—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 5 de marzo de 2012

85.-Antepasados del rey de España: Catalina de Medici o de Médicis.


  
Catalina de Medici o de Médicis.


  
Caterina Maria Romula di Lorenzo de' Medici

Caterina Maria Romula di Lorenzo de' Medici  (Florencia, 1519 - Blois, Francia, 1589) Reina de Francia. Hija de Lorenzo II de Médicis y de Madeleine de La Tour d'Auvergne, en 1533 casó con Enrique, hijo de Francisco I de Francia. Fue madre de diez hijos, a quienes se dedicó por completo aun después de que su marido accediera al trono con el nombre de Enrique II, en 1547. Durante el reinado de Enrique II de Francia, el poder político de la reina fue ejercido por Diana de Poitiers, la amante del monarca.

Tras la muerte de su marido, en 1559, tampoco tuvo gran influencia en los asuntos de gobierno durante el reinado de su primogénito, Francisco II, dominado por sus hermanos Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena, quienes empuñaban en realidad las riendas del poder en Francia. Ambos, jefes del bando católico, extremaron la tensión bélica con la facción protestante, a la que pertenecían Antonio de Borbón, rey de Navarra, Luis de Condé y los tres Coligny.
Al fallecimiento de su primogénito Francisco II, accedió al trono, con el nombre de Carlos IX, el segundo hijo de Catalina, que fue designada regente. Fue entonces cuando reveló toda su capacidad para el ejercicio del poder, hasta el punto de convertirse en el centro de la política europea de la época. Acusada ya en su tiempo de maquiavelismo, la recreación romántica de su figura ha tejido una cierta leyenda negra en torno a ella: la falta de escrúpulos, el carácter intrigante y una serie interminable de seducciones y asesinatos jalonaron su regencia.

Sin embargo, y pese a haberse probado numerosos hechos que abonarían esta imagen, los historiadores han tendido a recuperar su figura, que han enmarcado en las circunstancias de su tiempo para destacar el papel crucial que desempeñó en el mantenimiento del equilibrio y la unidad en el país, completamente dividido por las diferencias religiosas, y la tolerancia que mostró en este campo, inhabitual en un tiempo dominado en gran medida por el fanatismo religioso.

Con todo, no pudo evitar que la intransigencia católica de Francisco, duque de Guisa, provocara la matanza de Wassy, el 1 de marzo de 1562, y desencadenara con ella las guerras de religión en Francia. Por coherencia política se vio obligada a tomar partido por el bando católico y ordenó la persecución de los hugonotes. Al año siguiente, no obstante, proclamó el edicto de Amboise, que revelaba cierta tolerancia con la facción protestante, a la cual necesitaba además como aliada frente a España.
Este esfuerzo de conciliación se repitió en 1570, cuando otorgó la amnistía a los protestantes en el edicto de Saint-Germain. En este contexto, Carlos IX de Francia fue proclamado mayor de edad y Gaspar de Coligny, un destacado miembro de la facción protestante que había entrado en el Consejo Real, comenzó a ejercer una fuerte influencia sobre el monarca, y lo indujo a declarar la guerra a Felipe II de España y a favorecer secretamente las actividades militares de los hugonotes. Catalina, por su parte, consideraba que una guerra con España supondría el desastre para Francia si se llevaba a cabo en aquel momento.
Preocupada por este motivo, y también por la creciente influencia de Coligny sobre su hijo, Catalina de Médicis trató de asesinar a su oponente. Fracasada en su intento y temerosa de la previsible reacción, decidió adelantarse: con objeto de promover una matanza de protestantes, informó al rey de que éstos tramaban asesinarle tras la boda de su hermana, Margarita de Valois, con Enrique de Navarra. Presionado por su madre y el bando católico y, muy particularmente, por su hermano Enrique, duque de Anjou, y también por el duque de Guisa, Carlos IX ordenó el masivo asesinato que ha pasado a la historia como la matanza de la noche de San Bartolomé (24 de agosto de 1572).
En ella murieron asesinados en París más de 3.000 hugonotes, incluido Gaspar de Coligny, y otros muchos perecieron en toda Francia en el transcurso de los días siguientes. Tras la muerte del rey en 1574, y gracias a sus intrigas políticas, Catalina consiguió que su hijo Enrique fuera elegido monarca de Polonia y, el mismo año 1574, coronado rey de Francia con el nombre de Enrique III. Catalina de Médicis destacó además, durante toda su regencia, por el firme mecenazgo que ejerció a favor de eruditos y artistas y por el gusto renacentista que encarnaba y que introdujo en la corte de Francia.

Aportes de la reina Catalina

Crónicas sobre los banquetes de la época afirman que en el siglo XV, Catalina introdujo en Francia el uso del tenedor  de tres puntas, para evitar que los invitados a palacio comiesen con los dedos y les puso un mango largo que les permitía rascarse la espalda.
Catalina acostumbraba a llevar una especie de tenedor de mango largo a manera de cetro, el cual usaba en las fiestas del palacio y durante los Consejos de ministros, con el que indicaba orden en la sala o con un toque sobre la mesa, corroboraba una decisión.

Parece inverosímil que en ese período tan intenso, Su Majestad Catalina, además de sus labores monárquicas y literarias, pudiera dedicar tiempo a imprimirle su sello a la naciente gastronomía francesa.
En la historia del arte culinario como fenómeno cultural, se sitúa a la reina Catalina como la introductora en Francia de la alta cocina, en la que aún hay ejemplos de su lujo y  exquisitez.
A  la soberana se atribuye la introducción de nuevos productos alimenticios como las pastas, las espinacas, las alcachofas, las alubias y el azafrán. Son famosas sus recetas de pato a la naranja, jabalí asado en salsa volterra y trufas coloreadas, con dados de queso.
 Ella colocó la primera piedra de la gran “cuisine” francesa en la que introdujo recetas, utensilios y modales así como dulces de sabores, aromas y colores variados, además del consumo de aceite para cocinar, el empleo del aguardiente y otros licores.
Según notables chefs de cocina, mención aparte merecen sus postres fríos, entre los que destaca uno semihelado a base de una crema espesa, semejante al helado que se saborea hoy.
A la soberana francesa se debe también, el uso generalizado del perfume que debía ser aplicado en guantes y pañuelos, la creación de jardines y alamedas, la introducción del ballet moderno y el teatro en aquella sociedad.

La lista de sus aportes sería interminable, pero no debemos omitir la introducción del tabaco, con el que el doctor Nicolás Monardes logró curar las migrañas que padecía Catalina, y a partir de ese momento, se popularizó y empleó en varios padecimientos.



Escudo de Armas

Escudo de Armas:
1º.-Armas de Francia;
2º.-Armas cuartelados: a y c) armas de los Medici; b y c Armas de la Tour d'Auvergne


Padres.



Magdalena de la Tour d'Auvergne, ( c. 1500 ? - 28 de abril de 1519), noble francesa madre de Catalina de Médici, fue condesa de Auvernia, que ocupaba gran parte de la región del mismo nombre.

 House of La Tour d’Auvergne
Counts of Auvergne and Boulogne



Lorenzo di Piero de' Medici, conocido como Lorenzo II de Médici para distinguirlo de Lorenzo el Magnífico (Florencia, República de Florencia, 1492 - Careggi, 1519) fue el señor de Florencia desde 1516 hasta su muerte víctima de la sífilis en 1519.
Aldo  Ahumada Chu Han 





Los ancestros

Averardo Chiarissimo de Medici , también llamado Everardo de Medici , pero mejor conocido como Bicci ( 1320 - 1363 ), fue un político italiano era el hijo de Sylvester la misma luz (muerto en 1346 ) y Lisa Donati, y padre de tres hijos: Giovanni, Francesco y Antonia.

Juan de Médici  (Florencia, 1360 - 20 de febrero de 1429) fue un banquero de la Edad Media, fundador de la poderosa familia Médici de Florencia, padre de Cosme de Médici (Pater Patriae) y bisabuelo de Lorenzo de Médici (El magnífico).

Cosimo di Giovanni de' Medici (en italiano) o Cosme el Viejo (Padre de la Patria) (Florencia, 27 de septiembre de 1389-Villa medicea de Careggi, 1 de agosto de 1464) fue un político y banquero italiano, fundador de la dinastía de los Médici, dirigentes efectivos de Florencia durante una buena parte del Renacimiento italiano.

Pedro de Cosme de Médici  (19 de septiembre de 1416 - 2 de diciembre de 1469), llamado el gotoso (il Gottoso), debido a la enfermedad que padecía. Gobernante de facto de Florencia de 1464 a 1469 durante el renacimiento italiano. Hijo de Cosme de Médici y Contessina Bardi y padre de Juliano y Lorenzo. Murió a los 53 años.

Lorenzo de Médici (; Florencia, 1 de enero de 1449- Villa medicea de Careggi, 9 de abril de 1492), también conocido como Lorenzo el Magnífico por sus contemporáneos,
 fue un estadista italiano y gobernante de facto de la República de Florencia durante el Renacimiento italiano. Príncipe de Florencia, mecenas de las artes, diplomático, banquero, poeta y filósofo renacentista, perteneciente a la familia Médici, y también bisabuelo de la reina Catalina de Médici.

Pedro II de Médici, en toscano Piero de Medici, llamado il Fatuo (el Infortunado) (Florencia, 15 de febrero de 1472 – Gaeta, 28 de diciembre de 1503) fue señor de Florencia por sólo dos años: desde 1492 hasta 1494.

Lorenzo di Piero de' Medici, conocido como Lorenzo II de Médici para distinguirlo de Lorenzo el Magnífico (Florencia, República de Florencia, 1492 - Careggi, 1519) fue el señor de Florencia.

  
 Anécdota



El  tabaco

Cuentan las crónicas que fue la reina de Francia Catalina di Medici la que puso de moda entre los cortesanos franceses, lo que se llamó “polvo de embajador”. Al parecer fue Jean Nicot, embajador de Francia en corte de Lisboa el que envió a Catalina unas hierbas traídas de las Indias, y que no era otra cosa que tabaco. Catalina comenzó así su consumo, que rápidamente se extendió entre la nobleza francesa, muy dada a imitar a esta gran reina.

Las bragas

Durante edad media las mujeres no llevan nada bajo sus faldas, como ropa interior. Catalina de Médicis, inicio la moda de usar bragas,  para subir a su caballo con toda tranquilidad.

El Escuadrón Volante.

Catalina de Médici, al percatarse de que no todo el poder de la corte regía en el título de monarca, utilizó a su séquito de 200 cortesanas en lo que históricamente se denominaría «El Escuadrón Volante».
Este numeroso grupo de mujeres contemplarían como principal objetivo obtener información importante que sirviera para desentrañar cualquier complot, o incluso para influenciar decisiones de sus enemigos.

Los tacos de zapatos 

A Catalina de Médici también se le atribuye la incorporación y popularización de los tacos. Inspirada en el calzado de las prostitutas venecianas, la reina ordenó que se le construyeran unos zapatos con plataformas que le permitieran verse del mismo tamaño que su marido, Enrique II. Estos, a su vez, hicieron que su cuerpo luciese más esbelto.

Tenedores

Asimismo, Catalina de Médici es recordada por haber sido la precursora del uso de tenedores en la corte.-
Desde su invención en aproximadamente el siglo XI, hasta su llegada a Venecia, y con ello a la familia Médici, Catalina introdujo la idea de emplear los tenedores para evitar que sus invitados de la corte comiesen con los dedos durante los banquetes.


El castillo de Chenonceau.


Aldo  Ahumada Chu Han 


El castillo de Chenonceau (en francés, château de Chenonceau), también conocido como el «castillo de las damas»,​ es un castillo de estilo residencial del siglo XVI situado en la comuna francesa de Chenonceaux, en el departamento de Indre y Loira, y que forma parte de la serie de castillos comúnmente conocidos como «castillos del Loira».


Capilla.

La Tour des Marques, única parte
superviviente del primitivo castillo prerrenacentista.

Por otra parte, se trata del Monumento Histórico en manos privadas más visitado de toda Francia, e incluye varios jardines, un parque y una plantación vitivinícola. El castillo, que sustituyó a otro anterior, no solo posee importancia en tanto que obra de arte, sino que además ha gozado de una activa presencia en la historia de Francia.

Historia

Vista de las arcadas del Puente de Diana, sobre el
que Jean Bullant edificó la galería en 1576-1577.

La primera cita de la existencia del lugar de Chenonceaux corresponde al siglo XI, documentándose en los siglos XIII a XV la presencia de una residencia feudal, cuya propiedad pertenecía a la familia de los Marques.​ En 1411 una orden real obligó a los Marques a destruir su casa solariega con motivo de su participación en actividades contra el rey. Posteriormente, en 1432, Jean Marques ordenó la construcción de un castillo y un molino fortificado sobre los anteriores cimientos.


Edad Moderna


El castillo actual fue edificado en el cauce del río Cher, sobre los pilares de un molino fortificado y del anterior castillo fortificado que se había comprado a la familia de los Marques. Este último fue derribado, a excepción de la torre del homenaje del mismo (la Tour des Marques o torre de los Marques, que luego se adaptó al estilo renacentista) y del pozo adyacente. Fue construido por el secretario de la hacienda del rey Francisco I de Francia. El cuerpo residencial cuadrado que constituye el castillo original fue construido entre 1513 y 1521 por Thomas Bohier.​ Puesto que Thomas estaba ocupado en asuntos bélicos, fue especialmente su esposa, Katherine Briçonnet, quien se encargó de dirigir los trabajos del castillo. Bohier era intendente de impuestos y más tarde fue Intendente General de Finanzas de Carlos VIII, Luis XII, y finalmente de Francisco I y su divisa era:
S'il vient à point m'en souviendra.

Tras el fallecimiento de Thomas Bohier, tuvo lugar una auditoría financiera, que puso de relieve la existencia de malversaciones de fondos, lo que permitió que Francisco I impusiese una fuerte multa a sus descendientes, así como que recuperase el dominio feudal y el castillo que se incluía en el mismo (1535). El castillo acabaría siendo regalado por Enrique II a su célebre favorita Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois.​ 
Diana de Poitiers encargó a Pacello da Mercoliano que acondicionase en la orilla derecha del río Cher el jardín que todavía hoy lleva su nombre; a la vez que encargaba a su arquitecto habitual, Philibert de l'Orme, la construcción de un puente que uniese el castillo de Bohier con la orilla derecha del río, con la finalidad de establecer allí nuevos jardines. No obstante, este puente ya formaba parte de los planes originales de Thomas Bohier. Diana de Poitiers logró que Francisco I de Francia se instalase en el lugar junto a toda la corte.

La cámara y la cama de Diana de Poitiers.

Tras el fallecimiento de Enrique II, que resultó mortalmente herido (de forma accidental) durante un torneo celebrado en 1559 por el capitán de su guardia escocesa Gabriel I de Montgomery, Catalina de Médicis, que pasó a ser la regente del Reino de Francia, obligó a Diana de Poitiers, su rival en el corazón del difunto rey, a que restituyese a la corona el castillo de Chenonceau.​ A cambio de dicha cesión, entregó a Diana el castillo de Chaumont-sur-Loire, que se encuentra a pocos kilómetros del de Chenonceau.
En tanto que reina madre, tras los sucesivos accesos al trono de sus hijos, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, Catalina de Médicis hizo que en 1576-1577 Jean Bullant edificase sobre el puente de Diana la galería que se puede contemplar actualmente, acabando de este modo de conferir al castillo de Chenonceau el estilo que hoy se puede admirar.
Tras recibir el castillo la visita de Luis XIV el 14 de julio de 1650, se bautizó a una de las salas del castillo como Salón de Luis XIV.

El castillo de Chenonceau visto desde los jardines de Diana de Poitiers.

La historia del castillo quedó marcada por las mujeres, tanto las que lo construyeron como las que en él residieron o fueron sus propietarias. Entre ellas destaca Luisa de Lorena-Vaudémont, la esposa del rey Enrique III de Francia cuya habitación, en el segundo piso del castillo, sigue manteniendo el duelo por su marido, asesinado en el año 1589. Una habitación está dedicada a las hijas y nueras de Catalina de Médicis, La chambre des cinq Reines (La habitación de las cinco reinas: María Estuardo, Margarita de Valois, Luisa de Lorena-Vaudémont, Isabel de Austria e Isabel de Valois).

Sin embargo, acabados los fastos correspondientes a las fiestas regias del Renacimiento, el castillo retornó a manos privadas, al albur de diversas herencias y compraventas. Claude Dupin, un potente financiero de la época, adquirió el castillo en 1733 al duque de Borbón. Su segunda esposa, Louise Dupin, tuvo allí su salón de recepciones, en el que recibió por ejemplo a Voltaire, Fontenelle, Marivaux, Montesquieu, Buffon o Rousseau. Es precisamente a Louise Dupin a quien se atribuye la diferencia ortográfica entre el nombre de la localidad (Chenonceaux) y el del castillo (Chenonceau). Propietaria del castillo en los tiempos de la Revolución francesa y muy apreciada por los habitantes de Chenonceaux, quiso hacer un gesto que diferenciase a la monarquía, de la que el castillo era un símbolo eminente, de la república. 
Habría así cambiado la ortografía de Chenonceaux suprimiendo la «x» final. Aunque ninguna fuente confirme estos extremos, lo cierto es que la ortografía Chenonceau es hoy en día la aceptada mayoritariamente para designar al castillo.

Edad Contemporánea


La construcción siguió en manos de la familia Dupin hasta 1864, cuando fue vendida a Marguerite Pelouze (Marguerite Wilson como nombre de soltera), hermana mayor del político Daniel Wilson. Marguerite adquirió el castillo y 136 hectáreas de terreno por el precio de 850.000 francos franceses, tras lo que emprendió la restauración del castillo, entre los años 1867 y 1878. La restauración se encargó a Félix Roguet, resultando una compleja y cara restauración. Como ejemplo, restituyó a su estado original la fachada de acceso que había sido modificada en tiempos de Catalina de Médicis, parte de las escaleras, chimeneas renacentistas y la puerta de la capilla, dotada de esculturas de muy buena calidad.
Alguno de los frescos interiores de las estancias del castillo son obra de su amante el pintor Charles Toché (Nantes 1851-París 1916), un hombre bello, mal pintor, pero provisto de erudición y buen gusto según Paul Morand, quien le conoció en Venecia en 1909; realizó exposiciones en el Petit Palais de París en 1887, decoró con sus frescos el Teatro de Nantes, al igual que —entre otros edificios parisinos— Le Chabanais, célebre burdel frecuentado por el entonces príncipe de Gales, el futuro Eduardo VII de Inglaterra.
En el verano de 1879 madame Pelouze recibió en su orquesta de cámara a un joven pianista, Claude Debussy, y en 1886 Toché organizó para Jules Grévy, presidente de la República entre 1879 y 1887, «una fiesta nocturna en el río Cher, con la reconstitución del Bucentaure rodeado de góndolas» —una alegoría del Cher en la que figura un gondolero (tapicería de Neuilly, finales del siglo XIX) se exhibe expuesta en el vestíbulo de la segunda planta del castillo—.

planos del castillo

Daniel Wilson (1840–1919), hermano de Marguerite Pelouze y diputado radical francés por el departamento de Indre y Loira en 1869 y 1871, y más tarde diputado por Loches (1876–1889), recibía en el castillo a la oposición republicana local; en octubre de 1881 se produjo en el castillo la recepción correspondiente a su matrimonio con Alice Grévy, hija del presidente Jules Grévy. Daniel Wilson fue el instigador del llamado escándalo de las condecoraciones, que salió a la luz el 7 de octubre de 1887.
En 1888, la propiedad fue embargada a petición de los acreedores de los propietarios, siendo adquirida por el Crédit Foncier de France. En 1891 fue comprado por José Emilio Terry, perteneciente a una familia de magnates cubanos de origen hispano-irlandés.6​7​ En 1896 José Emilio vende la propiedad a su hermano Francisco Terry Dortycos, padre de Emilio Terry, el arquitecto, artista y decorador de interiores quien en 1934 compraría el castillo de Rochecotte. El 5 de abril de 1913, por medio de una subasta judicial fue adjudicada al precio de 1.361.660 francos a Henri Menier (1853–1913), personaje de la alta burguesía industrial y propietario del Chocolat Menier, pero Henri falleció en septiembre, siendo sucedido por su hermano Gaston (1854-1934), quien lo ha transmitido a sus descendientes.



Durante la Primera Guerra Mundial, como sucedió con tantos otros castillos y palacios franceses, Gaston Menier instaló en el castillo de Chenonceau un hospital militar,​ en el que recibieron cuidados médicos un total de 2.254 soldados heridos en combate. Durante la Segunda Guerra Mundial, el edificio se encontraba justo en la misma línea de demarcación, con parte del castillo dentro de la Zona ocupada por los alemanes y otra parte en la llamada Zona libre controlada por el gobierno de la Francia de Vichy. En 1944 una bomba lanzada por un avión cayó en las inmediaciones de la capilla, destruyendo los vitrales originales, que en la posguerra fueron sustituidos por otros obra de Max Ingrand.

Comuna francesa de Chenonceaux.

Chenonceaux es una localidad y comuna francesa, situada en la región de Centro, departamento de Indre y Loira, en el distrito de Tours y cantón de Bléré.


Arquitectura.

castillo

El castillo presenta una planta cuadrada, con un vestíbulo central al que se abren cuatro habitaciones, una por cada lado. En la planta baja hay una capilla, junto con la habitación de Diana de Poitiers y el gabinete de trabajo de Catalina de Médicis. Desde el final del vestíbulo se accede a la galería que se encuentra sobre el río Cher. La galería existente en la planta baja cuenta con un enlosado clásico en plan hipodámico, en forma de tablero de ajedrez en colores blanco y negro, siendo la parte del edificio que durante la Primera Guerra Mundial albergó un hospital militar. En la planta baja se encuentran igualmente la habitación de Francisco I y el salón Luis XIV.
Las cocinas se encuentran ubicadas en los pilares del molino anterior a la construcción del castillo. Se encuentran dotadas de un muelle de acceso directo a las mismas, lo que permitía la llegada de las mercancías a ellas destinadas en forma directa, sin tener que atravesar las dependencias nobles del castillo. Las escaleras, rectas y en dos tramos, resultan accesibles a través de una puerta que se encuentra en medio del vestíbulo. Por medio de las mismas se accede al vestíbulo de Katherine Briçonnet (esposa de Thomas Bohier a cuya fortuna se debe la reconstrucción del palacio), en el primer piso. 
En dicha planta encontramos de nuevo otras cuatro habitaciones: la habitación de las Cinco Reinas, la habitación de Catalina de Médicis (situada justo encima de su gabinete decorado en verde), la habitación de César de Vendôme y la habitación de Gabrielle d'Estrées, la favorita de Enrique IV de Francia.
En el segundo piso del edificio, la habitación de Luisa de Lorena-Vaudémont sigue presentando el aspecto de luto por el fallecimiento de la esposa de Enrique III, destacando los colores negros dominantes del artesonado, las pinturas macabras que adornan las paredes, el reclinatorio encarado hacia la ventana y la diversa decoración de tipo religioso evocadora del duelo por Luisa de Lorena-Vaudémont.

Jardines

El castillo de Chenonceau cuenta con dos jardines principales: el jardín de Diana de Poitiers y el jardín de Catalina de Médicis, situado cada uno de ellos a un lado de la Tour des Marques, único vestigio de la primitiva fortaleza desaparecida con la construcción del castillo actual. La decoración floral de los jardines, que se renueva cada primavera y verano, requiere el aporte de 130.000 plantas, que se cultivan en el propio dominio de la finca, en el huerto.

Jardín de Diana de Poitiers

Jardín de Diana de Poitiers.

El jardín más conocido es el de Diana de Poitiers, al que se accede a través de la casa del Regidor (la Cancillería), construida en el siglo XVI, al pie de la cual se encuentra un embarcadero, adornado por una viña, un acceso indispensable para todo paseo sobre el río Cher. En su centro se encuentra un surtidor de agua, descrito por Jacques Androuet du Cerceau en su libro Les plus excellens bâtiments de France (1576).​ De una concepción sorprendente para la época, el chorro de agua brota de una gruesa piedra tallada en consecuencia y recae «en gavilla» hacia un receptáculo pentagonal de piedra blanca.

El jardín de Diana de Poitiers se encuentra protegido de las posibles crecidas del río Cher por medio de unas terrazas elevadas sobre el mismo, desde las cuales se puede admirar una espléndida vista sobre los jardines, sobre sus parterres floridos y sobre el propio conjunto del castillo. La decoración de los jardines se efectúa mediante un diseño de 8 triángulos de césped, con unas volutas floridas de 3.000 m delongitud.​ Por otra parte, el jardín posee un embarcadero, que permite acceder a paseos por el río Cher.

Jardín de Catalina de Médicis

Por el contrario, el jardín de Catalina de Médicis, que se encuentra al lado oeste del castillo, es de una concepción más intimista, y se encuentra construido en torno de un estanque central. Está rodeado por un foso que se alimenta con las aguas del río Cher y que delimita su perímetro por el este.​ Un muro de yedra marca el límite del jardín por su zona norte, quedando el conjunto del jardín formado por cinco paneles de césped agrupados alrededor del estanque central, estando el césped adornado por bandas de lavanda.


El Laberinto.

El jardín de Catalina de Médicis, en una vista
desde el propio castillo de Chenonceau.

Los jardines del castillo de Chenonceau cuentan por otra parte con un laberinto, siendo el actual una reconstrucción del existente en tiempos de Catalina de Médicis.​ El laberinto, de forma circular, ocupa una superficie de más de 1 ha, y está formado por unos 2.000 tejos recortados en forma de seto a 1,30 m de altura. Un carpe rodea el laberinto, recortado en forma de 70 arcos diferentes, en cuyos huecos se insertan bojs y yedras.​ En el centro del laberinto existe una glorieta sobreelevada, que permite la vista del conjunto del laberinto, y que está confeccionada en mimbre, junto a una estatua de Venus. También se encuentran en el laberinto las cuatro cariátides que Catalina de Médicis añadió a la fachada del castillo y que madame Pelouze retiró en el curso de la reconstrucción que dirigió.


La granja del siglo XVI

Junto al castillo se encuentra una granja, residencia rural, restaurada en los últimos años del siglo XX, aunque data del siglo XVI. Su amplio patio es actualmente destinado a parque infantil de juego y con gran cantidad de personas al día.

La Orangerie o Jardín verde.

También cuenta con la llamada Orangerie (naranjal), diseñado por Bernard Palissy y que reúne a árboles de gran porte plantados en una zona cubierta de césped.

Catalina de Médicis entrenó a un grupo de jóvenes y bellas espías, a las que denominaba su "escuadrón volante". Iban ricamente ataviadas y ejercían el poder oculto y eficaz de la seducción y del placer, con el cual conseguían el dominio sobre los hombres. La principal misión de esta red de información y contactos era atraer a los cortesanos a la diversión, al ocio y al amor.

Diana de Poitiers.




Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois y de Étampes (Saint-Vallier, Drôme, 3 de septiembre de 1499-Anet, Eure-et-Loir, 22 de abril de 1566), fue una importante figura aristocrática de la Francia del siglo XVI, además de ser la más notable amante del rey Enrique II de Francia.


Infancia

Diana nació en el castillo de Saint-Vallier, en la ciudad de Saint-Vallier, Drôme, en la región Rhône-Alpes de Francia (aunque algunas biografías sitúan su nacimiento en Étoile-sur-Rhône), hija de Jean de Poitiers, conde de Saint-Vallier y vizconde de Estoile, y de Jeanne de Batarnay. A los seis años quedó huérfana de madre y pasó el resto de su infancia y su preadolescencia como dama del séquito de Ana de Francia, hija de Luis XI, una mujer fuerte que ocupó la regencia de Francia durante la minoría de edad de su hermano.

Matrimonio y descendencia

El 16 de abril de 1515, a la edad de 15 años, es casada en París con un hombre 39 años mayor que ella, Luis de Brézé, Gran Senescal de Normandía, conde de Maulévrier, vizconde de Bec-Crespin y de Marny y señor de Anet, hijo de Carlota de Valois, hija ilegítima del Rey Carlos VII de Francia y de su amante Agnès Sorel. Por tanto, nieto del rey Carlos VII sirvió en la corte de rey Francisco I. A pesar de esa gran diferencia de edad, según las crónicas de la época, Diana lo amó y respetó sinceramente, incluso tras su muerte, ocurrida en 1531, cuando Diana adoptó para el resto de su vida el negro de luto como color principal de su vestimenta, añadiendo más adelante el blanco y el gris. Desde ese momento, su gran interés y astucia en asuntos financieros y jurídicos se hicieron más que evidentes: una vez viuda, se dispone a administrar los bienes familiares haciendo crecer su fortuna de una manera considerable, y además, continúa percibiendo los ingresos que los cargos de su marido le proporcionaban, consiguiendo incluso ser reafirmada en el título de Gran Senescala de Normandía.
En 1524, su padre fue acusado de complicidad en la traición del condestable Carlos III de Borbón, yerno de Ana de Francia. Convertido en el principal chivo expiatorio del asunto, se enteró de que Francisco I le había perdonado la vida cuando ya pisaba el patíbulo, gracias a la intervención de su yerno, Luis de Brézé, que había alertado al rey del asunto. Después, el padre de Diana terminará sus días encerrado en la fortaleza de Loches.
Diana fue dama de honor de Claudia de Francia, reina consorte de Francia y duquesa de Bretaña. Después de la muerte de la reina, fue dama de honor de la madre del rey, Luisa de Saboya, duquesa de Angulema y de Anjou y por último, también de Leonor de Austria, reina consorte de Francia.

De su matrimonio con Luis nacieron dos hijas:

  • Francisca de Brézé (1518-1574), condesa de Maulévrier, baronesa de Mauny y de Sérignan. Casada con Roberto IV de La Marck, duque de Bouillon y conde de Braine.
  • Luisa de Brézé (1521-1577), dama de Anet, casada con Claudio de Lorena, duque de Aumale y marqués de Mayenne.

Su vida como cortesana

Hacia 1538 se convirtió en amante de Enrique II cuando este era el Delfín de Francia, ya casado con la princesa Catalina de Médicis. Se dice que ejerció gran influencia sobre él, hasta el punto de ser considerada la verdadera soberana. Su etapa como cortesana le valió en 1548 el ducado de Valentinois, además del ducado de Étampes,[3]​ en 1553, que le arrebató a su enemiga, Ana de Pisseleu. Recibió también preciosos regalos en forma de castillos, como el castillo de Chenonceau, o magníficas joyas de la Corona. La enemistad y el odio entre Catalina y Diana fueron creciendo hasta que la muerte del soberano puso punto final. Crio a la hija de Enrique II, Diana de Francia, hija que había tenido con su amante Filippa Duci, lo que causó que algunos dijeran que era hija suya y del rey (que es la opinión de Brantome).

Últimos años y fallecimiento

Diane chasseresse, tabla de un artista de la primera Escuela de Fontainebleau, cuya modelo es aceptado que pudo ser Diana de Poitiers, entre 1550 y 1560 (192×133 cm, Paris, museo del Louvre.


Cuando Enrique fue herido de muerte en 1559, Catalina prohibió terminantemente a Diana visitarle durante sus últimas horas. Además, tras la muerte de Enrique, subió al trono Francisco II y Diana no tuvo más remedio que abandonar la corte, retirándose a su castillo de Chaumont-sur-Loire. Le fue prohibido hasta asistir a los funerales y fue expulsada inmediatamente de Chenonceau y obligada a devolver todas las joyas de la corona que el rey le había obsequiado.
Derrotada por la reina Catalina, Diana se retiró en sus últimos años a su castillo de Anet, donde murió un par de años más tarde, el 22 de abril de 1566, a los 67 años de edad. Su hija mayor hizo erigir una estatua conmemorativa en su honor en la iglesia de la villa, que después fue trasladada en 1576 a la capilla del castillo, lugar donde Diana recibió sepultura.
En 1795, durante la Revolución francesa, su tumba fue profanada y sus restos mortales, junto con los de dos de sus nietas, fueron arrojados a una fosa común, cerca de la iglesia. Los miembros del Comité Revolucionario se quedaron con su cabellera, como trofeo, que terminó perdiéndose en la Historia. Además, su sarcófago fue desmantelado y el plomo de su base fue utilizado para hacer balas. Más recientemente, de 1959 a 1967, se restauró por completo la capilla del castillo de Anet, gracias a la iniciativa de la familia Yturbe, propietaria del mismo. En 2009, los restos mortales de la duquesa de Valentinois fueron rescatados de la fosa común y colocados en un nuevo sarcófago en su lugar original.


Cabe mencionar que durante el año 2008, un equipo de científicos estudiaron los restos mortales de la duquesa de Valentinois y descubrieron que tenían inexplicablemente una concentración de oro muy alta. En dichos estudios se baraja el hecho de que Diana, obsesionada por el deseo de la eterna juventud y el brillo de una belleza sobrenatural que le caracterizó toda su vida, habría tomado cada día el elixir de la vida, una solución líquida de oro potable que le habría dado una tez muy pálida y un halo místico. Según estos informes, resulta entonces muy posible que Diana terminase falleciendo de anemia debido a una intoxicación grave de oro líquid



El “escuadrón femenino” de Catalina de Médicis.


Charlotte de Sauve, famosa miembro del Escadron volant.


La espléndida corte de la reina Catalina pretendía el triunfo de Venus e impedir que Marte volviera a tomar las armas. Eran duros momentos en Francia, una época marcada en el exterior por las guerras contra otros países europeos y en el interior por las guerras de religión que asolaban el país, amenazado además por las pretensiones autonomistas de los grandes feudatarios. Catalina de Médicis quería mantener el patrimonio y los dominios de sus hijos y para ello utilizaba todas las artes a su alcance, no en vano era una admiradora de las teorías neoplatónicas de Marsilio Ficino y una seguidora de Maquiavelo. 
Para ello discurrió un plan excelente: dispuso donde quiera que se encontrase su corte una sucesión de fiestas, banquetes, bailes, mascaradas, conciertos, espectáculos, justas, torneos y carruseles, sin fin. No había derrota militar, matanza o carestía que interrumpiera los espectáculos y diversiones. Ello se ajustaba a un preciso diseño político: 
seguía el ejemplo de su suegro Francisco I el cual decía que “para vivir en paz con los franceses y asegurarse su afecto hay que tenerlos alegres y ocupados”, y que “una corte sin mujeres era un jardín sin flores”.

Catalina impuso la fuerza pacificadora del placer y para ello animó a la nobleza a frecuentar la corte, a católicos y protestantes por igual. Allí los esperaba un grupo de al menos ochenta damas, el “escuadrón volante” de Catalina de Médicis. Aquellas mujeres eran a decir de los coetáneos “el ornamento de Francia”: jóvenes, bellas y aunque iban maravillosamente ataviadas no tenían una función ornamental, sino una menos visible, ejercían un poder oculto, impalpable y sumamente eficaz, basado en la estrategia de la seducción y en su “dominio” sobre los hombres. La principal misión del “escuadrón volante” era atraer a los cortesanos al juego de los sentidos.

El “escuadrón” femenino de Catalina de Médicis formaba una red de contactos paralela al poder oficial, constituida por la etiqueta y el código del honor, y basada en la reserva y el secreto, que permitía a padres, maridos, hijos y hermanos obtener valiosas informaciones, transmitir mensajes, establecer alianzas o promover matrimonios y todo ello de manera informal sin arriesgarse a los rechazos oficiales. Aunque también se prestaba a las conspiraciones e intrigas, a las rivalidades, odios y venganzas.

Para las propias damas suponía un privilegio extraordinario y una ocasión excepcional de obtener favores y beneficiar a su familia, eso sí, guardando obediencia a la reina Catalina y discreción absoluta. Las damas de la reina Médicis eran una escuela de cortesía, galantería y buenos modales. En esta época la expresión “hacer el amor” significaba coquetear, conversar. El caballero que se atrevía a algo más podría ser expulsado de la antecámara de la reina. Tales conversaciones podían tornarse más íntimas siempre que no causaran un escándalo: la “hinchazón del vientre” suponían el alejamiento inmediato.
​​Con el paso de los años la reina madre se fue haciendo menos intransigente en cuanto a la moral del “escuadrón volante”. Se dice que en mayo de 1577, en Plessis-les-Tours, a orillas del Loira, Enrique III dio una fiesta en la cual era obligatorio ir ataviado de verde (el color de la locura) que se transformó en una orgía en la que los hombres iban vestidos de mujer y las mujeres de hombre. La reina madre tres semanas después ofreció un banquete no menos escandaloso durante el cual las más exquisitas damas de la corte iban “medio desnudas con el cabello suelto y desgreñadas”.

Así los Valois se ganaron el odio hugonete. Los protestantes emprendieron una campaña de demonización, los libelos de la época pintaban la corte como sede de todos los vicios. Tanto es así que Juana de Albret, la reina de Navarra, temía que su hijo Enrique –que iba a desposar a la princesa Margarita, la hija de Catalina de Médicis– quedase “contaminado” y su alma “extraviada” para siempre. Y eso precisamente sucedió: el poder de atracción de esta corte fue tal que a la muerte de Enrique III sin herederos, Enrique de Navarra ocupó el trono de Francia como Enrique IV.  El nuevo rey confió al mariscal Biron su propósito de tener una corte “en todo semejante a la de Catalina”, a lo que respondió Biron: 
“No está en vuestro poder ni en el de los reyes que vendrán después de vos el lograrlo, a menos que convencieseis a Dios para que hiciera resucitar a la reina madre”.



El ‘déclinisme’ francés, nostalgia mayoritaria y… falsa.

A pesar de los indicadores positivos, dos de cada tres franceses creen que su patria está en declive.


18 de septiembre de 2023 -  

Iñaki Gil (Vitoria, 1958) es periodista y escritor. Ha sido corresponsal de El Mundo en París. Autor de Arde París. La nueva revolución francesa (Círculo de Tiza, 2023).

Reproducimos por gentileza de la editorial Círculo de Tiza, el capítulo “Déclinisme, esa nostalgia decadente, reaccionaria, mayoritaria y… falsa” del libro Arde París. La nueva revolución francesa
Dos de cada tres franceses creen que su país está en declive. Y, sin embargo, de todos los indicadores económicos y de bienestar humano solo hay uno que no ha mejorado en Francia en los últimos 50 años: el número de suicidios, cuya tasa duplica a las de España, Reino Unido e Italia.

A mediados de los años 90, una empresa de comunicación invitó a varios periodistas extranjeros a dar su opinión sobre el declive de Francia. No conservo notas de la jornada, pero sí recuerdo el lugar de la cita: el restaurante del segundo piso de la Torre Eiffel. Era una tarde soleada y tibia. Me recibieron con la preceptiva copa de champán, enfriado a la temperatura ideal. Llegué con la lengua fuera y sin tiempo para comentar mis improvisadas ideas con los otros corresponsales que tomaban parte en el evento. Me tocó hablar el primero. Y opté por contar cómo veía yo a Francia, nada en decadencia, desde luego. Me hicieron preguntas, sorprendidos de que mi visión no coincidiera con lo negativo del enunciado de la convocatoria. Los otros colegas estaban de acuerdo con mi apreciación positiva de Francia. Sí, claro que había cosas que iban mal, pero no, para nosotros, Francia no estaba en decadencia irreversible.

Nunca supe si era una sesión de coaching para el personal de la agencia o si buscaban argumentos para un cliente. Pero el sol doraba los hierros del mecano de Eiffel mientras apuramos la copa de despedida. Fue la primera vez que oí la palabra déclinisme, de déclin, declive.

En estos veintitantos años el déclinisme se ha convertido en una creencia, un sentimiento, casi en una ideología de base mayoritariamente compartida por los franceses. De entre todas las paradojas francesas, la más sorprendente para el observador foráneo es la creencia generalizada de que Francia está en declive y de que antes todo iba mejor. Inútil demostrar empíricamente que ambas cosas no son ciertas.

Datos: Francia está en declive. Así piensan entre un 62% (Harris interacive) y un 75% (Ipsos) de los franceses en dos estudios de 2021 y 2022. Un tercero (ifop) lo deja en un 65%, el dato más positivo desde que este instituto pregunta por ello: ¡Nunca bajó del 66% desde 2005! Cuando la crisis muerde, sube: en 2010 llegó al 71%.

La creencia en el declive de Francia es bastante homogénea entre París (64%) y los municipios rurales (68%). Idéntica diferencia hay entre pobres (+4) y ricos y entre hombres (+5) y mujeres. Por debajo del 60% solo están los más jóvenes (18-24: 57%). Pero la siguiente franja de edad (25-34) da un salto hasta el 71% como si la llegada al mundo laboral fuera un trauma. También por debajo de la barra están los doctores y másteres (59%) y los artesanos y comerciantes (57%).

Dejé para el final la segmentación política. Por diferencial. Según Ifop, el 80% de los votantes de Marine Le Pen creen en la decadencia de Francia. Así como el 78% de los de la derecha clásica, el 71% de quienes votan al líder de la extrema izquierda y ¡ojo al dato! el 63% de los ecologistas. El votante socialista es algo más optimista (53%). Solo quienes votan a Emmanuel Macron no creen mayoritariamente que Francia esté en declive (39%). Un dato que viene a corroborar que el electorado del actual presidente es el de los ganadores de la globalización, urbanitas y diplomados (ver prólogo). Otros estudios ratifican la adscripción política del déclinisme. Según CSA, el 94% de quienes se dicen de extrema derecha, el 82% de los de derechas y el 80% de los de extrema izquierda creen en la decadencia. La cosa se iguala entre quienes se dicen de izquierdas. Y se confirma la excepción, solo el 20% de quienes votan a Macron creen en el déclinisme. Vamos, que prácticamente todos los optimistas votan al actual presidente.

A apuntalar esa parroquia (y, de paso, a postularse en heredero) dedica su último libro el ministro de Economía, Bruno Le Maire. El volumen es el undécimo del miembro más intelectual del gabinete, cuarto desde que está en el cargo. “El déclinisme no se corresponde con lo que veo. Lo que yo les digo a los franceses es: confiad en vuestro destino. El país no está acabado”. El libro “voluntarista más que optimista” se titula Un sol eterno. Y es deudor de esta cita del poeta Arthur Rimbaud: “por qué añorar un sol eterno si no nos hemos comprometido a descubrir la claridad divina”.

El ministro escritor tiene buena relación y se declara admirador de la obra literaria de Michel Houellebecq, para quien la decadencia de Francia es “evidente”. El escritor hace un matiz importante: “Francia no decae más que otros países europeos. Pero tiene una conciencia particularmente elevada de su propio declive”, dijo en Front populaire, revista de pensamiento dirigida por el filósofo Michel Onfray.

El declive de Francia es percibido como algo económico (65%) y político (58%). Secundariamente, como algo moral (31%), según ifop, que solo daba opción a dos respuestas. Lo que viene a coincidir con el señalamiento de los responsables. El 74% de los franceses cree que sus dirigentes políticos no son de calidad. Ni quienes dirigen la economía (63 %).

Buscando las causas hay quien señala al centralismo político y administrativo del país. Y al desprecio a las estructuras intermedias causados por un presidente que se sintió Júpiter hasta que la calle se llenó de chalecos amarillos y le puso en su sitio. Solo que Alain Peyrefitte ya denunciaba lo mismo en Le mal français, libro publicado en 1976.

Daniel Cohen, presidente de la Escuela de Economía de París achaca el carácter excesivamente jerárquico del ejercicio del poder la herencia de “dos poderes esencialmente verticales, el absolutismo y la iglesia católica”. Por eso, a su juicio, “los franceses detestan la autoridad y, sin embargo, la necesitan para sentirse seguros”. Como español, nacido en el tardofranquismo y educado en el nacionalcatolicismo, me parece traído por los pelos. Pero antes de dar mi opinión, vamos a ver desde cuándo está Francia (supuestamente) en declive.

Para Éric Zemmour, candidato de la extrema derecha y del declinismo que no duda en definirse a sí mismo como “nostálgico y reaccionario”, todo arranca en 1815. Es decir, “la nostalgia de la grandeur” nace de la derrota de Napoleón. Por su parte, Yann Algan y Pierre Cahuc en La société de défiance apuntan al traumatismo de la Segunda Guerra Mundial: los franceses habrían perdido colectivamente la confianza en ellos mismos tras la derrota frente a la Alemania nazi y la posterior colaboración con el enemigo.

Luc Ferry, exministro de Educación en dos gobiernos bajo presidencia de Jacques Chirac, escribió en Le Figaro sobre los orígenes del déclinisme: “el sentimiento, sin duda legítimo, de que ‘los grandes hombres’ de los que hablaba Hegel han desaparecido. Ni De Gaulle ni Pompidou, para los de derechas, ni Mitterrand ni Rocard, para los de izquierdas, tienen equivalentes hoy”.

A ojos de los nostálgicos, Francia dejó de ser la gran potencia que era en el siglo XIX o a principios del XX”, escribe Ferry rebatiendo a los declinistas. “No es que Francia estuviera en declive. Es que emergieron otras naciones como China, Rusia e India, países atrasados en el XIX, pero hoy potencias colosales a cuyo lado parecemos infinitamente pequeños. Peor incluso, Alemania es mejor en todo: deuda, déficit público, paro, poder adquisitivo…” Eso es poner el dedo en la llaga.

Esos argumentos coinciden con los del historiador Lucian Boia, para el que la decadencia francesa tiene su raíz en el declive demográfico de la Francia campesina del siglo XIX. Jean Pisani Ferry, arquitecto del programa económico de la victoria de Macron en 2017, abunda en ello: “El terror al declive se ancla en ese retroceso demográfico y en la revolución industrial que marcan el aumento del poderío de Inglaterra y, sobre todo, de Alemania, que se convertiría en una obsesión francesa a lo largo de todo el XIX”.

El declive demográfico tiene así dos caras, según sea la mirada. Para la élite intelectual, la consecuencia es perder la carrera con Alemania. Sin embargo, el pueblo llano mira a su alrededor y señala: la “inmigración excesiva” es el primer hándicap de Francia según el 47% de los encuestados por Ifop. El sondeo permitía tres respuestas por cabeza. Las otras dos plazas del pódium fueron: “La dificultad en llevar a cabo reformas (36%) y el debilitamiento del sistema educativo (35%). A señalar que el paro solo aparece en cuarto lugar (32%), cuando en 2015 era el principal riesgo (52%), lo que guarda relación con el descenso del paro hasta el 7,4 (2T de 2022), el más bajo desde 2008”.

“Francia sufre en realidad una angustia colectiva que ennegrece todas las perspectivas (…) la sociedad francesa es presa de un pesimismo, un malestar, una yuxtaposición de aprensiones, a menudo desmesuradas e irracionales, que presentan las características de una depresión colectiva”, decía ya en 1993 Alain Duhamel en su libro Los miedos franceses. El más agudo de los analistas políticos remachaba: “Esta ansiedad frente al porvenir, ese temor al cambio, uno los encuentra más brutales, más sumarios, pero también más concretos en el miedo a la inmigración. El rechazo del otro, del diferente, o sea, del intruso, es, ciertamente, un reflejo eterno” (ver capítulo inmigración). Casi treinta años después, el problema se ha enquistado en lo que se ha dado en llamar “territorios perdidos de la República”, donde, enumera Ferry, “el aumento del islamismo, de la inmigración incontrolada, así como la explosión de tráficos de armas y drogas han convertido poco a poco esos barrios en invivibles para la población francesa tradicional”.

Ferry aporta otro argumento declinista:
 “Francia, estatalista y republicana, no se siente a gusto en un universo cada vez más liberal, un mundo donde los países de cultura anglosajona se mueven, por el contrario, como pez en el agua”.

El historiador y ensayista Jacques Julliard, dedicó en diciembre de 2022 su página mensual en Le Figaro a dar un repaso a causas y culpables de lo que opina es “un declive deliberado”. Entre las primeras, la demografía, el fracaso educativo, el abandono de la industria. En la picota de los responsables, Macron, “masoquista suicida”, al que achaca “la destrucción metódica del Estado”.
 El autor pone en la diana a las élites intelectuales.
  “Así hemos visto al sexo degradarse en género; la liberación de la mujer, en feminismo secesionista; el antiracismo en racismo identitario; el universalismo en diferencialismo (…) Nuestro declive lo hemos fabricado con nuestras propias manos. Por demagogia, sin duda, pero, sobre todo, por ininteligencia de diversas situaciones y por la estupidez más difícil de combatir, la de la gente inteligente”.

“Detrás de todo esto, merodea el viejo miedo de la Historia, el temor al declive, la sospecha de la trivialización, el presentimiento de la insignificancia —advertía Duhamel hace ya tres decenios—. Todos los miedos franceses desembocan en suma en esa impresión, en esa intuición, en ese temor a la erosión de la identidad francesa. Temor muy respetable y explicable, legítimo y casi deseable, pero también desmesurado siempre, irracional a menudo y, a veces, artificial”.

Para mí, el cabreo existencial del francés nace de la enorme distancia que hay entre la realidad y la idea (sublime) que cada francés tiene sobre Francia y de su rol en ella. El español nace con complejo de inferioridad. Por su país y por él mismo. Luego observa la realidad. Y ve que, a menudo, es mejor que lo previsto. Y se alegra. Por él y por su patria. El francés se considera hijo de la nación que difundió la Ilustración, creó los derechos humanos, hizo la Revolución, ganó dos Guerras Mundiales y alumbró la construcción europea. Además, adoptó a Picasso, inventó el Tour de Francia y el Mundial de Fútbol y la nouvelle cuisine. Con esa herencia en la mochila, sale de casa, se cruza con un magrebí camino del bus que le lleva, muchas veces tarde, a su curro rutinario y se enfada con todo quisque. Francia es hoy un país de gente cabreada, pesimista y gruñona. Para mí esa es la principal diferencia con España.

¿Quieren un ejemplo? La pandemia de covid-19 sorprendió a todos los países, y los gobiernos, sin mascarillas ni plazas en la UCI, respondieron con confinamientos. Dedico un capítulo al tema, pero déjenme decirles una diferencia. Francia consideró un fracaso nacional no haber patentado una vacuna propia.
 “¡El país de Louis Pasteur!” fue un latiguillo repetido una y mil veces. Francia tuvo menos muertos (en proporción a su población) que España y salió de esa crisis mejor que ninguno de sus vecinos. Según el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, fue el país de Occidente que mejor gestionó la pandemia. Pero “el país de Pasteur” no tuvo vacuna propia. Drama. (Ver capítulo covid).

Francia es el undécimo país en innovación, según la Oficina Mundial de Patentes; la octava potencia militar, según el Instituto de La Paz de Estocolmo; y la sexta potencia comercial, según la Organización Mundial de Comercio. Supone el 1% de la población mundial, pero produce el 3% de la riqueza. Tomo estos datos de un artículo de La Croix titulado “¿Francia en declive? Veinte cifras para escapar de las ideas recibidas”.

Los psicólogos dicen que no se deben discutir los sentimientos. ¿Cómo contrarrestar la percepción, ampliamente mayoritaria, de que antes se vivía mejor? Marc Landré lo intentó en septiembre de 2022 publicando en Le Figaro un análisis comparativo con 1974, el año posterior al primer shock petrolero, que en Francia cierra un periodo conocido como ‘Los treinta gloriosos’, los tres decenios de crecimiento tras la Segunda Guerra Mundial. La riqueza disponible per cápita se ha triplicado (43.000 dólares); el salario mínimo y el salario medio se han duplicado; el número de muertos en accidentes de tráfico se ha dividido por 4,5; la mortalidad infantil es cuatro veces menor; el 80% de los jóvenes tiene el título de bachiller, triplicando las cifras de finales de los 70; hay 13 millones de afiliados a un club deportivo, el doble que entonces; el parque automovilístico se ha triplicado (40 millones de coches en un país de 67 millones de habitantes); con 10 meses de salario mínimo puedes, en 2022, comprarte un Clio cuando en 1974 necesitabas 12,5 meses para hacerte con un Renault 5; una hora de trabajo de 1974 permitía comprar 5 baguettes y litro y medio de gasolina; hoy, 10 baguettes y 4,5 litros de súper; solo el 45% de los franceses eran propietarios, hoy lo son el 68%; el piso medio tiene hoy 91 metros cuadrados cuando hace 50 años medía 72 y el 30% no tenía ni ducha ni bañera; los franceses trabajaban en 1974 diez horas más a la semana que en 2022 y se jubilaban a los 65 años, dos años más tarde que en la actualidad…

¿Cuándo se vive mejor? Definitivamente, hoy en día. Y la prueba definitiva es que la esperanza de vida ha aumentado en este medio siglo 9 años para las francesas hasta los 86 años y 11 para los franceses (80 años).

El autor no oculta las sombras: criminalidad y contaminación han empeorado, la deuda supone el 110 % del PIB y no se ha aprobado ningún presupuesto general del Estado sin déficit… desde 1974. El de 2022 se situará en torno al 5%. De hecho, el déficit solo ha estado por debajo del 3 % ¡tres veces… en los últimos 20 años!

Con todo, la cifra que quiero destacar en el lado negativo de la balanza es el número de suicidios, 15 por 100.000 habitantes. Estable en estos casi 50 años. Y que, según Eurostat, duplica la tasa de España (8), Reino Unido (7) e Italia (6). Y supera la de Alemania y Suecia (12 en ambos casos). Solo los belgas, entre los vecinos de Francia, se suicidan más (17 por 100.000 habitantes).

Es, sin duda, la manifestación más extrema de esa infelicidad permanente que roe a nuestros vecinos del norte. La manifestación suprema de ese pesimismo social definido por la Fundación Jean Jaurès como “una visión preocupante, alimentada por la idea de que la sociedad está en declive y de que hay una impotencia colectiva para cambiar las cosas a mejor”.

Después de mucho leer sobre el tema, no encuentro mejor síntesis que el contraste entre la mirada del analista Jacques Julliard y una frase que pide mármol de Sylvain Tesson, singular personaje y el más espiritual de los escritores viajeros. El veterano columnista de Le Figaro afirmaba durante una de esas huelgas largas y broncas que forman parte de la excepción francesa:
 “Flota en el aire un mal genio generalizado, una agresividad, un odio a la mirada del otro que es un insulto al don de Dios que sigue siendo Francia”. 
El escritor viajero, tras recorrer medio mundo, sintetizó:
 “Francia es un paraíso poblado por gente que se cree en el infierno”.

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