasó. El Gobierno actuó con energía, especialmente Pi y Margall desde el Ministerio de la Gobernación. La comisión permanente fue disuelta el 24 de abril. La Milicia fue desarmada y los hombres enviados a casa. Se salvó el proceso hacia la República federal, pero al precio de apartar a los radicales y a sus seguidores de la “órbita republicana”. La Coalición de Septiembre se retiró de la actividad política y los implicados en la conspiración hubieron de exiliarse.
Figueras desempeñó la jefatura del Estado durante poco tiempo más. Sin embargo, a pesar del gran golpe moral que supuso la muerte de su esposa el 20 de abril y que le empujó —según su propio testimonio— a enviar su dimisión a Pi y Margall, aceptó retirarla a petición de éste, y seguir hasta la constitución de las Cortes Constituyentes, esto es, culminar su objetivo inicial de situar a la República en la legalidad. Es probable que, junto al argumento tan repetido de su debilidad de carácter, pesara en él la inseguridad de estar al frente de un régimen sin base legal; él mismo, en una carta enviada a un “su amigo” el 3 de septiembre de 1873, escribió:
“La República se hizo ilegalmente por una Asamblea que no tenía mandato para ello y que debió disolverse después de aceptada la renuncia de don Amadeo”.
También esta misma situación fue, quizá, la que lo inclinó a transacciones y concordias con los antiguos monárquicos y con los propios republicanos intransigentes, justificadas también por él:
“Mi principal y único objeto fue llegar a las Constituyentes sin trastornos y sin sangre. Un motín podía matar en ciernes a la República, que no era una legalidad, sino un hecho. Debí, pues, hacer una política de contemplaciones, sacrificándolo todo, incluso mi reputación, al objeto indicado”.
Como estaba previsto, las tan esperadas elecciones se celebraron el 10 de mayo con Pi y Margall en el Ministerio de Gobernación. Figueras se presentó como candidato por el distrito madrileño de Centro. Los 2.125 votos obtenidos en este populoso distrito fueron el exponente de la apatía y la alta abstención que caracterizó a estos comicios en los que, finalmente, ganaron los federales. Figueras pronunció el discurso inaugural de las Cortes de la República, que tuvieron su apertura oficial el 1 de junio. Una alocución con la que pretendió encubrir los déficits de la República resaltando logros inexistentes, en especial por lo que se refería a la disciplina militar y las finanzas.
El 7 de junio, cuando se votó casi por unanimidad —sólo dos votos en contra— la República federal, Figueras resignó sus poderes en manos de las Cortes que deberían nombrar un nuevo gabinete. Fue elegido para sustituirle Pi y Margall, que no consiguió que ni el expresidente ni ninguno de los republicanos más conocidos se pusiera bajo sus órdenes para formar gobierno, de forma que echó mano de políticos de segunda fila. Con ello se inició una crisis que de la Asamblea trascendió a la calle y obligó a Figueras a permanecer hasta la tarde del 10 de junio al frente del Gobierno. Fue entonces cuando, después de una tensa conversación con el futuro presidente de la República, Figueras le aclaró que, como no deseaba ser un obstáculo para él ni para nadie, había tomado la decisión de abandonar el país. De regreso a las Cortes, presentó su dimisión al vicepresidente de la Cámara, Palanca, y no cedió a las presiones de Emilio Castelar que pretendía disuadirle.
A las ocho de la noche de aquel 10 de junio, con la mayor reserva, partió para Francia. Una “huida” que tradicionalmente se ha presentado como misteriosa, pero que fue el producto tanto de factores personales —en aquellos momentos estaba delicado de salud, le pesaba la reciente muerte de su esposa y se acababa de desvelar el final de veinte años de amistad con Pi y Margall quien, incluso, había trabajado durante cinco años en su despacho— como políticos, de los que cabe destacar la decidida oposición de Pi que, ante las dificultades que ofrecía su presidencia, no deseaba competidores. Figueras dejó vía libre al nuevo presidente, le evitó dificultades y enemigos y fue absolutamente consciente de que con ello prestaba su mayor ayuda a la causa republicana:
“[realicé] —dirá— el acto más grande de mi vida: sacrifiqué a sabiendas mi reputación al partido, arrojando a la calle mi vida pública de más de treinta años”.
Su propósito, al pasar la frontera, fue el de no retornar a España, pero, ante el panorama que ofrecía la República, asediada en tres frentes además de los graves problemas internos, regresó del exilio a mediados de septiembre de 1873 y volvió a ocupar su escaño parlamentario. Ante el fracaso de la experiencia republicana, a fines de diciembre de 1873 y comienzos de 1874 trató de unirse con Pi y Margall y con Salmerón para oponerse a Castelar, pero no logró acabar con las discordias internas del republicanismo y acabó decepcionado y avergonzado por la oportunidad desaprovechada de consolidar la República en España. Presente en la sesión de apertura de las Cortes del 2 de enero de 1874, en la que Castelar pidió el voto de confianza y fue derrotado, asistió en la madrugada del día 3 al desalojo de las Cortes, efectuado por el general Pavía. Y como un diputado más, al oír los disparos de la Guardia Civil en los pasillos del Congreso, abandonó el salón de sesiones donde acababa de expirar la Primera República española.
Al producirse la Restauración monárquica en diciembre de 1874 y ocupar el trono Alfonso XII, Figueras se exilió nuevamente y abandonó la política activa durante unos años, llevando una vida muy retirada.
Pero no dejó del todo ni sus ideas ni sus proyectos, ya que desde junio de 1875 estuvo decidido a participar —junto con Salmerón y Pi y Margall— en las conspiraciones que desde el exilio francés inició Manuel Ruiz Zorrilla y cuyo objetivo era el de proclamar una República “sin calificativos” en España.
Su decisión en aquel momento quedó respaldada por una pormenorizada carta —interceptada por agentes españoles— y dirigida al general Félix Ferrer, en la que daba nombres e instrucciones necesarias para, como él mismo señalaba, “empezar a obrar”.
Siguió conservando su influencia y predicamento entre los federales catalanes y con ellos contó, tanto para ser la base de los movimientos insurreccionales —especialmente con el núcleo federal de la ciudad de Figueras o con personajes míticos como el Xic de les Barraquetes— como para “correo” de sus misivas preparatorias de la insurrección. Mantuvo relación durante estos años de exilio con federales y obreristas, entre los que destacaron sus “viejos” amigos Baldomero Lostau y Valentí Almirall. En 1878 estuvo dispuesto a secundar un nuevo movimiento insurreccional zorrillista y con este fin se trasladó a Barcelona, donde pretendía arrastrar a sus partidarios; para esta empresa contó con la colaboración de su ex secretario particular, José Rubau Donadeu y Corcellés. En 1880 pretendió la creación del Partido Republicano Federal Orgánico, en contra del federalismo pactista de Pi y Margall, aunque también con el fin de trabajar a favor de lograr la unión republicana, preocupación que acarreó durante toda su vida política.
Pero su salud, ya muy deteriorada, empeoró, impidiéndole su deseo de volver a encarnar el papel de principal dirigente de la oposición republicana, que tantos años había desempeñado antes. En medio de estos trabajos le llegó la muerte. Fue enterrado en una ceremonia civil que respondía mejor a su talante librepensador que su catolicismo, defendido y practicado durante la vida de su esposa que, en este aspecto, ejerció cierta influencia sobre él. Diez años después trasladaron sus restos al nuevo cementerio civil del Este en Madrid, a un mausoleo que allí se erigió en su honor y que fue pagado por suscripción popular.
Su retrato fue colocado en la galería de catalanes ilustres del Ayuntamiento de Barcelona el 22 de mayo de 1906.
Obras de ~: Discurso pronunciado por D. Estanislao Figueras en el acto de la vista del recurso de casación [...] en defensa de los derechos de D. José Millán de Aragón (antes Orense) sobre el pleito revindicando [sic] los vínculos y bienes unidos [...] al marquesado y Mayorazgo de Ubarde, Madrid, J. A. García, 1820?
Bibl.: E. Castelar, Estanislao Figueras, ¿Londres?, 187?; R. Ortega y Frías y D. E. Llofriu y Sagrera, Insurrección federal en 1873: sus causas y sus consecuencias, sus misterios políticos y sociales, sus hombres, sus dramas y sus horrores con todos los detalles, Madrid, Murcia y Martí, 1873; F. Pi y Margall, La república de 1873: apuntes para escribir su historia, Madrid, Imprenta Esterotipia y Galvanoplastia de Aribau y Cía., 1874; J. M. Torres y Miarnau, Don Estanislao Figueras. Apuntes biográficos leídos en la sesión solemne celebrada el día 22 de mayo de 1906, en el salón de Ciento de la Casa Consistorial, Barcelona, Ayuntamiento Constitucional, 1907; M. Morayta, Las Constituyentes de la República Española, París, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas-Librería P. Ollendorff, ¿1907?; E. M. del Portillo, Historia política de la primera República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 1932; F. Pi y Margall, Las grandes conmociones políticas del siglo xix en España, apéndice hasta nuestros días “Del absolutismo a la República”, por J. Pi y Arsuaga, Barcelona, Seguí, ¿1933?; Conde de Romanones, Los cuatro presidentes de la Primera República española, Madrid, Espasa Calpe, 1939; E. Comín Colomer, Historia de la Primera República, Barcelona, Editorial AHR, 1956; J. Ferrando Badía, Historia político-parlamentaria de la República de 1873, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1973; J. A. Lacomba, La I República: El trasfondo de una revolución fallida, Madrid, Guadiana de Publicaciones, 1973; J. L. Fernández-Rúa, 1873. La Primera República, Madrid, Tebas, 1975; J. M.ª Jover Zamora, La imagen de la primera república en la España de la Restauración (discurso leído el día 28 de marzo de 1982 en el acto de su recepción pública por el Excmo. Sr. D. ~, y contestación del Excmo. Sr. D. José Antonio Maravall Casesnoves), Madrid, Real Academia de la Historia, 1982; S. J. Rovira y Gómez, “Estanislau Figueras i els Ixart (1851-1873)”, en Quaderns d’Història Tarraconense, n.º 8 (1989), págs. 121-130; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998; M.ª T. Martínez de Sas, “Los últimos veinte años de un conspirador. El insurreccionalismo zorrillista durante la restauración (1875-1895)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. 201, cuad. 3 (2004), págs. 425-457.
Francisco Pi y Margall |
Pi y Margall, Francisco. Barcelona, 29.IV.1824 – Madrid, 29.XI.1901. Político, abogado, presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República.
Hijo de Francisco Pi y Veler y de Teresa Margall, fue bautizado en la iglesia de Santa María del Mar el 30 de abril de 1824. A los siete años cursó Latinidad y Humanidades en el Seminario de los Escolapios, y después ingresó en la Universidad de Barcelona para estudiar Leyes. A los dieciséis años escribió dos obras de teatro, Coriolano —a imitación de la de Shakespeare del mismo nombre— y Don Fruela —sobre la Reconquista—. Pronunció conferencias dos años después en las que criticó la gracia del indulto y los mayorazgos. Pi y Margall ingresó en la Sociedad Filomática, dedicada al fomento del arte y la difusión de las ideas estéticas, donde disertó sobre arquitectura y conoció a José Oriol Mestres, que le encargó la redacción del tomo dedicado a Cataluña para la colección La España pintoresca. El 15 de mayo de 1847, tras terminar sus estudios de Leyes, salió de Barcelona para instalarse en Madrid.
En Madrid colaboró en varios periódicos, como La Enciclopedia, El Renacimiento y El Correo. A principios de octubre de 1847, Pi y Margall se puso al frente de un establecimiento de comisión y giro, sucursal de la casa de Barcelona. Entre 1848 y 1858 escribió los tomos de la colección Recuerdos y bellezas de España dedicados a Cataluña, Asturias, Castilla la Nueva, Granada, Almería y Jaén. Su obra Historia de la Pintura, a cuya redacción se entregó desde 1850 hasta 1852, fue suspendida por el Gobierno Bravo Murillo por su crítica al cristianismo, viendo la luz únicamente el primer volumen. Lo mismo le ocurrió cuando quiso publicar por su cuenta, en 1852, su trabajo ¿Qué es la economía política? ¿Qué debe ser? La primera entrega de la misma fue recogida por las autoridades. Pi se presentó ante el fiscal y le pidió que suspendiese todo juicio acerca de la obra hasta que hubiese aparecido la segunda entrega, pero no se lo permitió.
En abril de 1849 se fundó el Partido Demócrata y el día 8 de ese mismo mes y año se publicó un manifiesto que, basado en la supremacía de los derechos del individuo sobre la ley, defendía la igualdad política, el sufragio universal, los derechos de reunión y asociación, la libertad de pensamiento, la existencia en el orden constitucional de una sola Cámara, y la intervención del Estado para disminuir las desigualdades mediante la instrucción pública, la asistencia social y un nuevo sistema fiscal. Además, se afirmó su lealtad a la Monarquía constitucional de Isabel II.
Pi ingresó en el partido aquel mismo año, a petición de sus amigos Estanislao Figueras y Aniceto Puig, y formó parte del comité central hasta febrero de 1854, cuando Rivero propuso que el partido se definiera como monárquico. La preparación de la revolución de 1854 hizo que la policía persiguiera a Pi y Margall, y el editor Manuel Rivadeneyra le ocultó, encargándole durante su refugio la colección, entre otras, de las obras del padre Mariana, san Juan de la Cruz y fray Luis de León, para su colección de la Biblioteca de Autores Españoles.
Triunfante la revolución de julio de 1854, Pi propuso a la Junta Revolucionaria de Madrid que se pronunciara a favor de la República, contando con el apoyo de un jefe militar. Sin éxito, Pi intentó que el general Ametller se decidiera a encabezar un alzamiento republicano. Publicó una hoja volante, El Eco de la Revolución. En ella escribió que el movimiento se había perdido porque no había proclamado desde el primer momento la República. Encarcelado por la Junta de Madrid por el carácter violento de sus escritos, fue liberado por su amigo Eduardo Chao.
Se presentó como candidato demócrata a diputado para las Cortes Constituyentes de 1854 por la circunscripción de Barcelona. Sin embargo, Prim, presentado por la coalición gubernamental que lideraban Espartero y O’Donnell, consiguió cuatrocientos votos más que él.
En diciembre de 1854 publicó La reacción y la revolución. En esta obra Pi y Margall criticaba a los progresistas y a los demócratas por ser poco revolucionarios. La “reacción” era el mantenimiento de lo que en el orden político y social impedía el pleno desarrollo de los derechos naturales del hombre. Todo poder, escribió Pi y Margall, fue creado para limitar los derechos individuales, por lo que debía ser reducido en lo que fuera posible. El objetivo del poder era el reconocimiento y garantía de la libertad. En consecuencia, si se desviaba de ese objetivo perdía su legitimidad, y el pueblo tenía el “derecho de insurrección” si los medios legales para restituir la libertad se habían cerrado. La “revolución”, en cambio, era el establecimiento en los órdenes político y social de los mecanismos para el desenvolvimiento completo de los derechos del individuo. Así, en la “revolución”, el poder debía estar concentrado en una cámara elegida por sufragio universal, que derribara a la Monarquía y, con ella, a todo el Poder Ejecutivo, así como al Senado, y con él todo privilegio. Luego tenía que limitarse el poder mediante la declaración de los derechos como imprescriptibles, la amovilidad de todos los poderes y la federación que “reclaman imperiosamente el mismo estado actual de las provincias que ayer fueron naciones, la topografía del país” y, por otro lado, “la destrucción del poder a que incesantemente aspiro”. En cuanto a la forma de gobierno que propugnaba afirmó que “entre la monarquía y la república, optaré por la república; entre la república unitaria y la federativa, optaré por la federativa; entre la federativa por provincias o por categorías sociales, optaré por la de las categorías. Ya que no pueda prescindir del sistema de votaciones, universalizaré el sufragio; ya que no pueda prescindir de magistraturas supremas las declararé en cuanto quepa revocables. Dividiré y subdividiré el poder, movilizaré, y lo iré de seguro destruyendo”. Este libro ha dado pie a que los anarquistas vieran en Pi y Margall a uno de sus precursores.
En compañía de Miguel Morayta, Francisco Paula Canalejas y Gómez Marín, fundó la revista quincenal La Razón, en la que llegó a escribir quince artículos políticos para intentar conducir al Partido Demócrata por la senda republicana. A finales de julio de 1856 abandonó Madrid con su mujer, Petra Arsuaga, para residir en Vergara, pueblo natal de ella y donde se habían conocido. Permaneció en esta localidad hasta 1857, escribiendo artículos literarios para El Museo Universal. Volvió a Madrid para trabajar en la redacción del periódico que por fin había conseguido publicar Rivero, La Discusión. Fue un diario emblemático para los demócratas porque en su cabecera estaba todo el programa del partido, lo que le valió no pocas suspensiones y multas. En marzo de 1859 abandonó La Discusión y se dedicó a la abogacía en compañía de Estanislao Figueras.
En octubre y noviembre de 1860 volvió a la política para participar en el debate que sobre la compatibilidad entre el socialismo y la democracia habían iniciado Fernando Garrido y José María Orense. Pi y Margall vio que podrían ser marginados los socialistas, que se encontraban en minoría. Promovió entonces una reunión para llegar a un acuerdo. Fue la “Declaración de los Treinta”, en la que se dejó libertad de opinión en materia social y económica mientras se respetaran los derechos individuales y el sufragio universal. La Discusión publicó el texto el 16 de noviembre de 1860, pero no consiguió que lo firmaran dos de los hombres más importantes del partido: Nicolás María Rivero y Emilio Castelar. En mayo de 1864 se reanudó el debate, esta vez entre Castelar, individualista y director de La Democracia, y Pi y Margall, socialista, y que dirigía en aquellos momentos La Discusión. Castelar aseguraba que el socialismo era una ideología propia únicamente de países tiranizados y contraria a la libertad, y que la mejora de las condiciones de las capas populares dependería del grado de desarrollo de las libertades económicas. Pi argumentaba, por su parte, que la democracia y el socialismo eran inseparables porque el siguiente paso en la historia sería la emancipación política y social de las clases jornaleras. Las opiniones de Castelar fueron mayoritarias en el partido, y Pi y Margall abandonó La Discusión el 16 de septiembre de 1864 para ejercer de nuevo la abogacía.
No participó en la insurrección del 22 de junio de 1866, planeada por progresistas y demócratas, aunque abandonó Madrid el 6 de agosto de 1866, en dirección a París, por miedo a que la represión gubernamental le alcanzara. Escribió crónicas para El Siglo, de Montevideo, El Eco Hispano Americano, de París, y la Revista de Europa. Además, siguió dos cursos de Filosofía en la Universidad de París, y acudió a las conferencias sobre Historia de la Humanidad dadas por Laffite. Allí estudió la obra de Proudhon, que sería determinante a la hora de concretar su pensamiento político y social, basado en la federación y el pacto sinalagmático y conmutativo, consistente en el acuerdo político y social voluntario, de abajo arriba —individuo, municipio, provincia, región y Estado—, y revocable en todo momento. El resultado de esto fue el prólogo y la traducción de la obra de Proudhon, El principio federativo, que se publicó en 1868.
Por otro lado, durante el exilio se negó a participar en la coalición de progresistas, unionistas y demócratas porque ésta buscaba una dinastía con la que sustituir a la Borbón. Se reconcilió con Castelar y no participó en la revolución de 1868. Tampoco estuvo en Madrid cuando, tras la victoria de los revolucionarios, el Partido Demócrata se dividió. La separación no fue simplemente entre monárquicos y republicanos, sino que éstos, además, por aclamación se declararon federales. Pi dejó París a principios de febrero de 1869, cuando ya se habían celebrado las elecciones y había sido elegido diputado por la circunscripción de Barcelona. En aquellas Cortes Constituyentes, Pi y Margall se mostró como un hombre inteligente pero frío. Defendió la República Federal, a pesar de que declaró en su discurso del 20 de mayo de 1869 que esta forma de gobierno sólo saldría de las “bayonetas del pueblo”, y que pensar que podía ser proclamada por las Cortes era un “delirio”. Pi y Margall no firmó aquella Constitución que para Castelar, según le dijo al propio Pi, sería la “fórmula más progresiva de nuestra generación”.
Así, mientras se ultimaba la promulgación de la Constitución de 1869, el texto más liberal y democrático de la Europa de su tiempo, el Partido Federal se organizó según el ideal pimargalliano del pacto federativo, con ánimo de preparar una insurrección. Los federales catalanes propiciaron el Pacto de Tortosa, una especie de federación de Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares, a la que luego siguieron otros cuatro pactos de los “antiguos reinos históricos” y que culminaron el 30 de julio de 1869 con un pacto nacional, cuya directiva presidió Pi y Margall. No elaboraron un plan sobre qué era el federalismo. Su intención era propagar sus ideales y velar por las libertades, reservándose el “derecho de insurrección” para el caso de que cualquier autoridad violase los derechos individuales. La represión del asesinato del alcalde en funciones de Tarragona, a manos de los federales, sirvió de pretexto para que unos cuarenta mil milicianos republicanos se levantaran contra el Gobierno de Prim. Mientras tanto, Pi y Margall dejó Madrid para ir a Badajoz y atender los negocios de una compañía francesa, lo que le sirvió luego para desvincularse de la insurrección y, al tiempo, criticar la represión gubernamental.
En octubre de 1870, los republicanos españoles tuvieron la noticia de que Amadeo de Saboya, duque de Aosta, iba a aceptar el Trono de la Revolución. Pi y Margall, Emilio Castelar y Estanislao Figueras, el Directorio del partido, intentaron conseguir dinero del Gobierno francés para sufragar una insurrección federal en España. Hablaron con el conde Keratry, ministro de Exteriores francés, que viajó a España, y con Gambetta. Pi y Margall marchó a Francia para conseguir fondos, pero después de entrevistarse con tres ministros tuvo que emprender la vuelta sin haber logrado financiación.
La elección de Amadeo de Saboya como rey de España, el 16 de noviembre de 1870, por ciento noventa y un votos, debilitó al Partido Republicano. Pi y Margall, como líder del federalismo, convocó asambleas para 1870, 1871 y hasta en cuatro ocasiones en 1872, que fueron invalidadas por falta de quórum.
Esta situación les llevó a coaligarse electoralmente con los carlistas en enero de 1871, y de nuevo en abril de 1872 con los moderados y los radicales de Ruiz Zorrilla, en contra de los conservadores del general Serrano y Sagasta.
En junio de 1872, Amadeo I llamó al Partido Radical a formar Gobierno. Con ello creía impedir el alzamiento de radicales y republicanos contra el Gobierno conservador de Serrano. Los republicanos concertaron una alianza electoral con Cristino Martos, nuevo ministro de la Gobernación. El acuerdo consistió en repartirse los distritos, y evitar las confrontaciones electorales entre los dos partidos. De esta manera, en las elecciones de octubre de 1872 consiguieron un grupo parlamentario de unos ochenta diputados. La posibilidad de llegar legalmente a la República no pareció entonces lejos, por lo que Pi y Margall condenó las intentonas federales de octubre de 1872 en Ferrol y la madrileña de diciembre de ese mismo año.
El 30 de enero de 1873, diputados radicales y republicanos propusieron la conversión de las Cortes en Convención para proclamar la República. Esto se debió a que corrió el rumor de que el Rey pretendía sustituir al Gobierno radical por uno conservador.
Desmentido el rumor, se utilizó el conflicto del Gabinete con el Cuerpo de Artilleros para demostrar a Amadeo I que sus facultades constitucionales eran secundarias frente a las decisiones del Ministerio o de las Cortes. Las Cámaras votaron mociones de confianza al Gobierno para evitar una decisión contraria del Monarca. Amadeo I se sintió humillado y abandonado por los mismos que le habían traído, por lo que renunció al Trono.
El 11 de febrero de 1873 fue proclamada la República a proposición de Pi y Margall. Radicales y federales formaron el primer Poder Ejecutivo, con el federal Estanislao Figueras como presidente, y Pi ministro de la Gobernación. La alianza duró trece días.
Los federales habían levantado juntas al conocer la proclamación de la República, y Pi pensó que para disolverlas lo mejor era convocar elecciones municipales y dar un cargo a sus cabecillas. Los radicales se negaron, y Martos, presidente de la Asamblea Nacional, contando con el general Moriones, urdió un golpe de Estado para la madrugada del 24 de febrero. Pi detuvo la intentona, y obligó a los radicales a salir del Gobierno. Esto no detuvo a Martos, que intentó lo mismo el 8 de marzo, saldándose esta vez el fracaso con la disolución de las Cortes y la formación de una comisión permanente. El 23 de abril, radicales y conservadores probaron otro golpe de Estado, contando con los voluntarios monárquicos de Madrid y algunas tropas. Pi y Margall, ministro de la Gobernación, con el apoyo de Nicolás Estévanez, gobernador de Madrid, dispuso a los soldados gubernamentales y a las milicias federales y dieron un contragolpe de Estado.
Pi asumió de forma interina la presidencia del Poder Ejecutivo, que tenía Estanislao Figueras, y disolvió ilegalmente la comisión permanente. Retrasó, además, el envió de tropas al Palacio del Congreso, donde los diputados de la permanente se encontraban sitiados por los federales, que les acosaban para asesinarlos. Muchos de ellos tuvieron que salir del edificio disfrazados, o escoltados por republicanos, como Castelar o Nicolás Salmerón.
Las elecciones a Cortes Constituyentes de mayo de 1873 levantaron poca expectación. El Partido Conservador y el Radical se retrajeron, y la participación estuvo entre el 30 y el 40 por ciento del electorado. La limpieza electoral de aquellos comicios no fue tal, pues Pi y Margall, ministro de la Gobernación, dijo en su primera circular electoral a las autoridades locales que el voto favorable a la República era el único posible, marginando con ello a los monárquicos, y, en la segunda, que las oposiciones habían de “quedar en notable minoría y ser arrolladas en los futuros debates” (Gaceta de Madrid, 3 y 6 de mayo de 1873).
En aquellas Cortes, la derecha republicana consiguió ochenta escaños, sesenta la izquierda, y tan sólo treinta el centro de Pi y Margall. Éste se presentó para sustituir a Figueras, el 7 de junio de 1873, pero su propuesta gubernamental fue abucheada por la izquierda federal. Pi, siempre altivo, se enfurruñó y no volvió a las Cortes durante una temporada. Figueras siguió presidiendo el Poder Ejecutivo, hasta que en la noche del 10 de junio huyó a Francia por temor a una insurrección federal intransigente en Madrid. Ante el vacío de poder que esto provocó, el general Contreras intentó un golpe de Estado. Castelar y Salmerón pensaron que Pi y Margall, el padre del federalismo, podría satisfacer a los insurrectos si era elegido presidente del Poder Ejecutivo. En sesión secreta de las Cortes, el 11 de junio, Pi fue elegido para tal cargo. No tuvo suerte para designar a los ministros, y puso al frente de la cartera de Guerra a González Iscar, que era un alfonsino solapado.
Los federales intransigentes le hicieron una dura oposición. La República se convirtió en un caos, pues a la guerra en Cuba, iniciada en octubre de 1868, se había unido la carlista, comenzada en mayo de 1872, y la formación de cantones al día siguiente de la elección de Pi y Margall como presidente. Además, los internacionalistas tomaron el poder en Alcoy y Sanlúcar de Barrameda. Pi consiguió facultades extraordinarias el 29 de junio para acabar con el carlismo, pero aseguró que no las utilizaría contra los federales insurrectos. De esta manera, no consiguió el orden en la República, propósito primordial de un Gobierno en aquellas circunstancias, por lo que dimitió el 18 de julio, seis días después de que se declarara el cantón de Cartagena.
Pi y Margall se alió con Salmerón y Figueras para derrotar a Castelar, elegido presidente el 8 de septiembre, porque pensaban que su política era contraria al republicanismo. Emilio Castelar, cuarto presidente del Poder Ejecutivo en ocho meses, había dado mandos militares atendiendo a la capacidad, no a la filiación política, y había llegado a un acuerdo con la Iglesia para el nombramiento de obispos. Las Cortes suspendieron sus sesiones hasta el 2 de enero de 1874 para que Castelar gobernara por decreto e implantara el orden. Castelar debía reanudar las sesiones haciendo un balance de su gobierno y pidiendo un voto de confianza. Los federales prepararon un golpe de Estado para el caso de que Castelar venciera en la votación parlamentaria, y ordenaron a los voluntarios de la República que tomaran los puntos estratégicos de Madrid. Sin embargo, Castelar fue derrotado, los voluntarios se retiraron y se puso en marcha el golpe de Estado de la vieja coalición de septiembre, que llevó a cabo el general Pavía en la madrugada del 3 de enero de 1874.
Entre enero y marzo de 1874, Pi y Margall escribió La República de 1873. Apuntes para escribir su historia. Vindicación del autor, en la que justificaba su abandono del pacto federal de abajo arriba, así como sus actuaciones en el Gobierno. Pensaba Pi continuar la serie con otros opúsculos sobre Amadeo —que escribió años después—, la Asamblea Nacional, el interregno parlamentario, las Cortes Constituyentes y el día 3 de enero, pero la oposición de la autoridad le desanimó. Unos años después, en 1876, publicó Las nacionalidades, en la que explicaba que la formación histórica de España aconsejaba que la forma de gobierno más útil a su desarrollo era la federación de regiones autónomas.
El 3 de mayo de 1874, un presbítero carlista que había perdido el juicio, intentó asesinarle en su casa de Madrid, en la calle Preciados. Tras salir ileso del atentado, Pi y Margall formó un comité revolucionario que no llegó a consumar sus planes, sufragados por el marqués de Santa Marta, porque Pi se negó a que Figueras y Salmerón entraran en la conspiración.
En la Restauración formó su propio partido, el Partido Federal, que elaboró en 1883 una Constitución en la Asamblea federal de Zaragoza. No participó en las elecciones hasta 1885, cuando formó coalición con el partido de Ruiz Zorrilla y Salmerón. Pi y Margall fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, por la coalición liberal-republicana que se estableció contra el partido de Cánovas. En 1886, Ruiz Zorrilla, Salmerón y Pi y Margall fundaron la Unión Republicana, y éste consiguió un acta por acumulación en las elecciones de abril de ese año. La minoría republicana eligió a Pi como su jefe parlamentario. Esta vía legal no impidió que intentaran la revolución.
Pi y Margall no llegó a un acuerdo con Ruiz Zorrilla en cuanto al programa revolucionario, por lo que no participó su partido en el pronunciamiento republicano del brigadier Villacampa en Madrid, el 19 de septiembre de 1886.
En 1890 fundó el semanario El Nuevo Régimen, un periódico que escribía casi él solo, desde el que postuló la autonomía de Cuba, como del resto de regiones españolas, para evitar el conflicto en aquella isla y, después, criticó la guerra con Estados Unidos. Apoyó el catalanismo, por creerlo autonomista, lo que le valió presidir los Jocs Florals de 1901. Pi sólo había visitado Cataluña en dos ocasiones, en 1881 y 1883, después de su viaje a Madrid en 1847, y le gustaba hablar y escribir en castellano. Por esta razón, le tuvieron que traducir al catalán los discursos que pronunció en los Jocs. Estaba mal de salud desde que en 1890 se agudizara su diabetes. Era muy casero, y no solía ir al teatro o al café. Frecuentaba únicamente la tertulia del Círculo Federal. Murió el 29 de noviembre de 1901 a raíz de un enfriamiento que cogió al salir de una conferencia pronunciada por él, el 16 del mismo mes, en La Unión Escolar de Madrid.
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Salmerón y Alonso, Nicolás. Alhama de Almería (Almería), 10.IV.1838 – Pau (Francia), 20.IX.1908. Catedrático de Metafísica, presidente de la Primera República.
Procedentes de Torrejón de Ardoz, el año 1822 el médico Francisco Salmerón y López y su esposa Rosalía Alonso y García se instalaron en Alhama la Seca (hoy Alhama de Almería), matrimonio del que nació ese mismo año el jurista y político Francisco Salmerón y el 10 de abril de 1838 Nicolás Salmerón. El que llegaría a ser presidente de la República estudió el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Almería, gracias al apoyo del director del centro, Gaspar Molina, casado con una hermana del futuro político, quien le facilitó la estancia con un empleo en el Colegio de Internos Pensionados. Nicolás Salmerón perteneció a la primera promoción del centro docente que hoy lleva su nombre. En la Universidad de Granada, donde coincidió en las aulas con Francisco Giner de los Ríos, cursó Derecho y Filosofía, cuya estancia en parte fue costeada por su hermano Francisco, prestigioso abogado. Completó sus estudios en la Universidad de Madrid, en la cual fue discípulo de Julián Sanz del Río, maestro notable que le introdujo en la obra de los filósofos alemanes, Kant, Fichte, Hegel, y sobre todo en la doctrina de Krause, que le inspiró en su vida de hombre público.
Pocos días después de cumplir veintiún años, fue nombrado auxiliar de Letras del Instituto San Isidro de Madrid (24 de abril de 1859) y meses más tarde auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Central (Real Orden de 12 de noviembre de 1859). En 1862 contrajo matrimonio con Catalina García Pérez; al año siguiente ganó la Cátedra de Historia Universal de la Universidad de Oviedo, de la que no tomó posesión por no estar dispuesto a alejarse de la capital, y posteriormente renunció a su cargo de auxiliar (20 de abril de 1865) por no verse obligado a sustituir a Castelar, que había sido expulsado de la Cátedra. En dos lugares de Madrid acabó de cristalizar su pasión por los problemas de la actualidad: la tertulia del Café Universal, en la Puerta del Sol, y los debates en el Círculo Filosófico de la calle Cañizares, donde realizó prácticas de oratoria en la Academia de Oradores, una de sus secciones.
Ausente momentáneamente de la enseñanza oficial, fundó con José Llanes en 1866 el Colegio Internacional, para ensayar algunos de los principios que inspirarían la Institución Libre de Enseñanza, entre ellos la introducción de disciplinas como Lenguas Vivas, Música, Gimnasia, etc., ayudas para la salida de alumnos al extranjero, supresión de castigos. En el Internacional iniciaron sus estudios Jaime Vera y Manuel Bartolomé Cossío. Sin interrumpir este ensayo de renovación pedagógica, tras nueva oposición tomó posesión como supernumerario de la Cátedra de Filosofía de la Universidad Central (6 de mayo de 1867).
Durante los años finales del régimen isabelino militaba activamente en política, publicando artículos en los periódicos La Discusión y La Democracia, en su condición de miembro del Comité del Partido Demócrata, actividad que provocó su detención, junto a Pi y Margall, Figueras y Orense, y su internamiento durante cinco meses en la cárcel del Saladero. Al salir de prisión, fue resuelto un expediente de expulsión de la Cátedra (junio de 1868) abierto antes de su encarcelamiento y motivado por negarse “a hacer profesión de fe monárquica”, expediente en el que se incluía su alegato de que como ciudadano no debía dar cuenta a nadie de sus ideas y como profesor tenía prohibido ocuparse de política. Con el cambio de régimen producido por la Revolución de Septiembre, en octubre recuperó su puesto docente, hasta que tras vencer en una nueva oposición pasó a desempeñar la Cátedra de Metafísica de la Universidad Central (30 de junio de 1869).
El proceso constituyente abierto por la Revolución de Septiembre desembocó en la elección de Amadeo de Saboya como titular de la Corona de España, salida que alejó del proceso a los republicanos, que se desgajaron del Partido Demócrata. En 1871 Salmerón llegó al Parlamento, ocupando un escaño por Badajoz, como resultado de una elección en la que había derrotado a José Malcampo, presidente del tercer gabinete del régimen amadeísta.
Su llegada al Congreso coincidió con el debate acerca de la Internacional. Ya en 1869 se había planteado en el hemiciclo la cuestión del reconocimiento de las asociaciones obreras. En 1871 las noticias de la Comuna parisina convulsionaron a la opinión de muchos países, y en España se planteó el dilema del trato que debía otorgarse a los refugiados. Varios partidos sostenían que la Internacional suponía una amenaza para la civilización. Aprobada la realización de una encuesta en el mes de junio, en octubre se abrió el debate. El largo discurso de Salmerón del 26 y 27 de octubre, una de sus piezas oratorias más famosas, se centró en la afirmación de que la asociación constituía un derecho de todos los ciudadanos, no un favor o una concesión del gobierno; “lo conveniente, como lo justo, es no proscribir a la sociedad internacional de trabajadores sino ofrecerle el amparo de la Ley”, concluyendo con la proposición de varias medidas para resolver la cuestión social: ley de vivienda barata para los obreros en las ciudades, jornada máxima diaria de ocho horas, establecimiento de escuelas industriales costeadas por el Estado en los barrios obreros, mercados populares donde los víveres tuvieran los precios de la compra al por mayor. La fama que le proporcionó a un orador apenas experimentado en lides parlamentarias le situó en el primer nivel de la política del momento.
Al proclamarse en 1873 la Primera República fue nombrado ministro de Gracia y Justicia en el gabinete de Estanislao Figueras (11 de febrero de 1873), en el cual su hermano Francisco ocupó la cartera de Ultramar; trece días más tarde repetía despacho en un segundo gobierno Figueras. A pesar del ritmo trepidante de la dinámica política, Salmerón proyectó reformar el sistema judicial y establecer una legislación laica, preocupación esta última que figuraría a partir de entonces en la mayoría de sus discursos. El 15 de febrero apareció por vez primera su firma en La Gaceta, al pie del preámbulo al proyecto de ley concediendo amnistía a los procesados por participar en las insurrecciones republicanas y a los encausados con motivo de las manifestaciones contra las quintas, así como para todos los delitos cometidos por medio de la imprenta. En la Junta para la Reforma Penitenciaria colaboraron, con el ministro, Concepción Arenal, Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate, en los proyectos de leyes referentes a la inamovilidad de los funcionarios y a la separación de Iglesia y Estado.
Se caracterizó la República por su inestabilidad extrema. Los ejecutivos de Estanislao Figueras proporcionaron la imagen del conjunto de los gobiernos republicanos, de duración insuficiente para la realización de un proyecto político. Contribuían a esta inestabilidad varios factores. En primer lugar su origen, al erigirse en un régimen apoyado en una discutible base legal, pues la votación del 11 de febrero se realizó en vigencia de una Constitución monárquica y en debate conjunto de ambas Cámaras (constituidas en Asamblea Nacional), expresamente vetado en el texto constitucional.
Más determinante de la inestabilidad, la división de los republicanos (unitarios y federales, benévolos e intransigentes, rivalidades personales entre Figueras y Pi y Margall, tendencia de Castelar a entenderse con los monárquicos). Finalmente, los graves problemas que hubo de afrontar, hostigada la República por la reactivación bélica de los carlistas, el incendio cantonalista y las insurrecciones sociales de carácter anarquista, así como por la prolongación de la guerra de Cuba. Salmerón no figuró en el ejecutivo de Pi y Margall, quien sucedió a Figueras, pero al final de este período, sacudido por el agravamiento de la guerra carlista y las insurrecciones locales, fue elegido presidente de las Cortes (13 de junio de 1873), presidencia que abrió con un discurso en que pedía la concordia y unidad que faltaban: “Haced que las Cortes, que hasta ahora parecen la representación exclusiva del partido republicano federal, lleguen a ser las Cortes de la nación española”. El 18 de julio Pi presentó su renuncia, solicitando la unión de todos los grupos de la Cámara para hacer frente a la guerra y al movimiento disgregador de los cantones. Y ese mismo día se votó a Salmerón para la presidencia del Poder Ejecutivo, dejando la del Congreso, de la cual se haría cargo su hermano Francisco.
La presidencia de Nicolás Salmerón (del 18 de julio al 6 de septiembre de 1873) se consagró a la lucha contra los cantones que se proclamaron independientes en los primeros días de su mandato: Sevilla, Cádiz, Valencia, Castellón, Granada, Salamanca, y bastantes pueblos levantinos y andaluces, explosión que demostraba la desconfianza de los intransigentes hacia el nuevo gobierno. Salmerón declaró pirata la flota cantonal de Cartagena, autorizando tácitamente a las de las potencias amigas a la detención de sus barcos en alta mar, aumentó las fuerzas de la guardia civil, autorizó a las diputaciones para la imposición de contribuciones de guerra en la provincias donde hubiera partidas carlistas y ordenó la movilización de ochenta mil hombres de la reserva. Su medida más eficaz consistió en el nombramiento de los generales más prestigiosos para la lucha contra los cantones: el antifederal Pavía y el monárquico Martínez Campos. Pavía impidió la proclamación independentista de Córdoba y anuló sin lucha las de Sevilla, Cádiz y Granada; por otra parte Martínez Campos bombardeaba y ocupaba Valencia al mismo tiempo que se desmoronaban los cantones levantinos. Sólo quedaban Málaga y Cartagena. Se ha señalado que en la dimisión de Salmerón influyó su imposibilidad de sofocar sin una crisis de gobierno el cantón malagueño, cuyo jefe era amigo de Palanca, ministro de Ultramar, si bien alegó como motivo decisorio —y en su monumento funerario así se consigna— su negativa a reponer la pena de muerte en el Código de Justicia militar y firmar dos sentencias capitales con las que los generales intentaban restablecer la disciplina en el Ejército. En su discurso de renuncia ante la Cámara reconoció que la izquierda no podía gobernar en aquellas condiciones.
La escisión de los federales por el movimiento cantonalista y las amenazas del extremismo social, evidentes en la insurrección de Alcoy, contribuyeron al recurso a la derecha republicana personificada en Emilio Castelar, en tanto Nicolás Salmerón volvía a ocupar el sitial de la presidencia de las Cortes. En este puesto se enfrentó con Castelar, con quien se enemistó a raíz de la provisión de numerosos obispos para las sedes vacantes. El final de la República provocaría un deterioro de la imagen pública de Salmerón. Había advertido Pavía, capitán general de Madrid, a Castelar acerca de la posibilidad de un golpe de Estado si no recibía el apoyo de la Cámara. Después de un elocuente discurso de éste defendiendo su política como la única posible, fue rechazada su gestión por ciento veinte votos —entre ellos los de Salmerón y los diputados de su grupo— contra cien, votación adversa que provocó la irrupción de Pavía en el hemiciclo y la disolución del Congreso (3 de enero de 1874). Sus adversarios no dejaron de recriminar a Salmerón su responsabilidad en la caída de la República.
Retornó en ese momento a su Cátedra de Metafísica, atendida en su ausencia por su discípulo Urbano González Serrano, y se alejó transitoriamente de la lucha política. Una vez restablecida la Monarquía borbónica con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, protestó, junto a otros catedráticos, contra una Orden Ministerial que limitaba la libertad de cátedra. Esta protesta le granjeó de nuevo, como en 1868, la pérdida de su Cátedra. Por Real Orden de 20 de abril de 1875 el ministro de Fomento marqués de Orovio dispuso la separación de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón, de las Cátedras de las que eran titulares, respectivamente las de Filosofía del Derecho y Legislación Comparada en la Facultad de Derecho y la de Metafísica en la de Filosofía y Letras, y el confinamiento de Giner en Cádiz, Azcárate en Cáceres y Salmerón en Lugo.
A su regreso a Madrid abrió bufete de abogado, pero se vio obligado a suspender esta actividad profesional cuando firmó con Ruiz Zorrilla, exiliado en París, el manifiesto del Partido Republicano Reformista (agosto de 1876). En el programa se postulaba la reposición de la Constitución de 1869 —con supresión de los artículos relativos a la Monarquía—, y se ponía énfasis en el establecimiento del jurado y el reconocimiento de la libertad de cultos, un programa que ahondó sus diferencias con Castelar y Pi y Margall. Informado de la orden de detención del gobierno, sólo aplazada en atención al nacimiento de un hijo, se exilió a Lisboa, pero hubo de abandonar Portugal junto con Fernández de los Ríos por las presiones del Gobierno español. A partir de 1877 vivió con su esposa e hijos en París, sostenido al principio por la ayuda mensual de su amigo el conde del Valle de San Juan, a quien más tarde reintegraría las cantidades remitidas. En los años parisinos, agobiantes por las dificultades del exilio, trabó amistad con Louis Blanc y Clemenceau y encontró tiempo para asistir a cursos de La Sorbona, próxima a su domicilio (n.º 2, rue Rotrou), en las inmediaciones del Odeón. Los sábados organizaba en su casa cenas-tertulia, a las que acudían Víctor Hugo, Gambetta, Bernardino Machado, entre otros intelectuales franceses y portugueses. A pesar de la modestia de sus ingresos como asesor y abogado, procuró compartirlos encargando tareas editoriales y de traducción a otros exiliados. Después de varios gobiernos Cánovas, en febrero de 1881 se formó un ejecutivo presidido por Sagasta, en aplicación del turno previsto como eje del sistema de la Restauración.
A las elecciones de ese año presentaron varios amigos como candidato a Salmerón, con el propósito de que el acta de diputado le confiriera inmunidad para poder regresar a España, pero no la consiguió. Dos años más tarde se anulaba la orden de detención y se le reintegraba en la Cátedra, lo mismo que a los colegas destituidos, lo que le permitió por fin retornar a España —no había podido hacerlo cuando falleció su hermano Francisco en 1878— para tomar posesión, pero solicitó una licencia de dos años con el propósito de terminar los asuntos profesionales pendientes en París, hasta que el 1 de enero de 1885, acabada la licencia, regresó a Madrid y volvió a ocuparse de sus cursos de Metafísica en la Universidad Central.
En el republicanismo español la década de 1880 se caracterizó por una profunda división, que prolongaba la crisis iniciada con la caída de la República. Los posibilistas o históricos de Castelar, los federales de Pi y los progresistas demócratas de Ruiz Zorrilla y Salmerón constituían los grupos principales. Después del fallecimiento de Alfonso XII, las elecciones de abril de 1886, convocadas por Sagasta, suponían una gran oportunidad para los republicanos, quienes, en efecto, obtuvieron veintidós escaños, aunque de ellos diez correspondían a los posibilistas de Castelar, más propensos a entenderse con los monárquicos que con los restantes grupos republicanos. Salmerón, Azcárate y Pi y Margall volvían a ocupar escaño. Ausente de la Cámara desde el 3 de enero de 1874, Salmerón pronunció su primer discurso parlamentario el 1 de julio de 1886 en la respuesta al Mensaje de la Corona, discurso en el que criticó a la Monarquía argumentando que, a diferencia de otros países, no garantizaba la unidad nacional, la restauración se había producido mediante un golpe militar y antiguos jefes cantonales aparecían en ese momento situados en puestos influyentes, en un cambio oportunista de sus anteriores posiciones. El rechazo del sistema político diseñado por Cánovas quedaba ya paladinamente expuesto. Introducidas dentro de los mecanismos del sistema las principales figuras republicanas, había llegado el momento de intentar la unificación de los grupos dispersos; la solicitaban desde 1884 periódicos como La Montaña y El Porvenir.
A partir de 1887 se sucedieron los ensayos de Uniones Republicanas, cuyo instigador más tenaz fue Salmerón, aunque no todas sus iniciativas contribuyeran a la unidad, pues su búsqueda de un partido unitario y legal le separaba de los federales y de los radicales. El primer ensayo tuvo lugar en la Asamblea de Unión Republicana celebrada el 11 de febrero de 1890, una fecha elegida por su valor conmemorativo y a partir de la cual Salmerón sería el jefe de la Unión. Un acontecimiento abrió nuevas expectativas a los republicanos, y sobre todo a las propuestas unitarias de Salmerón. Bajo un gobierno Sagasta fue aprobada la ley de sufragio universal (20 de junio de 1890), demanda histórica de la izquierda que enlazaba con la Revolución de Septiembre y la Constitución de 1869.
La extensión del voto a los varones mayores de veinticinco años supuso el incremento exponencial del censo de ciudadanos que decidían en los asuntos públicos, y desencadenó además fenómenos novedosos, entre ellos el nacimiento de campañas electorales propiamente dichas, la diversificación de los programas y el dibujo de zonas sociales diferentes en los recintos urbanos. Para las elecciones de 1891 los zorrillistas presentaron sus propias candidaturas, pero en bastantes distritos se unieron las restantes fuerzas republicanas; así en la candidatura de Madrid figuraban juntos Pi y Margall y Salmerón. Los republicanos consiguieron en esta primera convocatoria situar en el Parlamento una treintena de diputados. En junio de este año Salmerón y dos de sus seguidores, junto a tres diputados (Pedregal, Azcárate y Labra) formaban el directorio del Partido Centralista, que programáticamente apenas se diferenciaba de otros grupos republicanos.
La lección de 1891 se aplicó en 1893. Comprendidos progresistas, federales y centralistas en la coalición Unión Republicana, a la que no se sumó el grupo de Castelar, los republicanos se impusieron, entre otros sitios, en Madrid, donde Salmerón obtuvo veintisiete mil papeletas, despertando la alarma del gobierno. En total cuarenta y siete republicanos llegaban a las Cortes, y se asomaban como una amenaza para el sistema de la Restauración, mostrando que no carecían de base las aprensiones de Cánovas sobre el sufragio universal para la estabilidad del régimen monárquico. Sin embargo se volvería a la fragmentación y a partir de 1896 se produciría la bajamar del republicanismo parlamentario.
En 1895 estalló la segunda guerra cubana. Desde el año anterior Salmerón venía sosteniendo en el Congreso (sesión de 29 de noviembre de 1894) el fatalismo del proceso independentista, lo que exigía una política realista, provocando la respuesta airada del jefe del gobierno, Sagasta, y ataques de patriotismo bélico por parte de la mayoría de las formaciones. La derrota de 1898 fue interpretada por Salmerón como una crisis de la Monarquía, que abría otra vez la puerta a la República y exigía nuevos esfuerzos en pro de la unión de los republicanos, y en efecto consiguió bajo su dirección convertir la concentración democrático-republicana surgida por iniciativa de una facción identificada con Castelar, recién fallecido, en el grupo mejor organizado. El 5 de enero de 1903 pronunció en Castellón el “discurso de las cuatro unidades”, en el cual consideró la unidad legislativa, de la justicia, del impuesto y del Ejército como los atributos de la unidad del Estado.
Ya desde la década de 1880, pero más claramente en la de 1890, Salmerón había conquistado influencia en Cataluña, penetración favorecida por la división de los republicanos y por la actividad de los centros locales, que aprovechaban las posibilidades abiertas por el sufragio universal, autonomía que Salmerón estimuló. En el tránsito de siglo comenzó a considerar como posibles aliados frente al sistema de la Restauración a los nacionalistas catalanes. Y con la misma actitud que había trabajado por aproximar a los taifeños grupos republicanos se esforzaría por el entendimiento con los catalanistas. Hacia 1900 el republicanismo federal sólo encontraba apoyos en Cataluña, donde tenía que disputar su clientela electoral con el republicanismo unitario y españolista representado por la figura emergente de Alejandro Lerroux. En 1901 se producía en Cataluña el triunfo electoral de la recién creada Lliga Regionalista y los republicanos, y por consiguiente la derrota de los partidos del “turno”, en los que se cimentaba el sistema de la Restauración. En un discurso pronunciado en la Casa del Pueblo (1904), Nicolás Salmerón se dirigió a los obreros afirmándo que la revolución social, una revolución lenta que atendería las demandas obreras, no era posible dentro de la Monarquía, y para alcanzarla les pedía que no se alejaran de la política, que trabajaran por su propia redención.
Después del triunfo de la Lliga en las elecciones municipales de 1905 en Barcelona, un incidente, el asalto de un grupo de oficiales del Ejército a los locales de dos periódicos de la Lliga por unos chistes antimilitaristas aparecidos en el Cu-Cut, provocaron la Ley de Jurisdicciones, que colocaba bajo jurisdicción militar las ofensas contra la patria, sus símbolos y las fuerzas armadas. En respuesta la Lliga promovió una gran alianza: Solidaridad Catalana (febrero de 1906), que presidió Salmerón. Este entendimiento con otras fuerzas políticas produjo la ruptura entre Salmerón y Lerroux, opuesto radicalmente a los catalanistas. Culminaba en la presidencia de Solidaridad Catalana una evolución de Salmerón hacia la comprensión de los problemas catalanes y del hecho diferencial catalán. En 1905, en un conocido discurso en el Congreso, había afirmado que sin esa comprensión Cataluña podría seguir el camino de Cuba. Solidaridad triunfó en las elecciones de 1907 con un programa centrado en tres puntos: reconocimiento de la personalidad regional de Cataluña, libertad municipal y derogación de la Ley de Jurisdicciones; sin embargo, muy pronto, en las Cortes se comprobarían las diferencias existentes entre republicanos y regionalistas catalanes. En junio de 1907, durante el debate sobre la contestación al mensaje de la Corona, Salmerón reafirmó su fe republicana y describió la debilidad de España después del 98 y el interés nacional en aprovechar la energía de Cataluña respetando su personalidad regional. Para él Solidaridad representaba estos principios. La deriva hacia la alianza con los regionalistas le deparó un alto coste dentro del republicanismo; en acusador del líder de Solidaridad se erigió Alejandro Lerroux, quien en 1908 fundó el Partido Radical.
Al quebrantarse su salud, durante el verano de 1908 Nicolás Salmerón se trasladó por prescripción facultativa a Pau. En Villa les Elfes, en Billére, lugar próximo a Pau, falleció el 20 de septiembre. Trasladados sus restos a Madrid, Antonio Maura, a la sazón presidente del gobierno, intentó rendirle los honores correspondientes a su rango de ex jefe del Estado, pero la familia, cumpliendo su última voluntad, declinó el homenaje oficial. Recibió sepultura en el cementerio civil de Madrid.
Había obtenido Nicolás Salmerón el Premio Extraordinario de licenciatura en la Universidad Central y fue investido doctor con un discurso sobre la naturaleza histórica del hombre, que mereció asimismo el Premio Extraordinario de doctorado. En varios escritos se ocupó de la filosofía alemana, y especialmente de analizar las ideas de Kant, si bien en otros momentos, y dentro de las actividades del Círculo Filosófico y Literario, eligió como tema de su discurso las ideas de Descartes. Preocupado por la influencia de la Iglesia en el orden temporal, consideró el ultramontanismo, que hacía apología de esta influencia, incompatible con el progreso de los sistemas políticos. Se reiteró en exaltar la libertad de enseñanza, cuya defensa provocó sus dos expulsiones de la Cátedra y sobre la cual escribió, reflexionando acerca de los fines de la Universidad. Seguía en la independencia de la ciencia y el pensamiento la doctrina del filósofo alemán Krause, divulgada en España por Sanz del Río. El krausismo adquirió arraigo en España en el terreno ético y en el pedagógico, pues nutrió el pensamiento y los métodos de los renovadores de la enseñanza. Salmerón, Fernando de Castro, Federico de Castro, Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcarate y Leopoldo Alas, entre otros, profesaron las ideas de Krause, que Giner y Salmerón convirtieron en uno de los elementos inspiradores de la Institución Libre de Enseñanza. Aunque la filiación krausista de Salmerón sea el aspecto más conocido de su pensamiento, terminó separándose del krausismo para profesar el positivismo.
Se reflejó su condición de estudioso en su amplia biblioteca, cercana a los veinte mil volúmenes, que sólo pudo ser ordenada cuando trasladó su domicilio a la calle de la Lealtad, n.º 12 (hoy Antonio Maura). Fue uno de los oradores grandilocuentes del XIX, capaz de improvisar discursos de complejos párrafos teóricos y largos desarrollos —a manera de disquisiciones de metafísica—, pronunciados en tono solemne sin apenas altibajos en la voz, a decir de los contemporáneos.
En su intensa biografía política Salmerón aparece varias veces como un hombre puente que intentó unir grupos y elaborar programas de síntesis. La presidencia de Unión Republicana o la de Solidaridad Catalana respondieron a la vocación de encontrar nuevos instrumentos de acción al servicio de su ideal republicano. En sus últimos períodos esta biografía política se decantó claramente hacia Cataluña. Fue diputado por Madrid en 1886; implantado el sufragio universal, en la década de 1890, Gracia (Barcelona) se convirtió en su feudo político. Entendía que Cataluña podía regenerar España y que con su apoyo podría derribar el régimen de la Restauración. Así lo dijo, sin disimulos, otra característica de sus discursos, en una intervención en la Cámara:
“Son adversarios del régimen todos los que forman en Solidaridad Catalana, porque yo no he dicho antidinásticos; yo he dicho adversarios del régimen, porque este régimen descansa en el desconocimiento primero del ciudadano, en el atropello sistemático después, de la santa inviolabilidad de la personalidad regional”.
Pero el escoramiento hacia Cataluña no le alejó de su tierra. En 1870 su hermano Francisco edificó una casa en medio de un huerto de naranjos en Alhama la Seca. Al fallecer en 1878, sus herederos la vendieron a Nicolás, quien amplió la casa y dispuso que se construyera una cancha y otras instalaciones deportivas para sus hijos, que habían practicado deportes populares en Francia. A partir de entonces su pueblo natal sería el lugar de reposo donde se recuperaba de las extenuantes luchas políticas de Madrid y Barcelona.
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