Luis Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán ; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas; María Veronica Rossi Valenzuela; Aldo Ahumada Chu Han; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán;
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La diplomacia es una profesión cuyo objetivo es representar y velar por los intereses de un Estado y de su nación en relación a otro Estado u organismo internacional. El concepto agrupa distintas acepciones de acuerdo con el mayor o menor grado de inclusión de objetivos y prácticas que a través de ella se desarrollan. La práctica diplomática se remonta hasta la Grecia clásica, dándose su evolución paulatinamente de acuerdo con el proporcional incremento de las relaciones internacionales, proceso que se intensifica en nuestros días. La importancia de la práctica diplomática radica en la versatilidad de las funciones desempeñadas por la figura de los embajadores residentes, cuyas funciones giran en torno a la generación de información fidedigna, la minimización de las fricciones potenciales y el fomento de las relaciones amistosas entre los Estados soberanos. Los diplomáticos son la forma más antigua de cualquiera de las instituciones de política exterior de un estado, anteriores por siglos a los ministros de exteriores y oficinas ministeriales. Suelen tener inmunidad diplomática y en sus viajes oficiales suelen utilizar un pasaporte diplomático o, para los funcionarios de la ONU, un laissez-passer de las Naciones Unidas . La práctica diplomática contemporánea se puede distinguir en cuatro formas: la diplomacia bilateral, la diplomacia ad hoc, la diplomacia directa y aquella llamada multilateral. |
“Quien no conoce lenguas extranjeras, nada sabe de la suya propia”. Goethe El presente artículo busca revisar el uso de los idiomas en la diplomacia, tanto desde una perspectiva histórica, como mediante el análisis de las implicaciones del uso de determinadas lenguas en diferentes ejercicios diplomáticos. Hoy en día, el dominio de varios idiomas es una necesidad en la mayoría de las profesiones, especialmente en aquellas que participan de las dinámicas provenientes de la globalización. A medida que se acortan distancias, aumenta la importancia de comunicarse fácilmente con otras culturas para entender diferentes puntos de vista. Sin embargo, siglos antes del surgimiento del fenómeno de la globalización como factor que impulsaría estas aproximaciones culturales, la labor diplomática había sido pionera en acercamientos culturales y lingüísticos, debido a su misma naturaleza. Es así como en la antigüedad, cuando los emisarios de un soberano eran enviados a territorio extranjero, se veían en la obligación de aprender el idioma y adoptar las costumbres del lugar donde se encontraban, con miras a realizar una labor de fortalecimiento de las relaciones económicas, sociales, culturales y políticas entre naciones. Es de anotar que el papel trascendente que juegan los idiomas en la diplomacia ha cambiado no solo como un reflejo de los usos y costumbres de la comunicación en el mundo, sino como un avance hacia la búsqueda de una mayor practicidad en las negociaciones, como una forma de fomentar la agilidad de las comunicaciones y como una herramienta para la creación de una mayor estabilidad legal en el momento de constituir documentos jurídicamente vinculantes, en especial, en los ejercicios de diplomacia multilateral. A lo largo de la historia, los pueblos, debido a las dificultades que impone la multiplicidad de idiomas en el mundo, han buscado establecer una lingua franca o única lengua que agilice negociaciones y permita obtener uniformidad en los términos para concluir acuerdos entre naciones. Sin embargo, históricamente, el uso de una única lengua en negociaciones diplomáticas ha sido un tema que ha obedecido principalmente a consideraciones geopolíticas y del ejercicio del poder en el ámbito internacional. A lo largo de la historia, algunos idiomas se han caracterizado por ser característicos de la actividad diplomática, e inclusive se les ha denominado de “uso diplomático”. En un breve recuento histórico de la evolución de los idiomas utilizados en la historia diplomática, se encuentra al latín como primera lengua diplomática. El idioma por excelencia para conducir las relaciones políticas y diplomáticas entre los pueblos del continente europeo fue el latín. Esto ocurrió como consecuencia de la expansión y consolidación del Imperio Romano, posteriormente del Sacro Imperio Romano Germánico, así como de su uso por parte de la Iglesia Católica. El uso de esta lengua se consolidó y fue vigente hasta el siglo XVII. Era utilizada por diplomáticos tanto en los textos que derivaban de las diferentes negociaciones, como incluso en sus conversaciones. Al respecto, es pertinente anotar que incluso tratados como los de Munster y Osnabrück, constituyentes de la Paz de Westfalia, fueron redactados en latín. Esta lengua constituía el idioma por excelencia para la ejecución de asuntos religiosos, públicos y en consecuencia, diplomáticos. Sin embargo, en el siglo XVIII, como reflejo del surgimiento de la potencia europea más influyente de la época, el idioma utilizado por la diplomacia pasó a ser el francés, tradición que continúo hasta mediados del siglo XX. El francés constituía el idioma utilizado por la corte más prestigiosa e influyente del momento, y perduró como idioma de la diplomacia; toda vez que es la lengua con la cual se construyó y consolidó el sistema internacional Estado-Centrista. Los instrumentos jurídicos derivados del Congreso de Viena de 1815 fueron redactados en francés, ya que este idioma había desplazado al latín como el idioma de trabajo en el ejercicio de las relaciones internacionales. El francés se mantuvo como idioma predilecto por la diplomacia hasta mediados del siglo XX, cuando empezó a ceder espacio al inglés como lengua designada para conducir las relaciones entre Estados. Hasta el día de hoy, el francés continúa funcionando como uno de los idiomas de trabajo más relevantes internacionalmente, aunque su importancia y la cantidad de personas que lo aprenden como segunda lengua se han visto disminuidas debido al aprendizaje del idioma inglés. Es pertinente remarcar dos tendencias que se pueden evidenciar en el siglo XX en cuanto al manejo de los idiomas en la diplomacia: el surgimiento de un multilingüismo jurídico-político y el ascenso del idioma inglés como nueva “lingua franca ad hoc” o puente ad hoc entre diferentes culturas. A partir de la primera mitad del siglo XX, el inglés empieza a ganar espacio en ámbitos multilaterales, especialmente desde una perspectiva de política internacional. La relevancia en relaciones internacionales de los países anglófonos, en especial los Estados Unidos y su papel en la comunidad internacional, se fueron incrementando de manera significativa. Sin embargo, también se empezó a observar la necesidad de democratizar las relaciones internacionales y de permitir una mayor participación de naciones de habla distinta al francés. Es así como observamos al final de la primera guerra mundial que el francés empieza a perder su carácter hegemónico como lengua diplomática y se le abre espacio a lenguas que permitan una mayor divulgación y participación de los pueblos. A modo de ejemplo, podemos observar como la Sociedad de Naciones adoptó el inglés y el español, además del francés, como idiomas oficiales de esa Organización Internacional. Posteriormente, con el fin de la segunda guerra mundial y la suscripción de la carta de las Naciones Unidas, el multilingüismo empieza a tomar fuerza en las relaciones internacionales y en la suscripción de tratados multilaterales universales. La Carta de las Naciones Unidas en su artículo 111, consagró 5 idiomas en los cuales es igualmente válido el texto (inglés, francés, español, ruso y chino). Sin embargo, es de anotar que algunos órganos de las Naciones Unidas como la Secretaría General y la Corte Internacional de Justicia manejan únicamente inglés y francés como sus idiomas de trabajo. Este legado encuentra su sustento en la búsqueda de reducir costos operacionales y fomentar la agilidad de los procesos de toma de decisiones, así como a consideraciones de política internacional. Pero, ¿cuál es el estado actual del uso de los idiomas en la diplomacia? Para determinar cuáles son los idiomas que son más útiles para un efectivo ejercicio de la diplomacia, es preciso distinguir entre las necesidades de la diplomacia bilateral y la diplomacia en los ámbitos multilaterales. Tradicionalmente, en la diplomacia bilateral las delegaciones extranjeras se comunican con las autoridades nacionales en los idiomas oficiales y de uso común del Estado receptor, tanto por cortesía como para facilitar las comunicaciones. Si bien hay quienes consideran que las comunicaciones de las delegaciones extranjeras se deben formular en el(los) idioma(s) oficial(es) del Estado receptor con base en la costumbre internacional como norma jurídica vinculante, la realidad es que el uso de un determinado idioma por parte de una embajada o misión obedece a consideraciones de cortesía y de uso entre Estados, más que a una obligación legal. Los llamados idiomas “de uso diplomático” para las relaciones bilaterales resultan ser entonces los idiomas que sean necesarios para poder transmitir un mensaje entre los Estados involucrados en una relación diplomática, con el fin de poder llevar acabo de manera efectiva negociaciones. Organización internacional. Por otra parte, para las organizaciones internacionales, los idiomas “oficiales” y “de trabajo” se pueden establecer de dos maneras: En primer lugar, mediante la consagración en un artículo del tratado constitutivo de la organización, como por ejemplo en el caso de UNASUR. En segundo lugar, serán idiomas “oficiales” o “de trabajo” los que sean establecidos de tal manera por el órgano de una organización internacional que tenga la competencia para tomar esta determinación. A modo de ejemplo podemos observar como la Organización de las Naciones Unidas estableció los idiomas oficiales y de trabajo para algunos de sus órganos mediante Resoluciones de la Asamblea General. A saber, los idiomas declarados oficiales de las Naciones Unidas, y que se consagraron como “de trabajo” en el seno de la Asamblea General son el árabe, el chino, el español, el francés, el inglés y el ruso. Si bien es cierto que la ONU no maneja como oficiales o de trabajo todos los idiomas de sus Estados miembros, esto constituye una decisión basada en la practicidad, la conveniencia y la reducción de costos. Es de remarcar que, debido al carácter universal de la ONU, los 6 idiomas oficiales de esta organización han sido asimilados en varias ocasiones como los idiomas del ejercicio de la diplomacia o de “uso diplomático”. Sin embargo, estos no son de obligatorio uso en todo ámbito diplomático. Lo anterior se evidencia analizando las prácticas de otras organizaciones internacionales, como la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo que posee el portugués como idioma oficial, además del inglés, el francés y el español. Asimismo, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) comprende el neerlandés como idioma oficial, junto con el español, el portugués, y el inglés, en razón a la membrecía de Surinam, y de forma congruente con su misión de crear “un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos” (Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas – Articulo Segundo). Es importante remarcar que en los ámbitos de negociación multilateral, dentro o fuera del seno de una organización internacional, son normalmente utilizados los idiomas oficiales de las partes que participan o los de trabajo de la organización, gracias al uso de traductores simultáneos. Por otra parte, para efectos de negociaciones informales o por fuera de la mesa de negociación, es común observar que se utilice un idioma “ad hoc”, en especial teniendo en cuenta que en estos espacios no se cuenta con los mencionados servicios de traducción. En cuanto a la inexistencia de una obligación jurídica internacional, se resalta la potestad de los Estados para determinar el idioma con el que se debe trabajar una relación diplomática, que se deriva de principios básicos del Derecho Internacional Público, como la Igualdad Soberana de los Estados. Al respecto, los autores Kurbalija y Slavik en su obra “Language and Diplomacy” establecen que «The use of language in written diplomatic communication is usually explicitly determined (most often by bilateral agreement). Generally speaking, it is based upon one of the fundamental principles of contemporary international law – the principle of sovereign equality of states. […]”. (Referencia) Al respecto, el autor Ismael Moreno Pino en su obra La Diplomacia: Aspectos Teóricos y Prácticos de su Ejercicio Profesional, recuerda: “[…] aunque no deja de ser lamentable que haya desaparecido la vieja costumbre de consagrar algún idioma en particular como una especie de lingua franca de la diplomacia, lo cierto es que hoy día no existe norma alguna que obligue a un Estado a utilizar en sus relaciones diplomáticas un idioma determinado”. La escogencia del idioma que se utilizará es potestad absoluta de las partes en una relación, incluso cuando de esta relación se produce un tratado. Sobre este punto, el numeral primero del artículo 33 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados dispone que si un tratado es autenticado en más de un idioma, todos los textos serán igualmente válidos. Todo lo anterior lleva a concluir que los llamados idiomas “de uso diplomático”, son realmente todos aquellos que precisen ser usados con el fin de conducir relaciones diplomáticas entre actores internacionales, sea en un ámbito bilateral o multilateral. No existe obligación internacional que establezca una lista taxativa de idiomas de “uso diplomático” para ser utilizados por los agentes diplomáticos de Estados o los funcionarios de una Organización Internacional. En conclusión, la atención a las especiales exigencias de la profesión diplomática evidencia históricamente que su ejercicio ha precisado el manejo y uso correcto de diferentes idiomas, tanto en la redacción de los documentos escritos como en las interacciones verbales. Dado el carácter cambiante de las relaciones internacionales, los idiomas que precisa conocer un diplomático también han cambiado. Sería ingenuo desconocer la importancia del idioma inglés en el mundo de hoy, especialmente en ámbitos que sobrepasan las relaciones diplomáticas, incluyendo los negocios, la academia y la cultura. Sin embargo, si el análisis histórico demuestra algo, es que rara vez un idioma permanece inamovible como lingua franca. El idioma “de uso diplomático” del día de hoy, no necesariamente es el del día de mañana. Un indicador relevante de los idiomas que incrementarán su importancia en un futuro es el ascenso de la posición de poder de los países en donde se hablen, y la incidencia de estos Estados en el sistema internacional. A modo de ejemplo, se puede observar que la continua expansión de influencia de las naciones asiáticas en el mundo tendrá como consecuencia el incremento en el número e importancia de las relaciones que se deban desarrollar utilizando idiomas de oriente. Es a su vez importante revisar el número de personas que posean un determinado idioma como lengua madre, toda vez que esto influye directamente en una de las modalidades más recientes de la diplomacia, la llamada “diplomacia pública”, en donde el contacto directo con la población de un Estado receptor es indispensable. En la ejecución de proyectos de diplomacia de esta índole, a medida que se diversifican las relaciones internacionales tanto en la agenda como en la identidad de los socios, es importante poder transmitir mensajes en idiomas distintos a los tradicionalmente dominados por el cuerpo diplomático. En consecuencia, un diplomático debe incorporar en su conocimiento todos los idiomas que considere necesarios para llevar a cabo un ejercicio de representación congruente con los propósitos de su misión y con la visión que tenga el Estado acreditante para las relaciones con el país a donde ha sido enviado o con la Organización Internacional donde desempeñe funciones de representación. Los idiomas son herramientas laborales y personales, de modo que cuantas más herramientas se manejen, la posición del diplomático y la de su país se verán fortalecidas. Ejemplo. Chris Doyle, director del Council for British-Arab Understanding, dijo:
"Ha habido momentos en que ciertas misiones en la región no han tenido ni un orador capacitado, lo cual es ridículo". Pero el gobierno está gastando una gran cantidad de tiempo y dinero para remediar esta preocupante escasez de habilidades. El Ministerio de Relaciones Exteriores Británico abrió un centro de idiomas extranjeros en 2013, que, en 2017, brindó capacitación en idiomas a tiempo completo a aproximadamente 122 diplomáticos. Sin embargo, al igual que otras cuestiones urgentes, cuando se trata de preparar a sus diplomáticos para los desafíos lingüísticos que les esperan, el Reino Unido no está solo. En un esfuerzo sostenido por mejorar las relaciones internacionales con África, China ha estado presionando a sus diplomáticos para que aprendan las lenguas locales de importantes áreas "estratégicas" del continente. En la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, una escuela estatal que brinda capacitación en idiomas a la próxima generación de diplomáticos y empresarios de China, ha comenzado a enseñar idiomas africanos como tigrinya, ndebele y comorano, todos los cuales serán clave para su 'One Belt, One Road ' iniciativa. Reconociendo el papel que juegan los idiomas en el escenario mundial, China se ha comprometido a invertir más en el desarrollo de habilidades diplomáticas como el aprendizaje de idiomas. Sin duda, en lo que respecta a la diplomacia, ha llegado el momento de que el resto del mundo haga lo mismo. |
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA DIPLOMACIA. Los orígenes de las relaciones diplomáticas son tan antiguos como la historia de las propias sociedades humanas. A medida que estas se fueron configurando como unidades políticas autónomas, surgió la necesidad de relacionarse y comunicarse con aquellas que les circundaban. Evidentemente, la diplomacia actual presenta sustanciales diferencias de aquellas "prácticas diplomáticas" sustentadas por las comunidades primitivas. Sin embargo, hoy, como ayer, las relaciones diplomáticas forman, junto con la guerra, el comercio y la comunicación, el sustrato esencial de una sociedad internacional cuyo entramado de relaciones y actores ha experimentado una constante y creciente complejidad a lo largo de la historia. Los autores suelen dividir la historia diplomática en dos grandes períodos: |
1.-Desde la Antigüedad hasta el siglo XV. Durante esta etapa, la diplomacia poseyó un carácter ambulante. Es decir, era una diplomacia que se realizaba mediante representantes designados de forma excepcional y que desempegaban su actividad en un país extranjero y ante su monarca durante un período de tiempo limitado acorde, generalmente, con la naturaleza de las gestiones que debían llevar a cabo; por ej. la negociación de tratados de paz o de alianzas, el establecimiento de acuerdos comerciales, la delimitación de fronteras ,etc. Las actividades diplomáticas carecían de organización y de normas básicas que regulasen su funcionamiento. A ello habría que agregar las limitaciones que imponían los medios de transportes y comunicaciones de aquellas épocas y las dificultades de carácter lingüístico, religioso o cultural, factores todos ellos que impidieron la instauración de unas misiones diplomáticas estables o, al menos, regulares. Hubo que esperar a la Edad Media para constatar cómo la Santa Sede, potencia religiosa y política de la Cristiandad, adoptaba la costumbre de enviar misiones diplomáticas temporales ante los soberanos con el fin de resolver sus diferencias, espirituales y temporales. Anticipaba así una práctica que se consolidaría, más tarde, con la implantación de las Nunciaturas Apostólicas acreditadas ante las Cortes y monarcas católicos, práctica que todavía perdura en nuestros días. |
2.-Desde el siglo XV hasta la actualidad.
En esta segunda fase, la diplomacia se convirtió en permanente. Lo que exigió que los países confiriesen un grado de estabilidad y duración a sus relaciones diplomáticas mediante el establecimiento de misiones diplomáticas permanentes. Ello era una consecuencia directa de la concurrencia de nuevos factores internacionales entre los que destacan: la emergencia de los modernos Estados europeos, el nacimiento de un nuevo sistema de relaciones económicas capitalistas y la expansión ultramarina, que puso en contacto a las principales potencias europeas con los grandes imperios de Extremo Oriente y del continente americano. Estas nuevas condiciones políticas y económicas del mundo internacional exigían una básica institucionalización de la acción exterior de las monarquías, que necesitaban unos órganos permanentes de representación y unos canales oficiales de comunicación e información ante las autoridades de terceros países. Aunque este análisis es útil por cuanto destaca la principal diferencia entre las dos formas de diplomacia que han dominado cada una de las etapas históricas, resulta oportuno precisar un poco más los diversos subperíodos que han jalonado la historia diplomática desde los inicios de la Edad Moderna, de este modo lograremos comprender mejor las razones que han conducido a la diversidad y complejidad de las relaciones diplomáticas que imperan en la sociedad internacional de nuestros días. Según los estudios históricos recogidos por Cahier; Miaja de la Muela y Vilari o, podemos diferenciar tres fases importantes: |
I.-Desde mediados del siglo XV hasta el Congreso de Viena de 1815. La diplomacia se convirtió en permanente, durante la primera mitad del siglo XV,en el intrincado contexto de las relaciones políticas que imperaban entre los reinos y repúblicas italianas. Se suele citar a Venecia como la instauradora de la diplomacia moderna de carácter permanente, con el establecimiento de misiones en Roma y Constantinopla. Sus embajadores, denominados oratores, mantuvieron una intensa y periódica correspondencia oficial. En ella reunían cuanta información política, económica o social de los Estados y las Cortes, ante las que estaban acreditados, lograban obtener. Estos informes resultaron de extraordinaria utilidad tanto para la política exterior veneciana como para el desarrollo de una nueva ciencia: la Historia Diplomática, de la que fueron una de sus primeras y más importantes fuentes documentales de la época. Entre las primeras misiones diplomáticas permanentes que se conocen figuran las que instauraron, entre 1425 y 1432, el Ducado de Milán y Segismundo, rey de Hungría. También se puede mencionar la embajada desempeñada por Nicodemo da Pontremoli que en 1446 representaba al Duque de Milán, Francesco Sforza, ante la ciudad de Florencia. Por su parte, España a contó con embajadores permanentes desde la época de los Reyes Católicos, quienes nombraron a D. Alfonso de Silva, embajador en París en el a o 1464, y a D. Rodrigo Gonzalez de Puebla, embajador en Londres, tres años más tarde.
Con la consolidación del Sistema Europeo de Estados, tras la Paz de Westfalia de 1648,la diplomacia permanente se generalizó entre todos los países y monarcas de Europa. Surgió así la necesidad de constituir unas oficinas encargadas de administrar las relaciones diplomáticas y la política exterior de los Estados. Paralelamente va configurándose un cuerpo de funcionarios especializados en las tareas diplomáticas que pasaron a depender de un Secretario de Estado, nombrado por el monarca entre la nobleza de su confianza, constituyendo así el antecedente remoto de los actuales Ministros de Asuntos Exteriores. Los rasgos definidores de la diplomacia de este período eran los siguientes: a).-Existían muy pocas normas de derecho diplomático, tanto en lo referente a privilegios e inmunidades, del personal y de las misiones, como en lo relativo a la jerarquía y rangos de los agentes diplomáticos. Los abusos y violaciones de tales normas eran frecuentes y respondían a los cambios que experimentaba una política exterior completamente personalizada. b).-Habida cuenta del carácter patrimonialista del Estado que poseían los monarcas absolutistas, el agente diplomático actuaba como un representante personal del soberano, y/o de la correspondiente dinastía, mucho mas que como el representante del Estado. c).-En sentido estricto no se puede, todavía, hablar de una carrera diplomática, entendida como una profesión específica en el seno de una Administración estatal muy embrionaria. Los embajadores son elegidos y nombrados personalmente por el monarca, ante el que responden directamente, y sus colaboradores son los criados particulares de la persona elegida que les paga de su propio erario. d).-Las funciones del diplomático no se limitan a la negociación e información a su propio soberano. Con frecuencia interviene en la vida política interior de los Estados ante los que se encuentra acreditado, apoyando a los grupos o facciones cuyos intereses coinciden más estrechamente con los móviles políticos y económicos de sus monarcas. Desde esta perspectiva, el agente diplomático es también un agente político de su país, ámbito en el que gozaron de una apreciable autonomía funcional. e).-De forma consuetudinaria, comienza a desarrollarse una jerarquía diplomática y a imponerse unas normas protocolarias (Comitas Gentium) o de cortesía internacional cuya importancia creciente llegará hasta nuestros días |
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II.-Desde el Congreso de Viena hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Durante esta etapa, el cambio más significativo que se produjo consistió en la implantación de un auténtico derecho diplomático, cuyas normas eran obligatorias para todos los países. La mayoría de ellas se habían convertido ya en una costumbre consolidada durante los siglos precedentes. Se implanta también una incipiente jerarquía del personal diplomático. Las principales características de las relaciones diplomáticas de este período son las siguientes: a).-Como resultado de la evolución de los regímenes políticos estatales (aparición de las Monarquías constitucionales y de las Repúblicas presidencialistas),así como del reconocimiento del principio de la soberanía popular, proclamado en las revoluciones americana y francesa, los diplomáticos se convirtieron cada vez más claramente en representantes de los Estados antes que de los monarcas. b).-Se comenzó a perfilar una carrera diplomática como parte sustantiva de la Administración civil del Estado. Ello terminó confiriendo a los diplomáticos un status funcionarial y burocrático, que les permitió independizarse, en el ejercicio de sus funciones exteriores, de los criterios particulares de los monarcas. c).-Se consolidaron unas normas jurídicas internacionales que constituyeron la médula del derecho diplomático Estas normas regulaban temas como el de la jerarquía y precedencia de las distintas categorías de agentes diplomáticos (Ministros plenipotenciarios; Secretarios de Embajada; etc.);los privilegios e inmunidades de la sede y los agentes diplomáticos; los requisitos y el procedimiento de acreditación, envío y retirada del personal diplomático; etc. d).-Aunque las decisiones en materia de política exterior, pasan a ser cada vez más claramente, una responsabilidad de los Gobiernos y de los Ministros de Asuntos Exteriores, los diplomáticos siguen manteniendo un significativo grado de autonomía en la ejecución de las directrices que les son encomendadas que, sin embargo, la revolución en los medios de transporte y comunicación que se produjo a fines del siglo XIX terminó erosionando. e).-Finalmente, la diplomacia desarrollada durante este período poseyó un carácter predominantemente secreto, propiciado por el restringido acceso a los asuntos exteriores que quedó reservado a un reducido grupo de personas, integrado por los miembros del Gobierno, altos funcionarios de la Administración estatal y miembros de las Cámaras legislativas. Al evitarse el control popular, las negociaciones diplomáticas pudieron mantenerse en la confidencialidad de las cancillerías. |
III).-Desde la Primera guerra Mundial hasta la actualidad. En el transcurso de esta etapa, la diplomacia permanente experimentó una relativa decadencia en favor de nuevas formas de diplomacia ambulante, poderosamente estimuladas por las modernas tecnologías de los transportes (ferrocarril; navegación a vapor; aviación) y las comunicaciones (telegrafía; telefonía; radiofonía; televisión, por ondas y por satélite, etc.),de alcance mundial. Los principales rasgos definitorios de este período son: a).-La diplomacia pasa de ser secreta y restringida a ser abierta y pública. Este cambio fue auspiciado por el Presidente estadounidense Woodrow Wilson, quien en su conocido Programa de los Catorce Puntos defendía: "la adopción de Acuerdos de Paz concluidos abiertamente, y según los cuales no habrá acuerdos internacionales privados, cualquiera que fuese su naturaleza; la diplomacia procederá siempre de forma franca y pública." b).-La expansión de los medios de comunicación social, propició un mayor control de la política exterior por la opinión pública. Naturalmente, también la diplomacia pasó a ser objeto de una creciente preocupación de amplios sectores políticos y sociales. De este modo, la diplomacia dejó de ser un asunto exclusivo de los Gobiernos y los funcionarios diplomáticos. Se establecieron mecanismos políticos, como los referéndum, para canalizar el control popular en la política exterior. c).-La independencia de los agentes diplomáticos, y también sus privilegiadas funciones como observadores, informadores y representantes de sus países ante otros Estados, se vio sustancialmente mermada a consecuencia de los nuevos sistemas de transporte que facilitaron la ejecución directa, de una parte importante de la diplomacia, por los propios Gobiernos y los más altos cargos del Estado (Jefes de Estado y/o de Gobierno; Ministros de Asuntos Exteriores; etc.) d).-La progresiva transformación, ampliación y especialización de las funciones diplomáticas, unida al sustancial aumento del número de Estados y otros sujetos del derecho internacional ante los que deben desempeñarse dichas tareas (incremento del número de OIG.), ha debilitado el protagonismo de la diplomacia permanente, de tipo clásico, y de sus agentes, propiciando la aparición de misiones diplomáticas especiales, así como de nuevos diplomáticos constituidos por funcionarios técnicos o especialistas (economistas ;militares; periodistas; etc.) que desempeñan importantes actividades en el seno de las delegaciones diplomáticas (agregados comerciales; militares; culturales ;de prensa; etc.). A pesar de todo lo indicado, las misiones diplomáticas permanentes siguen desempeando insustituibles funciones como canales privilegiados de comunicación, información y negociación entre los Estados, al tiempo que sigue actuando como instituciones protectoras de sus nacionales y de los intereses de su respectivos gobiernos, ante las autoridades de los Estados en los que se encuentran acreditadas. Desde esta perspectiva, se ha alcanzado una eficaz síntesis histórica surgida, por una parte, de la creciente complementariedad entre la diplomacia permanente clásica y las nuevas formas de diplomacia ambulante desempeñada por los máximos responsables de la política exterior y, por otra, de la propia interdependencia que impone la dinámica internacional y que obliga a los Estados a coordinar sus actividades exteriores con objeto de poder abordar los principales problemas que aquejan a la sociedad mundial. No obstante, la diplomacia ha cambiado mucho en el siglo XIX y especialmente en los últimos treinta años. Como señalo Gilbert Rathbone Winham (11 de mayo de 1938-1 de enero de 2019), quien fue un politólogo nacido en Estados Unidos señala,la diplomacia hoy en día es menos un arte que un proceso de gestión.
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Jerarquía diplomática. El orden de prelación entre agentes diplomáticos acreditados ante un Estado: 1º.- clase: embajadores y nuncios; 2a clase: enviados, ministros e internuncios; 3 a clase: encargados de negocios (acreditados ante un ministro de Asuntos Exteriores). En el interior de cada clase, la prelación se determina por la antigüedad, es decir, por la fecha de envío de las cartas credenciales (Convención de Viena de 1961). Hasta principios del siglo xx, lo usual era que los países considerados como potencias fueran los únicos que se enviaban entre sí embajadores, mientras que a los demás países enviaban tres tipos de jefes de misión: a) enviados extraordinarios y ministros plenipotenciarios, b) ministros residentes y c) encargados de negocios con cartas de gabinete. Los países que no eran considerados como potencias, tampoco nombraban un embajador, sino que entre sí o en una potencia, los jefes de misión que acreditaban tenían también el rango de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, de ministro residente o de encargado de negocios. La representación diplomática entre las grandes potencias tenía por consiguiente el rango de embajada, mientras que entre los demás países, o entre una potencia y un país que no lo era, tenían la categoría de legación. A lo largo de la primera mitad del siglo xx ,esa distinción fue desapareciendo, y muchos países que tradicionalmente no habían sido considerados como potencia, empezaron a nombrar embajadores y a dar a sus legaciones el rango de embajadas. Sin embargo, esa vieja distinción se conserva en el texto de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas suscrita en 1961, que establece en su artículo 14: 1. Los jefes de misión se dividen en tres clases: a. embajadores o nuncios acreditados ante los Jefes de Estado, y otros jefes de misión de rango equivalente; b. enviados, ministros o internuncios acreditados ante los Jefes de Estado; c. encargados de negocios acreditados ante los Ministros de Relaciones Exteriores. 2. Salvo por lo que respecta a la precedencia y a la etiqueta, no se hará ninguna distinción entre los jefes de misión por razón de su clase. Como las categorías de ministros plenipotenciarios y ministros residentes ya no se usan, también el nombre de legación es obsoleto y ya no se emplea para referirse a las actuales representaciones diplomáticas más que de modo figurado. La figura de los encargados de negocios con cartas de gabinete como jefes de misión sí sobrevive, pero su oficina recibe el nombre habitual de embajada y no de legación. En casos de disputa, es común que un país retire al jefe de misión diplomática como una muestra de descontento. Esto es menos drástico que cortar por completo las relaciones diplomáticas, y la misión puede seguir operando de manera más o menos regular, aunque ahora esté encabezada por un chargé d'affaires (Encargado de Negocios), el cual tiene poder limitado. Se hace notar que, durante el periodo de sucesión entre dos jefes de misión, un chargé d'affaires a.i. (Ad Interim) puede ser nombrado temporalmente como cuidador; esto no implica ninguna hostilidad hacia el país anfitrión. Embajador. Un embajador es el representante de un determinado país ante otro, o ante una organización internacional. En el lenguaje común, el término se aplica al representante ubicado en la capital de un país extranjero. El país anfitrión donde se acredita una embajada concede al embajador, a las dependencias y algunos semovientes un estatus funcional especial. El estatus especial implica cierta extraterritorialidad sobre la ubicación y dependencias específicas de la llamada embajada, por la que el territorio, personal y vehículos gozan de inmunidad diplomática, conforme a normas internacionales (convenciones). En el caso de una diplomacia bilateral, el embajador y la embajada atienden los asuntos de interés estatal entre el país representado y ante el país receptor. Dichos asuntos diplomáticos son de índole política, económica, financiera, comercial, militar, turística, cultural, o cualquier tema de relaciones internacionales, tales como tratados, intercambio de votaciones para ciertas candidaturas de interés, etc. Enviado. Un enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, normalmente conocido como ministro, era un jefe de misión diplomática que estaba clasificado por debajo de embajador. Una misión diplomática encabezada por un enviado se conocía como una legación más que como una embajada. Con arreglo al sistema de grados diplomáticos establecido por el Congreso de Viena (1815), un enviado era un diplomático de segunda clase que tenía facultades plenipotenciarias, es decir, plena autoridad para representar al gobierno. Sin embargo, los enviados no actuaban como representantes personales del jefe de Estado de su país.
Hasta el siglo XX, la mayoría de las misiones diplomáticas eran legaciones encabezadas por diplomáticos con rango de enviados. Los embajadores sólo se intercambiaban entre grandes potencias. Ministros residentes.
El título completo era común como rango diplomático para el jefe de una misión con una consideración justo por debajo del nivel de un enviado, lo que a menudo reflejaba la relativa poca importancia de los estados de origen o residencia o las difíciles relaciones entre ambos. Incluso después de que el Gran Ducado de Toscana fuera restaurado por el Congreso de Viena de 1815 los británicos enviaron a un «simple» residente a Florencia. Un encargado de negocios (del francés: chargé d'affaires) es, junto con el agregado ad interim, un funcionario diplomático de mayor jerarquía dentro de una representación diplomática, encargado interinamente de reemplazar al embajador o jefe de misión en su ausencia. Anteriormente, se designaba con este título al jefe de una misión cuya jerarquía era inferior al de un embajador o ministro.
Un chargé disfruta de los mismos privilegios e inmunidad que cualquier otro embajador. Sin embargo, estos últimos se encuentran en una posición jerárquica superior. Así pues, los encargados de negocios tienen menos relevancia en los eventos diplomáticos formales. En la mayoría de los casos, un diplomático solo ejerce de chargé d'affaires de manera temporal, por la ausencia de un embajador. Es posible que se designe por un periodo indefinido en situaciones extraordinarias, en casos en los que las disputas entre dos países hagan imposible o indeseable enviar a agentes de una jerarquía mayor. Nuncio papal. Un nuncio apostólico o nuncio papal es un representante diplomático de la Santa Sede —no del Estado de la Ciudad del Vaticano— con rango de embajador. Representa a la Santa Sede ante los Estados (y ante algunas organizaciones internacionales y ante la Iglesia local. Suele tener el rango eclesiástico de arzobispo. Normalmente reside en la nunciatura apostólica, que goza de los mismos privilegios e inmunidades que una embajada.
En los casos en que no existan relaciones diplomáticas con las autoridades de un Estado, el representante de la Santa Sede ante la Iglesia local recibe el nombre de delegado apostólico. En muchos países el nuncio papal tiene precedencia protocolaria sobre el resto de los embajadores: es el decano del cuerpo diplomático. Su rango diplomático de embajador quedó fijado en el Congreso de Viena (1815). Al igual que los demás diplomáticos, el nuncio tiene que ser acreditado por el Estado de acogida. En cuanto al hecho de que el nuncio sea decano del cuerpo diplomático, se resolvió de esta forma una larga disputa entre los Estados sobre la precedencia diplomática. La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas del 18 de abril de 1961 mantuvo la práctica de este privilegio del representante papal. Al nuncio apostólico, en calidad de decano, le corresponde tomar la palabra en nombre del cuerpo diplomático en ocasiones solemnes y también resuelve conflictos que puedan surgir entre alguna representación diplomática y el Estado de acogida. La nunciatura tiene una estructura similar a la de una embajada, con consejero de nunciatura, secretario de nunciatura, etc. Estos cargos suelen ser ocupados por diplomáticos de carrera de la Santa Sede, todos ellos clérigos, formados en la Pontificia Academia Eclesiástica, establecida en 1701. La mayoría de los nuncios proceden del servicio diplomático; algunos de ellos pasan a ser luego obispos de alguna diócesis o retornan a la Ciudad del Vaticano para trabajar en algunos dicasterios; algunos llegan a ser cardenales. Algún papa, como Juan XXIII, fue anteriormente nuncio, concretamente en Bulgaria, Turquía y Francia. En ocasiones la Santa Sede -igual que otros sujetos del derecho internacional- designa como nuncio a un eclesiástico que no procede de la carrera diplomática. |
Cónsul es un cargo que recibe un funcionario o titular de una Oficina consular por parte del Estado para ejercer una función consular en el extranjero. Es un funcionario del servicio exterior de un país, de carácter no político, da información y propaganda administrada, aduanas, notarial y registro político. Es el Ministerio de Exteriores, de Relaciones Exteriores o de Asuntos Exteriores quien le encarga al cónsul la tarea de asistir a los ciudadanos del país de origen en ciertas tareas, como la tramitación de los documentos que necesite para diversos fines, orientarlo para su defensa, en caso de necesitarlo, legalización de documentos oficiales (cuando existe esa posibilidad), poderes, fes de vida, certificados acreditativos de nacionalidad, otorgamiento y renovación de pasaportes, tramitación de documentos de identidad nacionales de su país, promoción económica, cultural y turística, etc. Historia La palabra cónsul ha tenido diferentes acepciones. Se aplicada a los agentes extranjeros establecidos por un soberano en las ciudades y puertos de comercio en países extranjeros con la misión de velar por el sostén de los privilegios de la nación y terminar las controversias entre los comerciantes. La institución parece tener origen en la necesidad que durante las Cruzadas experimentaron los italianos de nombrar jueces protectores que residiesen en países extranjeros con el objeto de defender su comercio, particularmente en las regiones asiáticas. A ejemplo de estos, según dice Pando en su Tratado de Derecho internacional, algunos Estados de Europa empezaron, desde el siglo XIII, a hacerse conceder el derecho de enviar cónsules, y las naciones más civilizadas comenzaron también a emplear esta especie de agentes en sus relaciones recíprocas a fines del siglo XV o principios del XVI, aunque, según el distinguido escritor Martens, hay ejemplos de cónsules nombrados y enviados por las potencias de Europa por los años 1256, 1264, 1268, 1278, 1291. El sabio publicista romano Nicolao opina que los cónsules fueron creados en el siglo XI (año de 1189) por los griegos, aunque con diferente nombre, puesto que los tres primeros que enviaron a las otras naciones llevaban el título de jueces del comercio y sus facultades a este respecto eran ilimitadas. Pese a que los genoveses, pisanos y venecianos principiaron desde el siglo XIII a hacerse conceder el derecho de enviar cónsules, semejante costumbre no se generalizó hasta el siglo XVI y, sobre todo, después del reinado de Luis XIV. Aquellos Estados de Italia, que desde los primeros sucesos de la Cruzada abrieron a su comercio las puertas de Oriente, reconocieron la necesidad de establecer jueces para la defensa de su comercio, con tanto más motivo cuanto que, muy en breve, se hicieron dueños de una parte del Peloponeso y de las más fértiles islas del Archipiélago. En efecto, muchos ramos del comercio, concentrados hasta entonces en Asia, rompieron sus viejos límites; los tesoros de la India no se detuvieron más en Constantinopla, sino que se esparcieron por las principales ciudades del Mediodía de Europa y he aquí la primitiva causa del establecimiento de los cónsules. Casi en la misma época, los negocios crecían y se multiplicaban a medida que las relaciones entre los pueblos eran más frecuentes, y esto originó el que se crearan en muchos países jueces conservadores que los comerciantes extranjeros tenían el derecho de nombrar para decidir sus controversias y vigilar el sostenimiento de los derechos que les pertenecían. Ricardo III de Inglaterra confirió por el año de 1486 el empleo de cónsul a Lorenzo Strozzi para residir en Italia, y particularmente en Pisa y sus dependencias, asegurando Anderson que este fue el primer cónsul inglés establecido en país extranjero. En 1522 Enrique VIII nombró a un comerciante llamado Consir de Baltasarú en calidad de cónsul en Candia. Los Aldermann que las Ciudades Hanseáticas mandaron a algunas otras, desempeñaban igualmente las funciones de cónsules. Más tarde, y cuando en algunas ciudades mercantiles se concedía a los comerciantes ingleses el constituirse en corporación, el jefe de este cuerpo Cour Master ejercía una especie de jurisdicción consular sobre los súbditos de su nación pertenecientes a aquella corporación. En un principio, las misiones de los cónsules se reducían a velar por los intereses del comercio nacional y hacer juzgar según las leyes de su país y por jueces de su nación, nombrados por ellos al efecto, todas las cuestiones suscitadas entre sus nacionales y entre aquellos que gozaban de su protección. Pero, al paso que los gobiernos fueron conociendo la importancia del establecimiento de los cónsules; al paso que se poblaron las regiones del Nuevo Mundo y que las luces fueron difundiéndose en las diferentes partes del globo, impeliendo al comercio a adquirir un desarrollo maravilloso, aquella importancia aumentó de grado. Funciones En la actualidad, el ejercicio del cargo de Cónsul (con sus diferentes categorías) se rige por la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, de 1963. Algunas de sus funciones tienen carácter notarial o de fe pública, y su firma equivale también a la de un notario, pudiendo cumplir incluso las funciones de un traductor jurado (también llamado traductor certificado o perito traductor). Expide y renueva pasaportes. Asiste y orienta a las personas de otro país en situación de emergencia. Cuida de los compatriotas detenidos o encarcelados y vigila la legitimidad de sus procedimientos judiciales. Expide documentos varios a ciudadanos extranjeros que desean visitar el país al que representa el cónsul. Realiza el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones. |
La Unión Europea (UE) es una comunidad política de derecho constituida en régimen sui generis de organización internacional nacida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los Estados y los pueblos de Europa.5 Está compuesta por veintisiete Estados europeos y fue establecida con la entrada en vigor del Tratado de Maastricht el 1 de noviembre de 1993. La organización que se convertiría en la UE se creó en el período de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Sus pasos iniciales consistieron en impulsar la cooperación económica ya que —según la versión oficial— «el comercio produce una interdependencia entre los países que reduce las posibilidades de conflicto». Como resultado, la Comunidad Económica Europea (CEE/CE) fue creada en 1958 con el objetivo manifiesto de aumentar la cooperación económica entre sus seis países fundadores: Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos. Desde entonces, se han adherido veintidós países más (aunque en 2020 el Reino Unido salió de la UE) y se ha creado un mercado interior. Para alcanzar sus objetivos comunes, los Estados de la Unión le atribuyen a esta determinadas competencias, ejerciendo una soberanía en común o compartida que se despliega a través de los cauces comunitarios. Así, con el Tratado de Maastricht, la supraestructura «Unión Europea» aunaba y se fundaba sobre las tres Comunidades Europeas preexistentes —la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom) y la CE— y les añadía la política exterior común y la cooperación judicial y policial, formando un sistema complejo conocido como «Los tres pilares». Sin embargo, con la entrada en vigor el 1 de diciembre de 2009 del Tratado de Lisboa, la Unión Europea sucedió, por completo aunque con ciertas particularidades, a las Comunidades Europeas y asumió con ello su personalidad jurídica única como sujeto de derecho internacional. La Unión ha desarrollado un sistema jurídico y político, el comunitario europeo, que se rige por procedimientos de funcionamiento interno que conforman un sistema híbrido de gobierno transnacional que combina elementos próximos a la cooperación multilateral, si bien fuertemente estructurada e institucionalizada, con otros de vocación netamente supranacional. Todo esto desemboca en una comunidad de Derecho, cuya naturaleza jurídica y política es discutida, si bien sus elementos fundacionales y su evolución histórica apuntan a una forma de gobernanza supranacional con una inspiración histórico-política de vocación federal —en el sentido de un federalismo internacional nuevo, no de un Estado federal clásico— que se detecta en ámbitos como la ciudadanía europea, los principios de primacía y efecto directo que le son aplicables a su ordenamiento jurídico en relación con los ordenamientos nacionales, el sistema jurisdiccional o la unión monetaria (el sistema del euro). La UE se rige por un sistema interno en régimen de democracia representativa enmarcado en sus siete instituciones: El Consejo Europeo que ejerce funciones de orientación política general y de representación exterior, y nombra a los jefes de las altas instituciones constitucionales; el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea que ejercen la potestad legislativa en igualdad de condiciones; la Comisión Europea que aplica el Derecho de la Unión, supervisa su cumplimiento y ejecuta sus políticas; el Tribunal de Justicia que ejerce las labores jurisdiccionales supremas en el sistema jurídico comunitario; el Tribunal de Cuentas que supervisa y controla el buen funcionamiento y la adecuada administración de las finanzas y de los fondos comunitarios; y el Banco Central Europeo que dirige y aplica la política monetaria única de la eurozona. Servicio Diplomáticos de de Unión Europea. El Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE, o también simplemente Servicio Exterior) es un organismo de la Unión Europea cuya creación definitiva, el 1 de diciembre de 2010, venía prevista por el Tratado de Lisboa. Aunque su estructura y funcionamiento deberán desarrollarse por medio de otras decisiones del Consejo de la Unión Europea, la que lo establece y regula su funcionamiento orgánico está ya aprobada y sus disposiciones se encuentran en proceso de consolidación o aplicación práctica. El nuevo servicio exterior está constitucionalmente llamado a ser un organismo (órgano unitario complejo) funcionalmente autónomo de las demás instituciones, órganos y organismos de la Unión, sujeto únicamente a la autoridad del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Trabajará, no obstante, en estrecha cooperación con los servicios diplomáticos de los Estados miembros, a los que coordinará en la medida de lo posible. Como servicio diplomático que es, sus cometidos consisten fundamentalmente en apoyar y asistir en el ejercicio de sus funciones al alto representante, como máximo responsable de la acción exterior de la Unión, en todos los ámbitos de su actividad. El Servicio Europeo de Acción Exterior será el primer servicio diplomático multinacional, y uno de los más grandes del mundo. El servicio exterior estará integrado por personal especializado procedente de los servicios competentes de la Secretaría General del Consejo, de la Comisión, y por personal diplomático procedente de los Estados miembros en calidad de servicios especiales. Su sede se ubica en Bruselas. Historia El 25 de marzo de 2010, la entonces alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, presentó ante el Consejo un primer borrador de Decisión europea sobre el Servicio Exterior. Tras intensas negociaciones con los representantes designados por el Parlamento Europeo , los diputados Guy Verhofstadt, Elmar Brok y Roberto Gualtieri, la Cámara prestó su consentimiento y el documento final fue aprobado definitivamente por el Consejo de Asuntos Generales cuatro meses después, entrando en vigor el 16 de julio de 2010, día de su adopción. Ashton dirigió un servicio diplomático en el que se integraron de inmediato, fusionadas, las entonces delegaciones internacionales del Consejo y de la Comisión presentes en cerca de 125 países, así como las Representaciones especiales PESC (Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea). Si bien en un primer momento el número de funcionarios destinados al Servicio Exterior se fijó en torno a los 3000, se previó que a lo largo de los cinco primeros años de despliegue de sus actividades contara con no menos de 6000 funcionarios plenamente integrados en su estructura, con una planificación de hasta 8000. El SEAE estaría llamado a ser el mayor servicio diplomático del mundo, junto con el Departamento de Estado norteamericano, por encima de ministerios como el chino o el ruso, y muy por encima de cualesquiera de los servicios exteriores de los Estados de la Unión. |
Bruselas estudia crear una escuela europea para formar por primera vez a sus propios diplomáticos Bernardo de Miguel Bruselas - 16 ago 2021 La Comisión Europea ha dado el visto bueno inicial para estudiar la creación de una Escuela Diplomática europea que, por primera vez en la historia de la UE, se encargaría de reclutar y formar a los diplomáticos del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) desde una perspectiva eminentemente comunitaria. El objetivo del proyecto, impulsado desde el Parlamento Europeo, es superar el sesgo nacional que todavía prima en muchos de los miembros del SEAE. La iniciativa coincide con la orientación geoestratégica que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quiere imprimir a su mandato y con el empeño del Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell, de dotar a la UE de una voz potente en la escena mundial. La futura escuela o academia diplomática europea “permitiría la selección y formación de los diplomáticos con una perspectiva europea desde el primer minuto”, señala el eurodiputado socialista Nacho Sánchez Amor, el principal impulsor de un proyecto que fue sometido en abril a la revisión de la Comisión. El organismo comunitario es el encargado de evaluar la viabilidad de los proyectos planteados por el Parlamento Europeo y señalar los que pueden ser llevados a cabo y dotarse con financiación comunitaria. A finales de julio, la Comisión Europea otorgó al proyecto de la Escuela diplomática la máxima calificación (una A de un rango de cuatro hasta D), lo que podría abrir el camino para iniciar en 2022 los estudios previos a la creación de la posible escuela. De obtener la luz verde definitiva, esta primera fase podría contar con una financiación de hasta dos millones de euros. “Es necesario que haya una carrera diplomática europea”, celebra Sánchez Amor ante el visto bueno inicial a su propuesta. El eurodiputado español cree que el servicio exterior europeo “se ha dejado hasta ahora arrastrar por las lógicas nacionales y repite los formatos y los esquemas de las embajadas de los países sin plantearse un verdadero interés europeo”. Sánchez Amor apunta, por ejemplo, la tendencia al reparto geográfico por nacionalidades. “Los españoles suelen ir a las delegaciones en Latinoamérica, los franceses a África y cada uno lleva incorporados sus propios condicionantes nacionales y las tendencias de su país”, señala. “Antes era inevitable, pero ahora hay que superar ya esa lógica”, añade. El SEAE cumplió el pasado 1 de enero sus primeros 10 años, pero sigue nutriéndose de funcionarios de las instituciones comunitarias (un tercio de la Comisión y otro tercio del Consejo) o de diplomáticos nacionales (otro tercio) asignados de manera temporal a la diplomacia comunitaria. Pol Morillas, director del centro de estudios CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) cree que esas oleadas de funcionarios y diplomáticos de diversa procedencia “no han logrado amalgamarse en un cuerpo conjunto y no se ha generado una visión unificada de la diplomacia europea”. Morillas señala que los funcionarios comunitarios no se han acostumbrado a trabajar en un órgano híbrido como el SEAE, que depende de la Comisión pero donde los Gobiernos tienen la última palabra en política exterior. En cuanto a los diplomáticos nacionales trasladados temporalmente a Bruselas, Morillas sostiene que “muchos de ellos siguen pendientes de sus respectivos ministerios de Exteriores porque es donde seguirán los siguientes pasos de su carrera diplomática”. “Para que la UE avance hacia la madurez en sus relaciones exteriores necesita desarrollar su propia escuela diplomática, en la que se formen los diplomáticos europeos y converjan hacia intereses y valores comunes de la Unión”, describe la ficha del proyecto sometida a evaluación de la Comisión. Desde el Parlamento Europeo subrayan que el proceso de revisión “es exigente y la Comisión sigue un enfoque que es el de menos cantidad, más calidad”. De los 353 proyectos piloto presentados en 2020, el organismo de Von der Leyen solo otorgó la máxima calificación al 10%, la B al 7% y dejó al resto con una C y D que les deja sin apenas posibilidades de prosperar. El año pasado solo salieron adelante finalmente 59 proyectos, incluidos los que fueron renovados para un segundo año del ejercicio anterior. En el caso de la escuela diplomática, el proyecto levantará previsiblemente reticencias entre los grandes países (Alemania y Francia, sobre todo) que siempre han preferido mantener su propia voz en los asuntos de envergadura de la escena internacional.
La batalla ya se dio hace una década cuando se creó el Servicio Europeo de Acción Exterior, nacido entre las reticencias de las capitales por temor a que Bruselas invadiese una competencia nacional como es la política exterior. Poco a poco, el SEAE ha logrado abrirse un pequeño hueco desde su sede en la capital comunitaria, donde cuenta con cuatro edificios y más de 2.000 empleados, y su presencia en 148 países con otros 2.300 empleados y 3.800 funcionarios de apoyo de la Comisión Europea. En 2020, a raíz de que la pandemia de covid-19 paralizase el transporte mundial y desencadenase un cierre de fronteras casi generalizado, el SEAE se anotó el éxito de gestionar la repatriación conjunta de más de 625.000 europeos en cinco meses. Pero a pesar de la envergadura de su infraestructura y de sus recursos humanos, la mayoría de los observadores coinciden en que la UE no ha logrado aún un peso internacional a la altura de su importancia económica y estratégica. La diversidad de intereses internacionales de los 27 Estados miembro y la necesidad de aprobar por unanimidad los pronunciamientos sobre política exterior son factores que a menudo alimentan la imagen de un club lento en la reacción y proclive a adoptar posiciones de mínimos. Pero la propia vulnerabilidad de cada uno de los Veintisiete por sí solos también ayuda a forjar respuestas comunes conjuntas que hace años hubieran parecido impensables. Las sanciones a Rusia por la anexión a Crimea se renuevan por unanimidad desde hace más de un lustro sin ninguna fisura. Las sanciones a Bielorrusia tras el secuestro de un vuelo comercial por parte del régimen de Alexandr Lukashenko también fueron inmediatas. Solo un socio, la Hungría de Viktor Orbán, se permite usar a menudo los asuntos de política exterior como parte de su campaña para sabotear la imagen de Bruselas. Aparte de esa dificultad innata en la toma de decisiones, Sánchez Amor considera que la mayor carencia del SEAE es la falta de un servicio de inteligencia propio que, a su juicio, llevó a Bruselas a cometer errores y despistes de bulto como la gestión de Ucrania en 2014. La Comisión alentaba los amagos de Kiev para acercarse a la UE sin percatarse del zarpazo que Rusia preparaba para anexionarse Crimea y desestabilizar el país. “Normal que los estadounidenses no nos tomen en serio en algunos asuntos internacionales”, apunta Sánchez Amor, que tras el proyecto piloto de la escuela diplomática no descarta impulsar otro para un servicio de inteligencia propio de la UE. |
Sede de unión europea |
Sede de Unesco |
Sede de la ONU |
El Palacio de las Naciones es un complejo de edificios que fueron construidos entre 1929 y 1937 en el seno del Parque Ariana en Ginebra (Suiza). Sirvió de sede a la Sociedad de Naciones (SDN) hasta 1946. Más tarde fue ocupado por la Organización de las Naciones Unidas y en 1966, el palacio se convierte en su sede europea (Oficina de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra u ONUG) y en la segunda más importante de la organización después de la sede de Nueva York. |
Las ciudades con más embajadas y consulados. Las ciudades con más embajadas y consulados extranjeros del mundo son Bruselas, París, Nueva York, Viena y Ginebra. ¿Por qué? En el mundo hay unos 200 países, y cada uno de ellos establece sus propias relaciones diplomáticas con el resto de Estados. Para ello sitúa embajadas en las capitales de los países que considere oportuno, y consulados en cualquier ciudad que considere relevante para los intereses del país o sus ciudadanos; además de otras legaciones diplomáticas como las misiones ante organismos internacionales (OTAN, ONU o OEA) o las oficinas comerciales y representativas de Taiwán y otros países. En el listado mundial queda en cabeza Bruselas, la capital de Bélgica, pero también la capital de facto de la Unión Europea, sede de sus principales organismos. Bruselas es también la sede de la OTAN y otros organismos internacionales. Su importancia es tal que países como España mantienen 4 legaciones diplomáticas en la ciudad, y que la propia Bélgica tiene 3 legaciones diplomáticas en su propia capital para defender los intereses del Estado ante los organismos internacionales. En las 5 primeras posiciones destaca también la presencia de dos ciudades que no son capitales de ningún país: Ginebra y Nueva York. Las dos ciudades son las dos mayores sedes -de cuatro- de la ONU y de otros organismos dependientes, lo que les otorga una relevancia internacional por encima de sus propias capitales y de gran parte de las ciudades del mundo. París, Viena y Roma son otras tres ciudades cuya importancia internacional queda sobredimensionada por la presencia de importantes organismos internacionales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) o la Unesco tienen sede en París; mientras que Viena lo es de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y otros organismos menores de la ONU; y Roma de la FAO. El resto de ciudades que comparten las primeras posiciones son capitales de potencias mundiales como Washington, Pekín, Londres, Moscú o importantes poderes regionales como El Cairo (sede de la Liga Árabe), Yakarta (sede de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático o ASEAN por sus siglas en inglés). |
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